Nivel 2 humildad Archivos
El mayor de todos
Narrador: Érase una vez en un país muy lejano un rey que publicó un decreto muy inusual y fuera de lo común.
Heraldo: ¡Atención todos! Su majestad ha ordenado que todos los líquidos del reino se presenten ante él. Cada uno deberá explicar qué utilidad y beneficio aporta al reino. El líquido que revista mayor importancia recibirá una valiosa recompensa.
Narrador: La noticia se extendió por todo el reino, y poco después se reunió toda la corte y un gran número de líquidos se presentaron ante el rey, ansiosos por narrar sus bondades.
Agua Salada: Yo, Majestad, soy la más importante. Transporto, de un puerto a otro, los navíos que llevan a vuestros súbditos y mercancías. En mis aguas nadan infinidad de peces y criaturas que precisan de mí para su subsistencia.
Y no solo eso, sino que además contengo un valioso mineral, la sal, que se utiliza ampliamente por todo vuestro reino.
Agua Dulce: ¡Nada de eso! Yo, Agua Dulce, soy la más importante.
Lleno ríos, lagos y arroyos. Sin mi presencia, morirían irremediablemente un sinfín de criaturas y peces. Y no solo eso, sino que también lleno los pozos a donde acuden a beber los sedientos.
Y por supuesto, sin mí morirían los seres humanos, pues solo yo puedo saciar su sed. ¡Sin lugar a dudas, yo soy el líquido más valioso de todos!
Jugo de Fruta: Disculpen, pero se han olvidado que nosotros, los jugos de fruta, también saciamos la sed de las personas. Gracias a las vitaminas que contenemos y al alimento que proporcionamos, fortalecemos sus cuerpos. Somos los más apetecidos y los de sabor más placentero, y por eso somos los más importantes.
Leche: ¡Escuchen todos! A un recién nacido no se le da al comienzo ni agua ni jugo. Solo leche materna. Yo, la leche, soy para el infante alimento y bebida, y su única fuente de sustento. Si mí, perecerían los seres humanos y los animales.
Narrador: Y, de manera similar, todos los líquidos proclamaron ante el rey sus bondades, adjudicándose la mayor importancia y por tanto ser el merecedor del galardón.
Al concluir las presentaciones, los súbditos del rey comenzaron a debatir entre ellos cuál de los líquidos sería merecedor del premio.
Cocinero: ¡Yo soy el cocinero del rey! Y afirmo que el más importante es el vino. Proporciona alegría al corazón y aleja las tristezas.
Dama: No seas necio. ¿Acaso no has olido la fragancia de los perfumes que despiertan pasiones? No cabe duda de que algo tan delicioso y encantador merece la distinción.
Narrador: Muy pronto la corte en pleno estaba dividida discutiendo sobre qué líquido era el más importante. El otrora dichoso y jovial rey, ahora se encontraba muy preocupado y profundamente abatido.
Rey: ¡Me arrepiento de haber proclamado este edicto! ¡Jamás se me ocurrió pensar que causaría tal alboroto! Discúlpenme, pero no me siento bien. Debo retirarme a mis aposentos.
Narrador: Pasaron los días, y los líquidos continuaron haciendo alarde de sus virtudes, e incluso comenzaron a menospreciarse entre sí lanzando comentarios mordaces.
Jugo de Fruta: ¡Tú, Agua Salada, siempre tienes suciedad flotando en ti!
Agua Salada: ¡Tú, Jugo de Fruta, eres empalagoso!
Narrador: La cosa llegó a tal extremo que los líquidos, en un intento desesperado por ganar, llegaron incluso a mentir.
Agua dulce: Yo soy el único líquido que mantiene la vida.
Agua salada: ¿Y quién dijo que el agua salada no se puede beber?
Narrador: El atribulado rey estaba cada vez más angustiado y afligido, hasta que al final cayó gravemente enfermo.
Rey: ¡Oh, Dios mío! Tú me mostraste que entregara el galardón al líquido más merecedor, pero hasta ahora no he hallado ninguno que no sea arrogante y descortés. Ahora me encuentro enfermo en cama, y moriré de tristeza y pesar.
Narrador: Mientras tanto, en la corte, los ánimos se caldeaban cada vez más. De repente, apareció la reina, y todos quedaron atónitos al contemplar que vestía de luto.
La reina habló con voz queda.
Reina: Con gran pesar tengo que anunciar que nuestro amado y bondadoso rey acaba de exhalar su último suspiro. Nuestro comportamiento descortés y pendenciero le ha ocasionado tal dolor y desaliento que le ha costado la vida. Vengan y contemplen por última vez a nuestro honorable rey.
Narrador: Todos los líquidos, con la cabeza gacha y en completo silencio, siguieron a la reina para presentar sus últimos respetos ante el inerte cuerpo del rey. Al contemplar su semblante apesadumbrado, se sintieron muy avergonzados de su actitud egoísta, codiciosa y porfiada.
En ese instante, una lágrima resbaló por la mejilla de la reina y cayó sobre el rostro del rey. De repente, la lágrima se transformó en una preciosa hada.
Lágrima: Adiós, mi dulce y querido rey. Soy el Hada de la Lágrima, de las lágrimas que surgen de un corazón que ama y que llora por otros. No pude aparecer antes, pues solo fluyo de un corazón roto. Limpio los corazones de aquellos que me lo permiten para que así puedan disfrutar de un vínculo más estrecho con Dios.
Narrador: Cuando el hada de la lágrima dio un beso de despedida al rey, éste volvió a la vida y se incorporó en su lecho.
Rey: ¡Gracias, mi querida lágrima, por honrarnos con tu presencia! En verdad, ¡tú eres el líquido más importante de todos!
¡Y por tanto, desde hoy proclamo oficialmente que el líquido más valioso de todos es nuestra querida y apreciada lágrima porque nos limpia el corazón y purifica nuestro espíritu! Nos une más a Dios, pues cercano está Él a los quebrantados de corazón.
Narrador: Repentinamente, los rostros de todos los presentes se llenaron de lágrimas, al mismo tiempo que estallaban en demostraciones de júbilo de que su rey hubiera vuelto a la vida. Todos estuvieron de acuerdo en que las lágrimas son el líquido más estimable de todos.
Desde aquel día, el reino se convirtió en un lugar feliz y plácido donde los líquidos trabajaban juntos en aras del bienestar del país. Y así, Dios, lleno de gozo, publicó un decreto:
Dios: De hoy en adelante, las lágrimas surgirán no solo de la tristeza y el pesar, sino también del gozo y la alegría, para que su belleza permanezca eternamente en los corazones de la humanidad.
Narrador: Y un día, Dios mismo enjugará toda lágrima de pesar de nuestros ojos y solo quedarán las que son fruto de la alegría.
Anónimo. Adaptación: Simon Peterson. Ilustraciones: Sandra Reign. Design por Roy Evans.Audio producido por Radio Active Productions. Utilizado con permiso.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021
Aventura bíblica: El rey que perdió la razón
Adaptación de Daniel 4
Nabucodonosor, rey del Imperio Babilónico, contemplaba la capital, Babilonia, junto a su reina desde los jardines que había sobre el palacio imperial. El sol se ponía reflejando a lo lejos una luz dorada sobre los gloriosos edificios y templos. Con el rostro radiante, Nabucodonosor exclamó:
—Ah, qué agradable estar de vuelta.
—Es maravilloso que estés de regreso, mi señor —contestó la reina—. Tus últimas conquistas te mantuvieron ausente muchos meses.
—Así es —exclamó él—, y fueron grandes conquistas, cariño. Tendrías que haberme visto al mando de mis ejércitos cuando arrasamos Palestina y las naciones del Jordán. ¡Nadie podía hacerme frente! Obtuvimos una victoria absolutamente aplastante sobre sus ejércitos, derribamos sus muros e incendiamos sus palacios. Jamás ha habido imperio tan grande como el mío... em, nuestro, ni rey conquistador que ostente tal gloria y poder.
—También has traído inmensas riquezas y tesoros —exclamó la reina.
—¡Y esclavos! —Dijo el rey—. Voy a incluir a varios miles en las cuadrillas de esclavos que embellecerán Babilonia.
—Aunque ya se ve espléndida —dijo la reina—. Jamás ha habido en el mundo otra ciudad tan grande y magnífica.
Nabucodonosor respiró profundamente y sonrió con suficiencia.
—Y me he propuesto que se vea aún más gloriosa —dijo—. Con todos los esclavos que traje, podré acelerar el trabajo.
Luego de un abundante festín y varias copas de vino, Nabucodonosor y la reina se retiraron a sus aposentos, y el gran monarca, soberano de Babilonia y del mundo, se quedó dormido. En otras partes de la ciudad, hombres y mujeres de muchas nacionalidades, agotados por la faena del día, tiritaban de frío intentando dormir sobre rústicas esterillas de paja. Para ellos la noche pasaba pronto. Antes del amanecer, se los despertaba, y luego una comida de pan y sopa, eran llevados a las calles a trabajar. Con su sudor, su sangre y sus lágrimas construían Babilonia, la ciudad más espléndida de la tierra.
Aquella mañana, justo después del amanecer, un importante funcionario que tenía cerca de cincuenta años caminaba por la famosa «Vía de la Procesión», la avenida principal de Babilonia. Al pasar por la puerta de Ishtar, un carro se acercaba hacia él por la avenida a toda velocidad. Tiraron de las riendas bruscamente, obligando a los caballos a detenerse a su lado.
—¡Daniel, sube! —Dijo un noble judío de avanzada edad—. El rey Nabucodonosor quiere verte enseguida.
El señor Beltsasar, conocido entre sus amigos hebreos como Daniel, se ubicó junto a su amigo Abednego y el carro salió a toda carrera rumbo al palacio real. Ni bien había llegado a las escalinatas del palacio, una docena de guardias salió a recibirlo para escoltarlo a la sala del trono.
Alrededor del trono había un grupo de magos y astrólogos cuchicheando, pero al entrar Daniel, el rey Nabucodonosor ordenó que salieran todos.
—Ven. Ven aquí, Beltsasar —dijo.
Daniel se inclinó en señal de reverencia y se acercó al trono.
—¿Qué sucede, majestad? —preguntó.
—Esta mañana, temprano, tuve un sueño increíble, una pesadilla —respondió el rey con una expresión de espanto—. Estando en mi lecho, las visiones que pasaron por mi cabeza me llenaron de terror.
—Pero no comprendo su significado. Relaté el sueño a todos los sabios de Babilonia, a todos los magos, los hechiceros, los astrólogos y los adivinos, y no supieron interpretarlo.
—Pero tú, Beltsasar, eres maestro entre los magos. Sé que el espíritu del Dios Altísimo mora en ti, y que ningún misterio es demasiado difícil para ti. Hace muchos años, supiste interpretar el sueño de la gran imagen. Tal vez puedas ayudarme ahora otra vez. Por tanto... he aquí mi sueño:
—En medio de la tierra delante de mí había un árbol muy alto. Creció grande y fuerte, y tan alto que su copa llegaba hasta el cielo; se veía desde los confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él encontraban refugio las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y todos los seres de la tierra se alimentaban de su fruto.
En ese momento Nabucodonosor palideció y su frente se cubrió de gotas de sudor al revivir la experiencia:
—Luego, en mi visión, delante de mí apareció un vigía. No era un centinela común, como los que montan guardia en los muros de la ciudad, sino que... —agregó, susurrando temerosamente— era un santo, un ángel que descendía del cielo. Entonces el centinela gritó con gran voz: «¡Derriben el árbol y córtenle las ramas, quítenle el follaje y dispersen su fruto! ¡Váyanse las bestias que están debajo de él y las aves de sus ramas! Mas la cepa y sus raíces dejad en la tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo, y deja que se empape con el rocío del cielo, y que habite con los animales y entre las plantas de la tierra.»
Tembloroso, Nabucodonosor hizo una pausa, suspiró profundamente y continuó:
—Luego el vigía ordenó: «¡Que le sea quitada su mente humana y le sea cambiada por la mente de una bestia, hasta que hayan pasado siete años. La resolución es anunciada por los vigías, y la sentencia dictada por los santos, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna sobre los reinos de los hombres y que Él se los da a quien quiere, ¡y pone sobre ellos al más bajo de los hombres!»
—Ése es mi sueño, Beltsasar. Dime ahora la interpretación.
Daniel se sentó, profundamente sumido en la reflexión y la oración, y a medida que el significado del sueño le era revelado, quedó perplejo y sus pensamientos lo perturbaban profundamente. Sabía que al rey no le agradaría su respuesta, pero también sabía que por el propio bien del rey, debía decirle la verdad.
A ver la expresión de preocupación en el rostro de Daniel, Nabucodonosor le dijo:
—Que no te turben ni el sueño ni su interpretación. Dime qué significa.
Respetuosamente, Daniel respondió:
—Señor mío, desearía que el sueño se refiriera a tus enemigos y la interpretación a tus adversarios. El árbol que viste, que se hacía grande y fuerte, y cuya copa llegaba hasta el cielo, de manera que era visible desde todos los confines de la tierra... eres tú. Te has hecho grande y fuerte; tu grandeza ha crecido hasta alcanzar el cielo y tus dominios se extienden hasta los confines de la tierra, desde Persia hasta la frontera de Egipto.
—He aquí la interpretación de las palabras del vigía, oh rey, la sentencia que el Altísimo ha decretado contra ti:
—Serás echado de entre los hombres y vivirás con las bestias; te alimentarás de la hierba como los bueyes y serás bañado con el rocío del cielo durante siete años, hasta que reconozcas que el Altísimo es quien gobierna sobre los reinos de la tierra y se los da a quien quiere.
Y añadió:
—La orden de dejar la cepa del árbol con sus raíces significa que el reino te será devuelto cuando reconozcas que el cielo gobierna sobre la tierra.
—Daniel sabía muy bien el motivo por el que le había sido dado al rey aquel mensaje: se debía a la soberbia de creer que había construido la ciudad de Babilonia y el Imperio Babilónico gracias a su propia fuerza.
Con la esperanza de que el rey Nabucodonosor cambiara o se arrepintiera para que no tuviera que pasar por aquella penosa experiencia, Daniel le dijo:
—Oh rey, acepta de buen grado mi consejo; redime tus pecados haciendo el bien, y abandona tu impiedad apiadándote de los pobres. Tal vez así continúen tu paz y tu prosperidad.
Perplejo, e rey Nabucodonosor permaneció sentado durante un largo rato pensando en lo que Daniel le había dicho. El hecho de que hombre alguno le dijera aquellas palabras al soberano del mundo era una gran osadía. Aun tratándose de alguien a quien respetara tanto como a Daniel.
Sin embargo, luego de varios meses, el temor al sueño se debió desvanecer, ya que Nabucodonosor se volvió aún más altivo y tiránico.
Pasó un año, y una mañana, mientras paseaba por la azotea del palacio real, Nabucodonosor contempló la gran ciudad que había construido. Pensó en el gran templo de oro que había construido para su dios Marduk, y en los cincuenta y tres templos y ochenta altares que había erigido a los dioses, en cuya construcción y decoración había invertido tanto tiempo y dinero. Pensó en su palacio, la edificación más espléndida de la tierra, y en su propia manera de vivir, rodeado de lujos que no habían sido alcanzados por ningún otro rey sobre la tierra.
Nunca hubo, y nunca habrá, una ciudad tan magnífica y gloriosa como Babilonia, reflexionó.
Entonces Nabucodonosor exclamó en voz alta:
—¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para que fuera mi residencia real, valiéndome de mi gran poder, y para gloria de mi majestad?
Acababa de pronunciar esas palabras, cuando se oyó una voz que provenía del cielo:
—Esta es tu sentencia, rey Nabucodonosor: el reino te ha sido quitado, y serás echado de entre los hombres y vivirás con las bestias salvajes. Te apacentarás de la hierba como los bueyes, y pasarán siete años hasta que reconozcas que el Altísimo es quien gobierna sobre los reinos de los hombres y se los da a quien le place.
De pronto, Nabucodonosor trastabilló aturdido y cayó al suelo. En ese mismo instante se cumplió en él la profecía. Lo separaron de la gente y se apacentó de la hierba como los bueyes. Su cuerpo se bañó con el rocío del cielo hasta que el pelo y las uñas le crecieron como plumas y garras de águila.
Siete largos años transcurrieron, y un buen día algo cambió dentro de la mente de Nabucodonosor y recobró el juicio. Al darse cuenta de todo lo que le había ocurrido, levantó la mirada al cielo y comenzó a alabar y a dar gloria al Altísimo.
Con el rostro bañado en lágrimas, dijo:
—Su dominio es eterno; Su reino perdura de generación en generación. Ante Él, todos los pueblos de la tierra son considerados como nada. Él hace según Su voluntad con las potestades de los cielos y con los pueblos de la tierra. No hay quien detenga Su mano ni le diga: «¿Qué haces?»
Al día siguiente, todos sus consejeros y cortesanos acudieron a él, y al ver al rey en su sano juicio, le devolvieron el trono. Recuperó su dignidad y su esplendor, y su grandeza fue aún mayor que antes.
La transformación de Nabucodonosor fue tan profunda que escribió una carta dirigida al mundo babilónico, en la cual confesaba su pecado y proclamaba su fe en Dios, haciendo que fuera traducida a todos los idiomas que se hablaban en su reino. Aquella carta oficial de confesión pública quedó registrada en la Biblia, en el cuarto capítulo del libro de Daniel.
La carta del rey concluye con la siguiente afirmación: «Ahora yo, Nabucodonosor, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas Sus obras son verdaderas, y Sus caminos son justos. Y Él puede humillar a los que andan con soberbia»1.
Nota a pie de página:
1 Daniel 4:37.
Ver «Héroes de la biblia: Daniel» para más información sobre este fascinante personaje de la Biblia.
Adaptado de Dichos y Hechos © 1987. Diseño: Roy Evans.Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021
Antes de la caída
El rey Salomón escribió que «el orgullo va delante de la destrucción, y la arrogancia antes de la caída»1.
No todo el orgullo es malo. Puedes sentirte orgulloso de tus esfuerzos, orgulloso de otras personas, y orgulloso de tus creencias. Por otro lado, la arrogancia, la fanfarronería y la vanidad son formas de orgullo que son nocivas para tu espíritu y puede hacer que dependas más de ti mismo que de Dios, lo que le dificulta al Espíritu Santo ser una influencia que guíe tu vida.
Cuando te enfocas ante todo en ti mismo y en tus logros, eso es orgullo, y puede alejarte de los demás. Si el orgullo se arraiga en tu mente, te resultará mucho más difícil abrir tu corazón y mente a los demás. Proverbios 12:15 dice que «los necios creen que su propio camino es el correcto, pero los sabios prestan atención a otros»2. El orgullo puede alejar a las otras personas.
Por el contrario, la humildad te ayuda a concentrarte en los demás más que en ti mismo. Jesús es el mejor ejemplo de humildad. En los Evangelios leemos que Jesús ponía a los demás antes que a Sí mismo. Sus actos eran abnegados y, cuando hacía milagros, le daba la gloria a Dios. Siempre ponía a Dios y a los demás primero.
La humildad no es menospreciarse a uno mismo, sino ensalzar a Jesús y a los demás. Filipenses 2:3 dice: «No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes»3. El énfasis no está en tu humildad o insignificancia; más bien, la humildad se enfoca en animar a los demás y en sus necesidades y bienestar.
«Todos vístanse con humildad en su trato los unos con los otros, porque “Dios se opone a los orgullosos pero da gracia a los humildes”»4. La humildad procede de Dios. Es reconocer que todo comienza con Dios. Cuando tu corazón está bien alineado con Dios, es más fácil ser humilde.
La humildad crea un ambiente acogedor para que el Espíritu de Dios obre en ti.
«La humildad no es pensar menos de ti mismo, es pensar menos en ti mismo». Rick Warren5
Notas a pie de página:
1 Proverbios 16:18 (NTV)
2 Proverbios 12:15 (NTV)
3 Filipenses 2:3 (NTV)
4 1 Pedro 5:5 (NTV)
5 Rick Warren, Una vida con propósito
Texto: Andrea Gianni. Ilustración: Philippe LaPlume. Color y diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2020.
Que no te entierren
Estoy seguro que cada persona fue creada con al menos un talento, aunque es posible que tengamos varios talentos, algunos que aún desconocemos.
En el Diccionario de la Real Academia Española hay dos definiciones de la palabra talento. Son: «Persona inteligente o apta para determinada ocupación» y «Moneda de cuenta de los griegos y de los romanos».
La segunda definición nos ayuda a comprender la parábola de Jesús en Mateo 25:14-28. Un hombre llamó a tres de sus siervos y le entregó a cada uno cierta cantidad de talentos. Cuando el hombre volvió de un viaje, el primer y el segundo siervo le mostraron lo que habían ganado con su inversión y fueron debidamente recompensados. Pero el tercer siervo había enterrado su talento en vez de invertirlo. Cuando se lo devolvió a su señor fue duramente reprendido, y el talento fue a parar a uno de sus compañeros más capaces.
La moraleja de la parábola consiste en no enterrar los talentos (económicos o personales) que Dios nos ha dado. Sin embargo, al reflexionar en mis propias experiencias, comprendí que es posible vernos enterrados por esos mismos talentos, si no tenemos cuidado.
Los talentos que Dios nos da son herramientas que nos ayudan a cumplir nuestro llamado o pasión. El peligro reside en permitir que la motivación por usar algunos de esos talentos entierre virtudes como el amor o la humildad.
Cuando tenía 15 años toqué la percusión en una serie de funciones de beneficencia durante la temporada navideña. Los eventos fueron organizados para alimentar a los desamparados y ministrarles espiritualmente. Un día en concreto, los músicos habíamos practicado durante varias horas en preparación para el evento. Yo había comido muy poco y tenía mucha hambre. Estaban preparando unos deliciosos sándwiches y yo esperaba comerme algunos al concluir el programa. A fin de cuentas, me dije, me lo merezco; soy una de las estrellas del espectáculo.
Llegado el momento, me enteré que mi madre le había dado mis emparedados a una pobre mujer que había llegado tarde al evento. Si bien sabía que mi madre había hecho lo correcto, no estaba nada contento y se lo dije. Mi madre me contestó: «Esos sándwiches seguramente fueron lo mejor y la mayor cantidad de comida que ha tenido esa pobre mujer en mucho tiempo».
De inmediato me sentí avergonzado. Me había concentrado tanto en mí mismo y en lo que pensaba que merecía en reconocimiento por mi trabajo arduo que olvidé las necesidades de quienes eran menos afortunados que yo.
Tanto si se consideran talentosos como carentes de talento, pueden esforzarse por aumentar los verdaderos talentos y las virtudes del corazón, como el amor, la humildad y el servicio. A fin de cuentas, son de mayor importancia para Dios. Y si han sido bendecidos con talentos que se consideran más llamativos, pueden usarlos para el beneficio de otros y para glorificar a Dios, que es quien les bendijo con ellos. No permitan que los talentos los entierren, sino úsenlos para levantar a otros.
Texto: Steve Hearts, adaptado. Ilustración: Alvi. Diseño: Stefan Merour.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2017.
Las disculpas
Authored by Mara Hodler, adapted. Illustrations by Jeremy. Design by Stefan Merour.
Copyright © 2016 by The Family International
Bocadito, nº10: Fruto del Espíritu: Dominio propio
El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gálatas 5:22-23; NVI).
Deja que el Espíritu de Jesús y tu conocimiento de Su Palabra guíen tu modo de actuar y te asistan para tener dominio propio.
Memoriza: En mi corazón atesoro Tus dichos para no pecar contra ti (Salmo 119:11; NVI).
Acción: Haz una lista de las cosas que necesitan que alguien las controle para que puedan funcionar adecuadamente. Por ejemplo, un auto, una batidora eléctrica, una aspiradora, etc. Piensa en lo bueno que es tener esas cosas y en lo útiles que son si se saben controlar. Cuando tienes tu espíritu, tu modo de actuar y tus pensamientos bajo control, puedes ser una bendición para los demás. Además es más divertido estar cerca de ti.
Lee todo el artículo en “Lecturas Energizantes 12: Fruto del Espíritu: Autocontrol.”
Texto: R.A. Watterson. Ilustración: Yoko Matsuoka. Diseño: R.A. Watterson.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2015.