Estoy seguro que cada persona fue creada con al menos un talento, aunque es posible que tengamos varios talentos, algunos que aún desconocemos.
En el Diccionario de la Real Academia Española hay dos definiciones de la palabra talento. Son: «Persona inteligente o apta para determinada ocupación» y «Moneda de cuenta de los griegos y de los romanos».
La segunda definición nos ayuda a comprender la parábola de Jesús en Mateo 25:14-28. Un hombre llamó a tres de sus siervos y le entregó a cada uno cierta cantidad de talentos. Cuando el hombre volvió de un viaje, el primer y el segundo siervo le mostraron lo que habían ganado con su inversión y fueron debidamente recompensados. Pero el tercer siervo había enterrado su talento en vez de invertirlo. Cuando se lo devolvió a su señor fue duramente reprendido, y el talento fue a parar a uno de sus compañeros más capaces.
La moraleja de la parábola consiste en no enterrar los talentos (económicos o personales) que Dios nos ha dado. Sin embargo, al reflexionar en mis propias experiencias, comprendí que es posible vernos enterrados por esos mismos talentos, si no tenemos cuidado.
Los talentos que Dios nos da son herramientas que nos ayudan a cumplir nuestro llamado o pasión. El peligro reside en permitir que la motivación por usar algunos de esos talentos entierre virtudes como el amor o la humildad.
Cuando tenía 15 años toqué la percusión en una serie de funciones de beneficencia durante la temporada navideña. Los eventos fueron organizados para alimentar a los desamparados y ministrarles espiritualmente. Un día en concreto, los músicos habíamos practicado durante varias horas en preparación para el evento. Yo había comido muy poco y tenía mucha hambre. Estaban preparando unos deliciosos sándwiches y yo esperaba comerme algunos al concluir el programa. A fin de cuentas, me dije, me lo merezco; soy una de las estrellas del espectáculo.
Llegado el momento, me enteré que mi madre le había dado mis emparedados a una pobre mujer que había llegado tarde al evento. Si bien sabía que mi madre había hecho lo correcto, no estaba nada contento y se lo dije. Mi madre me contestó: «Esos sándwiches seguramente fueron lo mejor y la mayor cantidad de comida que ha tenido esa pobre mujer en mucho tiempo».
De inmediato me sentí avergonzado. Me había concentrado tanto en mí mismo y en lo que pensaba que merecía en reconocimiento por mi trabajo arduo que olvidé las necesidades de quienes eran menos afortunados que yo.
Tanto si se consideran talentosos como carentes de talento, pueden esforzarse por aumentar los verdaderos talentos y las virtudes del corazón, como el amor, la humildad y el servicio. A fin de cuentas, son de mayor importancia para Dios. Y si han sido bendecidos con talentos que se consideran más llamativos, pueden usarlos para el beneficio de otros y para glorificar a Dios, que es quien les bendijo con ellos. No permitan que los talentos los entierren, sino úsenlos para levantar a otros.
Texto: Steve Hearts, adaptado. Ilustración: Alvi. Diseño: Stefan Merour.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2017.