Jimmy se limpió nuevamente el sudor de las manos en el pantalón. Se dio la vuelta y miró por la ventana, luego dirigió la mirada al reloj.
La hora indicaba el pronto arribo de Carla y Steve. Serían los primeros en visitarlo desde que volvió del hospital. Jimmy le dirigió a su mamá una mirada suplicante.
—A lo mejor puedes llamar y decirles que no vengan.
—Son tus mejores amigos. Quieren ver que estás bien —lo tranquilizó su mamá dándole un cariñoso apretón en el hombro.
—Pero no me encuentro bien —murmuró Jimmy.
El timbre sonó. Le pareció extraño que sus amigos se anunciaran. Por lo general, Steve entraba a hurtadillas para asustar a Jimmy, pero sus intentos eran frustrados por la risa de Carla. La insuperable risa de Carla.
La mamá de Jimmy bajó a abrirles la puerta y al cabo de poco se escuchó una risa nerviosa. Los amigos asomaron la cabeza en la habitación. Jimmy se aclaró la garganta.
—Entren —anunció.
Entraron a la habitación en silencio.
—Este… ¿cómo estás? —se aventuró Steve.
—Bien.
—¿Te duele?
Jimmy se encogió de hombros.
—Al menos no es toda la pierna. Quiero decir, aún tienes la rodilla… —empezó Carla. Su rostro enrojeció mientras lanzaba una pequeña risita. Miró a su alrededor sin saber qué decir.
Steve le dirigió una mirada exasperada y le dio con el codo en las costillas.
—Bien hecho, Carla.
Jimmy miró a sus mejores amigos. ¿Se comportarían todos de la misma manera? ¿Serían incapaces de dirigirle la mirada y de hablar con naturalidad?
—Miren —balbuceó—, supongo que aún no estoy listo para recibir visitas… Necesito descansar.
Steve y Carla lo miraron en silencio. El dolor se reflejaba en sus rostros.
—Claro —respondió Steve—. Bueno, te veremos luego.
Carla no se movió. Steve la tomó del brazo y la llevó hasta la puerta. La puerta se cerró detrás de ellos con suavidad.
—No tenías que mencionarlo —escuchó a Steve decirle a Carla.
Jimmy se levantó de la silla y se tumbó en la cama. Me siento terrible y estoy muy cansado, pensó. El diagnóstico médico incluía un periodo de adaptación. ¿Adaptarse a qué? El accidente había ocurrido hacía un mes, pero aún le costaba mirarse las piernas y ver solo un pie.
Un momento de descuido. Un automóvil que pasó el semáforo en rojo. Un descuido y un automóvil: los elementos necesarios para trastornar la hiperactiva vida de un jovencito de 11 años.
Suspiró. Sabía que no era correcto ignorar a Steve y Carla. Le habían enviado una montaña de tarjetas, meriendas y libros de historietas durante su estadía en el hospital. Levantó el auricular del teléfono y marcó el número de Steve.
—¿Steve…?
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
—¿Sí?
—Lamento lo ocurrido. Fue muy extraño, ¿sabes?
—Así es —acordó Steve. Una pausa—. Carla está aquí.
—¿Sí? Bueno, no quiero que pase otra vez... Es incómodo para todos mirarnos sin saber qué decir. He decidido hablar de… este… mi pie. Quiero decir, del muñón. ¿Qué te parece?
—¿Quieres decir que te puedo hacer preguntas?
Jimmy suspiró.
—Sí.
—Genial —gruñó Steve.
—Tengo que volver al hospital mañana para que me pongan otro pie. ¿Nos reunimos después de eso?
Se oyó un forcejeo al otro lado de la línea. Carla intentaba quitarle el teléfono a Steve.
—Llevaré algo de comer. ¡Haremos una fiesta!
Jimmy sonrió y dejo escapar un suspiro de alivio al colgar el teléfono. Empezó los preparativos para la visita al hospital.
La tarde del día siguiente, Jimmy le relató a Steve y Carla la primera impresión de la prótesis, mientras comían papas fritas.
—Hola. Tú debes ser Jimmy —se presentó la doctora—. ¿Cómo te sientes hoy?
Jimmy se encogió de hombros.
—Para empezar, vamos a crear un molde de tu pierna. Ello nos permitirá obtener la forma indicada de la parte superior de tu nuevo pie.
—Le encanta decir vamos —recordó Jimmy—. No es como que ambos perdimos un pie.
Steve sonrió y Carla soltó una risita.
—Utilizó un gel extraño para crear el molde de mi muñón. Luego dijo que el pie estaría listo la semana entrante.
—Podrás caminar otra vez —exclamó Carla—. ¡Qué bien!
—Pues, primero tengo que ver al fisioterapeuta…
—¿Qué? —preguntó Steve, preocupado—. ¿Para qué tienes que ver al loquero?
Carla hizo una mueca.
—Eso es un psiquiatra.
—Mi fisioterapeuta me enseñará a caminar con el nuevo pie. Les dicen FT para abreviar —explicó Jimmy.
En la sala de espera del hospital, Jimmy vio a un señor con cabello gris y ojos pequeños. Su cabello gris se levantaba en todas direcciones. Le recordó a una descolorida margarita. Si bien procuró esquivar la mirada, no pudo evitar darse cuenta que estaba en una silla de ruedas y no tenía piernas. El hombre notó las miradas de Jimmy. Le dirigió una extraña mueca que podía interpretarse como una sonrisa o un gruñido. Avergonzado, Jimmy fijó los ojos en las luces de neón hasta que lo llamaron a la oficina del doctor.
En el camino a casa, Jimmy mencionó a aquel hombre.
—Había un villano de clase A en la sala de espera.
Era un juego que había inventado con sus amigos. Escogían un papel de película para las personas que veían en la calle. El papel de villano de clase A estaba reservado para los que se veían especialmente malvados y probablemente se convertirían en artífices del mal.
—Escuché a alguien en la sala de espera llamarlo Loco Max.
—Estás bromeando —dijo Steve luego de escuchar la descripción del hombre.
—Ese debe ser el Sr. Horacio —aclaró Carla—. Vive en la casa el final de la calle. Pero solo emplea un bastón al caminar. No sabía que usaba prótesis. Nunca lo habría imaginado.
Dos días después, la mamá de Jimmy lo dejó frente al colegio. Con la ayuda de muletas avanzó por el pasillo hacia el salón. Samuel (colega, quinto pupitre de la segunda fila) corrió a su lado por el pasillo y se deslizó hasta la puerta. Tom (colega, tercer pupitre de la cuarta fila) corrió desde la esquina y saltó sobre Sabina, que estaba arrodillada en el suelo recogiendo unos libros.
No puedo saltar. No puedo correr y deslizarme, pensó con desazón. Otra voz en su mente respondió. ¿En serio? ¿Cuándo fue la última vez que saltaste por encima de alguien? Vamos, ¿qué edad tienes? ¿Seis años?
El dialogo interior había empezado luego del accidente. Antes de eso corría tanto y estaba tan ajetreado que nunca se había detenido a pensar. Mucho menos a hablar para sus adentros.
Entró al salón y se sentó en el momento justo que sonó la campana.
La mirada de Jimmy no se despegaba del pizarrón, donde el profesor escribía las tareas del día. Sabía que era el centro de atención de al menos la mitad de los estudiantes. Las miradas le producían un extraño cosquilleo. Como si un mosquito bailara en su cabeza con sombrero de copa alta y bastón.
El cosquilleo continuó el resto de la mañana y la tarde. Nadie la dirigió la palabra durante el almuerzo, con la excepción de Carla y Steve.
—Me he convertido en el hombre invisible.
—Cómete una chocolatina en clase y verás lo invisible que eres —contestó Carla.
Jimmy frunció el entrecejo. Carla continuó:
—No saben qué decirte. No saben si te enojarás por querer mirar tu pierna o si deberían ignorarte. Es extraño para todos. Hace unos días Steve y yo nos sentíamos igual. ¿Verdad, Steve?
Steve resopló.
—Una vez que se acostumbren, todo volverá a ser igual. ¿Verdad, Steve?
Steve volvió a resoplar.
Todo iba bien hasta que los tres amigos se dispusieron a salir del colegio. A Jimmy se le fue el alma a los pies al observar la práctica de fútbol. Le encantaba el fútbol. Todos los días pasaba horas jugando ese deporte. Las paredes de su cuarto estaban llenas de afiches de los mejores jugadores. El jardín de su casa tenía un arco de fútbol. Su armario estaba repleto de zapatillas deportivas, espinilleras y medias enormes, de las que se ponen sobre las espinilleras y hacen que las piernas parezcan un calcetín navideño.
Carla tomó el brazo de Jimmy.
—Podrás volver a jugar —dijo sin convicción.
Jimmy no pronunció palabra por el resto del día.
En el camino a casa, la mamá de Jimmy le dio la razón a su amiga.
—Puedes volver a jugar al fútbol una vez te acostumbres a tu nuevo pie.
Jimmy dejó escapar un bufido similar a los de Steve.
—¿Por qué no le preguntas al fisioterapeuta sobre la posibilidad de volver a jugar al fútbol?
Jimmy miró por la ventana del coche. No quería que nadie se enterara del terrible temor que sentía de nunca volver a ser normal. El temor de nunca volver a jugar al fútbol.
Me pregunto, pensó Jimmy, si en ocasiones el Sr. Horacio siente ganas de tirarse del pelo y gritar porque no puede jugar al fútbol.
Luego de calzarse el nuevo pie, Jimmy descubrió que caminar en línea recta era tan difícil que cualquier deporte parecía un sueño lejano.
La primera sesión con su terapeuta (el FT o fisioterapeuta) le permitió aprender a caminar en línea recta sin las muletas. Fue una línea recta muy corta. El terapeuta le animó a volver a intentarlo.
—Tendrás que aprender poco a poco. Pero necesitarás mucha práctica. No podrás caminar todo el día con el nuevo pie hasta que se fortalezcan los músculos.
—¡No me diga! —Jimmy se sentía muy frustrado—. No imaginé que dolería tanto. He estado de pie solo quince minutos y ya me duele.
—La piel del muñón debe volverse más fuerte. En este momento es similar a la piel de un bebé. No te des por vencido.
Si bien aquellas palabras tenían como motivo animarle, hicieron que Jimmy quisiera gritar.
—Nunca podré volver a jugar al fútbol —murmuró Jimmy.
El rostro del terapeuta se conmovió.
—Aprenderás a jugar al fútbol otra vez. Con el paso del tiempo.
—¡Ajá!
La exclamación pareció anticuada y retumbó de manera extraña en el gimnasio. Jimmy se dio la vuelta y observó la dramática figura del villano de clase A. El Loco Max —quiero decir—, el Sr. Horacio acababa de entrar al gimnasio.
—Muy bien, chico —dijo el Sr. Horacio, fijando en Jimmy su mirada—, bienvenido al club.
Jimmy no tenía ningunas ganas de unirse a ningún club al que perteneciera el Sr. Horacio. Casi se lo dijo.
—El bueno de tu terapeuta te está llenando la cabeza de basura —continuó alegremente—. La verdad es que nunca volverás a jugar al fútbol como antes.
El terapeuta se molestó.
—¿Qué está haciendo aquí, Sr. Horacio?
—He reservado la zona de escalada del gimnasio. Continúen con los pasitos de bebé.
Las orejas de Jimmy se enrojecieron. Sentía enojo y vergüenza. Su terapeuta también parecía haberse quedado sin palabras. Desde el accidente, el comportamiento de los demás adultos había sido indulgente. Muchos le habían dirigido palabras compasivas o tranquilizantes. Pero el Sr. Horacio era muy distinto. Jimmy miró con interés mientras el Sr. Horacio se acercaba a la pared del gimnasio. Allí había cuerdas, barras y una pared de escalada.
El Sr. Horacio empezó con las cuerdas. Se levantó con una y se propulsó hacia arriba con la otra tan rápido que le recordó a Jimmy una película a alta velocidad. Descendió por la cuerda cabeza abajo. Luego caminó sobre sus manos por las barras. El Sr. Horacio cambió rápidamente de villano a gimnasta olímpico. Fue impresionante. Por primera vez desde el accidente, la incapacidad de jugar al fútbol se desvaneció. En su lugar, aumentó el interés por la escalada. Claro que había escalado antes, como todos los chicos. Pero, ¿trepar y descolgarse como el Loco Max? Se le ocurrió una idea.
Carla y Steve examinaban el primer pie prostético de Jimmy. Se encontraba en la mesa al lado de las papas fritas.
—¿Por qué no lo llevas al colegio? —preguntó Carla—. Así puedes dejar las muletas.
—Todavía no lo puedo usar por mucho tiempo. Además, no es la prótesis permanente. Es de prueba. El mes entrante me darán el pie permanente. Incluso entonces tendré que cambiarlo cada seis meses, porque sigo creciendo.
—Quiero que me des este pie cuando te den el nuevo —anunció Carla—. Imagina todas las bromas del día de los inocentes y de Halloween que puedes hacer con un montón de pies.
—El siguiente es para mí —interrumpió Steve.
—A este ritmo, podremos abrir una tienda de pies de segunda mano.
—¿Cuándo empezarás a acostumbrarte a la prótesis? —preguntó Carla, mientras levantaba el pie. La verdadera pregunta era ¿Cuándo empezarás a jugar al fútbol?
Todos los que conocían a Jimmy antes del accidente sabían cuánto le gustaba el fútbol. Su amor por ese deporte estaba plasmado en su mochila, llavero y muchísimas camisetas deportivas.
—Si continúo entrenando, en un par de meses podré caminar con la prótesis durante horas —Jimmy se encogió de hombros.
La idea de caminar no parecía gran cosa cuando hace pocos meses corría en el equipo del colegio y jugaba al fútbol.
—Pero me empieza a interesar la escalada…
—¿Cuánto interés tienes? ¿Ya has empezado? ¿Puedes escalar usando solo los brazos? —Las preguntas de Carla salían rápido como balas.
—He intentado escalar las cuerdas del gimnasio durante la terapia —explicó Jimmy—. El gimnasio también tiene una pared de escalada en roca. El Loco Max… quiero decir, el Sr. Horacio hace sus prácticas allí. Es asombroso lo que hace.
Jimmy les contó a sus amigos lo que había visto hacer al Sr. Horacio.
—Tengo que ver eso —anunció Carla—. ¿Cuándo es la siguiente cita con tu FT? Steve también va a venir. ¿Verdad que sí, Steve?
Steve resopló como de costumbre.
—Espero que no le importe —Jimmy le dijo a su FT cuando Carla y Steve lo acompañaron a la siguiente sesión de entrenamiento—. Quieren ver la práctica del Loco Max.
—Jimmy —susurró Carla—, el FT tiene una sonrisa ping perfecta.
El trío había decidido que la sonrisa ping era la sonrisa típica de los príncipes de Disney y los modelos de pasta dentífrica. La sonrisa hacía ping con pequeñas chispas que salían de las comisuras de los labios.
—Estás loca.
Carla soltó una risita. Steve y Carla hicieron vítores mientras Jimmy intentaba subir las escaleras con su nuevo pie.
—Emplea ambos pies. Procura mantener el cuerpo como centro de equilibrio —ayudó el FT.
Jimmy escaló hasta la cima de la pequeña serie de escaleras y levantó el puño en señal de victoria. Steve y Carla se pusieron en pie para aplaudir.
Se escuchó un sonoro gruñido desde la entrada del gimnasio. Todos se dieron la vuelta. Allí estaba el Sr. Horacio, también conocido como el Loco Max, villano de grado A, acróbata y gimnasta.
—Hola, Sr. Horacio —saludó Jimmy.
—Veo que has traído apoyo moral —respondió el Sr. Horacio, apuntando con el bastón a Steve y Carla.
—A decir verdad, vinieron a verlo a usted. Les gustaría ver sus trucos —explicó Jimmy.
El Sr. Horacio pareció sorprendido. Casi gratamente sorprendido. Luego sacudió la cabeza y frunció las cejas.
—No soy una función de circo —rezongó.
De todas maneras, se dirigió a las cuerdas y dio una actuación acrobática tan sorprendente que los tres amigos gritaron y aplaudieron. Hasta el FT aplaudió.
—Su amigo Jimmy tiene una terrible desventaja —el Sr. Horacio le dijo a Carla y Steve luego de bajar hasta el suelo y tomar el bastón.
—Solo ha perdido un pie. ¿Cómo espera escalar sin tener equilibrio, como yo? —el Sr. Horacio sacudió la cabeza lastimeramente.
—Acabo de empezar —se defendió Jimmy—. Un día de estos haremos una carrera por las cuerdas. Le voy a ganar, Sr. Horacio.
El Sr. Horacio sonrió.
—No creo que suceda, chico —dijo, alejándose.
En las siguientes semanas, Steve y Carla descubrieron nuevos artículos en el cuarto de Jimmy.
—¿Una barra y una cuerda para escalar? —preguntó Carla tirando de la cuerda—. Lo de escalar va en serio, ¿verdad?
—A mi mamá le preocupa que me haga daño escalando. Dice que debo practicar antes de escalar a mayor altura —respondió Jimmy—. Por la tarde y las noches me dan ganas de subirme por las paredes… Las historietas empiezan a aburrirme. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Carla, fiel a su forma de ser, intentó escalar la cuerda usando solo las manos. Se detuvo a un metro del suelo.
—Es muy difícil solo con los brazos —se soltó y golpeó el suelo con un ruido sordo.
Momentos después, la mamá de Jimmy entró a la habitación.
—No fui yo, mamá.
La mamá de Jimmy miró con recelo la cuerda que colgaba del techo. Pero todo lo que dijo fue:
—Ten cuidado con la cuerda.
Steve intentó escalar solo con las manos y para sorpresa de todos, subió hasta el techo en un momento.
—Solo imagina —dijo Carla—, te encuentras a treinta metros del suelo, asido solo de la cuerda. El viento te empuja en todas direcciones y…
Steve cayó al suelo con un ruido sordo.
—No fui yo, mamá —grito Jimmy antes de que su madre volviera a entrar al cuarto.
—Me gustaría unirme a un club de escalada cuando tenga mi pie permanente. Para escalar hay que usar más los brazos que las piernas. Miren lo que encontré en línea —Jimmy le mostró a sus amigos la imagen de una fantástica prótesis en el computador—. Es lo último en prótesis de escalada. Se adhiere a la superficie y cabe en grietas que un pie normal no podría. Le preguntaré a mamá si me regala una para Navidad.
—Jimmy —anunció Steve con solemnidad—. Esto es genial.
Las semanas parecieron pasar a toda prisa entre el colegio y la terapia. Los afiches en el cuarto de Jimmy fueron reemplazados poco a poco por campeones de escalada. Todas las semanas Jimmy aprendía a caminar sobre su nuevo pie y a escalar en la pared. Algunos días eran buenísimos; otros, muy malos. Pero nada motivaba a Jimmy como el Loco Max. Se encontraban en el gimnasio por lo menos una vez por semana. La mueca de desdén (¿o era una sonrisa?) frente a los intentos de Jimmy de caminar y correr, aumentaba su determinación.
—Es una noche oscura. El cielo está iluminado por rayos… —susurró Carla.
—Carla, son las cuatro de la tarde. El cielo está despejado.
Carla movió la mano en el aire.
—Son los detalles. De todas maneras, hoy es el gran desafío… si el Sr. Horacio viene.
—Es viernes. Él viene todos los viernes —razonó Steve.
Jimmy asintió y se frotó las manos.
—Igual podemos empezar a calentar escalando —sugirió Carla.
Los tres amigos se esforzaron por asirse a las cuerdas y barras. Jimmy contaba con el pie permanente, pero aún no lo empleaba en la pared de escalada. Carla intentaba ganarle a Steve en una carrera de barras de mano. Ni se dieron cuenta que ya era de noche.
—Supongo que no vendrá —suspiró Jimmy.
—Estará aquí el próximo viernes —comentó Carla—. Mientras tanto, conviene practicar la escalada.
Jimmy asintió. En el curso de los días siguientes, entre el colegio, las tareas y los amigos, casi olvidó el concurso de escalada con el Sr. Horacio. Hasta que llegó el viernes. El Sr. Horacio tampoco apareció. Steve, Carla y otros compañeros de estudio de Jimmy habían empezado un club de escalada. Lo llamaron King Kong. Al cabo de poco dejaron de reservar la sección de escalada del pequeño centro terapéutico donde entrenaba Jimmy. En vez de eso, entrenaban dos veces a la semana en un centro de escalada bajo techo.
Pasaron dos meses antes que Jimmy descubriera qué había pasado con el Sr. Horace. Era la competencia nacional de escalada juvenil contrarreloj. Todos los integrantes del club King Kong habían confirmado su participación. Una gigantesca pared de escalada se había erigido para el evento.
Jimmy se levantó temprano. No podía dormir de la emoción y los nervios. En su mente repasaba el nuevo curso de escalada. A nadie se le había permitido escalarlo, pero había observado a los hombres que lo ensamblaron. Estaba tan concentrado en sus pensamientos que no escuchó que un auto se detenía frente a la casa. Ni siquiera reparó en el timbre o en la conversación en el pasillo.
Finalmente se dio cuenta que su mamá lo llamaba. Alguien quería verlo. Apresuradamente saltó en un pie hasta las escaleras, aferrándose al barandal. Había una señora en la puerta.
—Jimmy —anunció su mamá—, es la hermana del Sr. Horacio.
La señora en la puerta no se parecía en nada al Loco Max.
—Hola… —se aventuró Jimmy. Recordó con nerviosismo que aún tenía el pijama puesto.
—Me llamo Samanta —respondió la señora con amabilidad—. He venido a traerte una carta de mi hermano. Verás, hace un mes pasó a mejor vida.
—Pero… ¿cómo? —tartamudeó Jimmy.
—Hace mucho que estaba enfermo. Pero, conociendo a mi hermano, lo más probable es que no lo mostrara.
A Jimmy se le hizo un nudo en la garganta.
—No —asintió—. No me di cuenta.
—Lamento no haberte entregado esta carta antes. Lo único que me pidió fue entregar la carta a un Jimmy que vive cerca.
—Solo… solo nos veíamos en el gimnasio mientras aprendía a usar mi nuevo pie.
—En ese caso, creo que esto es para ti —continuó Samanta.
Jimmy abrió la carta.
Jimmy dobló la carta y ahogó un sollozo. No dejaba de decirse que no estaba llorando. Juró que en la competencia de ese día, escalaría como si compitiera contra el mismísimo Max.
Aquel día y para sorpresa de todos (excepto para Carla y Steve), el nuevo evento de escalada juvenil contrarreloj tuvo un claro ganador: Jimmy.
Texto: Yoko Matsuoka. Ilustraciones: Yoko Matsuoka. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2019