Rincón de las maravillas
El mejor regalo de Navidad
viernes, diciembre 1, 2017

Una de las más memorables navidades que jamás tuve fue al final del año en que me vi confinada a una silla de ruedas.

A comienzos del verano se me rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha en un accidente mientras practicaba deporte y posteriormente se me dañó el nervio adyacente. Caminar, incluso con muletas, me producía muchísimo dolor. Finalmente —pese a la vergüenza que ello me producía— opté por permitir que se me empujara de un lado a otro en una silla de ruedas. Visité sin éxito varios hospitales y médicos en busca de una solución rápida. Un doctor indicó que probablemente debería someterme a una costosa cirugía. Otro diagnosticó fisioterapia intensiva. Al parecer la única solución disponible dentro de mi presupuesto era esperar varios meses hasta que la lesión se curase por sí sola.

Siendo una adolescente hiperactiva, para mí era la opción menos apetecida. Quería viajar y hacer cosas, ¡no estar encerrada en casa día y noche! Era consejera juvenil en un club social de la localidad, bailarina y coreógrafa de una compañía teatral de cinco integrantes y la directora de personal de un centro de voluntariado, para no mencionar que era adicta a los deportes y los practicaba al menos tres veces por semana.

Pero a pesar de todo, me tocó resignarme a mi silla de ruedas mientras recordaba con nostalgia la vida activa y movida que hasta entonces había llevado, y me preguntaba si me estaría despidiendo para siempre de toda esa diversión y ejercicio.

Con el correr de los meses se me atrofiaron los músculos por falta de uso. Para colmo, me empezaron a aquejar otros problemas de salud que seguramente requerirían cirugía.

Luego de escuchar el pronóstico médico, me fui a casa a meditar en todo ello. En aquel entonces mantenía en la mesita de noche un cuadernillo con una compilación de versículos de la Biblia. Siempre que me ponía a pensar en lo peor que me podría pasar, me concentraba en la sección acerca de cómo vencer el temor. Algunos pasajes me fueron de gran ayuda:

Tú guardas en completa paz a quien siempre piensa en ti y pone en ti su confianza1.
Aunque deba yo pasar por el valle más sombrío, no temo sufrir daño alguno, porque Tú estás conmigo; con Tu vara de pastor me infundes nuevo aliento2.
Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. Confío en Dios y alabo Su palabra; confío en Dios y no siento miedo. ¿Qué puede hacerme un simple mortal?3

Durante ese tiempo, mi madre me mencionó el libro que habíamos estado leyendo y cuyo título era Prison to Praise4 (De la cárcel a la alabanza), un relato acerca de un capellán que enseñaba a las personas a alabar aun en las peores circunstancias y cómo dichas situaciones se convertían en algo positivo. Pudo ser testigo de inválidos que volvían a caminar y de niños que resucitaban debido al poder de la alabanza a Dios.

A partir de ese día me entregué a la alabanza. Esta se convirtió en mi salvavidas y me sacó del hoyo que yo misma me había cavado. Cada vez que pensaba en mi situación, alababa al Señor por ello, le agradecía mis problemas de salud y por la perspectiva de lo que parecía ser una operación inevitable. ¡Jamás imaginé los asombrosos milagros que se producirían gracias al poder de la oración y la alabanza!

Unas semanas después de que mi familia y amigos se reunieran a orar por mí, solicité a otro hospital una segunda opinión a mis problemas de salud. Me preocupaba pensar que la situación hubiera empeorado aún más. Inmediatamente me puse a orar y alabar al Señor de todo corazón invocando el versículo «El justo pasa por muchas aflicciones, pero el SEÑOR lo libra de todas ellas»5.

Al finalizar el examen médico, el doctor me enseñó el resultado de la prueba. No había ninguna señal de los problemas. ¡Estaba sanada!

El relato de mi curación se convirtió en un testimonio de la respuesta del Señor a la oración. Ahora sé que casi todo el mundo está dispuesto a escuchar acerca de los milagros de un Dios que responde la oración y vela por los Suyos.

¡Y eso no es todo! Pude inscribirme en un programa de fisioterapia y en cuestión de pocos meses se me curó la pierna sin necesidad de cirugía ¡y justo para la temporada de Navidad! No solo estaba totalmente curada, sino que pude volver a caminar y reintegrarme a mi grupo de danza y hacer presentaciones por todo el país. Ahora que sabía lo que era padecer dolores, sentirme solitaria, insegura y deprimida, mi deseo era demostrar a todos en hospitales y orfanatos que hay un Dios que vela por ellos de la misma forma que lo hizo por mí.


1 Isaías 26:3 (RVC)

2 Salmo 23:4 (RVC)

3 Salmo 56:3–4 (NVI)

4 Prison to Praise, Merlin R. Carothers, publicado por primera vez en 1970

5 Salmo 34:19 (RVC)

Texto: Gabriela Farmer, adaptado. Publicado por primera vez en Solo1cosa. Ilustración: Nozomi Matsuoka. Diseño: Stefan Merour.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2017
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Etiquetas: navidad, curación