En la mañana de Navidad, al ritmo de un hip-hop interpretado por Tiny Tim and the Christmas Carollers —adaptación de un villancico tradicional—, Roshna Gupta, de dieciséis años, buscaba los regalos navideños que tuvieran su nombre del pie de un dilapidado árbol plateado, milagroso sobreviviente de siete navidades.
Tras apenas un par de minutos, suspiró y dio una ojeada desdeñosa a los paquetes abiertos y sus contenidos: un par de medias, unos guantes y un sweater color verde olivo adquirido en la tienda de segunda mano del Ejército de Salvación, un collar de oropel de muy mal gusto y una blusa heredada de su prima, un frasco minúsculo de perfume (ni más ni menos que una muestra gratis que venía con una de las compras que había hecho su mamá en las Perfumerías del ahorro, y una bolsa de caramelos surtidos.
Pensó para sus adentros, con sarcasmo, «supongo que es uno de esos casos en que “la intención es lo que vale”…»
Uff. Seguro que ese pretendiente tenía más dinero que sentido común al mandarle a su amante semejante surtido de regalos inútiles y extravagantes…
Estaban en plena temporada de paz y buena voluntad, pero lo último que quería manifestar Roshna eran esas virtudes. Por otra parte, Nandi, su hermano de doce años, exhibía con orgullo su flamante bate de cricket y agradecía efusivamente a Michael, que se lo había regalado. Michael sorbía una botella de cerveza negra mientras le arrancaba unos acordes de jazz a su guitarra eléctrica.
Pues me alegro por Nandi… pero ¿y yo, qué? ¿Acaso a mí me regala algo el novio de mi mamá?
Roshna, Nandi y su madre, de treinta y ocho años, que se llamaba Chitrathi, compartían un apartamento de dos habitaciones en Southall, una comunidad india de los suburbios de Londres. A pesar de los subsidios del gobierno, la pequeña familia vivía en la pobreza. A excepción de un primo que vivía en la ciudad de Wolverhampton, situada al centro de Inglaterra, los otros parientes de Chitrathi vivían en la India, y su esposo Sadhil los había abandonado ocho años atrás para emprender una carrera exitosa en Silicon Valley, California.
Sin embargo, no nos ha enviado absolutamente nada en todos estos años, y por mucho que le insisto, mamá no se ha tomado la molestia de demandarlo por manutención. Por lo visto, de poco le sirve su religión de «hacer con los demás como uno quiere que hagan con uno» y de «da y recibirás».
Por muy cristianas que se supone que fueran esas creencias, los Gupta eran hinduistas. La madre de Roshna era un alma generosa. Siempre andaba repartiendo sus «ofrendas» de tiempo, atención e incluso dinero cuando podía a quienes no tenían acceso a esos lujos, mientras respondía a las objeciones de sus hijos con el lema «uno cosecha lo que siembra».
Genial. ¿De qué le sirve a mamá ser generosa? Un apartamentucho, la buena voluntad de instituciones de caridad y un novio al que no le alcanza ni para un coche.
Michael Ridley, de treinta y nueve años, era novio de Chitrathi. Trabajaba en una imprenta del cercano distrito de Ealing, y acababa de divorciarse tras doce años de matrimonio. Vivía solo en una pensión paupérrima. No tenía auto propio porque no le interesaba tenerlo.
—Demasiado gasto, eso de la gasolina y el estacionamiento —solía señalar—. Como dicen las empresas de transporte: «Tómese el autobús y déjenos a nosotros lo demás». Concuerdo con ellos al 100%.
A pesar de su aparente afabilidad y sencillez, Michael era en realidad un hombre sumamente complejo e introvertido, cuya sorprendente aptitud para tocar dificilísimas escalas de jazz en la guitarra eléctrica complementaba sus exiguos ingresos, ya que eso le permitía tocar de cuando en cuando en clubes de jazz o eventos privados.
Justamente había conocido a Chitrathi en uno de esos eventos: la boda del primo de ella. Se conocieron más en cierta ocasión en que se encontraron en el bazar indio de Southall, donde Michael, amante de la comida hindú y excelente cocinero —al igual que Chitrathi— había ido a comprar los ingredientes para preparar un cordero Biryani para una cena de solteros.
De pronto, la conversación inicial tomó inesperadamente un giro religioso. Michael era cristiano, pero no asistía a la iglesia. Chitrathi era básicamente hinduista pero comía carne y observaba el significado de la Navidad más de lo que marca la tradición.
—Lo que sucede —les había explicado en cierta ocasión a Roshna y Nandi— es que si pretendemos que los cristianos respeten nuestras creencias, nosotros debemos respetar las de ellos.
Así fue que, tras la partida de Sadhil, y sin objeción alguna por parte de los niños, Chitrathi introdujo un árbol navideño al hogar de los Gupta.
Se acerca la Navidad, el ganso ya casi está engordado… gorgeaba lastimosamente Tiny Tim en persona, masacrando un estribillo del espléndido villancico con su tono chillón y su acento cockney.
Roshna refunfuñó y puso los ojos en blanco.
Claro. Ya es Navidad y nosotros no hemos engordado ni una gallina, ni hablar de un pavo. No tengo ni un centavo en el bolsillo, y aun si Él existiera, dudo que Dios tenga planes de recompensarme a mí ni a mi madre o a mi hermano…
De pronto, fijó la mirada en un sobrecito que no había visto, y se dio cuenta de que llevaba su nombre. Al abrirlo, Roshna se quedó boquiabierta.
—¡Ciento veinte libras! —exclamó.
Nandi se volvió hacia ella y también quedó sorprendido.
—¿Te han regalado ciento veinte libras?
—Sí.
—¿Quién?
—Ehhh…
—Lee la nota que hay adentro, querida —dijo Michael.
«Querida Roshna, aquí tienes un regalo de ciento veinte libras para que lo gastes…» Roshna hizo una pausa, y tras leer en silencio por un minuto, rompió en llanto. Arrojó la nota con sobre y todo, se puso de pie de un salto y corrió a su habitación.
—¿Pero qué sucede, querida? —preguntó Chitrathi, abrazando a su hija, que no dejaba de sollozar.
—¿No lo sabes, mamá? ¿Acaso no leíste el «saludo navideño» que me escribió tu «generoso» novio?
—No, no lo leí. ¿Es… poco apropiado? ¿Ofensivo?
—Sumamente ofensivo. Dice: «Querida Roshna, aquí tienes un regalo de ciento veinte libras para que lo gastes de a diez libras por mes a lo largo del siguiente año en los demás. Por ejemplo, en personas pobres o necesitadas». Y cosas por el estilo. ¿Qué clase de regalo es ése?
—No sé qué decirte, salvo que me parece de lo más interesante —respondió Chitrathi.
—¿Interesante?
—Así es. Es que Michael y yo habíamos conversado acerca de tu… pero no pensé que lo llevaría tan lejos.
—¿Conversado y llevado qué tan lejos?
—De ayudarte a pensar más en los demás. Ya sabes que he tratado de… esteee… tocar el tema.
—¡Así que han estado hablando de mis defectos a mis espaldas?
—Nada que ver. Michael te admira mucho, Roshna. Pero tiene la impresión de que te vendría bien aprender a ser un poco más abnegada para volverte una persona más completa. Le había pedido que ayudara como mejor pudiera, pues me daba la impresión de que respetabas sus opiniones.
—Pues ya no, mamá.
—¿Incluso su opinión de que eres inteligente y talentosa?
—Bueno… no se trata de eso. Francamente, un regalo de Navidad como este es… un insulto.
—Siento mucho que lo veas así. Pero toma en cuenta su regalo. Michael tenía la mejor de las intenciones y por lo menos —aunque solo sea por buena educación— deberías darle las gracias.
Roshna se secó las lágrimas, se incorporó y regresó a la sala de estar con una resolución admirable.
—Gracias por su regalo, Sr. Ridley —se las arregló para decir frunciendo la boca.
—De nada, Roshna. Estoy seguro de que lo gastarás sabiamente. Feliz Navidad».
—Fe-feliz Navidad.
Una semana más tarde, el día de año nuevo amaneció nublado. El Broadway de Southhall estaba plagado de aromas, sonidos y colores procedentes de restaurantes hindúes, verdulerías, música bhangra y todo un arcoíris de saris y telas.
—¡Ciento veinte libras! —repitió Nandi a su hermana mientras se abrían paso entre las multitudes y lo que quedaba de nieve de la temporada—. Tremendo regalo de Navidad.
—Podría haberlo sido.
—¿Qué quieres decir?
—Nada.
—Me queda claro que no has querido hablar del tema. ¿En qué te lo vas a gastar?
Tras un silencio pensativo, Roshna alargó la mano y sacó su cartera.
—Empezando en este preciso instante… ¡en ti!
A Nandi se le iluminó el rostro al ver que su hermana le colocaba en la mano un billete nuevecito.
—Ahí tienes diez libras para gastar en lo que quieras.
—No hablas en serio.
—Claro que hablo en serio. No hagas preguntas y punto.
—¡Genial! Gracias. Pero… ¿y en qué te vas a gastar el resto?
Roshna encogió los hombros.
—Ya veré. Y tú, ¿en qué te gastarás lo que te he dado?
—Ni idea. Para empezar, me compraré unas peras. Ya sabes cómo me gustan.
—Lo sé, pero no están en temporada. Aunque con un par de libras seguramente podrías conseguirte un kilito, más o menos.
—Sí. Y a lo mejor, por tonto que parezca, me compraré un CD de música retro de Partridge Family.
Nandi le guiñó el ojo a su hermana mientras tomaba un trago de dhal. Se habían juntado para comer algo ligero y estaban a punto de salir. Él iba a un partido de cricket y Roshna salía de paseo.
—Cuéntame: ¿a quién le diste tus libras el mes pasado?
Roshna apuró los últimos tragos de chai que le quedaban y se levantó de la mesa sin decir palabra. Ya habían pasado tres meses desde Navidad, y no había sido sino hacía dos días que por fin le contó a su hermano el humillante propósito del regalo de Michael Ridley. Y se había arrepentido de haberlo hecho.
—Al novio ese con el que andas, ¿no es cierto? —husmeó Nandi—. ¿A San Francisco?
—Para empezar, no es mi novio. Ni tampoco es ningún santo… al menos no según la percepción popular de lo que es un santo.
—Me imagino que no… sobre todo si ha hecho…
—No ha hecho nada, Nandi. Es demasiado… —¿cómo decirlo— bueno. En fin, le di el dinero a mi profesora de inglés, Miss Burroughs.
Nandi soltó una carcajada.
—¿A «La conejo Burroughs»? ¿Una donación para que se arregle esos dientes chuecos que tiene?
—No seas malo. No, se los di anónimamente en un sobre que dejé sobre su escritorio. Es que de casualidad la escuché contándole por teléfono a alguien que, con el frío del invierno, se le habían muerto sus dos palomas blancas.
—Todo esto es muy extraño, Roshna.
—¿Qué es lo que se te hace tan extraño?
—No sé… esto de que pienses en los demás. Como que, antes solo pensabas en ti misma. Y ahora, de pronto, es como que… no sé cómo decirlo. Has… cambiado. ¿No será que te quieres convertir en otra Madre Teresa o algo por el estilo?
—Oye, darle diez libras al mes a alguien que las necesita no me convierte automáticamente en una Madre Teresa. Sobre todo teniendo en cuenta que prácticamente me he visto forzada a hacerlo…
—Ya sé. Pero no es solo eso. Es también tu…
—Ya cállate, Nandi —dijo Roshna pasándose el pelo al otro lado, mientras salía de la cocina—. De todos modos, gracias por el cumplido. Y ya veré si este mes le doy las diez libras a mi novio, o no.
El supuesto novio de Roshna, Francis Ambrose, era un amable joven indio de diecisiete años que usaba lentes y que había conocido brevemente a Roshna en un club Bhangra de Southall.
Le había mencionado de pasada que le gustaba la música y el baile tradicional irlandés, y por lo visto su comentario al margen había hecho que Roshna decidiera regalarle las diez libras que correspondían al mes siguiente, para comprarse una entrada al espectáculo Abhainn Damhsa que se presentaba en un teatro cercano.
—No es mucho, lo sé —le dijo Roshna aquel atardecer cuando ella y Francis paseaban por un barrio de la zona, y le había contado sobre su obligación para con el peculiar regalo de Micheal Ridley.
—Cierto, pero es mucho más de lo que esperaba que me dieras, sobre todo si se tiene en cuenta que no esperaba que me dieras nada.
—Qué comentario más frío…
—No. Es que no es mi cumpleaños, todavía falta mucho para Ganesh Chaturthi, o incluso para Navidad, y apenas nos conocemos.
Roshna soltó una risita y se retorció las manos nerviosa.
—En todo caso —continuó Francis—, ¿qué es lo que hace que te decidas por determinada persona cada mes?
—No lo sé. Al principio lo hacía solo para sacarme el asunto de encima, porque seguía molesta con el motivo del regalo. Pero ahora, es como si algo de la persona a la que doy el dinero, o de su situación particular, me llamara la atención. En tu caso, fue tu pasión por ese estilo de música.
—Ya veo. «Porque es dando que se recibe y muriendo que se resucita para vida eterna».
—Caramba, qué profundo eso que dices.
—Solo parafraseo una oración que hace honor a mi nombre.
—¿Francis? ¿A qué Francis hace alusión?
—A San Francisco. Su oración es el credo de mi vida… aunque casi siempre me quedo cortísimo.
—Bueno, nadie es perfecto —dijo Roshna suavemente.
—Es verdad. Pero tú eres casi perfecta…
Roshna se quedó helada. Trató de pronunciar palabra pero en vez de eso, se puso roja.
—Lo digo en serio —agregó Francis.
—Pero se supone que un santo es alguien perfecto… o al menos eso es lo que me enseñaron sobre los santos.
—Lo eres, para mí —insistió Francis.
—Ah, entonces será que no me estás viendo con objetividad. Soy la persona más egoísta que existe. Hasta estas diez libras que regalo cada mes, mal que mal, son para beneficio propio.
—Genial. Además no te jactas de tu bondad.
—¿Que no? Mira, Francis, te aviso que había pensado en gastarme el dinero en algo que quería, pero aparte de preocuparme como loca de lo que me diría mi mamá si lo hacía, al utilizarlo de la manera en que lo sugirió Michael, lo único que hice fue alimentar mi ego.
—Pues insisto: no tienes miedo de confesar y enfrentarte a tus fracasos más profundos. Para mí eso es santidad.
—Ok. Si tú lo dices. Pero, es que mi madre…
—A todas luces una mujer magnífica.
—Así es. Ella sí que es una santa. Todo el mundo la considera una santa, y yo también estoy empezando a verla así. Más que lo que dice —que es, básicamente, la ley del karma— es lo que hace. Ya sabes, eso de…
—…que se cosecha lo que se siembra —puntualizó Francis, muy suavemente—. Los primeros seis principios de la oración de San Francisco.
Roshna volvió a estrujarse las manos, solo que esta vez con más fuerza, y se fue lentamente. De pronto se detuvo y suspiró.
—¿Sabes una cosa, Francis? La verdad es que desde que comencé a hacer esto me siento mejor. Más cálida, o algo así.
—Se te nota. La recompensa kármica se nota en tu aura.
—¿Supongo que eres católico y por eso lo dices?
—No soy católico. Mi familia es hinduista, pero absorbo elemento de todo lo que considero bueno. Ángeles, astrología… lo que sea. Y muchas cosas más.
—¿Cómo qué?
—Bueno, como percepción extrasensorial, viajes astrales, médiums y todo eso.
—No sé nada de eso —dijo Roshna mientras Francis la tomaba de la mano—. Es como creer en fantasmas o algo así. Pero mi madre también es de las que tratan de ver y aceptar lo bueno de todos los sistemas de creencias. ¿A ti no te parece mal?
—Si me pareciera mal, yo no lo haría.
—Bueno, a mi mamá la han criticado mucho por ser hinduista cuando asistió a ciertas iglesias cristianas. Un pastor joven le dijo que estaba pretendiendo cenar a la mesa de Cristo y al mismo tiempo adorar en templos de ídolos y demonios. Ella hasta quería comulgar en una iglesia católica, pero se lo prohibieron. Yo no sé para qué se molesta en ir; por eso no me gusta acompañarla. Algunos de los sacerdotes hinduistas no me parecen mejores, igual le dan la lata por poner un árbol de Navidad y no reconocer al señor Pancha Ganapati o a quien sea.
—Qué pena. Pero, Roshna, la cuestión es la siguiente: ¿tu madre ama a Dios y a su prójimo?
—Demasiado, a mi criterio.
—Nunca se puede amar demasiado —replicó Francis, y se acercó aún más a Roshna—. Cristo dijo que de esos dos mandamientos dependían toda la ley y los profetas.
A Roshna el corazón le dio un brinco al sentir la mano de él sobre su mejilla y al mirar sus ojos compasivos y oscuros.
—Es por eso que, cuando termine mis estudios, haré mis votos.
—¿Votos?
Francis soltó una risita.
—Bueno… si es que me aceptan a pesar de mi sistema de creencias herético y ecléctico. Estoy pensando en unirme a la orden de mis tocayos, los franciscanos.
—No entiendo —dijo Roshna—, haz el favor de explicármelo.
—Me quiero hacer monje franciscano.
Sonó el telefóno y Chitrathi contestó. Sonrió y se lo pasó a Roshna.
—Es Francis —le dijo.
Tras un breve intercambio durante el cual Roshna dijo poco más que «sí», «ajá» y «ahí vemos», colgó el teléfono y se volvió hacia su madre.
—En vez de destinar las diez libras que le di a comprarse un boleto para ver el show irlandés Abhainn Damhsa, Francis quiere usarlas para invitarme a cenar este fin de semana.
—Me encanta la idea, sobre todo porque veo que toda esta atención que te está dedicando tiene que ver con tu generosidad. Pero no se te ve muy emocionada que digamos…
Roshna se encogió de hombros. Chitrathi le dio una palmadita en la cabeza y sonrió.
—¿Ahora me toca el papel de la mamá preocupada?
—No tienes nada de qué preocuparte, mamá.
—Parece que este Francis es un buen chico.
—Sí… dice que vive conforme al credo que hace honor a su nombre, el de un santo católico.
—¿Y cuál credo es ese?
—La oración de San Francisco.
—Ya veo: «porque es dando que se recibe y muriendo que se resucita para vida eterna».
—Increíble. Él me citó exactamente la misma frase y me preguntó si conocía a alguien más que la pregonara: «Donde hay odio, que yo lleve el amor» y «donde hay duda, que yo siembre fe».
—¿Y entonces, tú qué le respondiste?
—Pues, le dije que tú pregonabas lo mismo y entonces hablamos sobre el karma.
—¿Y?
—Dijo que el credo de San Francisco iba más allá para él que simplemente «lo que siembres, eso mismo segarás», y que en su caso se trataba de algo más activo, no tan pasivo. Le contesté que tú no te limitas a hablar. Y ya no recuerdo qué me contestó».
—Puede que esté en lo cierto, Roshna. Pero en general no se trata de discutir sobre religión ni de determinar quién tiene razón.
—No discutimos, mami. Lo que sucede es que después de eso me contó que está decidido a hacerse monje franciscano.
—Ah… ¿y tú qué le dijiste?
—Traté de ser valiente y lo animé a perseguir su sueño. Pero cuando regresé a casa lloré como una magdalena.
—Lo siento, Roshna. Aunque para mí esto garantiza una relación «segura», me preocupa tu felicidad y tu corazón. Por otra parte —Chitrathi hizo una pausa y sonrió—, Francis parece un muchacho interesante… me encantaría conocerlo.
Y vaya que lo conoció Chitrathi. Y que le cayó bien. Roshna, avergonzada del lugar donde vivía, le había contado poco a Francis, y no quería que él fuese a su casa a conocerlos. Afortunadamente, se impuso la insistencia de Francis y ni bien cruzó el umbral del humilde apartamento, respondió a la expresión avergonzada de Roshna con una amplia sonrisa de aprobación.
—Ojalá hubiese esta misma calidez en mi casa —dijo, y se sentó en un sillón a beber una taza del chai masala que Chitrathi preparaba como ella sola.
—¿No tienen calefacción?
Francis se rió.
—¡Lo digo en sentido figurado, Sra. Gupta! Digamos que mi hogar carece de… esteee… esta amabilidad tangible.
Y así, soportando la aprobación tácita de su madre, su infaltable acompañamiento casi imperceptible y el cinismo juguetón de su hermano Nandi, Roshna siguió viendo a Francis cada tanto durante el resto del año.
Habían pasado exactamente doce meses desde el último día de Navidad, y en lugar de melancolía, el apartamento de los Gupta rebosaba de una espléndida alegría, principalmente debido al cambio de ánimo y disposición de determinada señorita.
En un rincón de la sala, junto al recién adquirido y auténtico pino navideño, Roshna se encontraba rodeada hasta las rodillas de regalos y saludos navideños. No podía creer la cantidad de elogios que le habían hecho, algunos incluso de personas que no conocía. Chitrathi la miraba con el rabillo del ojo y se mordía la lengua para evitar recordarle que todo ello se debía a su generosidad. Nandi estaba totalmente absorbido por el celular que le había regalado Michael Ridley.
El propio Michael, con sus dedos paseando por los trastes de su guitarra, se reía entre dientes mientras miraba triunfante cómo se iniciaba la computadora.
—¡Ahora Roshna podrá utilizar Skype y Twitter todo lo que quiera! —anunció contento.
—¿Alguna vez lo ha hecho? —Preguntó Chitrathi.
—En una computadora de la biblioteca de la escuela —respondió Nandi.
—Tiempo limitado y supervisado, mamá —murmuró Roshna—. No te preocupes.
—Ah, bueno. Pues espero que haya sido para fines provechosos.
—A ver, ven para acá a probarla —le dijo Michael a Roshna.
Roshna acercó una silla y la colocó frente a la computadora. Luego presionó unas cuantas teclas.
—Fue un gesto muy hermoso de parte de tu novio comprarnos esto para Navidad, mamá —dijo.
Chitrathi se rió.
—Más específicamente, comprársela a ustedes, querida. Porque en lo que a mí se refiere, ¡para esas cosas soy un cero a la izquierda!
—Para tu información, Nandi también se ha estado metiendo en el tema, mamá…
—Ay, cómo son las cosas —dijo Michael.
—¿Y cómo son?
—Me refiero a que la era de las computadoras ha contribuido en gran medida a que las personas se aíslen en sus munditos particulares.
—Todo muy cierto —dijo Chitrathi—. Es por eso que no he querido acercar la tecnología a nuestra casa, aún si hubiese alcanzado el dinero.
—Entonces, ¿qué fue lo que te hizo cambiar de parecer? —preguntó Nandi.
Chitrathi sonrió y miró tímidamente a Michael.
—Una persuasión amigable —dijo, señalando las condiciones a su alrededor. Y luego agregó—: Me hubiese gustado poder darles a los dos mucho más que esto…
Entonces sonó el teléfono y Roshna contestó.
—Sip… Ah, ya veo. ¿Es usted su chofer? Es que no sabía que tenía chofer. …¿Boletos? ¿A dónde?
Roshna le hace señales a su mamá para que bajara la radio. Michael dejó de tocar la guitarra y el súbito descenso del nivel de ruido capturó hasta la atención de Nandi. Roshna le pasó el teléfono a Chitrathi.
—Lo siento, mamá. Esto es demasiado para mí.
—¿Francis Ambrose? Sí, mi hija lo conoce bien. ¿Que envió qué? …¿Para cuándo? Sí, año nuevo… Claro, le daré el recado. Muchas gracias.
Chitrathi puso el auricular sobre la base y se dirigió a su hija.
—Francis ha hecho arreglos para que te encuentres con él en el estreno de año nuevo de El lago de los cisnes de Tchaikovski en el Royal Albert Hall. También ha arreglado para que su chofer venga a recogerte, te lleve y te traiga de vuelta a casa.
—Pero ¡si no tengo absolutamente nada que ponerme para un evento así!
—El chofer dijo que se te facilitarán vestuario y transporte adecuados hasta la medianoche.
—¿Y Francis correrá con todos esos gastos? — preguntó Roshna.
—Al parecer sí —dijo Chitrathi—. A fin de cuentas, tiene los medios.
—¿Estás segura?
Con una mirada pícara, Chitrathi se sentó junto al sofá de su hija con dos vasos de rompope casero preparado por Michael, y le dio uno a Roshna.
—Siempre tuve la sensación de que en el caso de Francis, las cosas no eran lo que parecían.
—¿Lo dices como algo malo?
—Todo lo contrario, mi niña. Su comportamiento, sus modales, la forma en que se expresaba… no, no me sorprende. Salud. Un brindis por el futuro de ustedes dos, querida hijita. Feliz Navidad.
—Fe… feliz Navidad —respondió Roshna.
Sintiéndose como una Cenicienta en estado de shock, y envuelta en un largo y finísimo abrigo negro de cachemira sobre un ceñido vestido de terciopelo verde oscuro y unas elegantes botas de gamuza, Roshna Gupta se bajó del BMW plateado que la había transportado hasta el Royal Albert Hall, y se dispuso a subir las escalinatas, tras responder a la reverencia del chofer con una sonrisa y un «Gracias, Henry».
Al entrar a la recepción, se acercó a darle la bienvenida un caballero de cabellos plateados.
—¿La señorita Roshna Gupta?
—S-sí…
—Buenas noches, señorita Gupta. Me llamo Percival. Seré su valet por esta noche. El señor Ambrose está un poco retrasado, pero eso le dará tiempo para beneficiarse de algunas de las amenidades que se ofrecen antes del ballet.
—¿Qué amenidades tienen?
—Una cena. Nuestro menú consiste en dos platillos que podrá escoger de entre…
—Lo siento, pero no sabía que se incluía la comida, y ya comí algo antes de salir…
—En ese caso, ¿tal vez la dama desee probar alguna bebida para festejar al llegar al restaurante, y si el menú no la complace, a lo mejor escoja alguno de nuestros delicados postres?
—Po-por supuesto. Correcto.
—El espectáculo comienza dentro de veinte minutos. ¿Me permite su abrigo?
Una vez que Percival la dejó instalada en el lujoso restaurante del teatro, que estaba ambientado con la iluminación más perfecta, Roshna escogió sentarse en una mesa para dos y se dispuso a leer el menú mientras daba unos sorbos a su bebida. Los platos que se ofrecían eran Cordero Biryani y Pollo Tandoori, sus dos platos predilectos.
—No me pude resistir —dijo al mesero que se le acercó a atenderla—. Cordero Biryani. Es que, me parece una coincidencia increíble que… ¡¡Francis!!
Francis, vestido con esmoquin blanco, se inclinó, corrió la silla que estaba frente a la de ella y se sentó. Parecía tener prisa.
—Siento mucho haber llegado tarde, Roshna. Asuntos de trabajo.
—¿Qué le ofrezco, caballero? —preguntó el mesero y asintió a lo que Francis le indicaba—. Lo mismo… muy bien. ¿Gusta algo para beber? Por supuesto, cómo no señor, de inmediato.
El mesero recogió los menús y se retiró a toda prisa, y Roshna se quedó mirando a Francis con incredulidad.
—Todo esto me resulta muy extraño —susurró—. Lo siento, pero en estas circunstancias hasta se me ha quitado el hambre.
—¿A qué circunstancias te refieres? —preguntó él.
Roshna llamó al mesero y canceló su pedido, aduciendo que prefería una taza de té de limón.
—A estas… a todo esto. No tenía idea de que eras rico… ¿y qué de tu idea de unirte a la orden franciscana? ¿Todavía lo estás considerando?
—He cambiado de parecer. Bueno, en realidad… ellos lo decidieron por mí. Apenas les hablé sobre mis creencias poco ortodoxas, fueron claros en su desprecio. También influyó el que pensara en ti… mejor dicho, en nosotros, y como sabes, es dando que se recibe. ¿No es cierto? ¿Postre?
—No, gracias. Lo siento pero no entiendo nada.
—Roshna, tú me «diste», por así decirlo. Me animaste a seguir mis sueños a pesar de que te perjudicaría, y eso me hizo amarte aún más. Y para colmo, ¡me amaste sin saber nada acerca de «todo esto»!
—¿Y eso qué significa?
Francis miró su reloj y se puso en marcha.
—Será mejor que yo también cancele mi pedido. Tenemos que ir al palco.
—¿Tenemos lugares en un palco?
—Tenemos lugares en el palco presidencial —anunció, y sin demoras, condujo a Roshna fuera del restaurante por unas escaleras traseras finamente alfombradas.
Francis bajó la voz.
—Te explico: hoy conocerás a mi padre, mi madre y mi hermano. No les he dicho nada sobre tu condición social… tú sabes a qué me refiero… a tu…
—Sé exactamente a qué te refieres —dijo Roshna—. A que soy pobre, y tú eres rico, y todo eso.
—Sí. Pero les pedí que se abstuvieran de hacerte preguntas personales. Les pedí que dejaran que hable tu mística.
En ese momento ingresaron a un palco cortinado con vista al escenario, y Francis presentó a Roshna a las otras personas que lo ocupaban: a un señor muy elegante de cabello cano, ya mayor, y un jovencito muy guapo de unos quince años. Ambos vestían esmoquin. También le presentó a una dama de cabello castaño con toques plateados que vestía un sari rojo y dorado. Se levantaron de sus asientos, y Roshna se inclinó a medida que le daban la mano.
—Encantado de conocerla —dijo el hombre, a quien Francis presentó como su padre, el Marajá Sadar.
—Mi madre, Maharani Kumari —dijo Francis.
—Mucho gusto —dijo la mujer.
—Y mi hermano…
—Tomás —dijo el jovencito, tomándole la mano a Roshna para besársela. Respiró profundamente y sonrió—. Magnífico perfume… ¿o es su aroma natural?
—Eh… solo un poco de aceite de almizcle. Esencias… esas cosas.
—En todo caso, es indudable que mi hermano tiene muy buen gusto.
Roshna tragaba saliva y jugueteaba inquieta con las manos.
—Se te ve incómoda, querida —dijo la señora.
—¿Incómoda con qué, señora?
—Incómoda en este lugar.
—Es que… no me lo esperaba. Y menos con tan ilustre compañía.
—¿Quién se lo esperaría? Ah, ya comienza la función. A disfrutarla. ¿Binoculares?
—Binoculares… ¿para qué?
—Para ver mejor al elenco, querida. Debe de haber un par en el bolsillo frente a tu asiento.
—Había decidido utilizarlos para ver más de cerca a Annabelle Muehler, la estrella de este concierto —susurró Tomás—. Pero la verdad es que prefiero mirar a…
—Silencio, cariño —dijo Maharani Kumari—. Esta parte es muy importante, y todos deben concentrarse para no perdérsela… es la terraza frente al palacio del príncipe Sigfredo.
A Roshna, el ballet le resultó fascinante, al igual que a todos los que estaban en el palco y el resto del público, tal fue así que el espectáculo se le pasó volando. Embelesada con los compases finales del concierto, Maharani Kumari cerró los ojos llenos de lágrimas y reclinó la cabeza hacia atrás. Roshna estaba a punto de hacer lo mismo, cuando Francis le susurró algo al oído.
—Yo también espero casarme con una verdadera princesa.
Roshna se incorporó.
—Lo siento muchísimo —dijo, secándose las lágrimas. Se volvió hacia los demás.
—Aprecio mucho su hospitalidad, pero me pregunto si no deberíamos… si no debería retirarme.
—¿Pero cómo? —preguntó Kumari.
—¿Tan temprano? —dijo el Marajá Sadar.
—Me siento un poco agripada… no quisiera contagiar a nadie.
—Un momento —dijo Francis, poniéndose de pie—. Llamaré a Henry, y podemos…
—Lo siento mucho, pero debo irme a casa… por mi cuenta.
Habiendo dicho eso, Roshna se retiró del palco, y tras pedir a Percival su abrigo, salió corriendo del teatro.
—Prefiero caminar, gracias —le informó Roshna al chofer, con el aliento entrecortado, al ver que este le abría la puerta del auto.
—Como desee la señorita. Pero la seguiré de todas maneras. Uno nunca sabe lo que puede sucederle a una jovencita engalanada en un sábado por la noche. Sobre todo, en la noche de año nuevo.
—Le agradezco mucho, Henry, pero tomaré el metro.
—Muy bien. Solo le suplico que me informe en qué estación se bajará. Recuerde que tengo que asegurarme de llevarla de vuelta a su casa antes de la medianoche, pues de lo contrario nos convertiremos en…
—Cómo no. El chiste de las calabazas. No se preocupe.
—No lo haré. Pero la seguiré de cerca.
Con diez mil pensamientos dándole vueltas en la cabeza, Roshna trotó por las bulliciosas calles de Westminster, deteniéndose únicamente para apreciar algunas vitrinas particularmente bonitas que le llamaban la atención, hasta que por fin se detuvo al llegar a un muro de contención. Ahí, mientras contemplaba el Támesis, se propuso aclarar sus pensamientos.
Francis… «San» Francisco. Tan preocupada estaba de no revelarle mucho mi hogar y mi trasfondo social que ni siquiera me detuve a preguntarle sobre el suyo. Jamás me imaginé que…
Pasaron unos minutos y Roshna, no sintiéndose ni un pelo más sabía que antes de su soliloquio interno, sacudió la cabeza y siguió caminando. Pensó que a lo mejor podría tomar el metro y llegar a la estación de Osterley antes de que pasara el último tren a Southall.
Sorprendida por una interpretación angelical del famoso villancico, Roshna se detuvo frente a una pequeña rondalla navideña. Se quedó escuchando el coro por unos instantes y luego arrojó unas cuantas monedas a la gorra del más pequeño de sus integrantes, un pequeñito de cabellos rojos y cachetes pecosos, que se sostenía sobre unas muletas.
—Si no tienes un penique, con medio bastará —dijo, con su acento cockney.
—¡Te eché más que un penique! —dijo Roshna, mientras se alejaba, respondiendo a su mirada pícara con otra mirada por el estilo—. ¡Fueron más de cincuenta!
—¡Que Dios se lo pague, damita! —Exclamó el muchachito—. ¿Y a usted, qué le envió hoy su amado?
—¿Hoy? —gritó ella de vuelta—. Nada. ¡Pero esta noche me llevó a ver El lago de los cisnes!
—Esta es la séptima noche de Navidad… la noche de año nuevo— caviló Roshna.
Siguió caminando hasta que se perdieron las voces del coro, y se puso a reflexionar sobre el año que acababa. Doce días… doce meses…
De pronto se detuvo y aguzó el oído. Como si los propios ángeles la llamaran a regresar, los cantantes de la rondalla comenzaron nuevamente el mismo villancico.
—Peras… ¡Nandi! ¿Una perdiz?… Pero claro… ¡el CD retro de The Partridge Family*! (*Partridge en inglés significa perdiz. The Partridge Family es una serie de TV estadounidense, inspirada y vagamente basada en el grupo The Cowsills, una familia musical de la vida real que se hizo famosa en el mercado norteamericano de los años 60.)
Roshna regresó a toda prisa a la calle donde se encontraba el coro navideño, y al detenerse a recuperar el aliento y la postura, se apoyó sobre un muro cercano. Cerró los ojos y los escuchó.
—¿Dos palomas blancas? Claro que sí, las de la señorita Burroughs… pero, y ¿las tres gallinas francesas? Por mucho que me esfuerce, no se me ocurriría ni en sueños…
—¡Claro que puede, damita!
Roshna abrió los ojos y volvió a encontrarse al muchachito pelirrojo parado frente a ella con la gorra en la mano. Esta vez lo acompañaba una niñita de bucles rubios que le llegaban hasta los hombros.
—¿Que puedo qué? —preguntó Roshna.
—Imaginarse lo que podrían simbolizar las tres gallinas —dijo el niño.
—Pero ¿y tú cómo sabías lo que estaba pen… o lo dije en voz alta?
El niño negó con la cabeza.
—A ver. Veamos. Por cincuenta peniques más, se lo podemos decir.
—Hmm… no estoy segura de eso —dijo Roshna—. No me convence del todo este asunto de leerle a uno la suerte y todo eso.
—Como usted diga, señorita. Pero más vale que se dé prisa, antes de que acabe el villancico. Yo me llamo Tim, dicho sea de paso, y esta es mi amiga Match.
Roshna les tendió la mano para saludarlos y les sonrió.
—Un placer conocerlos Tim y… ¿Match? ¿Qué nombre tan poco común?
—Es mi apodo. Me quedó porque antes vendía cerillas*. (*En inglés matches)
—¿De veras? La historia de la niñita que vendía cerillos es mi cuento de hadas favorito. Pero bueno, soy Roshna Gupta…
—Qué bonita es usted —le dijo la niña.
—¿Y bien? —interrumpió Tim.
—De acuerdo —consintió Roshna, y echó una moneda en la gorra del muchachito—. Entonces… las tres gallinas…
El niño sonrió y se le acercó al oído. Su voz se convirtió en un susurro.
—¿Se acuerda de aquel viejo borracho?
—¿Qué viejo borracho?
—Aquel borrachín irlandés que salió tambaleándose del bar una noche…
—Ah, es cierto —dijo Roshna—. Ese que se quejaba porque no tenía dinero para comprar siquiera un pollo rostizado para su familia de ocho.
—Ese mismo. Y usted le dio diez libras.
—Efectivamente. ¡Y su hija, Siobhan, me llamó y me lo agradeció! Cómo o dónde consiguió mi número de teléfono, no tengo la menor idea. Pero todo cuadra: un pollo, el mes de marzo, que fue el tercero… encaja perfectamente.
—No solo eso, señorita —agregó Match—. ¿Recuerda el nombre de la taberna?
Roshna negó con la cabeza.
—Las tres gallinas francesas —le recordó Match.
—¡Tienes razón! Esto es increíble. Pero, ¿y ustedes, cómo saben todo eso?
La niña sonrió, el niño le guiñó el ojo, y los dos dejaron que el villancico volviera a cautivar a Roshna por unos momentos.
—Me imagino que recordará los cuatro mirlos de la India —dijo Tim muy seguro.
—¿Cuatro mirlos de la India? No tengo ni la más mínima…
—En abril, damita. Cuatro mirlos de la India la llamaron para darle las gracias por el efecto que había tenido su regalo en ellos o en alguno de sus seres queridos.
—¿Mirlos? —Roshna hizo una pausa y soltó una risita—. Pero claro, Tim, ¡te refieres a mujeres! Así fue: Fueron la profesora de gimnasia de Nandi, que quería agradecerme porque había disfrutado de las canciones de su época de los CDs que Nandi le había prestado. Luego, cuando se enteró de que yo le había dado el dinero para comprárselas, Miss Burroughs me agradeció por haberla ayudado a reemplazar las dos palomas blancas que se le habían muerto de frío. También está Siobhan, cómo no. Y… ¡válgame Dios! ¡Las diez libras que le di a Lisa Cottrell para que fuera a ver a The Call, el cuarteto de música góspel! ¡Esto es increíble!
—Así es, señorita Roshna. Y ahora, los cinco anillos de oro.
—Cinco… mes de mayo… ahora sí que no tengo ni la menor idea.
—¿No fue acaso el mes en que le dio las diez libras a Noel Bhinda? —preguntó Match.
—Si mal no recuerdo, así es. Y con ellas se ganó una rifa. Pero díganme, ¿cómo diablos saben todas estas cosas?
—No se preocupe, damita —dijo Tim—. Prosigamos.
—Bueno, Noel me dijo que usaría el dinero para comprar un pasaje y asistir a las Olimpíadas de Invierno en un par de meses. ¿Pero, y eso qué tiene que ver?
—¿Qué rasgo distintivo tiene el enorme emblema que se verá ahí en el puerto?
—Las noticias dicen que el símbolo será de oro. Cinco aros de oro. ¡Impresionante!
—¡Esa está fácil! —dijo Roshna—. El feriado de Whitsuntide o Pentecostés, que se celebra la primera semana de junio.
Hacía ya mucho tiempo que Michael Ridley había prometido a la familia Gupta que cuando juntara algo de dinero se irían de vacaciones durante una semana. Con los precios exorbitantes que implican los viajes en Inglaterra, apenas habían llegado a conocer las zonas rurales a unos kilómetros de Londres. Más que «algo» de dinero juntó Michael, así que rentó una cabaña de dos habitaciones cerca de Woodbridge, en el condado de Suffolk, en un lugar llamado Thatched Farm.
—Un lugar hermoso —dijo Roshna—. Rodeado de jardines y campo abierto, caminos sinuosos, bosques y senderos. Fue celestial, salvo por…
—Exactamente: los gansos —dijo Match.
—Así es. No paraban de graznar por la madrugada y me despertaban al alba. Y, efectivamente… ¡fue justo en la época en que ponen huevos!
—¿Cuántos cree usted que había, damita?
—Pues no sé… más o menos una docena. La mitad eran machos… ¡de modo que debió de haber unas seis ponedoras! ¡Qué curioso! Siete cisnes nadando… eso también está fácil. La noche de julio que pasé con Francis junto al lago… ¡Cómo olvidarla!
—¿Acaso existe criatura más agraciada? —había preguntado Roshna mientras ella y Francis contemplaban el lago aquella noche, mordisqueando poppadom, unas galletas típicas de la India, y admirando la gracia con que se deslizaban los cisnes por el agua.
—Sí, existe —dijo Francis y tomó a Roshna entre sus brazos—. Tú.
De pronto, los cisnes salieron del lago y se acercaron a la pareja. Francis les echó unos cuantos pedazos de galleta hasta que se los comieron todos, y cuando volvieron al lago continuó con sus avances amorosos.
—Pero ocho criadas ordeñando —dijo Roshna, regresando de su ensueño y respondiendo a las miradas expectantes de Tim y Match—. ¿Se les ocurre algo?
Los dos niños negaron con la cabeza.
—Déjenme pensarlo… —dijo Roshna.
Había sido un día excepcionalmente caluroso y a Roshna le encantaban los batidos, sobre todo los de sabor a mango. A su regreso del colegio, se había detenido en una heladería llamada La lechera, y se había parado a hacer cola. Cierto joven que se encontraba justo delante de ella, que estaba a punto de comprar ocho milk shakes de café, acababa de darse cuenta de que se había olvidado de traer dinero, y se revisaba los bolsillos una y otra vez, desesperado.
—¡Juraría que había traído el dinero, señorita!
—Pues lo siento en el alma —respondió la cajera—. ¿Está seguro de que no tiene diez libras?
El joven dijo que no.
—¡Yo tengo diez libras! —dijo Roshna desde atrás, y puso un billete en manos de la cajera. El joven se quedó boquiabierto, pero para cuando alcanzó a reaccionar, Roshna ya se había salido de la cola rumbo a la salida de la heladería.
—¡Es mi buena acción del mes! —le dijo, respondiendo a sus protestas.
Y había sucedido en agosto.
Roshna sonrió.
—Brenda Nachni estaba tan ilusionada con la idea de bailar…
—Hay un refrán que dice: «Me quejaba porque no tenía zapatos, hasta que un día vi a alguien que no tenía pies.»
—¿Qué quieres decir con eso, mamá? —preguntó Roshna. Se encontraba preparando los útiles para el colegio cuando su madre pronuncio la críptica frase.
—Que siempre hay alguien que lo tiene más difícil que uno. Nos ayuda a sentirnos agradecidos, tal como lo estás descubriendo.
—Zapatos… —dijo Roshna y se rascó el mentón— de película. Eso dijo.
—¿Quién dijo eso?
—Brenda, la descalza, Brenda Nachni.
Chitrathi sonrió.
—La niña a la que le diste tus diez libras el mes pasado.
—En realidad, es muy poco, cuando uno se pone a pensar que hay quienes ni siquiera tienen para un par de zapatos. Sin embargo, le dije específicamente que no podía gastárselos en zapatos. Le di el dinero para que pudiera asistir a una prueba de talentos en el centro Juventud y conexiones que se lleva a cabo en Ealing.
—¿A esa que fuiste la otra noche?
—Sí, había ocho concursantes, y Brenda ganó. Lo hizo de maravilla, bailando descalza.
—Me emociona ver que las personas significan más para ti de lo que tú misma te das cuenta, Roshna.
—Sí, mamá, ¿por qué será?
—A pesar de lo breve que ha sido tu vida, aún recuerdas muy especialmente a personas que tuvieron un impacto positivo en ti. Con el paso del tiempo, las notarás aún más. Los recuerdos de esas personas se te aparecerán en la mente como personajes de This Is Your Life («Esta es tu vida», programa televisivo).
—¿Quién en particular?
—Ese joven apuesto que estuvo anoche en la boda, que tuvo que recordarte que la belleza es subjetiva. ¿Cómo se llamaba?
—Gary… eeh… quiero decir, el señor Bennett. Aunque no diría que me impactó muy positivamente que digamos. No me pareció muy apropiado que me dijera eso delante de todos.
—A mí me pareció apropiado, teniendo en cuenta tus comentarios. Eso de que no entendías qué le encontraba la novia a Justin Lord. Y sobre todo si se tiene en cuenta que estábamos allí por invitación de Michael. Y que el padre de Justin es su jefe, como bien sabes.
—Lo sé —dijo Roshna haciendo una mueca—. Es que, ese rap que interpretaron Justin Lord y su padre, sus hermanos, sus tíos y todos sus primos vestidos de esmoquin, hacía que parecieran monos en una jaula de zoológico, a mi parecer. Además, estaban completamente ebrios. Daban vergüenza ajena, hasta a la pobre novia le daba vergüenza, se la veía incomodísima. Así que le di las diez libras que correspondían a ese mes. No sé bien para qué, pero es que me dio pena la pobre.
—A mí me parece un gesto muy bello —dijo Match, apoyándole la mano en el hombro a Roshna.
Roshna se estremeció con el recuerdo.
—Dios mío, la verdad es que fui demasiado dura con ellos.
—Sí, es cierto —dijo Tim.
—Pero estás aprendiendo —agregó Match, con una sonrisa compasiva.
—Espero que así sea —respondió Roshna—. Es que soy demasiado…
—Preste atención al villancico, damita —irrumpió Tim.
Roshna se sorprendió y comenzó a contar con los dedos.
—¡Qué cosa! —dijo. El señor Lord, su padre y sus dos hermanos, más dos tíos y cuatro primos, serían… diez. ¡Diez lores saltando!
—Y «once eximios gaiteros tocando» —dijo Match.
—¿Y eso cuándo fue?
—Fue exactamente al día siguiente —dijo Tim—. La boda fue el último día de octubre y la pareja se largó a su luna de miel al día siguiente. Fueron a Gretna Green. Una vez allí, como el dinero no les preocupaba, les dio una bienvenida un grupo de gaiteros contratados, con sus faldas escocesas, y los acompañaron al hotel.
—Pero, ¿y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó Roshna.
—Mucho, damita. Eran once gaiteros.
En la mayoría de los casos, el comportamiento de Francis era prácticamente estoico. A veces a Roshna le parecía que la única parte del cuerpo que movía eran sus ojos danzarines. Imaginaba luciérnagas, y cierta vez, apenas una noche antes de Navidad, se lo dijo impulsivamente durante una de sus acostumbradas caminatas.
—¿Mis ojos? ¿Que parecen luciérnagas?
—¡Lo dije espontáneamente! Es que, me preguntaste en qué estaba pensando. Lo siento.
—¿Y por qué lo sientes? Durante siglos, la gente ha pagado oro por un pensamiento sabio. Si no lo crees, piensa en Blaise Pascal.
—¿Quién es? ¿Y quién lo conoce?
—Es el autor de Pensées… que en francés quiere decir pensamientos.
—Eso ya lo sé —dijo Roshna—. Para que lo sepas, estudio francés en el colegio. Pero bueno, prefiero quedarme callada cuando no sé mucho sobre un tema.
—Me parece bien. «Hasta el necio, cuando calla, pasa por sabio».
—¿Me estás llamando necia?
—Nada de eso. Eres intrigante, y es por eso que te lo pregunté.
—No me considero nada de eso que dices, Francis. La verdad es que me considero… no sé cómo decirlo… ¿superficial? Pienso demasiado en las cosas materiales, mayormente en cosas malas… al menos en mis pensamientos. Digamos que no son tan sublimes ni tan intelectuales como los pensées de tu tal… ¿cómo era que se llamaba?
—Blaise Pascal. Deberías leerlo. Pero, ¿a qué te refieres con eso de cosas malas?
Roshna soltó un suspiro y puso los ojos en blanco.
—A ver: comida, para empezar. Esteee… dormir, pienso un poco en deportes, y en mi necesidad de… ya sabes…
—No, no lo sé porque no me lo has dicho. Pero me preguntaba si...
—Esas luciérnagas están bailando, Francis, ¡y me encanta!
—Francis soltó una carcajada.
—Ya basta, Roshna, si no, nunca te lo preguntaré. Pero… ¿puedo invitarte a salir una noche?
—Tal vez. Pero ¿qué pasó con tu compromiso con el ministerio?
—Eso es para más adelante.
—Y esa salida de noche, ¿para cuándo es?
—Para el próximo sábado en el club Intranzit.
—Mira, no sé —dijo Roshna, con un suspiro exagerado y secándose la frente con afectación—. Tanta música repetitiva y tanto tambor… ¿no los llaman bucles?
—A lo mejor, los que saben de música. Y tú, ¿cómo lo sabes?
—El novio de mi mamá. Siempre anda explicando todas esas coas. En realidad es súper interesante, al menos para mí.
—Bueno, pero ¿vendrías o no?
—Claro que iría.
—¡Ahí lo tiene, damita! —dijo Tim, con los ojos fijos en el rostro perplejo de Roshna—. Su docena de tamborileros.
—Fue una experiencia muy hermosa —respondió Roshna, con nostalgia—. Pero, ¿a qué se debe que sea yo tan… afortunada, si es que es la palabra correcta?
Tim negó con la cabeza.
—Llevar la Navidad en el corazón significa sentirla a lo largo de todo el año, damita. Dar, dar y dar. Sembrar, sembrar y sembrar.
—Y luego seguir sembrando —continuó Match—. Eso fue lo que hizo usted.
—Pero ¿cómo es que nunca me di cuenta de que cada mes del año pasado tenía un significado tan profundo con relación a este villancico? Sobre todo teniendo en cuenta que la Navidad pasada lo desprecié tanto…
—Dios escribe derecho con renglones torcidos, damita —dijo Tim.
—¿Quién?
—Dios todopoderoso —respondió Match.
—Y que Dios nos bendiga a todos —dijo Tim.
Y habiendo dicho eso, Tim, junto con Match y los niños de la rondalla, desaparecieron de la vista de Roshna.
Roshna se fue despertando poco a poco, y cuando comenzó a caminar, le pareció recordar que los personajes que la habían visitado tenían un aura difusa de un dorado blanco. No sabía con certeza si estaban vestidos de blanco —no recordaba el color de sus vestimentas— y hasta comenzaba a dudar si (salvo en el caso de Tim y Match, ya que, al fin y al cabo, se había despedido de ellos con un apretón de manos) los demás cantantes eran seres tangibles.
El chofer, Francis, sus padres y su hermano, el ballet, Tim y el coro de villancicos.
Todo le parecía como un sueño a Roshna, y a medida que caminaba pensando en todo lo ocurrido, la invadió una sensación de calidez y de pronto se sintió inmune al frío invernal, hasta que de pronto la bocina de un auto la trajo de vuelta a la realidad. Un viejo Morris Minor dilapidado pasaba a su lado.
A Roshna la sacudió un temblor y comenzó a apresurar la marcha. El auto se detuvo y de él descendió un hombre de uniforme, mal vestido.
—Será mejor que la lleve a casa, señorita —gruñó—. Ya se le fue el último tren a Southall.
Roshna estuvo a punto de pegar un grito hasta que se dio cuenta de que aquel hombre era Henry, el chofer de Francis.
—Pero, ¿y el otro auto, el BMW?
—Ya pasó la medianoche, señorita, y tal como se lo advertí, si no la llevaba a casa antes de las doce, ¡nos convertiríamos en calabazas! Es decir, hablando de manera figurada.
—Qué extraño —dijo Roshna.
—Así es. Y si no entra al auto, se congelará de frío con esa ropa que lleva puesta.
—Roshna miró cómo estaba vestida. Ya no tenía puesto el abrigo largo de cachemira, solo su saco tejido color verde oliva y un par de jeans gastados.
—Hmm… —dijo Roshna, poniéndose de pie desde su computadora para mirar por la ventana de la sala hacia la calle nublada y cubierta de hielo—. ¿Qué día es?
—Domingo —respondió Chitrathi con expresión confundida—. ¿Acaso se te olvidó?
—Esa trasnochada de anoche debe de haberte dejado medio desorientada —dijo Nandi.
—No, lo que preguntaba era qué día de Navidad es…
—Es Año Nuevo. Es decir, uno, dos…
—El octavo día —dijo Michael, arpegiando en la guitarra.
—Ocho criadas ordeñando —susurró Roshna—. No le veo mucho significado que digamos.
—Pero el día de Año Nuevo representa el comienzo de un nuevo ciclo —ofreció su madre—. De una nueva vida.
—Es cierto. Pero con eso no basta.
—¿Por qué te preocupa tanto, hija mía?
—La verdad que no lo sé. Con todo lo que ha pasado este año, ¡prestaré especial atención a las señales de cada mes!
Sonó el teléfono y Chitrathi lo contestó.
—Ehh… sí —dijo con cierto tono de afectación—. No estoy del todo al tanto… ¿dijo que en La lechera? Debe de haber sido mi hija, sí. Mire, mejor se la paso para que hable con ella —continuó, a pesar de las señas que le hacía Roshna para que no la pusiera al teléfono.
—¿S-sí? —Respondió Roshna—. Sí, fui yo. Quiero decir, sí, soy yo, Roshna… ¿Cómo consiguió este número de teléfono? Increíble… muy bien, Pe-Peter… sí, sigamos en contacto. Gracias. Sí, y feliz año para ti también.
Cuando Roshna colgó tenía los ojos del doble de su tamaño. Ocho criadas ordeñando —dijo.
—Bastante impresionante —dijo Chitrathi, y se levantó a preparar más té—. Pero hablando de cambios para el año nuevo, me pregunto si tú, Michael, podrías contar a los chicos un poco sobre los planes que tenemos.
—Bien. Para empezar —dijo Michael después de aclararse la garganta— he decidido poner parte de mi capital en la mudanza de la hermana de Chitrathi a Inglaterra.
—Genial —dijo Nandi.
—Debes de estar contentísima, mamá —agregó Roshna.
—Claro que sí, y la cosa no termina ahí. Explícales, querido.
Y eso fue, ni más ni menos, lo que hizo Michael. Tras obtener su divorcio de Sadhil Gupta, que en el entretanto había adquirido nuevos intereses románticos en una aspirante a actriz de Sacramento, California, Chitrathi y Michael se casarían al estilo tradicional hindú.
—¿No les importaría adoptar el apellido, Ridley, verdad que no? —preguntó al sorprendidísimo pero encantado par de jovencitos.
Roshna y Nandi encogieron los hombros y luego se quedaron fascinados con la noticia de que los cuatro se mudarían a una casa situada en West Hampstead.
—…Que tiene un enorme jardín y queda frente al parque —añadió Chitrathi.
—Y bueno, también me he ablandado y decidí comprar una camioneta Toyota todo terreno… —continuó Michael.
—Si no es indiscreción —dijo Nandi—, ¿de dónde sacaste tanto dinero?
Michael bajó la guitarra e informó a los dos chicos Gupta (todo esto era novedad para ellos) que en los últimos dos años, a raíz del declive de las imprentas, había estado investigando en línea acerca de las ventas de publicaciones por Internet, incluyendo periódicos y revistas. Al ver que sus especulaciones no daban fruto alguno, creó LIKEMIND, una compañía de redes colaborativas.
—Y de pronto, ¡bum! Empezó a entrar la lana, la pasta, la guita… como quieran llamarla. Y mucha. De pronto, ¡resulta que tengo bastante dinero! —explicó.
—De ahí lo de la casa de Hampstead —dijo Chitrathi.
—Puede que suene oportunista —continuó Michael—, pero al analizar este vacío de individualismo aislante, me di cuenta de que se puede hacer dinero a partir del deseo que tiene la gente de conectar a distintos niveles: negocios, amistad, romance… lo que sea. Es más grande que nunca, ¿lo sabían? Me refiero a ese vacío, a ese deseo. Pareciera capaz hasta de conectar mundos distintos…
De pronto, Roshna vio algo en el monitor de la computadora y suspiró.
—¡Tim!
—¿Tim?
—Tim, mamá… era uno de los que cantaba en el coro de los villancicos. Estaban cantando Los doce días de la Navidad. Lo conocí anoche. Me deseó un feliz año nuevo por Twitter. Es que, había pensado que no era… bah, no importa.
—¿Te refieres a Tiny Tim and the Carollers? —preguntó Nandi—. ¿Ese grupo tan chévere de temas navideños que sacó un hit de Los doce días de la Navidad?
—No creo. Cantaban ese villancico y sonaban parecido a ellos, pero como más angelical, por decirlo de alguna manera. Lo acompañaba una niñita que se llamaba Match porque solía vender cerillas en las calles.
—Qué bárbaro… su gran éxito una Navidad se llamó La niña que vendía cerillas, y para interpretarla, agregaron a una nueva cantante llamada Match. ¿Cómo era la niña?
—Muy menudita y pálida —dijo Roshna—. Tenía bucles rubios que le llegaban a la altura de los hombros. Parecía una niñita de la calle igualita a las de Dickens.
—Pues parece que hablas de ella.
—En realidad, no podrían haber sido ellos —dijo Michael—. Porque justo ayer al parecer abordaron un vuelo rumbo a Dublín, donde tenían que hacer una presentación, y el vuelo se reportó como perdido. Ya saben cómo se pierden esos vuelos privados en los radares. Finalmente descubrieron que el avión se había caído en el Mar de Irlanda. No hubo sobrevivientes.
A Roshna le dio un escalofrío.
—No, claro. No pu-pudieron ser ee-ellos, entonces —susurró—. Qué raro que no me enterara de nada de esto.
—Sí, raro. Porque estuvo todo el día en las noticias —dijo Nandi.
—Creo que ando medio distraída últimamente— dijo Roshna.
Chitrathi negó con la cabeza y abrazó a Roshna.
—Todo esto es bastante sobrecogedor, querida. Pero mírale el lado bueno: a juzgar por la buena acogida que tuviste el año pasado con lo de dar, quién sabe qué más sucederá este año. Evidentemente, recogerás lo que sembraste.
—¿Lo que sembré, mamá? ¿Qué cosa sembré?
—En una palabra… amor.
Se hizo un silencio en la sala de estar con el comentario de Chitrathi. Michael retomó sus arpegios, Nandi se quedó mirando fijamente sus pies y Roshna tuvo que contener la respiración para que no se le salieran las lágrimas.
—¡Pero no fue iniciativa mía! —exclamó, por fin—. ¡Yo, como persona soy horrible!
—No es así —la consoló Chitrathi—. Nadie en este mundo tiene una hija mejor.
—Y nadie en este mundo tiene una mejor hijastra —agregó Michael.
—Y nadie en este mundo tiene una mejor hermana —les siguió Nandi.
De pronto volvió a sonar el teléfono y Roshna lo tomó. Se quedó boquiabierta con lo que escuchaba.
—Y nadie en este mundo podría tener una mejor… ¿qué has dicho? —susurró al auricular—. Pu-pues, lo tomaré en cuenta. Y siento mucho lo que pasó anoche… es que, necesitaba espacio y tiempo para pensar. Es que, no sabía que… sí, por supuesto.
Roshna negó con la cabeza, cerró los ojos y después de unos minutos susurró un buenas noches y colgó.
—Era Francis —dijo con la cabeza en las nubes—. Nada más llamaba para desearme un feliz año nuevo.
Chitrathi rió entre dientes.
—¿Nada más? No lo creo, querida. ¿Y qué fue eso que te decía de que nadie más en este mundo tiene mejor…?
—Mejor futuro… eh-ehh… —improvisó Roshna.
—Pues, creo que este año veremos a Francis más seguido.
—Sería lindo.
—En otras palabras, mamá, con tu permiso, lo que quiere es invitarme a salir mañana, y esperemos que muchos más mañanas...
Texto: Gilbert Fentan. Ilustración: Jeremy. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2020