Rincón de las maravillas
El misterio de las monedas de oro, 2ª parte
viernes, septiembre 30, 2022

Aventura de la patrulla de los 5

Recuento de lo sucedido: La patrulla de los 5 —integrada por Chris, Susan, Ziggy, Kento y, más recientemente, Karen— había pasado el día con el Sr. Colin, un anciano que había sido misionero años atrás. El Sr. Colin les dio una caja con veinte monedas de oro. Los cinco regresaron al día siguiente para visitar al anciano, pero no había nadie en casa. Un vecino les dijo que el Sr. Colin había fallecido durante la noche. Apesadumbrados regresaron a su lugar de encuentro, al cual llamaban La Cabaña.

Cuando les entregó las monedas les dijo que eran «muy antiguas y valiosas»; sin embargo, cuando fueron a tasar su valor, el tosco dueño de la Casa de las Monedas les dijo que no valían nada. Cuando los cinco se fueron a sus respectivas casas, ninguno notó que alguien los seguía. No obstante, Susan presentía que algo no andaba bien...

Aquella noche, luego de que se fueran Ziggy, Kento y Karen, Chris se sentó delante de la mesa ubicada frente a la pared de tablas de la Cabaña y examinó con detenimiento la caja de monedas. Ahora era responsable de ellas.

Después de unos minutos colocó la caja en una cómoda ubicada en una esquina. Ahí guardaban todos los objetos de valor que tenían en la cabaña. No es que tuvieran muchos ni que fuesen muy valiosos, eran más como recuerdos. Y aunque el dueño de la tienda de monedas dijera que esas monedas no tenían valor, para ellos eran un tesoro, porque el Sr. Colin se las había dado al grupo.

Chris cerró la cabaña con candado. Y cruzó rápidamente el resto del sendero, huyendo del frío del viento nocturno. No se había percatado de la silueta de un hombre que merodeaba cerca de ahí ni del espiral de humo que salía de su cigarrillo.

* * *

—¡No están! —gritó Chris, luego de buscar en la pequeña cómoda la caja de madera que contenía las monedas.

—¿Estás seguro de que las pusiste ahí? —preguntó Ziggy.

—¡Claro que estoy seguro!

—¿Adónde habrán ido a parar?

—No lo sé, Susan. Las puse aquí luego de que ustedes se fueran y después le eché... ¡oh, no! Miren esto. No me había dado cuenta —Chris alzó el candado—, lo han abierto.

Kento levantó el candado y lo revisó.

—Está roto. Alguien lo forzó, el hueco de la llave está todo forzado y no cierra.

—¿No es ese el candado que acabamos de comprar? —preguntó Susan.

—Sí. Y ahora han desaparecido las monedas.

La cabaña quedó en silencio, mientras los cinco se miraban. Luego se quedaron mirando la cómoda por un rato. Finalmente Susan rompió el silencio.

—Tenía la esperanza de que algo así no sucediera luego de lo que pasó ayer —musitó.

—¿Qué quieres decir? —inquirió Karen.

—Debí decirles en ese momento en vez de pensar que se iban a reír o a...

—¿Decirnos qué, Susan? —interrumpió Chris.

—Ay —suspiró Susan llevándose las manos a la cara—. Antes de que fuéramos a esa tienda, la Casa de las Monedas, tuve la sensación de que algo no andaba bien. En realidad, empecé a sentirme así incluso antes de dejar la cabaña. Y después, justo cuando estábamos parados afuera de la tienda, recordé de qué nos habíamos olvidado.

—Sí —dijo Kento—, pero ni siquiera nos lo dijiste.

—Recordé que no habíamos orado.

Los demás se quedaron mirando al suelo.

—Ni siquiera pensé en ello —dijo Chris entre dientes.

—Yo tampoco —añadió Karen.

—Pero eso no es todo —prosiguió Susan—. ¿Te acuerdas, Karen, que cuando estábamos en el bus tuviste que llamarme varias veces para que te contestara?

Karen asintió con la cabeza.

—Bueno, una vez más algo no estaba bien. Cuando ustedes se iban a la Cabaña y yo me iba a mi casa, algo me susurró que me diera la vuelta. Lo hice y vi a un hombre que parecía que los estaba siguiendo. Así que subí corriendo a mi habitación para ver mejor, pero de pronto él dobló por el otro camino. Así que pensé que me estaba imaginando cosas.

—Por ese camino, a tan solo unos cuatro o cinco metros, hay un sendero que lleva de vuelta a la calle por la que íbamos nosotros —dijo Chris.

—Entonces, quizás él se llevó las monedas —dijo Susan—. Oh, Dios mío... ¿qué vamos a hacer?

El resto de la patrulla suspiró y se encogieron de hombros.

Esperen —dijo Susan—, justo antes de quedarme dormida estaba orando y recordé ese versículo que el Sr. Colin solía repetir una y otra vez: «Todas las cosas ayudan a bien». Me quedé dormida justo después, pero me sentía mucho mejor. Antes de eso me preocupaba que algo fuera a pasar.

—No sé qué bien puede salir de esto —dijo Karen.

—Yo tampoco, pero algo debe resultar. Tenemos que averiguar qué es.

—Debemos orar, tal como nos enseñó el Sr. Colin que hiciéramos cuando no supiéramos qué hacer —dijo Chris.

Todos estuvieron de acuerdo. Cuando Chris terminó de orar, nadie habló; simplemente se quedaron sentados pensando en todo lo que había sucedido. Pero algo había cambiado. Estaban haciendo lo correcto al orar y eso los hizo sentirse mejor.

—¿Alguien ha... recibido algo? —preguntó Chris—. ¿Alguna impresión?

—Cada vez que pienso en las monedas se me viene la imagen del hombre de la tienda. No era un tipo amable en absoluto —dijo Ziggy.

—Me pregunto... —dijo Susan pensativa mientras que los otros esperaban ansiosos lo que diría—. Nadie más sabía de las monedas. ¿Ustedes se lo dijeron a alguien?

—No —respondieron todos negando con la cabeza.

—Entonces, ¿por qué querría alguien entrar a la cabaña de juegos de unos niños?

—Pensemos por un momento —dijo Karen—. ¿No es extraño que ese señor Manchester dijera que las monedas no tenían valor y que el Sr. Colin nos dijera todo lo contrario? De alguna forma, sería bueno averiguar su verdadero valor. A fin de cuentas, para eso fuimos a la tienda.

—En la biblioteca hay libros sobre monedas antiguas —señaló Susan—. Será fácil.

—O aún más fácil... busquemos primero por Internet —añadió Kento sacando su smartphone.

Todos estuvieron de acuerdo y rodearon a Kento, mirando sobre su hombro la pequeña pantalla del aparato.

—¡Lo encontré! —exclamó Kento tras buscar durante unos minutos—. Hay todo un portal sobre monedas antiguas.

—¿Aparecen nuestras monedas?

—Veamos... ah, ¿qué les parece esta? —Acababa de abrir una página donde se veía una foto a color de una moneda antigua—. ¿No les resulta familiar?

—¡Es igualita a las nuestras, una moneda romana! —exclamó Susan, echando un vistazo más de cerca.

—¿Y cuánto vale? —preguntó Karen.

—¡Dice que una sola de estas monedas vale 100.000 dólares!

—¡100.000 dólares! —dijeron todos a coro.

—¿Hablas en serio? —dijo Ziggy.

—¡Es lo que dice aquí! ¡Mira eso!

—Si es que son auténticas —dijo Karen—. Si el dueño de la tienda tiene razón con respecto a que son falsas, entonces no valen nada.

—Pero entonces, ¿por qué desaparecieron? —preguntó Ziggy.

—No lo sé. Solo estoy presentando el otro lado —respondió Karen con mal humor—. Supongo que no quiero perder las esperanzas.

—Bien —dijo Susan—, digamos que el señor Manchester las robó o hizo que alguien las robara, ¿cómo las vamos a recuperar?

—Podríamos llamar a la policía y decirle que nos robaron las monedas y de quién sospechamos —sugirió Ziggy.

—¿La policía?… Hum... —dijo Chris con una sensación de desaliento. Se había apartado del debate y observaba pensativamente el cuadro del ángel que les había regalado el Sr. Colin.

—Era una idea nada más —dijo Ziggy.

—Bueno, podríamos hacerlo si tuviéramos algo más en qué basarnos —dijo Susan—, pero no creo que la policía crea nuestra historia. Ni siquiera podemos probar que las monedas son nuestras.

—Eh, miren esto —exclamó Chris, mientras agitaba un sobre que contenía varios documentos.

—¿Qué es?

—Estaba ajustando el cordel para poner el cuadro derecho y noté que por un lado sobresalía la esquina del sobre —dijo mientras colocaba sobre la mesa los documentos—. Es una tasación oficial de las monedas. También hay un recibo y unas fotos.

—¡Fantástico! —exclamó Susan.

—Supongo que esto prueba que no son falsas, como pretendía hacernos creer el señor Manchester —dijo Karen.

—Tal vez deberíamos regresar a la Casa de las Monedas y examinar el lugar —propuso Ziggy.

—No va a ser tan fácil —dijo Chris—. No podemos ir ahí y decir que pensamos que nos robó las monedas.

—Ya sé. Pero tengo el presentimiento de que el señor Manchester tiene algo que ver en todo esto.

—Quedarnos aquí sentados no va a hacer que aparezcan las monedas —dijo Susan.

El resto estuvo de acuerdo. Partieron, pues, una vez más en dirección a la tienda de monedas.

* * *

—¿Y qué los trae de vuelta por aquí? —preguntó Skeets cuando los niños entraron a la tienda—. ¿Decidieron que veinte dólares eran una oferta tentadora por su pequeña colección?

—En realidad, señor —le respondió Karen entrecerrando los ojos—, esas monedas desaparecieron. Alguien se las ha llevado.

—¿Me dicen que alguien las robó? Cuánto lo siento. Bueno, el culpable se va a llevar una triste sorpresa... no va a sacar apenas provecho.

—En realidad, tenemos la prueba de que esas monedas no eran falsas —dijo Chris.

—Sí, seguro... A verla.

—Para ser francos, señor —le dijo Susan acercándose al mostrador—, ya que usted es la única persona, aparte de nosotros, que sabe de su existencia, hemos venido a...

—¿Me están acusando de tener algo que ver con su, hum... desaparición?

—N-no. Solo que...

—Pero… —dijo Skeets con un suspiro— comprendo lo terrible que debe de ser. Lamentablemente, no hay mucho que pueda hacer por ustedes, porque no he vuelto a ver sus monedas desde que se fueron de mi tienda ayer.

—¿Eso es verdad? —dijo Kento señalándolo con el dedo—. Usted nos dijo que las monedas no valían nada, cuando en realidad son muy valiosas. ¿Cómo sabemos que no nos está mintiendo ahora?

—Kento —le susurró Chris—, no te enojes, eso no nos va a ayudar en nada. Además es una falta de respeto.

Kento retrocedió, pero tenía la cara roja.

—Es cierto —dijo Skeets—. Es muy irrespetuoso. Ya respondí sus preguntas, ahora si no les importa, tengo negocios que atender. ¡Que tengan un buen día!

Abatidos, los cinco dejaron la tienda y tomaron el autobús de vuelta a la Cabaña, donde decidieron que hablarían sobre qué hacer a continuación.

* * *

—Chicos, perdónenme por haberme enojado en la tienda —dijo Kento disculpándose—. Pero si me preguntan a mí, diría que probablemente fue Skeets el que nos robó las monedas. Ese tipo no me gusta para nada.

—No te preocupes, Kento —le dijo Chris.

—No es difícil que ese hombre te caiga mal —añadió Susan metiendo baza.

—Me pone los pelos de punta —dijo Karen.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Chris.

Solo hubo silencio como respuesta. Nadie sabía qué hacer.

Kento todavía tenía en sus manos el sobre con la tasación oficial de las monedas. Sacó los documentos para volver a leerlos.

—¡Oigan, no me había fijado en esto! Aquí hay una nota del señor Colin —dijo, sacando del sobre una hoja de papel.

—¿Qué dice? ¡Léela de una vez! —le pidió Susan y Kento comenzó a leerla.

A la patrulla de los cinco:
Aunque parezca que lo han perdido todo, siempre hay una manera de recuperarlo. Nunca es tarde para hacer lo que está bien. La respuesta está a una llamada por teléfono de distancia. Jeremías 33:3.
Con amor,
Colin Hedgcome

—Es bastante enigmático. Pero es casi como si él supiera que íbamos a perder las monedas.

¿Qué significa esa parte del teléfono? —preguntó Kento.

—¿Recuerdas que el señor Colin nos dijo que podíamos conocer el futuro consultando con Dios? Eso es lo que significa —le respondió Chris.

—Claro, eso es. Nos dijo que el número de teléfono de Dios es Jeremías 33:3: «Clama a Mí, y Yo te responderé y te enseñaré... cosas grandes y ocultas que tú no conoces».

—Lo que pasa es que no oramos por nuestra última visita a la Casa de las Monedas —dijo Susan—, nuevamente nos dejamos llevar por nuestros impulsos.

—Pero podemos orar ahora —dijo Chris—, tal vez Dios todavía tenga algo que decirnos.

Tras una corta oración, guardaron silencio a la espera de una indicación sobrenatural sobre qué hacer a continuación. Hasta Frisky estaba respetuosamente acurrucado en una esquina.

—Me vino a la memoria una historia de la Biblia que leí una vez, pero no veo qué relación tenga con todo esto... —dijo Susan no muy convencida.

—¡Cuéntanos! —dijeron los otros ansiosamente.

—Está bien. Como ya les dije, no estoy segura de lo que quiere decir, pero lo recordé claramente.

—¿Qué era? —preguntó Chris.

—Recordé lo que dijo Jesús de algunos de Sus enemigos; que eran como sepulcros blanqueados, que por fuera se ven hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos1.

—Interesante… ¿y…? —dijo Chris.

Susan se encogió de hombros.

—No sé si esto servirá pero la fachada de la Casa de las Monedas es blanca —sugirió Karen.

—Y el dueño no era honesto —añadió Ziggy.

—Pero lo de los «huesos de muertos»... sin que suene a macabro, odio pensar lo que puede significar... —dijo Susan sintiendo un escalofrío.

—Al menos si descubrimos que está haciendo algo ilegal, podemos llamar a la policía para que vaya y lo arreste. Así podríamos recuperar nuestras monedas —dijo Karen.

—Puede que no sea tan fácil —dijo Chris—, pero después de orar, tengo la fuerte impresión de que deberíamos echar un vistazo a su trastienda, y que encontraremos algo que nos servirá para recobrar las monedas. Es arriesgado, pero si tomamos algunas precauciones, por ejemplo, ir solo dos de nosotros, y los demás se quedan vigilando en la distancia...

—Yo estaba pensando en lo mismo y... —dijo Kento. Decidieron que Chris y Susan irían primero, por ser los mayores del grupo. Los otros tres se iban a quedar cerca.

* * *

Ya comenzaba a atardecer cuando llegaron a la Casa de las Monedas. Chris y Susan iban delante, y los demás seguían a cierta distancia. El callejón que había detrás de la tienda era angosto. Allí se escondieron en una entrada y esperaron.

—Tal vez no pase nada hoy. Podríamos volver mañana —susurró Susan al cabo de un rato.

Justo en ese momento se estacionó cerca un Cadillac negro. Un hombre con anteojos oscuros y un sobretodo de color negro descendió del vehículo. Le entregó un paquete grande a otro hombre que salió por la puerta trasera de la tienda. El otro hombre arrugó y tiró un papel a uno de los tachos de basura.

—Esto se pone interesante —dijo Chris mientras sacaba un lapicero y escribía el número de la matrícula del auto en la palma de su mano.

—Esperemos hasta que el hombre se meta otra vez en la tienda y después echemos una mirada en el tacho de basura para ver si ese papel es interesante —sugirió Chris.

Se acercaron a los tachos de basura y alzaron la tapa cautelosamente.

—Aquí hay un montón de papeles. Casi todos están rasgados y no los puedo leer... son sobre apuestas de caballos... —dijo Susan mientras rebuscaba dentro del tacho.

—Y algo sobre Colombia —musitó Chris mientras leía algunos de los recibos.

—Este es un depósito en un banco de las Islas Caimán. Me pregunto qué significará todo esto— dijo Susan.

—Parece sospechoso...

En ese instante se abrió de golpe la puerta y apareció un hombre. Susan dio un grito ahogado. Era la misma figura delgada y adusta que había visto seguir a los cuatro la noche antes. Chris y Susan se dieron la vuelta para escapar, pero se estrellaron contra un tremendo matón, que estaba parado al otro lado de los tachos de basura. Agarró a ambos y los sacudió hasta que dejaron de intentar soltarse.

—¿Qué hacen husmeando por aquí, niños?

—Solo buscábamos algo chévere en su basura —respondió Chris.

—¿En serio? ¿Y encontraron lo que estaban buscando?

Chris negó con la cabeza.

—Solo un montón de papeles.

—Es él —musitó Susan.

—¿Quién es? —preguntó Chris.

Susan señaló con la cabeza en dirección al hombre delgado que estaba parado cerca. Susan lo miró a los ojos y el hombre esbozó una inquietante sonrisa. Susan sintió escalofríos. El hombre le dio la espalda y exhaló una bocanada de humo.

—Llévaselos al jefe —le dijo al otro hombre que todavía tenía fuertemente sujetos a los chicos. Seguidamente se dio la vuelta y se alejó de la tienda por el callejón mientras el otro hombre llevaba a Chris y Susan a la habitación trasera, y los sentaba bruscamente en dos sillas que estaban situadas espalda con espalda.

—Jefe —llamó—, tengo algo para usted.

—Más vale que sea algo bueno, Clive. No tengo tiempo para tus descubrimientos —dijo Skeets Manchester, entrando a la habitación con cara de pocos amigos.

—Acabo de agarrar a estos chiquillos husmeando en la parte de atrás. Dijeron que estaban buscando algo chévere.

—Buscando algo chévere, ¿no? —respondió Skeets—. Vaya, ¿no son ustedes los chicos de las monedas?

—¡Usted las robó! —le gritó Susan—. ¡Queremos que nos las devuelva!

—Cuánto lo siento, chiquilla —le respondió Skeets serenamente—, pero las cosas no funcionan así en este mundo. No obstante, ¡debo darles las gracias por hacerme inmensamente rico!

—¿Las vendió?

—Las vamos a vender mañana por la noche —dijo el matón.

—Cierra el pico, Clive. No es asunto de ellos —seguidamente se volvió hacia Chris y Susan—. ¿Así que creen que van a encontrar algo en la basura, eh? Veamos, pues. Revísalos, Clive.

Clive examinó sus bolsillos, sacando pequeños trozos de papel. Luego de revisarlos, los sentó en sus sillas y examinó los papeles que había encontrado.

—Parecen recibos, papeles bancarios y algunos pedazos de...

—¡No me digas, Clive, que echaste esos papeles en la basura de atrás! —le gritó Skeets—. ¿Es que nunca vas a aprender, imbécil?

La ira de Skeets se apagó instantáneamente al volverse hacia los chicos y esbozó una maliciosa sonrisa.

—Pero no fue muy inteligente de parte de ustedes andarse metiendo en asuntos ajenos, ¿no?

Se acercó y levantó el mentón de Susan para verla mejor.

—Dime, ¿tus papás nunca te enseñaron nada? ¡Chiquillos tontos, creyeron que habían encontrado alguna prueba contra mí! Y ahora, ¿quién se va a enterar?

Se volvió a Clive y le dijo:

—Lleva a nuestros amiguitos al túnel de abajo.

Clive tomó bruscamente a Chris y a Susan del brazo, abrió una puerta que había en la habitación y los llevó abajo por unas escaleras. Al final de ellas, abrió otra puerta y los echó dentro. El lugar apestaba y Susan y Chris comenzaron a toser enseguida.

—Aquí los vamos a dejar por un tiempo hasta saber qué hacer con ustedes.

—¿Y cuánto tiempo será eso? —preguntó Susan.

—No se sabe. Nunca supimos qué hacer con los anteriores —dijo el mastodonte con una risotada.

Cerró la puerta de un portazo y Chris y Susan quedaron en la más absoluta oscuridad. Aunque estaban cansados, sedientos y muy incómodos, procuraron permanecer animados cantando y citando los versículos de la Biblia que recordaban, y sobre todo, orando.

* * *

—Ya ha pasado un buen rato. ¿Qué estarán haciendo? —dijo Kento.

Los chicos no habían visto que atraparon a Chris y Susan.

—Los habrán atrapado —dijo Ziggy.

—¿A lo mejor es hora de llamar por teléfono nuevamente? —sugirió Karen.

—¿Por teléfono?

—Ya sabes... orar.

Rezaron, guardaron silencio y esperaron a recibir instrucciones. Ziggy habló primero.

—¿Conocen el versículo que dice: «A Sus ángeles mandará acerca de ti»? Bueno, me vino a la mente eso y una imagen de un policía mientras orábamos. Creo que significa...

—Sí. Creo que es hora de llamar a la policía para que nos ayuden.

Los otros estuvieron de acuerdo.

—A lo mejor este lío nos va a ayudar a atrapar a esos sinvergüenzas y a recobrar nuestras monedas —dijo Ziggy.

—Apurémonos. Vi una comisaría a un par de calles —dijo Karen.

* * *

Kento, Ziggy y Karen entraron resueltamente a la comisaría y Frisky los seguía de cerca.

—¿En qué puedo ayudaros? —preguntó un agente de policía.

Kento respiró hondo y comenzó su explicación.

—Dos de nuestros amigos están metidos en un lío tremendo porque creemos que fueron capturados por el gerente de la Casa de las Monedas que robó nuestras monedas antiguas.

El agente levantó la vista del periódico que estaba leyendo.

—¿Capturados? ¿Monedas?

—Sí. Hay que rescatarlos enseguida —contestó Karen.

—Menuda historia, señorita.

—Pero es cierta, señor. Tenemos que ir a buscarlos antes de que algo malo les suceda y...

—¿Qué les suceda algo... a quién?

—A nuestros dos amigos.

—¿Amigos? ¿Qué amigos? Denme los hechos, chicos, solo los hechos. Ustedes saben: nombres, edades, direcciones, cosas como esas.

Karen le dio al policía todos los detalles que necesitaba.

—Ese lugar, ¿cómo es que se llama?

—La Casa de las Monedas —le respondió Ziggy.

—Ah, sí. Conocemos el lugar. Sin pruebas no conseguiremos una orden de allanamiento, pero hace tiempo que sospechamos que allí se llevan a cabo algunas actividades irregulares, y esta podría ser nuestra oportunidad de confirmar nuestras sospechas.

* * *

Ziggy, Karen y Kento llegaron a la Casa de las Monedas con tres agentes de policía.

En la puerta de la tienda había un letrero escrito a la apurada que decía: «Cerrado por vacaciones».

—La última vez que los vimos fue en la parte trasera de la tienda —dijo Kento y guió a los policías a la entrada que había atrás.

Frisky ya había salido corriendo y ladrando en dirección a la parte posterior del edificio. Saltó hacia la puerta, rasguñándola frenéticamente. La puerta también estaba cerrada. Los tachos de basura estaban volteados y había basura tirada por el suelo.

—Mira esto —exclamó uno de los agentes, alzando una billetera.

—¡Es la billetera de Chris! —exclamó Kento—. Miren...

Kento le quitó la billetera al policía, se puso a rebuscar en ella y sacó un documento de identidad.

—Chris Fulton, tal como dijeron.

Al teniente se lo notó preocupado y se volvió hacia el otro agente.

—¿Hooper, conseguiste la orden de allanamiento?

—Sí.

—Veamos si hay alguien adentro, pero antes llevemos a los chicos de vuelta al patrullero donde Warren los pueda cuidar. No hay que correr riesgos innecesarios.

Aunque Karen, Ziggy y Kento protestaron, al final consintieron pues comprendieron que si deseaban la ayuda de la policía, tenían que cooperar.

El agente Hooper golpeó varias veces la puerta, diciendo en voz alta:

—Es la policía. ¡Abran la puerta!

Nadie contestaba.

—¡Abran o derribaremos la puerta! —vociferó Hooper.

Se escucharon pasos y algunas voces, y se abrió la puerta.

—¿En qué les puedo servir? —preguntó Skeets con toda tranquilidad.

—Buscamos a dos personas desaparecidas, un chico de nombre Chris Fulton y una niña llamada Susan Grimbaldi. Tienen aproximadamente doce años. ¿Los ha visto? —preguntó el teniente—, nos informaron que fueron vistos cerca de esta entrada. ¿Sabe usted algo al respecto?

—La verdad que no.

—Um, no me diga. Es curioso, porque tengo a tres testigos que siguieron hasta aquí a los dos chicos que desaparecieron —dijo el teniente señalando a los tres chicos que estaban sentados en el patrullero.

—¡Otra vez esos chicos!

—Ah, de modo que sí los había visto antes.

—Vinieron el otro día con unas monedas sin valor. Y volvieron a venir hoy lanzándome acusaciones porque sus monedas se habían perdido. Son niños muy malcriados. Los eché y les dije que no volvieran más. ¿Es eso un delito?

—¿Le importaría si echamos un vistazo? —preguntó el teniente Gibbs.

—Um... claro que no. No tengo nada que ocultar.

—Warren, quédate en el vehículo con los chicos y el perro mientras nosotros revisamos el lugar —dijo el teniente.

Karen, Ziggy y Kento esperaron cerca de una hora hasta que por fin regresaron los policías.

—Parece que todo está en orden —dijo el agente principal—. Hemos buscado por todas partes.

—Debe de haber algún error —dijo Karen.

A estas alturas Frisky estaba ladrando fuertemente y Kento procuraba sujetarlo lo mejor que podía, pero finalmente se soltó y comenzó a correr locamente hacia la entrada trasera de la tienda.

Frisky se metió a toda velocidad a la tienda.

—¡A lo mejor está buscando a Chris y a Susan! —exclamó Kento.

—¡Vamos, sigamos al perro! —gritó el teniente.

Cuando todos alcanzaron a Frisky, éste se hallaba frente a una sección de la pared en la que había una estantería de libros y ladraba con furia. Steeks Manchester intentaba alejarlo de ahí a patadas, pero el perro regresaba nuevamente a la misma sección de la pared.

—¿Qué hay detrás de esta estantería? —preguntó el policía.

—Una pared, cemento y luego más cemento —le respondió Skeets.

—Hooper, examine minuciosamente esta zona.

—Vea esto teniente. Parece que hay algo detrás de la estantería.

Luego de buscar durante varios minutos descubrieron una pequeña grieta a lo largo de la estantería, la cual forzaron con una palanca hasta abrirla.

—¡Mire, un túnel! —dijo Gibbs.

—¡Quién lo diría! —exclamó Skeets de manera poco convincente—. ¡Tanto tiempo que llevo aquí y ni siquiera sabía que existía!

Los dos policías estaban tan absortos con el hallazgo del túnel que no se dieron cuenta de que Skeets se dirigía lentamente hacia las escaleras para escaparse. Clive se encontraba entre Skeets y los policías.

El teniente pidió refuerzos por radio.

Frisky le ladraba fuertemente a Skeets y le mordió los pantalones. No lo soltaba por mucho que Skeets intentara sacárselo de encima.

—Skeets está tratando de escapar —gritó súbitamente Kento, luego de correr detrás de Frisky. Los otros dos chicos también lo habían seguido.

En ese instante Clive sacó una pistola y disparó hacia los policías. Las balas pasaron silbando junto a ellos.

—¡Agáchate! —le gritó el teniente a Ziggy.

Los otros dos niños hicieron lo mismo y se colocaron enseguida detrás de una mesa que estaba volteada.

Skeets se las arregló para sacarse de encima al perro y subió corriendo por las escaleras, seguido por Clive. Los policías trataron de seguirlos pero Clive se daba la vuelta cada par de segundos para dispararles.

El teniente desenfundó su arma y respondió al fuego. Una bala le dio a Clive en la pierna y el grandullón cayó pesadamente. En cuestión de segundos el teniente le confiscó el arma a Clive y lo esposó.

El agente Hooper corrió tras Skeets y saltó sobre él, con lo que ambos cayeron al suelo. Tras algo de lucha, Hooper le puso las esposas a Skeets.

—Van a pagar por esto, chiquillos —gritó Skeets.

—Si yo fuera usted no hablaría así, señor Manchester. Va a tener que explicarnos varias cosas —le advirtió el teniente Gibbs.

Una vez llegados los refuerzos, los dos hombres fueron conducidos a la comisaría. Mientras varios policías examinaban la Casa de las Monedas, Ziggy, Karen y Kento entraron al túnel para encontrar a Chris y a Susan. Mientras avanzaban por el túnel iban llamándolos. Al poco rato oyeron golpes en una de las puertas y unos gritos apagados.

Descorrieron el pestillo y abrieron la puerta. Chris y Susan salieron al pasillo parpadeando mientras sus ojos se acostumbraban a la luz.

—¡No saben cuánto nos alegramos de verlos! —les dijo Chris mientras se abrazaban.

—Llegaron en el momento justo. Solo Dios sabe lo que habrían hecho con nosotros —dijo Susan.

—Me está empezando a gustar eso de parar a escuchar a Dios —le dijo Karen a los demás.

—Vamos a tener que llevarlos a la comisaría para tomarles una declaración y para que nos cuenten en detalle lo ocurrido. Luego los llevaremos a su casa —les dijo Gibbs a los cinco.

Después de que la patrulla de los cinco respondiera a las diversas preguntas de la policía, el teniente Gibbs y el agente Hooper los llevaron a casa.

—Vendremos a visitarlos por la mañana para ver cómo va todo —les dijeron mientras se despedían— y para pedirles cualquier información que hoy se nos haya pasado por alto. ¿Está bien si nos reunimos en la casa de Chris a las 10:30?

—Claro —respondieron.

—Teniente, ¿le podemos pedir un favor? —preguntó Chris.

—¿De qué se trata?

—¿Encontraron las monedas?

—Todavía no hemos encontrado nada. Pero estamos investigando.

* * *

Exactamente a las 10:29 de la mañana el teniente Gibbs y el agente Hooper se presentaron a la puerta de la casa de Chris. Después de un largo interrogatorio, los policías quedaron satisfechos con la información proporcionada por los chicos y dijeron que iban a realizar una investigación exhaustiva en torno de los negocios de Skeets Manchester.

—Muchas gracias por la ayuda que nos han brindado para esclarecer este caso. Llevamos un buen tiempo tras el rastro de Skeets— dijo el teniente mientras se levantaba de su asiento para irse...

—Señor, ¿encontraron las monedas? —preguntó Karen.

—¿Las monedas? Por poco me olvido —dijo el teniente con una sonrisa. Le hizo una seña al agente que estaba con él, que fue al maletero del patrullero y de una bolsa grande sacó una caja que les resultaba muy conocida. Volvió y se la entregó al teniente.

—Las encontramos. Por lo visto, acá tienen todo un tesoro. La próxima vez tenga cuidado dónde la ponen, quizás no sea tan fácil recuperarlas.

—Gracias, señor —dijo Chris, tomando en sus manos la caja. Estaba radiante de felicidad.

—Confiemos que no haya una segunda vez —añadió Susan.

—Pero si sucediera algo parecido, llámennos antes de intentar hacer algo por su cuenta —aconsejó el agente Hooper.

—Créame que lo haremos —respondió Chris y los otros chicos estuvieron de acuerdo.

—Estoy asombrado de ver lo bien que han resultado las cosas para ustedes, chicos —señaló el teniente Gibbs—. Son niños con mucha suerte.

—En realidad —respondió Susan— lo que nos ayudó fue que oramos cuando no sabíamos qué hacer. Eso fue lo que nos enseñó el señor Colin, el hombre que nos dio las monedas.

El agente Hooper se quedó observando el cuadro del ángel y añadió:

—Lo mismo digo, teniente. Aquí mismo en este cuadro tan sobrecogedor... las monedas de oro y todo lo demás.

—El señor Colin nos lo regaló —contestó Susan.

—¿Está hecho con pintura acrílica?

—Pregúntele a Chris. Él es el experto.

—Es un óleo —afirmó Chris.

—¿Tú pintas?

Chris asintió con la cabeza.

—Mi hijo también. Tendrá más o menos tu edad… un verdadero genio. ¿Viste eso?

La patrulla de los cinco y los otros policías soltaron un grito ahogado.

—¡Sí, lo vimos! —contestó Ziggy—, ¡el ángel hizo un guiño y sonrió!


Notas a pie de página:

1 Mateo 23:27

Autor: Peter van Gorder. Ilustraciones: Jeremy. Diseño: Roy Evans.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022
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