¡PAM, PAM, PAM, PAM!
Daniel se revolvió medio dormido.
¡PAM, PAM, PAM, PAM!
—¡Abran en nombre del rey Nabucodonosor!
Daniel dio un bostezo mientras despertaba de su descanso del mediodía. Los ojos se le abrieron de golpe cuando oyó abajo voces y el ruido de las pesadas botas de los soldados. Era la segunda vez en su vida que soldados babilonios invadían su habitación. En esta ocasión estaba al mando de ellos Arioc, capitán de la guardia del rey.
—Tú y tus tres amigos hebreos están detenidos. El rey los ha condenado a muerte.
—Pero, ¿por qué? ¿Qué hemos hecho?
—Eres uno de los sabios del rey, ¿no? Tengo órdenes de matar a todos los sabios de Babilonia.
—Un momento —suplicó Daniel—. ¿Por qué el rey ha promulgado un decreto tan severo?
—Porque está harto de todos ustedes. Dice que son unos aduladores, estafadores y charlatanes.
—Mira, Arioc, mis amigos y yo apenas si hemos comenzado a servir como sabios, y ni siquiera estábamos en la corte esta mañana. Al menos, explícame qué pasó.
—Anoche el rey tuvo un sueño que perturbó su espíritu, e hizo llamar a sus consejeros más veteranos para que lo interpretaran. El único problema fue que no se acordaba del sueño. Entonces prometió que si se acordaban ellos del sueño y le decían además su significado, los colmaría de regalos, premios y grandes honores. Pero si no conseguían hacerlo, los mandaría matar. Para que veas cómo se muere el rey por saber el significado del sueño.
—Ya veo. ¿Y qué le dijeron los sabios?
—Insistieron en que no había nadie en la tierra que pudiera hacer lo que pedía el rey. Ningún rey, por muy grande y poderoso que fuera, pidió jamás tal cosa a un mago, encantador o astrólogo. Protestaron diciendo que lo que el rey pedía era demasiado difícil, y que nadie podía revelarle el sueño excepto los dioses, que no moran con los hombres. Cuando Nabucodonosor oyó esto le dio tal arranque de ira que ordenó la ejecución de todos los sabios de Babilonia... y sintiéndolo mucho, joven Beltsasar, eso te incluye a ti.
—Un momento —Daniel dijo de nuevo, mientras los guardias se acercaban para prenderle—. Arioc, te ruego que me permitas hablar con el rey. Quiero que sepa que el Dios a quien yo sirvo es capaz de revelarme su sueño, y además darme la interpretación para él.
—¿De qué sirven los sabios si no saben decirme lo que quiero saber? —dijo Nabucodonosor mientras soltaba de golpe su copa de vino sobre la mesa.
Cuando hicieron entrar a Daniel el rey todavía estaba echando chispas.
—Y bien, Arioc, ¿está cumplida la orden?
—Estee... no exactamente, majestad. Uno de los cautivos de Judá afirma que él es capaz de explicar al rey lo que significa su sueño.
—¿De veras? ¿Está seguro?
—Sí, oh rey —dijo Daniel—. Dame tiempo y te contaré lo que has soñado.
—¿Tiempo? ¿Para qué te voy a dar tiempo? Ya pedí a todos los magos, encantadores y astrólogos que me lo explicaran, y no han podido. ¿Cómo vas a poder hacerlo tú?
—Majestad, acabo de enterarme de este asunto.
El rey, al darse cuenta de que Daniel era uno de los cuatro muchachos hebreos que tanto le habían impresionado, se aplacó un poco.
—Está bien, Beltsasar. Tienes hasta mañana a esta misma hora. Ni un solo minuto más.
Daniel corrió a su alojamiento a contar a Sadrac, Mesac y Abed-nego el tiempo limitado que le había dado el rey.
—Pero, Daniel —dijo Mesac—. No hay nadie que pueda hacer lo que has prometido.
—Tienes razón. No hay hombre que pueda, pero Dios sí puede. Le pediremos a Él que nos revele este misterio. Él debe hacerlo, porque si no, mañana a esta hora nos ejecutarán junto con todos los sabios de Babilonia.
Luego, los cuatro se arrodillaron y suplicaron la ayuda de Dios.
A Daniel le costó mucho dormirse aquella noche. No dejaba de dar vueltas en la cama, intentando no preocuparse por si Dios le revelaría el sueño y cuándo lo haría. Y aun después de conciliar el sueño, no dejaba de despertarse tratando de recordar si había soñado alguna cosa durante su descanso intermitente.
—Oh Dios —oró por fin—, te ruego que me ayudes a tranquilizarme y a confiar en que Tú sabes lo que haces, incluso si no me revelas el sueño del rey.
Y en cuanto Daniel se sometió a cualquiera que fuera la voluntad de Dios, tuvo una visión que resplandecía en medio de la oscuridad. Se quedó boquiabierto mientras la visión iba cobrando forma ante sus ojos y se hacía claro su significado.
Cuando la visión se desvaneció, Daniel dio un grito de alegría y alabó a Dios por Su inagotable fidelidad.
—A Ti, oh Dios de mis padres, te doy gracias por haberme mostrado el sueño del rey4.
—Entonces, ¿en qué consistía el sueño? —Preguntó Nabucodonosor cuando a la mañana siguiente temprano se presentó Daniel—. Recuerda que no sólo tienes que contarme el sueño, sino que también tienes que darme la interpretación.
—No hay en el mundo sabio, vidente, encantador o mago capaz de explicar al rey este misterio —respondió Daniel—. Sin embargo, hay un Dios en los cielos que revela misterios, y me ha revelado éste, no porque yo sea más sabio que los otros, sino para que tú, oh rey, entiendas el significado de tu sueño y sepas lo que sucederá en tiempos venideros.
Nabucodonosor se sentó erguido lleno de interés. Le impresionó la autoridad y la serena seguridad en sí mismo con que hablaba Daniel.
—Que dejes de escribir ni una palabra de lo que dice —instruyó el rey a su escriba.
Y volviéndose a Daniel, dijo:
—Continúa.
—Estabas mirando, oh rey, y tenías ante ti una estatua enorme, deslumbrante. La cabeza era de oro puro; su pecho y los brazos eran de plata; el vientre y los muslos, de bronce; las piernas de hierro; y los pies en parte de hierro y en parte de barro.
Los ojos de Nabucodonosor se abrieron como platos.
—S-s-sí —dijo tartamudeando—. Sí, recuerdo que fue eso exactamente. Pero luego pasó algo...
—Mientras mirabas —prosiguió Daniel—, una piedra fue cortada de un monte, pero no por mano humana. La piedra cayó en los pies de la estatua, que eran de hierro mezclado con barro, y los destrozó, la estatua entera se desmoronó y se volvió como el tamo de las eras del verano. Un viento se llevó el tamo y no dejó rastro. Sin embargo, la piedra que había golpeado la estatua se convirtió en una montaña inmensa que llenó toda la tierra.
Nabucodonosor se quedó sin habla mientras Daniel continuaba:
—Ese fue el sueño, y ahora te contaré la interpretación que me dio Dios para el rey.
—Tú, majestad, eres rey de todos los reyes. El Dios del cielo te ha dado gran poder, fuerza y gloria. Te ha hecho soberano de todos los pueblos, así como de las bestias del campo y las aves del cielo. Y dondequiera que viven los hombres, te ha dado el dominio sobre ellos. Tú eres esa cabeza de oro.
—¡Magnífico, magnífico! —exclamó el rey—. Sigue explicándome.
—Después de ti vendrá otro reino, que está representado por el pecho y los brazos de plata. No será tan fuerte como el tuyo, naturalmente. Luego vendrá un tercer reino, de bronce, que dominará el mundo entero. Y por último, habrá un cuarto reino, fuerte como el hierro. Y del mismo modo que el hierro lo rompe y lo deshace todo, ese reino también deshará y desmenuzará a todos los demás.
—¿Y qué me dices de los pies y de sus dedos? —preguntó el rey muerto de curiosidad—. ¿Y de la piedra?
—Así como viste que los pies y los dedos de los pies eran en parte de barro y en parte de hierro, ese último reino será un reino dividido. Hasta cierto punto será fuerte, y hasta cierto punto será débil. El pueblo de ese reino no se mantendrá unido, al igual que el hierro y el barro no se mezclan. Y durante la época de estos reyes, el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido. Ni será este reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos otros reinos, pero él permanecerá para siempre.
Este, oh rey, es el significado de la visión de la piedra cortada de la montaña, no con mano humana, la piedra que desmenuzó el hierro, el barro, el bronce, la plata y el oro.
El rey permaneció pensativo mientras Daniel concluía con estas palabras:
—Dios ha revelado al rey lo que sucederá en el futuro.
Mientras Nabucodonosor meditaba en todo lo que acababa de oír. Arioc, que sabía de sobra lo imprevisibles que podían ser las reacciones del rey, contuvo la respiración. Finalmente, el rey se levantó de su trono y descendió hasta donde estaba Daniel. Seguidamente, los presentes quedaron asombrados cuando vieron suceder algo inimaginable. El gran y poderoso Rey Nabucodonosor, señor de Babilonia y del mundo entero, se arrodilló ante Daniel y se postró en el suelo sobre su rostro.
—Ciertamente tu Dios es Dios de dioses y Señor de los reyes, y el que revela los misterios —dijo el gran soberano—, pues pudiste revelar este secreto.
A continuación, el rey Nabucodonosor anunció:
—A ti, oh Beltsasar, te nombro gobernador de toda la provincia de Babilonia. Y jefe de todos los sabios cuyas vidas salvaste hoy.
La gratitud de los sabios a Daniel por haberlos salvado de la ira del rey no duró mucho. No tardó en convertirse en envidia rencorosa, y más cuando oyeron que Sadrac, Mesac y Abed-nego, a pedido de Daniel, también ocupaban puestos importantes en el gobierno.
—Parece mentira que el rey haya puesto a ese joven extranjero por encima de nosotros —dijo quejándose uno de los magos más ancianos—. Tenemos que deshacernos de Beltsasar.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —murmuró uno de los astrólogos—. Es demasiado poderoso.
—Sin embargo —dijo otro en voz baja, echando un vistazo para comprobar que nadie pudiera oír lo que estaban maquinando—, si conseguimos volver al rey en contra de los amigos de Daniel, podríamos acabar con el propio Daniel también.
Pronto llegaría la oportunidad que esperaban.
Un buen día, el rey Nabucodonosor irrumpió en la sala del trono real con una idea que se le acababa de ocurrir.
—¡Voy a construir una imagen gigantesca! —anunció—. Será parecida a la que vi en mi sueño, sólo que la voy a hacer toda de oro. Quiero que mida 27 metros de alto por 3 de ancho, y la levantaré en el campo de Dura para que la vea todo el mundo.
—¿Y qué fin tendrá esa gran imagen, majestad? —preguntó Daniel, que se hallaba presente en la corte.
—Que la adoren, como es natural.
—¿No hay ya suficientes dioses en Babilonia?
—¿Suficientes dioses? ¿Cómo vamos a tener suficientes dioses? Cuantos más tengamos que nos puedan bendecir, mejor. Llama ahora a mis principales artesanos. Quiero que comiencen a construir la estatua inmediatamente.
Daniel exhaló un suspiro, sabiendo que el rey había reconocido al Dios verdadero, pero ahora, debido a su orgullo, Nabucodonosor quería que le construyeran esa imagen de él mismo para que la adoraran.
Y así, por orden del rey, no tardó en erigirse una inmensa imagen de oro en el campo de Dura, provincia de Babilonia. Cuando estuvo acabada, el rey invitó a los sátrapas, magistrados, capitanes, oidores, tesoreros, consejeros, jueces y gobernadores de todas las provincias para que asistieran a la solemne ceremonia de dedicación. Entre ellos estaban Sadrac, Mesac y Abed-nego, pero no Daniel, que no pudo asistir porque el rey lo había enviado ese día a ocuparse de otros asuntos.
Cuando la muchedumbre terminó de congregarse delante de la imagen, el pregonero del rey dio un paso adelante y anunció:
—Oíd el decreto del rey. Mándase a vosotros, oh pueblos, naciones y lenguas, que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis y adoréis la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado.
Sadrac, Mesac y Abed-nego se miraron preocupados; pero no habían oído lo peor. El pregonero continuó:
—Y cualquiera que no se postre y adore, ¡inmediatamente será echado dentro de un horno de fuego ardiendo!
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Mesac en voz baja—. No podemos postrarnos a adorar esa abominación.
—Podemos marcharnos disimuladamente, a lo mejor nadie se entera —dijo Sadrac.
—Imposible —repuso Abed-nego—. Mira. Los músicos ya están tomando sus instrumentos.
—Oh Dios —imploró Mesac—, sabemos que Tú estarás con nosotros, tomamos esta decisión por Ti. Te pedimos que aproveches esta situación para Tu gloria.
De repente, resonaron atronadoramente las bocinas, flautas, tamboriles, arpas, salterios, zampoñas y otros instrumentos musicales en las llanuras arenosas del campo de Dura. Como no querían ser leña del horno del rey, miles de personas se echaron a tierra y se postraron ante la gran imagen de oro. Lo hizo todo el mundo excepto Mesac, Abed-nego y Sadrac, que se quedaron de pie.
Al acallarse los instrumentos, la muchedumbre de idólatras se puso nuevamente de pie.
—Alabado sea Dios —dijo Sadrac en voz baja—, como todo el mundo tenía la cara en tierra, no creo que nadie se haya dado cuenta de que seguíamos de pie.
Se equivocaba.
—¡Ya cayeron! —dijo riéndose maliciosamente uno de los magos, mientras los envidiosos consejeros corrían de vuelta al palacio para informar al rey de lo que habían visto.
—Si nosotros mismos lo hubiéramos planeado, no habríamos podido tenderles mejor trampa —dijo otro—. El rey se pondrá furioso cuando se entere de que esos hebreos sólo adoran a su Dios.
—Estoy impaciente por delatarlos ante el rey —dijo otro—. Ya se pueden dar por muertos.
Cuando Sadrac, Mesac y Abed-nego llegaron a la ciudad, guardias armados los esperaban en la puerta.
—El rey está hecho una furia —dijo Arioc mientras los conducían al palacio—. Van a tener que dar una explicación muy convincente si quieren salir vivos de ésta. Y me temo que su amigo Daniel no está aquí para sacarlos del aprieto.
—Hará falta un milagro —dijo Mesac, asombrado del valor que sentía—. Pero como ya has visto, nuestro Dios es un Dios de milagros, Arioc.
—Sí —dijo Sadrac—. Estoy convencido de que para esta hora Dios ha permitido que seamos traídos a Babilonia.
—Aunque sea la voluntad de Él que muramos por nuestra fe —dijo Abed-nego—, daremos así un testimonio de nuestra fe y dedicación a Dios. Ya sea que vivamos o muramos, en cualquier caso, Dios será glorificado.
Ahora que Sadrac, Mesac y Abed-nego se encontraban en una situación en la que podían ser martirizados por su fe, descubrieron que no tenían miedo de morir. Sin embargo, algo les decía que Dios tenía otros planes, que aquel día quería hacer algo especial con ellos. Los tres sentían la presencia del Señor allí mismo con ellos, hasta tuvieron la impresión de que un cuarto prisionero iba caminando a su lado.
A medida que se acercaban al palacio y faltaba menos para vérselas cara a cara con el rey, la fe de ellos se hacía más fuerte y la expresión de su rostro resplandecía más y mostraba más valor, hasta que cuando entraron en la sala de juicio del rey sintieron que no había autoridad en este mundo que pudiera pararlos. El rey Nabucodonosor todavía estaba furioso cuando trajeron a su presencia a los tres jóvenes.
—¿Es cierto, Sadrac, Mesac y Abed-nego que a pesar de todos los favores que les he concedido se niegan a honrar a nuestros dioses y a postrarse a adorar mi imagen de oro?
—Ciertamente, majestad —dijo uno de los sabios—. Con nuestros propios ojos los vimos de pie. Aun después de haber oído tu mandato de que todo el que no se postrara a adorar la imagen sería echado dentro de un horno de fuego ardiendo.
El rey se quedó pensativo, tratando de dominar su ira. Recordaba cómo le habían impresionado los jóvenes hebreos la primera vez que los vio. Eran inteligentes, de los muchachos más talentosos que conocía. Necesitaba líderes así en Babilonia.
—Miren —dijo el rey—. Si yo he mostrado respeto por el Dios de ustedes, ¿cómo es que ustedes no son capaces de respetar a los nuestros? Después de todo lo que he hecho por ustedes, ¿no pueden hacer esto por mí? ¿Qué clase de gratitud es esa? Les pongo una condición: si la próxima vez que oigan los instrumentos musicales se postran a adorar la imagen que he construido, no tienen que preocuparse. Pero si siguen negándose a adorar mi imagen, en ese caso, al horno. A ver, ¿qué Dios los va a salvar de eso?
Mesac dio un paso al frente, el poder de Dios brillaba en su mirada:
—Rey Nabucodonosor, nosotros sólo adoramos al único Dios verdadero. Aunque nos eches al horno de fuego, el Dios a quien servimos puede librarnos de él y de tu mano, oh rey.
—¡Eso es verdad —dijeron Sadrac y Abed-nego—. Pero, aunque no nos rescate, oh rey, no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado.
Arioc retrocedió espantado. Nadie jamás le había plantado cara de esa manera a Nabucodonosor. El rey se quedó mudo por unos momentos. La cara se le puso primero roja, luego carmesí y por último morada. Finalmente, explotó.
—¡Átenlos con cuerdas! Que lo hagan los hombres más fuertes de mi ejército. Calienten el horno siete veces más que nunca, luego ¡échenlos inmediatamente! Y quiero que lo hagan ahora mismo, ¿me oyen? ¡YA!
Abed-nego gritó de dolor al caer pesadamente sobre el piso de ladrillos del horno, y gritó nuevamente cuando cayó Sadrac encima de él, seguido por Mesac. Por encima del fragor de las ardientes llamaradas a las que los habían arrojado, se oían gritos y alaridos también. El fuego estaba tan caliente y las llamas eran tan intensas que los soldados no podían acercarse a la boca del horno para arrojarlos sin ser devorados por el fuego ellos mismos. Entonces los tres hombres se dieron cuenta...
—¡Miren, estamos dentro del fuego, pero no nos quemamos! —exclamó Sadrac alzando la voz por encima del crepitar de las llamas.
—¡Esto es increíble! —gritó Mesac—. Estamos en medio de un fuego abrasador y no sentimos las llamas.
—Y… las cuerdas. Se han caído —dijo Abed-nego—. ¡Milagro! ¡Alabado sea Dios!
—Mis fieles y amados hijos —los saludó una voz tranquilizadora en medio de las llamas.
Y descubrieron que había una cuarta persona con ellos entre las llamas. Una persona tan pura, hermosa, radiante y rebosante de amor, paz y ternura, que se dieron cuenta de que se trataba de...
Nabucodonosor los llamó frenéticamente para que salieran del fuego, y luego declaró:
—¡Alabado sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego! Él ha enviado Su ángel y rescató a Sus siervos. Ellos confiaron en Él y prefirieron dar la vida antes que adorar a otro Dios que no fuera el suyo. Por lo tanto, ¡decreto que el pueblo de cualquier nación o lengua que diga cosa alguna contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed-nego será muerto, y sus casas convertidas en muladares, porque no hay Dios que pueda salvar como Él!
Aprende más sobre Daniel
Puedes leer más sobre Daniel en el libro de la Biblia que lleva su mismo nombre, donde se recogen otros sucesos importantes de su vida. Daniel no solo sirvió al rey Nabucodonosor, sino que también vivió durante el breve reinado de Beltsasar, nieto de Nabucodonosor. Y después de que los medos y persas conquistaran Babilonia, Daniel sirvió a Ciro, el rey de Medo-Persia.
En el capítulo 6 de Daniel, hallarán el relato de cómo el Señor lo protegió milagrosamente de los leones cuando el rey de Medo-Persia lo envió a la fosa de los leones por desafiar la orden de no orar a ningún dios, aparte de él, durante treinta días. En los capítulos siete y ocho se narran otros dos sueños que Daniel tuvo sobre imperios mundiales del futuro.
En el capítulo diez de Daniel, se narra la intensa batalla que tuvo lugar en el ámbito espiritual cuando el arcángel Miguel fue enviado a luchar contra un demonio que trataba de impedir que Daniel recibiera un importante mensaje profético.
Nota a pie de página:
4 Daniel 2:23, parafraseado
Adaptado de los escritos de LFI. Ilustración: Jeremy. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2023.