Rincón de las maravillas
Buena chica
viernes, abril 15, 2022

—¡Psss! Aquí, Elsa —diciendo eso, Melani tiró de mí hasta el fondo del bus escolar. No se debería tirar así de una chica de once años, pero me encantaba que me contaran un secreto.

—El señor Oslin se jubila el mes que viene y la señorita Nancy quiere que tú y yo hagamos una artesanía para regalarle. Se le ocurrió que podemos trazar con limpiapipas las palabras «Gracias. Sr. Oslin» de manera artística y creativa, y luego las peguemos con cola a un rectángulo de madera decorado.

De pronto, Melani bajó la voz hasta convertirse en un susurro apenas audible:

—¡No se lo cuentes a nadie! Si no, Verónica se enterará…

—…y querrá participar y mangonearnos hasta que perdamos la paciencia —dije acabando su frase.

—Ah, sí, supongo que sí. Y también porque Brandon...

—…no puede guardar un secreto —la interrumpí ansiosa.

—Bueno, queremos que sea una sorpresa. Pero la señorita Nancy dice que podemos confiar en ti, que no se lo contarás a nadie.

—¡Oh! ¡Qué emocionante! —aplaudí con júbilo.

Ese día estaba en las nubes y no me enteré de nada cuando la señorita Nancy nos dio una lección de álgebra de primer grado. Para mí, que pidiera que yo ayudara a confeccionar el regalo del Sr. Oslin era una confirmación maravillosa de que yo era una buena chica, mucho mejor que la mandona de Verónica o que el bocazas de Brandon.

En realidad, nunca me consideré un ángel —no soportaba la forma infantil en que me trataba Melani—, pero mis faltas no eran ni la mitad de malas ni de fastidiosas que las de mis compañeros de clase. A veces me sorprendía de los líos en que se metían algunos de los alumnos que asistían a nuestra escuela cristiana. Estaba segura de que mi buen comportamiento llamaría algún día la atención y otros se fijarían en ello. Pero por ahora, que la señorita Nancy se hubiera dado cuenta ya era todo un honor para mí.

*

—Nos reuniremos para comenzar el proyecto después de que meriendes y te quites el uniforme del colegio —me gritó Melanie cuando me bajé brincando del bus escolar y entré a la tienda de artesanías. Ni siquiera su actitud mandona aguó mi buen humor. ¡Creo que el dependiente de la tienda jamás había visto una clienta tan contenta como yo!

Justo cuando acababa de terminar el guión de una película —Entrega de un regalo al señor Oslin—, de la cual yo era la protagonista, un inconfundible «¡Hola, Elsa!» cayó como un bombazo que me despertó de mi ensueño.

—¡Oh, no! ¡Es Brandon! —hice una mueca.

—¿Qué hay?

—Nada en especial —le contesté adoptando un aire distante y acelerando el paso, insinuándole que estaba ocupada.

—¡Hum! ¿Qué es todo esto? —dijo mientras sacaba un limpiapipas de color naranja que sobresalía de mi bolso, y abriendo éste un poco más.

—¡Caramba! ¡Cuántos colores distintos! ¿Para qué es todo esto? Eres demasiado mayor para jugar con limpiapipas.

Sus palabras me dolieron.

—No es para mí, tonto. Es para hacerle un regalo al señor Osl...

Me enredé con las palabras y luego traté de mostrar aplomo y calma.

—No queremos que toda la clase desee participar en este proyecto... —de nuevo, caí en cuenta de que había dicho demasiado—. No le cuentes nada de esto a nadie, Brandon —le susurré agresivamente, con una expresión de ansiedad.

—¿Que no cuente nada de qué? El señor Oslin está a mil kilómetros de aquí. ¡Te preocupas demasiado! —dijo mientras nos aproximábamos a mi casa, luego se alejó caminando tranquilamente.

—¿Qué he hecho? —murmuré entre dientes mientras entraba pisando fuerte en mi cuarto—. La señorita Nancy contaba conmigo... ¡Elsa, eres una estúpida, una estúpida!

Quizás puedo esperar a que Melani se entere por sí sola... No, entonces se enfadará mucho más por habérselo ocultado. Necesito contárselo ahora mismo, o no podré dormir tranquila.

Cerré mi bolso lleno de materiales para el proyecto y me dirigí a su casa. Sentía pánico mientras me imaginaba a una Melani atónita echando fuego por los ojos y soltando palabras espantosas. ¿Suspiraría y sacudiría la cabeza? ¿Y si me saca del proyecto y me prohíbe participar?

Con suma frecuencia solía felicitarme a mí misma por ser condescendiente con Melani, y ahora era yo quien estaba a merced suya.

—¡Fantástico! ¡Ya compraste todos los materiales! ¡Comencemos!... ¿Ah? ¿Qué sucede?

—Bueno...

Me escuchó en silencio hasta que me disculpé una última vez.

—No importa, Elsa. Todo no fue culpa tuya. Pero deberías contárselo a la señorita Nancy en caso de que Verónica arme un alboroto.

—Aah, ¿no estás enfadada conmigo? ¡Gra-gracias por perdonarme! ¡Eres muy amable!

—La próxima vez, espanta al tonto de Brandon. Bueno, pongámonos manos a la obra —dijo mientras sacaba los limpiapipas.

*

Llegué a casa cuando el sol se escondía tras el manto de terciopelo de la tarde, haciéndome anhelar un velo similar que ocultara mi error del día. Las palabras que Melani había pronunciado en la mañana, antes de que todo ocurriera, todavía resonaban en mi mente: La señorita Nancy dice que eres una persona de confianza...

Bueno, pues ahora ya no lo era. Supongo que, al revés de lo que yo pensaba, continuaba cometiendo errores.

Me tiré en la cama y me tapé el rostro con el edredón. Tenía la cara roja y el ceño fruncido. Unos minutos después, me recuperé lo suficiente como para admitir que antes de ese incidente yo me consideraba a mí misma una persona intachable. Y no debería sorprenderme que esa imagen de mí misma hubiera colapsado. Pero ahora, con este lío entre manos y con mi imagen tan bien cuidada echa un desastre, me preguntaba si todavía le caería bien a alguien.

*

Mientras permanecía sentada en la clase de álgebra de la señorita Nancy mi concentración fue casi nula y mi sentimiento de condenación llegó a su punto más alto. Aparte de la reunión que pronto tendría con nuestra profesora, Verónica ya me había regañado por no haberla incluido y se quejaba de que la señorita Nancy favorecía a su «mascota». Melani intentó asegurarle que la señorita Nancy probablemente le asignaría parte del programa de despedida del señor Oslin.

Pero todos esos pensamientos se desvanecieron en el instante en que temblando hice el esfuerzo de confesar a la señorita Nancy mi metedura de pata del día anterior. Me escuchó impertérrita, luego me contestó:

—¿Sabes?, el papá de Verónica le enseñó carpintería, y yo iba a sugerir que ella talle todas las decoraciones y corte la tabla. Tú y Melani podrían tenerlo en cuenta. Sea lo que sea que decidáis, no te sientas mal por lo ocurrido ayer. No os sugerí eso antes porque quería darle la sorpresa al señor Oslin, pero creo que Verónica puede aportar mucho a vuestro equipo.

La euforia que me proporcionó su perdón me hizo olvidar por un momento el problema con Verónica. Pero por poco tiempo.

Aquella tarde, mientras me dirigía de nuevo a casa de Melani, me sentía molesta de que la profesora sugiriera que incluyéramos a Verónica. ¿Por qué ella? ¡Verónica era tan mandona! ¡Y de principio a fin sería una batalla campal!

Una vocecilla que resonaba en mi interior me recordó algo que comprendí la noche anterior. Quieres rechazar a Verónica por su anterior comportamiento. Pero dos de las personas que más aprecias no se comportaron así con tu error de ayer. ¿Por qué no le das una segunda oportunidad a Verónica?

—Sí, Señor. De acuerdo. Te pido perdón por mi actitud.

Al principio, Verónica intentó enmascarar su incomodidad e inseguridad interpretando su papel de Reina Verónica. Tuve que hacer un gran esfuerzo para resistir la tentación de quejarme a Melani. Aun así, ello se convirtió en una prueba de fuego para mi nuevo propósito de «no creerme mejor de lo que realmente soy»1. Y tras ver la manera tan excelente en que Verónica cortó la tabla y las decoraciones finamente talladas que hizo, me sentí orgullosa de haberla incluido en el equipo. Además, el experimentar el amor cristiano que me demostraron Melani y la señorita Nancy, acrecentó el respeto y la admiración que ya sentía por ellas.

A pesar de mis temores, mis lazos de amistad se fortalecieron: las personas aprecian más a los que admiten sus errores y no tratan de poner una falsa fachada de bondad.

Fin

Nota a pie de página:

1 Romanos 12:3, adaptado

Texto: Elsa Sichrovsky. Ilustración: Yoko Matsuoka. Diseño: Roy Evans.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.
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Etiquetas: relatos para niños, perdón, amor