Amanda estaba muy enfadada. Su profesor, el Sr. Anderson la había castigado a ella y a Mike por discutir en clase. El castigo: limpiar juntos las ventanas de la clase. ¿Cómo se atrevía a castigarla así? No cabe duda que podría haberles asignado un castigo más tolerable. Bien sabía que no se habían llevado bien desde el primer día del quinto grado. Amanda suspiró al recordar el aciago día en que comenzó su batalla campal.
Había llegado tarde a clase, nerviosa y menos preparada de lo que le habría gustado. Tan pronto abrió la puerta, la recibieron treinta miradas curiosas. Sintió que el cuello y las mejillas se le enrojecían. Sin pensarlo, se arregló el vestido y pasó los dedos por su cabello revuelto.
—Miren a la princesita. Quiere impresionarnos con su precioso vestidito. Qué lindo —escuchó una voz burlona a sus espaldas.
Amanda se quedó petrificada. Se sintió sorprendida y avergonzada. Por supuesto que no podía tratarse de otro que Mike. La preocupación de Amanda por verse perfecta de alguna manera sacaba lo peor de él.
El rostro de la pequeña se enrojeció —esa vez de ira—, y lo golpeó en la cara. El Sr. Anderson corrió a detenerlos…
En los meses que siguieron, la sensibilidad y timidez de Amanda continuaron siendo objeto de burlas del bullicioso y descarado Mike. Solía divertirse con risas y comentarios hirientes dirigidos a Amanda. Cuando Amanda sentía su amor propio lastimado, respondía con agresiones. A decir verdad, era una reacción contraria a su comportamiento reservado y propio de una dama.
Amanda hizo una mueca al recordar el tono chillón y ridículamente alto de Mike aquel día hacía seis meses. Se apresuró a reunir los trapos y utensilios de limpieza para iniciar la desagradable tarea. Tenía muchas ganas de terminar pronto e irse.
Mike ya estaba limpiando una ventana y se detuvo al verla.
—Qué honor. Limpieza general con la dulce Amanda.
Lo único que detuvo a Amanda de golpearlo en las costillas fue la determinación de concluir la aburrida tarea tan pronto como fuera posible. De momento, atinó a decir:
—Cállate, pesado.
Luego de ese breve intercambio, ambos trabajaron en silencio por un rato. Por la ventana observaban con envidia a sus amigos correr y disfrutar de la soleada tarde de verano. El enojo de Amanda cedió un poco al ver con satisfacción que los sucios y manchados cristales se transformaban en brillantes espejos.
Por un momento olvidó su enfado al observar a Mike. El niño restregaba con fuerza una mancha, completamente absorto en su tarea y sin dar señales de pensar en otro comentario hiriente. Amanda sintió un pelín de admiración hacia su obstinada diligencia. Asimismo se percató vagamente de que ambos sentían lo mismo: procuraban concluir una desagradable tarea —impuesta por un superior— lo antes posible. Ambos estaban molestos y deseaban salir para estar con sus amigos.
Pero en ese instante le llegó el tufillo de la camisa sucia y sudada de Mike. Contrastaba con su aseado vestido y hermosos rizos dorados. Frunció las cejas y sintió que su aversión hacia él resurgía. Entonces descubrió una marca de crayola marrón que Mike había pasado por alto en una de las ventanas.
—¡No limpiaste bien esa ventana! Mira esa mancha —apuntó Amanda con aires de superioridad.
El rostro de Mike reflejó un sentimiento de dolor, pero rápidamente contestó:
—¿Sí? Pues tú te has manchado tu tonto vestido con limpiacristales. Mira que linda mancha tienes.
—¡Aaagh! —chilló Amanda al ver la mancha en su vestido azul favorito—. No tenías por qué burlarte de eso —refunfuñó.
Si bien se sintió ofendida por aquel comentario burlón, le dolió más la humillación de haber fracasado en su intento de molestar a Mike. Se apresuró a limpiar la última ventana y se alejó dando pisotones. La enfadaba mucho que Mike hubiera logrado avergonzarla.
Al pasar al lado de Mike —que acababa de limpiar la mancha de crayola marrón y se veía igual de molesto—, él dejo escapar una risotada. Amanda no pudo controlarse. Le dio un fuerte golpe en el brazo, y la botella de limpiacristales —que Mike sujetaba en la mano— cayó al suelo y se rompió.
—Mira lo que has hecho —ambos gritaron al mismo tiempo. En ese preciso momento, el Sr. Anderson irrumpió en el salón de clases.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó.
Amanda quedó muda temporalmente. Pero Mike nunca se quedaba sin palabras.
—Ella me golpeó en el brazo y la botella se me cayó al suelo —dijo, apuntando a Amanda.
El Sr. Anderson le preguntó a Amanda:
—¿Por qué lo golpeaste?
—Es… es que él se rio de mí porque… me manché con el limpiacristales. Él me enoja tanto.
Su intención no había sido incluir la última parte, pero se le salió antes de poder contenerse.
—Ya veo. Lo golpeaste porque estabas enojada con él, y buscabas vengarte. Puesto que él te lastimó a ti, deseabas lastimarlo a él. Pero como puedes ver, no lograste otra cosa que fastidiarte a ti misma. Ahora tendrás que limpiar ese desastre. Espero que esto te ayude a entender que los golpes y el mal genio no son la solución a los problemas.
—De igual manera, Mike, si no te hubieras burlado de Amanda, nada de esto habría ocurrido. Tienes la mala costumbre de burlarte y reírte de los demás. A lo mejor te parece que tus amigos te consideran inteligente y divertido, pero lo único que demuestras es ser un matón. Amanda y Mike, mientras limpian el desastre, espero que mediten en lo que les acabo de decir —concluyó con firmeza el Sr. Anderson antes de dirigirse a su escritorio para recoger unos papeles.
Cuando Mike salió del salón en busca de un trapeador, el Sr. Anderson se dirigió a Amanda, que esperaba con mal humor a que su compañero regresara.
—Sabes —dijo con amabilidad—, cuando golpeas a Mike, respondes de la manera que él desea: con enojo. A quienes les gusta molestar a otros les encanta que respondan con gritos y rabietas. Si en vez de eso, te contuvieras y mantuvieras la calma, tu compañero descubriría que no es divertido molestarte. Buena parte de la culpa es de Mike, pero también tuya. Sé que consideras a Mike el enemigo de tu felicidad, pero olvidas que también tiene buenas cualidades. Pensar en él como tu enemigo solo hace que pierdas el control y des rienda suelta al mal genio.
Amanda asintió entre lágrimas. Cuando Mike volvió, le ayudó a limpiar el desastre en silencio. Luego se fueron rápida y calladamente.
Amanda sabía que llegaría a casa más tarde de lo acostumbrado, pero estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera se preocupó por lo que diría su mamá. No dejaba de pensar en las palabras del Sr. Anderson…
Cuando golpeas a Mike, respondes de la manera que él desea… Frunció el rostro al darle vueltas a esa idea. Nunca lo había visto de esa manera, pensó. Siempre pensé que al golpearlo le demostraría que no tolero sus comentarios y que no soy una debilucha, puesto que siempre me trata de «princesita mimada». Pero… ahora que lo pienso, cada vez que lo golpeo y le grito, se ríe y parece divertirle mi comportamiento. Ello me enfurece aún más, y hace que él me molesté todavía más.
Si bien los consejos del Sr. Anderson tenían sentido, Amanda odiaba la idea de ignorar en silencio a Mike. Él no merece ser ignorado. Pateó una piedrecilla al recordar la traviesa sonrisa de Mike. Se lo merece, pero cuando intento darle su merecido termino metiéndome en líos. Y los demás niños siempre me animan y gritan: «Eso, dale su merecido». Pareceré una debilucha si me quedo cruzada de brazos. La pobre gruñó para sus adentros. El Sr. Anderson probablemente tiene razón al decir que Mike tiene buenas cualidades, pero no se me ocurre ninguna.
Sus cavilaciones se detuvieron al observar a su tío Donald, que caminaba unos metros delante de ella. Su tío vivía muy cerca. Se había convertido en la figura paterna tras la muerte del padre de Amanda cuando ella era muy pequeña. Por eso confiaba en él y lo respetaba.
Aceleró el paso y lo saludó:
—Hola, tío Donald. ¿Cómo estás?
Él se dio la vuelta y le devolvió una alegre sonrisa:
—Estupendamente. ¿Cómo estás tú, mi querida Amanda?
La pequeña suspiró y bajó la mirada:
—No muy bien.
—¿Quieres contarme lo que sucede?
Así lo hizo, y concluyó su relato diciendo:
—¿Qué te parece? Ese Mike es un fastidioso. Pero a lo mejor el Sr. Anderson tiene razón…
Su tío Donald guardó silencio por unos momentos. Luego le dijo:
—Conviene seguir los consejos de tu profesor, pero tampoco tienes que conformarte con recibir comentarios hirientes y malos tratos. Puedes decirle con firmeza y calma a Mike: «No me gusta lo que dices. Por favor, deja de decirlo.» En cuanto a tus compañeros de clase, me parece que solo te animan para ver la pelea. No creo que su deseo es que te vengues ni que Mike reciba un escarmiento. Sencillamente les gusta ver una reyerta.
—¿De verdad lo crees? Nunca lo había pensado…
—Es posible que intenten hacerte sentir que el dominio propio es señal de debilidad, porque dejarán de ver tus pataletas —continuó el tío Donald—, pero no les hagas caso. Conviene recordar siempre que la verdadera fortaleza es el dominio propio, no los golpes ni la fuerza física. En cuanto a Mike, no te conformes con un cese al fuego tenso y propenso a nuevos altercados. Procura encontrar temas de conversación. Por ejemplo, si a él le gusta el Hombre Araña, habla de ello con él. Es posible que no se vuelvan grandes amigos, pero al menos pueden llevarse bien.
Amanda asintió:
—Gracias, tío Donald. Sabía que me ayudarías.
—Intenta seguir esos consejos, y mantenme al día, ¿vale? —concluyó su tío.
Durante el resto de la tarde, Amanda le dio vueltas al asunto. Pero la tristeza y frustración que había sentido se esfumaron. Susurró: Jesús, por favor, ayúdame mañana. Luego escribió su resolución en una tarjeta y la pegó sobre su escritorio: SIN ENOJO, SIN GOLPES. Va a ser muy, pero muy difícil cumplirla, pensó.
—Hola, Amanda. ¿Te sientes mejor hoy? —sonrió el tío Donald mientras la saludaba con la mano.
—Sí. Gracias, tío Donald —Amanda le devolvió la sonrisa—. A decir verdad, no todo fue color de rosa. Mike se porta mejor, no me molesta tanto como antes, así que es un alivio. Pero todavía me desprecia por ser… una niña, supongo. Una niña muy femenina. A veces se burla, se ríe y me dice cosas feas. Y yo a veces todavía le doy su merecido. Es que no puedo evitarlo. Pero no pasa tanto como antes. Como dijiste, mis amigos se decepcionaron al observar mi nuevo comportamiento, pero intento no preocuparme. También he descubierto que a Mike le encanta el fútbol. A lo mejor le regalaré el llavero con forma de balón que me regaló mi hermano hace años.
—Vaya. Esos son grandes avances. No esperes cambiar de la noche a la mañana. Solo procura no perder la compostura. Esfuérzate todos los días por no ceder ante el mal genio y verás progresos. Busca oportunidades de elogiar a Mike, de trabajar con él o de incluirlo en tus conversaciones.
Luego de despedirse del tío Donald, Amanda dirigió sus pensamientos al Cielo. Jesús, me siento decepcionada al no haber cumplido mi resolución, pero sé que toma tiempo romper los malos hábitos.
En su corazón, tomó la determinación de continuar progresando y de ver a Mike bajo una luz positiva.
Texto: Elsa Sichrovsky. Ilustración: Y.M. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022