Rincón de las maravillas
Un mundo sin números
viernes, mayo 6, 2022
Capítulo I

—¡No me gusta hacer la tarea de matemáticas! —exclamó Frank, mientras frustrado cerraba con fuerza su libro de matemáticas. Había sido una mañana de sábado muy difícil para él. Unos minutos antes del almuerzo, Frank se desplomó sobre su cama, todavía sumido en su miseria. Se empezó a quedar dormido…

*

—¡Sí, es ése! —decía una fea voz detrás de él.

De pronto, Frank fue atacado por tres hombres de apariencia muy peculiar, vestidos con la ropa más rara que había visto. Era como si la tela hubiera sido cortada de cualquier manera y unida sin haber sido medida primero para que les quedara bien.

—¿Qué está pasando? ¿Quiénes son ustedes? —preguntó Frank.

Pero los hombres no contestaron. En cambio, agarraron a Frank a la fuerza y lo maniataron.

—¡Quítenme sus manos de encima! —protestó Frank, luchando con todas sus fuerzas. Fue en vano. Sus manos ya estaban atadas por la espalda con una soga que Frank pensaba que era la más larga y ridícula que había visto jamás.

—¿Dónde estoy? ¿Qué está sucediendo? —les preguntó otra vez a sus captores.

—Te estamos llevando a un mundo sin números, donde aprenderás una lección. ¿Cómo se te ocurre venir a nuestra tierra con esos modernos números?

—¿De qué números están hablando? —preguntó Frank, pero no recibió respuesta. Finalmente se entregó a sus secuestradores, al menos de momento. Frank fue empujado con fuerza y arrojado a un camino polvoriento en dirección hacia la que parecía ser una pequeña villa.

—¡Qué lugar más raro! —pensó Frank. El camino era ancho en algunos tramos y angosto en otros, sin ton ni son, como si el que lo ingenió lo hubiera hecho sin ningún sentido. Como tenía tantas curvas, el camino parecía ser el doble de largo de lo que necesitaba ser para llegar a donde tenían que ir.

Al llegar a la villa, vio —a la vera del camino— un poste muy alto con un cartel deforme y pequeño arriba del todo. Frank apenas podía leerlo porque lo habían colocado tan alto.

«Mundo sin números», se leía en el cartel. «Población: Unos cuantos. ¡Cuidado! Todo individuo que sea hallado usando números cerca de nuestra ciudad será juzgado con todas las de la ley.»

—¡Esto es una locura! —exclamó Frank.

—Ya verás la locura que es cuando el juez acabe contigo —amenazó el más pequeño de los tres hombres—. ¡Tenemos suficiente evidencia contra ti como para dejarte encerrado bajo llave!

Capítulo II

Frank notó que sus secuestradores no tenían calzado. Un trozo de soga mal cortada sostenía sus pantalones. Algo tenía en claro Frank: estas personas parecían querer evitar los números en todos los aspectos de sus vidas.

A Frank se le dibujó en la cara una sonrisita maliciosa. ¿Qué pasaría si comenzara a contar sus pasos hacia la ciudad en voz alta? Mas luego de tener en cuenta el temperamento de los secuestradores, decidió que no era lo mejor.

El mundo sin números era un lugar que no tenía ningún tipo de relación con los números. Es como si ningún tipo de regla de medir hubiera tocado nada en esa ciudad. Nada estaba correctamente medido o derecho, como por ejemplo los techos, que parecía que en cualquier momento se desplomarían. No cabía en la imaginación de Frank una hilera de casas peor construidas que esas. Las paredes no estaban derechas, las puertas no cabían, y las ventanas… bueno, en la mayoría de las casas ni siquiera había ventanas. Nada estaba parejo o uniforme.

Frank fue empujado a través de un mercado; jamás había visto un lugar así. No había carteles con precios, no se veía que se hicieran intercambios de dinero ni tampoco se contaban los artículos disponibles. Se podía ver un raro y arbitrario intercambio de artículos extraños. No había un patrón de conducta determinado en nada de lo que allí sucedía. Los puestos del mercado no estaban en hileras como en los mercados que Frank estaba acostumbrado a ver. Este mercado era una confusión total.

Al salir del mercado, Frank vio lo que se suponía que era una escuela, ya que así se leía en un cartel que alguien había escrito con letras garabateadas sobre una superficie plana. Los alumnos no usaban libros normales, sino que eran un surtido de formas y tamaños. Y por supuesto que las páginas no estaban numeradas. Y como los relojes y calendarios o cualquier tipo de medida de tiempo estaban prohibidos en el mundo sin números, la escuela se veía desierta debido a que muchos alumnos no sabían cuándo se daban las clases, y los que sí se presentaban no aprendían mucho de todos modos.

Por fin llegaron a una casucha horrenda donde varias personas estaban sentadas afuera esperando. A Frank se le dijo que se sentara y esperara.

—¿Esperar qué? —preguntó.

—¡Al juez, por supuesto! —fue la respuesta.

—¿A qué hora viene? —preguntó Frank, a lo cual recibió una fuerte bofetada en la cara.

—Ya fue suficiente de esa numérica insolencia y herejía. No toleraremos ningún tipo de conversaciones sobre tiempo aquí.

Capítulo III

Abatido y confundido, Frank se sentó junto a un hombre mayor. Al final juntó coraje para hablar con él.

—¿Cuándo llegará el juez?

—¿Cuándo? —respondió el hombre algo nervioso—. ¡Eso es hablar de tiempo, hijito! Más te vale que te olvides de esas cosas rápidamente, o no sobrevivirás ante el juez.

Frank se quedó callado durante un buen rato, hasta que no aguantó más y se animó a hacer otra pregunta.

—¿Vendrá hoy el juez?

—Nadie sabe cuándo vendrá, pues el «cuándo» es una medida de tiempo que está prohibida aquí —le susurró el hombre como respuesta.

La tarde llegaba a su fin. De pronto, todos los que estaban allí sentados se pusieron de pie. El juez había llegado. Un señor vestido de la forma más rara entraba al juzgado. Al parecer, había llegado a oídos de este importante señor la llegada de Frank, o tal vez nunca se hubiera acercado al juzgado.

—¡De pie, rebelde! —gritó uno de los hombres a Frank—. ¡Ahora verás lo que te espera!

Frank fue empujado bruscamente hacia la puerta, si es que se podía llamar con ese nombre. Entró a tropezones a la sala de audiencias junto a los demás criminales.

Frank no fue el primero en ser juzgado, pero esperaba sentado en estado de shock mientras cada uno pasaba al frente para dar su argumento y recibir su castigo. El anciano que estaba sentado junto a Frank cada tanto recibía una paliza por haber sido hallado contando números para conciliar el sueño.

Por fin le tocó el turno a Frank. Los cargos contra él se leyeron con tono solemne. ¡Fue acusado de intento de corrupción a la población con sus doctrinas heréticas sobre dígitos! Esa es una ofensa cuya sentencia es la cárcel por un «período indeterminado». Claro, hablar de un tiempo determinado sería totalmente incorrecto. Además, nadie en esa ciudad parecía saber en qué día y mes vivían, mucho menos qué hora era, ya que, como se mencionó antes, no tenían relojes ni calendarios.

Frank se defendió bien, argumentando con pasión cuánto odiaba las matemáticas y todo lo que tuviera que ver con los números, pero todo fue en vano. Su defensa fue hecha trizas cuando el fiscal obligó a Frank a mostrarle su camisa para que viera que tenía una etiqueta con un número de talla. Frank fue hallado culpable.

Capítulo IV

Un asustado y tembloroso Frank esperaba a escuchar la sentencia. Fue tal como temía. ¡Cárcel por un periodo indeterminado! Cuando se llevaban a Frank, el juez grito a los guardias:

—¡Desháganse de inmediato de esa espantosa ropa hecha a medida y de esos horrendos zapatos! ¡Son un reproche para esta corte!

¡Frank fue atacado otra vez! Esta vez, los hombres trataban de arrancarle la ropa. Su camisa fue la primera en ser arrancada y fue hecha trizas al instante por la multitud de espectadores enojados que estaban decididos a ser parte del castigo a este vil criminal. Pero cuando intentaron quitarle el pantalón, Frank sí que empezó a pelear. […]

*

—¡Frank! ¡Frank! ¡Despierta! ¡El almuerzo está listo!

Confundido, pero todavía dando patadas y manotazos, Frank despertó y vio que estaba otra vez en su dormitorio.

—¡Estoy de vuelta! ¡Fue solo una pesadilla! —gritó de alegría.

Sí, Frank estaba de vuelta. De vuelta a la tierra de los números; de vuelta a la tierra de las fechas, tiempo, tamaño, peso, altura y volumen; de vuelta a la tierra de las recetas y medidas. Había regresado a las formas precisas de la geometría y a la uniformidad de los edificios; de vuelta a un lugar en el que las matemáticas eran una materia que se estudia en el colegio.

Frank se agachó y recogió el libro de matemáticas que había arrojado antes.

—Bueno —dijo—, ya entiendo. Tal vez las matemáticas no están tan mal después de todo.

Fin
Texto: Paul Williams. Ilustración: Didier Martin. Diseño: Roy Evans.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.
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Etiquetas: relatos para niños, técnicas de estudio