Cuando el apóstol Pablo escribió sobre llevar una vida que esté en armonía con Dios explicó que «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas.»1 El fruto del Espíritu es la acción del Espíritu Santo dentro de nosotros, que nos lleva a adquirir una mayor cercanía y devoción a Dios y una mayor semejanza con Cristo.
Dentro de esta lista encontramos dos aspectos del fruto del Espíritu que van mano a mano: la amabilidad y la bondad. Al leer lo que dice la Escritura de estas dos cualidades, encontramos que a ambas se las califica de atributos de la naturaleza divina.
«Cuando se manifestaron la bondad y el amor de Dios nuestro Salvador, Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por Su misericordia»2.
Dado que Dios es amable y bueno, y nos ha demostrado Su amabilidad y bondad mediante la muerte sacrificial de Jesús para expiar la culpa de nuestro pecado, se nos insta a ser también amables y buenos con los demás.
«Sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo»3.
No hay que demostrar amabilidad y bondad exclusivamente a las personas que amamos, sino a todos, incluso a quien quizá consideremos un rival o un enemigo, ya que al hacerlo imitamos la amabilidad de Dios. Jesús lo expresó muy claramente cuando dijo: «Amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar nada a cambio. Si lo hacen, el Dios altísimo les dará un gran premio, y serán Sus hijos. Dios es bueno hasta con la gente mala y desagradecida.»4
Los creyentes somos nuevas criaturas en Cristo5, transformadas por el Espíritu Santo y llamadas a hacer el bien por dondequiera que vayamos, como lo hizo Jesús. Él se consagró al bienestar de la humanidad y llevó a la práctica dicha consagración mediante actos de amor y compasión que exhibían amabilidad, bondad e interés por los demás.
A los que deseamos ser imitadores de Cristo se nos insta a sacrificar nuestra vida por los demás. Eso implica dedicar tiempo a los demás y así hacerlos sentirse amados y apreciados. Puede traducirse en sencillos actos como lavar la vajilla o jugar con los niños más pequeños. También significa portarse bien con personas ajenas a nuestra familia o círculo de amistades; ser amables colaborando con los necesitados, aun cuando ello exija un sacrificio; decirle una palabra amable a alguien, aun cuando nosotros mismos estemos pasando por un momento difícil. Y así, existen numerosas formas de expresar amabilidad a nuestros congéneres.
En este pasaje sobre el día del juicio venidero, Jesús nos dio una idea de la alta estima en que Dios tiene la amabilidad y la bondad:
«Entonces dirá el Rey a los que estén a Su derecha: “Vengan ustedes, a quienes Mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa, y me vistieron; estuve enfermo, y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron”. Y le contestarán los justos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos como forastero y te dimos alojamiento, o necesitado de ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y te visitamos?” El Rey les responderá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de Mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por Mí”.»6
Notas a pie de página
1 Gálatas 5:22,23 (NVI).
2 Tito 3:4,5 (NVI).
3 Efesios 4:32 (NVI).
4 Lucas 6:35 (TLA).
5 V. 2 Corintios 5:17
6 Mateo 25:34–40 (NVI).
Este artículo es un extracto adaptado de «Más como Jesús: Amabilidad y bondad», Rincón de los directores. 29 de agosto del 2017.Texto: Peter Amsterdam. Ilustración y diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022