—¡Es el mejor regalo del mundo! —le contó Max a su mejor amigo, Agustín Jeffrey, también conocido como AJ, al finalizar la clase. Era el último día de escuela—. Es un juego de computadora. Me encuentro atrapado en el planeta Mari-Toe y debo encontrar las piezas para reparar mi nave espacial y rescatar a mi tripulación para volver a la Tierra. Debo aventurarme en bosques, junglas y pantanos. Es muy difícil, pero hay artículos especiales que recolectar y que reabastecen mi provisión de oxígeno. Si no, me muero. Lo más probable es que me tome todo el verano volver a la Tierra.
Max dirigió una mirada a AJ para ver si le prestaba atención. Pero su amigo miraba distraído a la Sra. Castle, su profesora, que acababa de entrar al salón de clase con panfletos que leían en grandes letras CAMPAMENTO DE VERANO.
Max postergó momentáneamente su huida del planeta Mari-Toe para escuchar a la Sra. Castle.
—Tengo permisos escritos de sus padres para el campamento de verano que realizaremos durante una semana en el lago Hottamo. Los panfletos que repartiré incluyen los artículos que deben empacar, el horario del campamento, una lista de actividades, las reglas de los juegos, los lugares que visitaremos en el lago Hottamo y demás necesidades. Es importante leerlos antes de la excursión. El nombre de nuestra clase será Grupo Moki, y sus líderes seremos el Sr. Cook y yo.
Gritos de emoción y alegría llenaron el salón de clase. El Sr. Cook, profesor de gimnasia, era uno de los preferidos por los estudiantes.
—Por favor traigan todo lo que se encuentra en la lista. Nos reuniremos el martes a las 8 de la mañana en la entrada principal del colegio. Sean puntuales. Los que lleguen tarde se quedarán —añadió la Sra. Castle con cierta alegría, o al menos eso le pareció a Max. Pero sus pensamientos pronto empezaron a girar en torno a naves espaciales, armas de láser y demás estrategias de suma urgencia.
Mientras Max caminaba hacia su casa apenas se dio cuenta del sofocante calor que hacía, o del descuento especial de fin de curso que ofrecía su puesto favorito de helados. Ni siquiera le llamó la atención un gato que pasó por ahí montado en patines. Planeaba la mejor manera de aventurarse en los traicioneros pantanos del planeta Mari-Toe. Estaba seguro que una de las piezas faltantes de la nave espacial yacía en el corazón del Gran Pantano, pero había recibido advertencias sobre los alienígenas con forma de sapos gigantescos que infestaban la zona y que les gustaba comer los pies de niños de 10 años…
¡Un momento! ¿Alguien le estaba hablando?
—Max, ¿te gustaría repasar conmigo los artículos que hay que llevar al campamento?
Max pestañeó y miró a su alrededor.
—¡AJ! Eres tú —Max respiró aliviado—. Pensé que se trataba de otra persona.
AJ suspiró.
—Te he acompañado todo el camino.
—¿De veras? —preguntó Max, sorprendido.
AJ hizo una mueca.
—Le preguntaré a Lucas si quiere estudiar conmigo. Nos vemos el martes.
Al escuchar el nombre de Lucas, Max se detuvo y miró a AJ.
—¡¿Lucas?!
Pero AJ ya había dado la vuelta a la esquina de la calle y lo perdió de vista.
Max entornó los ojos. Si Lucas quiere robarme a mi mejor amigo, más le vale saber que nada puede interponerse entre AJ y yo… Pero aquel pensamiento desapareció unos minutos después cuando Max entró a su cuarto y volvió a concentrarse de lleno en el videojuego. Tiró su mochila en la entrada del cuarto, se quitó los zapatos, se estiró sobre el suelo y se esmeró en sacar su preciosa nave del planeta Mari-Toe con todos sus dedos y pies intactos.
El diario de Reginald
Para recordar. Este… había algo que debía preparar para el campamento. Debo preguntarle a AJ lo que es.
Max
P.D.: No me había dado cuenta, pero Lucas se parece mucho a Peon Pettytrot de la tripulación de mi nave en Mari-Toe.
El campamento no ha empezado nada bien, pensó Max mientras ayudaba a descargar el equipaje del autobús escolar. Los estudiantes habían tenido tres días de preparación, pero Max había estado muy ocupado con asuntos de suma urgencia, como escapando del planeta Mari-Toe. Y solo había logrado encontrar la lista de cosas que debía llevar esa misma mañana, y había metido lo que esperaba fuera todo lo necesario en una bolsa de nylon. Olvidó buscar en Internet los lugares que visitarían durante el campamento, pero supuso que AJ lo había hecho. Le alegraba que la Sra. Castle los hubiera puesto en el mismo equipo, a pesar de que a AJ no le había hecho ninguna gracia la falta de preparación de Max.
Al menos encontré la pieza faltante del motor en el Gran Pantano. Además atravesé el Bosque Tenebroso, y solo he perdido uno de los dedos del pie. Max había llevado consigo la consola de videojuegos. Si bien no tenía permitido emplearla en el campamento, quería mantenerla a su lado. Una semana entera era demasiado tiempo apartado de su nave espacial, pero había decidido emplear bien el tiempo desarrollando estrategias, aunque fuera solo en su mente, para atravesar el siguiente traicionero desafío: el Desierto Mortal.
—¡Max! —susurró AJ molesto—. Tienes la mirada en blanco otra vez.
—¿Qué?
—Lo que se supone que debes hacer es ayudarme a montar la tienda, y reunir palitos y hojas secas para encender una fogata después de la cena.
—Este… tienes razón.
Max repasó con la mirada la pila de varillas metálicas y tela sintética. ¿Cómo se va a convertir esto en una tienda? Dirigió la mirada a sus compañeros de viaje y sus tiendas prácticamente listas.
—Pues supongo que sí, esto se convierte en una tienda —observó.
—No leíste nada de lo que debías, ¿verdad? —AJ parecía muy molesto, y Max empezó a sentirse culpable.
—Bueno… yo… —empezó.
—Está bien —interrumpió AJ en un tono que denotaba que nada estaba bien—. Lo mejor es que tú reúnas lo necesario para empezar el fuego y yo montaré la tienda.
Max se dirigió vacilante hacia la línea de árboles a varios metros del campamento. Estaba seguro que la clase de hojas que buscaba nada tenían que ver con las de los libros que tanto amaba su hermana, y que los palitos ayudaban a crear fuego, pero aparte de eso no sabía muy bien lo que debía reunir. Pero, en el planeta Mari-Toe, cuando se acerca a cualquier herramienta que le ayudaría a sobrevivir, su traje espacial inmediatamente lo guarda en su arsenal. Además, en una de sus aventuras en el Bosque Fiero había adquirido un poder para crear fuego…
—¿Necesitas ayuda?
Max se dio la vuelta.
—Este… hola, Lucas.
—Lo que necesitas son palitos secos que se queman rápido y ayudan a encender los leños más grandes.
Max rápidamente tiró las hojas y flores que había estado reuniendo con aire distraído.
—Ya lo sabía.
Lucas sonrió.
—Sí, sí. Nos vemos luego.
Max observó a Lucas alejarse con los palos y la hojarasca que había reunido. A lo mejor Lucas no es tan malo, pensó. Entonces, al darse cuenta que esta era su oportunidad de ganarse el favor de AJ, se puso manos a la obra.
El enojo de AJ disminuyó al ver la canasta de palitos y hojas secas que trajo Max. Juntos colocaron los palitos bajo los leños en el centro del círculo de la fogata. Terminaron justo a tiempo. La cena fue un banquete de perritos calientes a la barbacoa, mazorca frita y patatas cocidas en papel de aluminio. Después, todos los mokianos se sentaron alrededor de la enorme fogata.
La Sra. Castle dio inicio al tiempo que pasarían junto a la fogata leyendo las actividades y juegos que realizarían durante la siguiente semana, así como las tareas de cada uno de los equipos. A AJ y Max les asignaron la tarea de recoger los restos de basura de las tiendas y fogatas del grupo Moki todas las mañanas después del desayuno. Pasado mañana, el grupo Moki se enfrentaría al grupo Akeli, la otra mitad de los estudiantes de cuarto y quinto grade del colegio Winston, en un esperadísimo juego de capturar la bandera. El equipo vencedor se ganaría un trofeo.
Al terminar, el Sr. Cook dio inicio a una antigua tradición de campamentos.
—Hace mucho, mucho tiempo… —empezó el Sr. Cook con voz espeluznante. El fuego reflejaba sombras extrañas sobre su rostro, y los mokianos se acercaron más entre ellos—. Existía un extraño hongo en el oscuro bosque junto al lago Hottamo —los mokianos gruñeron—. Cierto día, el extraño hongo se dio cuenta de que… ¿Sra. Castle? —Y así continuó el juego de relatar una historia. En la parte más emocionante del relato, se llamaba el nombre de uno de los presentes y esa persona debía continuar el cuento hasta decir el nombre de otra persona, y así hasta terminar el relato.
A intervalos, el extraño hongo se fue convirtiendo en un perro, luego un gato, y finalmente en una amable anciana, que tenía nietos. En ese momento…
—¡Max!
Menos mal que Max sabía exactamente cómo terminaría el relato. Se levantó y dijo:
—La anciana que había sido un extraño hongo, y luego se convirtió en perro, gato y finalmente en anciana, era en realidad un alienígena. Se había convertido en vegetales, animales y personas para encontrar las piezas faltantes de su nave espacial y volver a casa. ¡Finalmente estaba listo! Su nave estaba completa y volvió a casa. ¡Colorín, colorado, este cuento se ha acabado!
Max bajó los brazos y volvió a su asiento. Todo el mundo estaba en silencio.
La Sra. Castle se aclaró la garganta.
—Un final muy original. Gracias, Max.
La fogata se había reducido a un pequeño fuego. El Sr. Cook se levantó y estiro los brazos.
—Supongo que se está haciendo tarde. Vámonos a dormir. No tengan miedo al volver a sus tiendas, amigos mokianos. Y cuidado con los hongos extraños.
—Terminaste el cuento —dijo AJ mientras caminaban el corto trecho hasta su tienda—. Ni siquiera me diste oportunidad de añadir algo.
Max mantuvo fija la mirada en la punta de sus zapatillas deportivas. No había sido su intención terminar el cuento, pero había ideado un final demasiado bueno como para no contarlo.
—Lo siento. Te recompensaré mañana, lo prometo.
—Está bien —respondió AJ con brusquedad—. Solo prométeme que estudiarás las reglas del juego de capturar la bandera.
—Lo haré —añadió Max, aliviado de que AJ no estuviera tan enojado después de todo. De esa manera recompensaría a AJ. A fin de cuentas, había desarrollado una serie de estrategias fenomenales jugando a escapar del planeta Mari-Toe.
El diario de Reginald
Estas son las reglas del juego de capturar la bandera. Seguro que AJ se alegrará de que seamos compañeros de equipo al terminar el juego.
Max
El grupo Moki se juntó alrededor del gigantesco pino para resguardarse de los rayos del sol de verano. Era el mediodía. La bandera de color rojo de su equipo colgaba de un palo a 45 metros de distancia.
—Necesitamos que algunos hagan de señuelos aquí y aquí para que Lucas se escabulla por detrás e intente capturar la bandera —el capitán AJ dibujaba su estrategia en el suelo con la ayuda de un palo—. Max, tú puedes ser uno de los señuelos.
—¿Qué? Pero si soy el mejor escabulléndome —gritó Max. El grito ahuyentó a los pájaros posados en el árbol e hizo que varios insectos se alejaran rápidamente. Max continuó en voz más queda—. En el juego de Huir del planeta Mari-Toe existen toda clase de alienígenas, monstruos de pantano e insectos mutantes, y sin embargo solo he perdido uno de los dedos del pie. ¡Es increíble! He batido todos los récords. Podría contarte la ocasión en que me convertí en una mosca para que nadie imaginara que en realidad era el capitán de una nave espacial. No puedo ser… solo un… señuelo.
AJ levantó la mirada del suelo, donde garabateaba la estrategia de su grupo. Observó el rostro de sus compañeros que esperaban ansiosos a que empezara el juego.
—Está bien. Yo seré uno de los señuelos. Tú y Clarence quédense aquí y protejan la bandera.
Antes que Max empezara a protestar, un agudo silbido indicó el inicio del juego. Max observó a sus compañeros alejándose a toda prisa. Todos llevaban una prenda de color rojo —para ser identificados como el grupo Moki— atada al brazo o sobre la cabeza. Nunca los había visto tan concentrados. El equipo ganador obtendría un trofeo y podría hacer gala de él durante el resto del año, comería malvaviscos extra súper grandes esa noche en el campamento, y cada miembro del equipo ganador recibiría una pequeña insignia, además de derechos de presumir hasta el siguiente campamento de verano. Pero, a decir verdad, no era para tanto. Max caminó pesadamente hasta el lugar donde se suponía que debía proteger la bandera de su equipo.
Si AJ me hubiera escuchado, sabría que soy excepcionalmente bueno en esta clase de juegos. ¿Por qué tenía que elegir a Lucas, habiendo tantos de nosotros? Max entornó los ojos. Se supone que AJ es MI mejor amigo. Lo que es más, si estuviera en el planeta Mari-Toe no me olvidaría de mis amigos, como AJ está haciendo…
El día anterior, el grupo Moki se había ido a pescar al lago Hottamo. Por algún motivo, AJ había pasado casi todo el tiempo pescando con Lucas, porque Lucas tenía mejor estrategia de pesca. Max también contaba con buenas estrategias. Por supuesto que requerían ciertos movimientos avanzados de Wii, y no era culpa suya que los peces del lago Hottamo no reconocieran sus movimientos especiales de pesca. Por alguna razón el campamento no estaba resultando tan bien como había esperado. Y definitivamente no era tan divertido como el campamento del año anterior. Le gustaría que AJ escuchara sus ideas. Pero lo que más extrañaba era jugar y conversar con su mejor amigo…
La mirada de Max no se apartaba de AJ, que atravesaba de manera furtiva el arroyo que marcaba la frontera entre el territorio de ambos bandos. A un lado del camino un arbusto se movió y volvió a quedarse quieto. Los sentidos de Max se agudizaron. Es un akeliano que intenta capturar a AJ.
—¡AJ! ¡Cuidado! —gritó Max.
Un akeliano marcado con una banda amarilla saltó de entre los arbustos y corrió hacia AJ. Pero AJ había tomado ventaja gracias a la advertencia de Max y volvió a cruzar la frontera justo a tiempo.
Max exhaló un suspiró. AJ se dio la vuelta y lo saludó con la mano. Max sonrió. No sabía que tenía una vista de halcón. Cuando AJ volvió a adentrarse en territorio enemigo, Max miró con mayor atención los arbustos y árboles que rodeaban la bandera y la línea fronteriza. ¡Entre los arbustos se escondía otro akeliano! Levantó la alarma y mantuvo su territorio a salvo. Durante la siguiente hora Max advirtió a sus compañeros de equipo de intrusos. Tanto él como su compañero de guardia Clarence protegieron con éxito su bandera de los akelianos.
El silbido volvió a sonar. El juego había terminado. Lucas había atrapado la bandera de los akelianos y había vuelto a cruzar la frontera hacia su territorio.
Los mokianos lanzaron vítores y gritos de hurra. Max estaba muy contento. Había contribuido a la victoria, aun sin los superpoderes que habría tenido de estar en el planeta Mari-Toe. Nada de eso. Sus geniales poderes de vista de halcón eran todos suyos.
—Max, fue estupendo cómo cuidaste la bandera.
—Gracias, AJ.
Max y AJ sonrieron y se dieron palmadas en la espalda. Luego estrecharon las manos de los akelianos que se reunieron a felicitarlos.
—Un juego buenísimo, akelianos y mokianos —anunció el Sr. Cook por un megáfono—. Me alegra que se divirtieran. Ahora lamento darles malas noticias. Al parecer, en nuestro depósito de víveres se encuentra escondido un nido de hormigas rojas. Si lo recuerdan, no se trata de hormigas normales, pues poseen una terrible mordida. Hemos procurado traer un exterminador, pero en este momento nuestras opciones son adentrarnos más en el bosque. O dar por finalizado nuestro campamento el día de hoy.
Max lanzó un quejido. Empezaba a divertirse. No estaba listo para que el campamento terminara ese día.
—Vamos a decidirlo por votación —continuó el Sr. Cook—. El viaje al siguiente lugar para acampar dura 2 horas, y luego tendremos que volver a levantar las tiendas. Todos tendremos que trabajar mucho para cambiar de lugar. Pero también significa que tendremos tres días más de diversión. Quienes deseen quedarse levanten la mano, y los que prefieran volver a casa, manténganla abajo.
Casi todo el mundo levantó la mano. AJ levantó la suya. Y Max también.
—Muy bien —exclamó el Sr. Cook—. ¡Vámonos al siguiente campamento! Mientras jugaban, los organizadores del campamento empacaron la mayor parte de sus pertenencias y las subieron al autobús, por lo que partiremos de inmediato.
—Pensé que te gustaría volver a casa —comentó AJ a Max mientras caminaban hacia el autobús en el campamento.
—¿En serio? ¿Por qué?
—Porque podrías jugar a Huir del planeta Mari-Toe —respondió AJ—. En ocasiones hasta tienes la mirada perdida y continúas jugando ese juego en la cabeza.
Max se sonrojó.
—No. Puedo jugar en casa cualquier día.
—Me alegra que estés aquí —le dijo AJ.
—A mí también —respondió Max. Lo decía en serio.
—¿Por qué no me cuentas en el autobús cómo jugar a Huir del planeta Mari-Toe?
—Mejor cuéntame tú todo lo que me perdí acerca de acampar de la lista de lectura que no leí —sugirió Max.
Max abandonó todo pensamiento sobre Huir del planeta Mari-Toe mientras él y AJ reían y subían al autobús que los llevaría hacia más aventuras en el campamento de verano. El planeta Mari-Toe puede esperar, pensó Max.
El diario de Reginald
¡He vueltooooo! El campamento de verano estuvo fenomenal.
Max
P.D.: Acabo de descubrir que Lucas también juega a Huir del planeta Mari-Toe, y que él cree que yo me parezco a Peon Pettytrot. Nos hemos vuelto amigos.
Autor: R. A. Watterson. Ilustraciones: Yoko Matsuoka. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021