Érase una vez un azulado día de diciembre cuando Maximilian Talley entraba a su casa. El aire estaba fresco, el sol brillaba y las vacaciones de invierno estaban a la vuelta de la esquina. ¡La vida era buena!
Max cargaba su mochila del colegio sobre su hombro derecho y, en la mano izquierda, llevaba una bolsa llena de latas de jugo vacías. Tomó la manilla de la puerta y la abrió unos centímetros. Max dio unas vueltas y entrecerró los ojos echando un vistazo a la carretera enfrente de su casa. No había nadie. Nada se movía sino solamente las copas de los árboles y las sombras que hacían sobre el asfalto de la calle.
Me lo perdí otra vez, pensó Max mientras abría la puerta del frente —del todo esta vez— y se metió adentro.
Una vez dentro de la casa, Max subió de puntillas las escaleras y se detuvo delante de la puerta de su habitación.
Puede ser, tal vez, que si él no estaba siguiéndome, entonces puede que esté en mi habitación, detrás de las cortinas o en el ropero, escondido.
Colocó la mochila y la bolsa de latas sobre el suelo con cuidado, y respiró profundo.
Tendré que ser muy rápido esta vez. Ahora sí que lo voy a atrapar.
Rápidamente abrió la puerta de su dormitorio y entró, arrojándose sobre una figura que se percibía en la alfombra.
—¡Te atrapé! —gritó Max, pero quien fuera que estaba debajo de él gritó más fuerte aún—. ¡Ay! ¡Quítate!
Max se levantó y se halló frente a su mejor amigo, AJ.
—¿Cómo supiste que estaba aquí? —preguntó AJ.
—No lo sabía. Yo... eeh... pensaba que era otra persona. Perdón. ¿Te lastimé?
—Solo me aplastaste todos mis órganos por dentro; nada serio —dijo AJ, haciendo como si se colocara el estómago—. ¿Por qué el griterío y ataque si no sabías que era yo?
Max dudó. AJ dijo:
—Te prometo por triplicado y con mis ojos bizcos que no se lo voy a contar a nadie.
—Te vas a reír.
—No lo haré.
—¿Crees en ángeles guardianes? —le preguntó Max.
—¿Qué? ¿Esos que tienen alas mullidas y vestidos blancos luminosos?
—Olvídalo. No he dicho nada —farfulló Max mientras sacaba su caja de soldaditos Telecopter-Roboray—. Ten. Juguemos.
—Max, ¿qué tienen que ver los ángeles guardianes con tus emboscadas y eso de lanzarte sobre las personas? —preguntó AJ quince minutos después mientras su pelotón rojo de Roboray sitiaba al pelotón azul de Max.
AJ había maniobrado su pelotón rojo de modo que atrapara al pelotón azul desde tres flancos. Ahora, el único peligro sería que Max tuviera un rayo generador de agujeros negros y aspirara con ello a los hombres de AJ.
—Bueeeeno —dijo Max—, ¿y si mi ángel guardián no tuviera alas mullidas y vestido? ¿Y si, en cambio, él pudiera transformarse y ser algo genial, como...?
—Como un soldado de Telecopter-Roboray? —completó AJ.
—Sí, algo así —dijo Max, y lanzó el rayo generador de agujeros negros sobre el pelotón de AJ.
AJ miraba consternado el destino de su tropa.
—¡Me lo temía! —dijo con frustración.
Luego, tomando un puñado de soldaditos rojos, empezó a arrojárselos a Max. Empezaron los gritos, y la habitación se llenó de soldaditos rojos y azules de plástico por todas partes.
—En serio —dijo AJ, luego de que se quedaran sin soldaditos para arrojárselos el uno al otro—, todavía no entiendo por qué te lanzaste sobre mí y qué tiene eso que ver con los ángeles guardianes con vestido o trajes de Roboray.
—¿No te vas a reír? —preguntó Max.
—Ya te lo prometí por triplicado, ¿recuerdas?
—Bueno, está bien. He estado tratando de atrapar a mi ángel guardián porque quiero ver cómo es.
AJ no se rió; solo se rascó la nariz y miró con curiosidad.
—¿Por qué? —preguntó.
—¿Por qué quiero verlo? ¿Por qué no querría verlo? ¿No querrías tú ver a tu ángel guardián? —preguntó Max.
—No sé si tengo uno —dijo AJ.
—Claro que sí. Todos tenemos uno. El mío... —Max bajó la voz—, el mío me habla a veces. Al menos, pienso que lo hace.
—¿Y qué te dice? —susurró AJ.
—Me dice cosas en mi mente, como: «Mira a ambos lados de la calle antes de cruzar, no cuando ya estás en medio. ¿Es que no piensas, chico?»
—Ah —dijo AJ con el ceño fruncido—. ¿Quién querría un ángel guardián gruñón?
—Es por eso que pienso que tiene que ser real, no algo inventado. Porque si él fuera tal como yo lo esperaba, entonces podría ser que me lo estuviera imaginando; pero me dice las cosas más inesperadas a veces. Así que quiero verlo.
—¡La cena está lista! —El llamado hizo su recorrido por las escaleras junto con el olor de hamburguesas.
—¿Tu mamá dijo que te podías quedar a cenar? —le preguntó Max a su amigo.
—Sip —dijo AJ.
—Tengo un plan con el que podrás ayudar. Te lo diré después de la cena.
La tarde se fue en actividades como juntar piedritas del jardín y guirnaldas tomadas del árbol de Navidad. AJ se fue de vuelta a su casa habiendo prometido que prestaría ayuda en cualquier otra actividad para atrapar ángeles al día siguiente.
En algún momento cerca de la medianoche, un fuerte ruido sonó en la habitación de Max. Max saltó de la cama tomando rápidamente su linterna, la encendió con manos temblorosas, y encontró a su padre tumbado en el suelo del lado de adentro de la puerta.
—¡Dios mío! —gritó el papá de Max—. ¿Qué es todo esto?
—¡Papá! ¿Qué estás haciendo aquí? Y, eehh... esto es una cuerda de trampa con una alarma para ladrones —balbuceó Max, mientras intentaba desenredar de su padre las guirnaldas que traspasaban latas vacías de jugo que habían sido llenadas con piedras.
—En cuanto a por qué estoy aquí —dijo el padre de Max resoplando—, tu madre y yo siempre venimos a ver si están bien tú, Noé y Sofi cada noche. Por lo general, siempre estás dormido a esta hora.
El señor Talley se acomodó el pijama y se cruzó de brazos.
—¿Para qué es esta trampa?
—Estoy tratando de atrapar una cosa. ¿Te lo p-puedo contar mañana? —rogó Max.
Con un suspiro, su papá le acarició la cabeza.
—Está bien, pero ni pienses que me voy a olvidar. Estaré esperando una explicación mañana.
—Sí, papá.
—Buenas noches. Bueno, hijo, esta alarma antirrobo no está nada mal.
Max volvió a su cama, volvió a colocar su linterna debajo de la almohada, se acostó y empezó a pensar y pensar, y en algún momento, en medio de algún pensamiento, se quedó dormido.
A la mañana siguiente, el papá recibió una llamada urgente y tuvo que salir temprano a su trabajo, por lo que la explicación de la alarma antirrobo se retrasó hasta la hora de la cena. Max dio un suspiro de alivio y se fue al colegio. AJ se encontró con él en el camino y preguntó:
—¿Y, atrapaste algo?
—Atrapé a mi papá —respondió Max—. No sabía que él y mi mamá pasaban por mi habitación cada noche. Ahora lo sé. Me dijo que igual era una buena alarma. ¿Dónde más buscarías un ángel? —preguntó Max.
—¿Tal vez en tu ventana? Tu ángel tal vez pasa a través de la ventana. O puede que le gusten los lugares altos. Las copas de los árboles... ¡Ah! Tal vez se sienta a esperar en los techos de las casas. Lo difícil va a ser atraparlo cuando esté visible. Creo que tendrás que acercarte a él sigilosamente.
—Tal vez esto no tiene sentido.
—¡No digas eso! Las vacaciones de invierno empiezan mañana. Tendremos unas semanas para encontrar a tu ángel. Te ayudaré todo lo que pueda.
—¿No tienes planes para tus vacaciones? —preguntó Max.
—Claro. Algunos primos vienen para quedarse la semana de Navidad, pero hasta entonces, lo buscaremos juntos.
Los amigos se dieron un apretón de manos y siguieron camino al colegio.
Esa tarde, cargados con las últimas cositas que sacaron de sus armarios del colegio, los niños del colegio Winston salían por las puertas hacia la felicidad de las vacaciones de invierno.
—¡Se terminó el colegio!
—¡Te hago una carrera hasta tu casa!
Max y AJ corrieron a través de las puertas del colegio hasta la vereda y hacia la intersección. Max iba ganando y con un pie en el aire para saltar por el cordón de la vereda, de pronto se detuvo como congelado.
AJ también se detuvo repentinamente, como a un centímetro de ser lanzados por el aire al medio de la calle.
—¡Miren a ambos lados de la calle antes de cruzar, no cuando ya están en medio! ¿Es que no piensan, chicos?
Se miraron sorprendidos.
—¿Escuchaste eso? —preguntó AJ.
—¿Tú también lo escuchaste? ¡Entonces es cierto! —dijo Max contento.
—Lo escuché. Sí, lo escuché. Y sí, suena muy gruñón.
—Sí, ya sé.
—¿Por qué no lo he escuchado antes? —preguntó AJ.
—Tal vez no estabas tratando de escuchar —respondió Max.
—Ahora tengo que encontrar al mío también —dijo AJ con determinación—. ¿Dónde buscamos primero?
De lunes a jueves, se los podía encontrar a Max y a AJ buscando en árboles, o merodeando sigilosamente por sus casas, entrando repentinamente en sus propios dormitorios y revolviendo el armario de la limpieza.
—No sirve de nada —dijo AJ, ahora que se acercaba el viernes—. Ya terminé con la lista de lugares donde mirar, y tú también. Además, mis primos vienen mañana. Tendremos que suspender la búsqueda.
Max miró por la ventana hacia el jardín. Largas guirnaldas metalizadas con latas llenas de piedras adornaban árboles, cercas y arbustos rodeando la casa de los Talley.
—Tal vez no quieran que los vean.
—Sí, posiblemente. Pero tengo un plan... ¿qué te parece si me quedo esta noche y nos sentamos frente a la ventana hasta el amanecer? ¡Tal vez los ángeles solo son visibles de noche!
—¿Cómo no se nos ocurrió eso antes?
—Esta puede ser nuestra última oportunidad, porque tu mamá no parecía muy contenta con nuestra idea de colgar latas por todo el jardín. Seguramente te pedirá que las quites pronto.
—Es cierto. Esta noche nos quedamos despiertos...
—...con una linterna.
—Y con los anteojos de visión nocturna.
—Y con papitas fritas.
—Perfecto.
A las nueve de esa noche, ambos varoncitos comían sus papitas en silencio, mientras sus ojos miraban atentamente el jardín que ahora estaba oscuro.
A las diez de la noche se susurraban cuentos el uno al otro.
A las once de la noche, salió la luna y su luz pasaba por la ventana iluminando a dos nenes abrigados en sus mantas, acostados sobre sus almohadas... completamente dormidos.
A las doce de la noche, un fuerte ruido y sonidos metálicos despertaron a Max y AJ, que se levantaron de un salto para tomar sus linternas.
—¡Vaya! ¡Increíble! —Susurró Max con la nariz pegada contra el vidrio—. ¡Es un robot gigante!
—Debemos salir —dijo AJ, tambaleándose y dejando atrás sus mantas.
Ambos salieron.
Max, todavía con sus pantuflas, llegó primero, pero por poco. A toda velocidad lo alcanzó AJ, y para sorpresa de ambos, vieron al papá de Max con martillo en mano, Sofi cargando a su hermanito menor, Noé, y a su mamá con la bata puesta.
—¡Papá! —Exclamó Max—. ¿También viste a ese robot gigante?
El papá de Max tomó a los dos niños y los alejó de los árboles y arbustos con mirada soñolienta y semidormido.
—Alguien que llevaba gafas de esquí quedó atrapado en tu alarma antirrobo. Lo vi. Se veía peligroso... ¿por qué están todos afuera? —preguntó, habiéndose despertado lo suficiente para notar que su esposa e hijos también estaban afuera con él.
—Yo vi al ladrón —exclamó Sofi—, ¡estaba afuera de la ventana de Noé!
—¡No era un ladrón, Sofi! Era un robot gigante. Se veía igual que los soldaditos de mi juego —dijo Max con firmeza, y AJ asentía vigorosamente con la cabeza.
—No, no —dijo la mamá, sacudiendo la cabeza—. No era un robot ni un hombre con gafas de esquí. Lo que yo vi era mi segundo mejor vestido. Se debe de haber volado del tendedero y quedó atrapado en tu alarma antirrobo. Mañana quitamos todo esto, ¡y nada de discusiones! Es demasiado ruidoso. Nadie puede dormir con semejante barullo.
Entre el traqueteo de las latas en el jardín, otro tipo de ruido se hizo escuchar: un ruido agudo y estridente.
—Oh —dijo AJ—, la alarma de alguna casa se activó. Supongo que no muchos podrán dormir esta noche.
El grupo se paró en silencio por medio segundo antes de gritar todos juntos: «¡Es nuestra casa!»
Por la ventana de la cocina salía humo entremezclado con anaranjadas llamaradas.
—Iré a la casa de AJ a llamar a los bomberos —gritó el papá, mientras corriendo se apartaba del grupo que se apiñó en el jardín de adelante.
A los pocos minutos, la calle de la casa estaba llena de camiones de bomberos y vecinos, quienes, las más de las veces, tropezaban con la alarma para ángeles de Max y AJ.
La casa de los Talley, junto a un creciente grupo de espectadores, miraba cómo el brillo anaranjado en la ventana de la cocina se convirtió en humo negro, luego gris y por último blanco.
Al amanecer, los dos varoncitos estaban en la casa de AJ, bebiendo una taza de chocolate caliente en la cocina, cuando entró el papá de Max y, cansado, se sentó a la mesa.
—Bueno —suspiró—, el daño no es tanto como podría haber sido. Parte de la cocina tendrá que ser reformada.
Max le alcanzó una taza de chocolate; el papá agradeció con un movimiento de cabeza y siguió:
—Habrá que limpiar todo el hollín del piso. Pero el daño en la casa fue menor y nadie salió lastimado. Gracias a Dios estábamos todos fuera de la casa cuando sonó la alarma.
—Papá, ¿cómo empezó el fuego? —preguntó Max.
El papá miró la taza, respiró hondo y dijo:
—Fue mi culpa. Yo había tirado en el basurero unos trapos que habían sido embebidos de pintura. Encima de eso, tu mamá tiró grasa endurecida. Eso se prendió fuego en algún momento de la noche.
Max y AJ se entusiasmaron.
—¡Combustión espontánea! —dijeron a la vez.
—Yo escuché sobre eso —dijo AJ entusiasmado—. ¡Puede suceder con las cosas más inauditas: aceite de linaza, pintura, algodón o grandes barriles de pistachos!
—¡Qué chévere! —dijo Max.
—¡No es tan chévere que la casa casi se haya quemado! —Dijo el papá frunciendo el ceño—. Me temo que tendremos que dedicar parte de las vacaciones a limpiar el hollín de las paredes.
Max se quejó y AJ le palmeó el hombro en señal de consuelo.
—Pero tengo una pregunta... —dijo el papá—. Cuando todos salimos de la casa al jardín anoche, ¿están seguros de que vieron un... «robot gigante»? —dijo el papá con una sonrisa.
—Bueno —dijo Max pausadamente—, estaba muy oscuro. Podría haber sido un hombre con gafas de esquí o podría haber sido el segundo mejor vestido de mamá.
El papá satisfecho asintió con la cabeza y se fue.
AJ se recostó sobre la silla.
—¿Estás pensando lo mismo que yo? —preguntó.
—Mmmm, ¿helado de chocolate? —Dijo Max con una gran sonrisa—. Con bolitas de colores por encima...
AJ se acomodó bien en su silla y dijo con mirada intensa:
—¿No lo ves?
Max se rió y dijo:
—Claro que lo entiendo; nuestros ángeles son bastante inteligentes.
—Hacen que tiendas trampas para que ellos las hagan sonar en la noche, de modo que toda la familia salga de la casa. Para nosotros fue un robot gigante. Para papá, un hombre con gafas de esquí. Para mamá, su segundo mejor vestido. Y luego, no hay nadie en la casa cuando el basurero de la cocina se prende fuego.
—¿No es increíble?
—¡Es genial!
—Pero también estaba pensando en helado de menta y chocolate con bolitas de colores.
—Hagamos una carrera hasta la tienda.
—¡Vamos!
Los niños corrieron hacia la calle, pero se detuvieron unos centímetros antes del bordillo. Max miró a AJ con una sonrisita tímida. AJ miró a un lado y Max al otro; cruzaron la calle caminando. En cuanto llegaron al otro lado, continuaron la carrera.
Era invierno, el aire estaba fresco, el sol brillaba, el balde de la basura de repente estaba en llamas, pero sus ángeles también observaban. La vida sí era buena.
Porque Él ordenará que Sus ángeles te cuiden en todos tus caminos. Con sus propias manos te levantarán para que no tropieces con piedra alguna. (Salmo 91:11–12; NVI.)
Texto e ilustración: Yoko Matsuoka. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022