Rincón de las maravillas
Parque magnífico
viernes, octubre 22, 2010

—Pasajeros, ¡al tren! ¡Partimos al Parque Magnífico! ¡Suban al tren! —gritó el jefe de la estación.

Tara, Marek, Miko, Jesse y Susana —su guía por el día— subieron al tren rumbo al parque magnífico, uno de los parques de diversiones infantiles del Cielo.

El tren estaba diseñado para verse como una locomotora de vapor que se utilizó en la tierra a principios del siglo XX. La locomotora era transparente, de modo que los pasajeros pudieran observar en movimiento las diversas partes del motor. Mientras los niños miraban el cuarto de máquinas, dos hombres hicieron una pausa, dejaron de palear y los saludaron con una mano. En vez de palear carbón, como en las locomotoras de vapor en la tierra, los hombres paleaban cristales de energía celestial, los que se utilizaban para hacer que el agua en el motor se convirtiera en un potente vapor, ¡tan potente que el tren podía volar por los cielos!

—¡Ese debe ser el Parque Magnífico! —exclamó Miko.

—Así es —dijo Susana—. Pronto llegaremos a la estación.

Susana y los niños bajaron del tren. Frente a ellos había un letrero que anunciaba varios senderos que podrían tomar: «Mundos más allá», «Camino del cambio», «Sendero entusiasta» y «Aventuras de la historia».

—¡Ah! ¡Me encanta el cambio! —exclamó Tara—. Vayamos por el camino del cambio y veamos a dónde nos lleva.

Los niños caminaron, corrieron, saltaron y dieron saltitos por ese sendero brillante del parque.

—Quisiera saber por qué se llama el camino del cambio —dijo Tara con algo de curiosidad en su voz— …¡Asombroso! ¡Miren nuestra ropa! ¡Todos llevamos ropa nueva y bonita! ¿Cómo pasó?

—No sé —Jesse añadió—. Pero creo que sucedió cuando dijiste la palabra «cambio».

De inmediato, el camino se convirtió en un tobogán. ¡Bajaron, subieron, dieron vueltas, se deslizaron por hermosos paisajes estelares y planetarios!

¡Los niños aprendieron rápidamente! Miko fue el siguiente en decir la palabra «cambio» y el cielo cambió de azul a una mezcla fabulosa de tonalidades verdes, azules, moradas, rosadas y amarillas.

Los niños decían con entusiasmo la palabra «cambio», mientras disfrutaban de una variedad de experiencias que llegaban cada vez que pronunciaban esa palabra.

Una de esas veces, el camino del cambio los dejó frente a una casa de tamaño normal, pero confeccionada con pan de jengibre. En el interior de la casa había hongos que hacían las veces de grandes mesas y hongos más pequeños que servían de asientos.

—¡Se ve divertido! —dijo Marek—. Entremos.

Los niños entraron a la casita, se sentaron en las sillas de hongo y alrededor de una mesa. Marek oprimió un botón rojo que estaba en el centro de la mesa. Y de un salto apareció un hombrecito de galleta de jengibre y saludó a los niños con una reverencia.

—A sus órdenes, amigos gigantes —dijo el hombrecito de galleta de jengibre—. Tengo el honor de servirles un manjar celestial. Al oprimir este botón, ¡nuestra máquina les prepara automáticamente su sorbete preferido! Ah… Veo que les gustan los sabores de mango, fresa y cereza. ¡Prepárense para disfrutar lo deliciosos sabores!

Seguidamente, el hombrecito de galleta de jengibre sirvió el sorbete helado.

—El Cielo está lleno de emoción y cosas deliciosas —dijo Marek encantado.

—Es porque todo está diseñado para manifestarnos el amor que nos tiene Jesús —explicó Susana—. Tengo una idea. ¿Qué les parece si dicen la palabra mágica al mismo tiempo y vemos qué pasa?

—¡Ay, sí! Intentémoslo —dijo Tara.

—1… 2… 3… cambio —dijeron los niños al mismo tiempo.

Esta vez el cambio que experimentaron los niños fue extraordinario. El pequeño grupo se dividió y fueron a lugares distintos.

Tara y Jesse se encontraron en el puesto de «Vuelo de la mariposa». Mariposas gigantes, con unas alas que se extendían dos metros, revoloteaban alrededor de los niños. Jesse y Tara descubrieron que los dos tenían alas de mariposa. Con solo pensarlo, movían sus alas de arriba abajo como querían que se movieran, como al mover las piernas y los brazos. Una vez que se sintieron a gusto con las alas, volaron con las mariposas por un campo de girasoles gigantes, donde jugaron al escondite junto con las mariposas.

¿Y dónde estaban Miko, Marek y Susana? Se encontraban en el «Jardín Majestuoso», lleno de plantas y flores enormes.

—Somos tan pequeños en comparación a estas plantas —dijo Miko—. Me siento como debe sentirse una hormiga al compararse con las plantas de la tierra. ¡Mira! ¡Es un hada!

—Si cantan una canción que hable de colores —les dijo el hada—, ¡las rosas se volverán del color que digan en la canción!

—Amarillo, verde, azul y rojo. ¡Jesús, a ti te escojo! —cantó Miko.

Para su sorpresa, las rosas cambiaban de color mientras lo decía: ¡amarillo, verde, azul y rojo! Mientras Miko cantaba, ¿adivinen quién apareció? Ni más ni menos que Su mejor Amigo y Hermano mayor: ¡Jesús!

Jesús levantó a Miko y a Marek ¡y les dio vueltas y vueltas!

—¿Están divirtiéndose? —preguntó Jesús.

—¡Sí, claro! ¡Mucho! —respondieron los niños.

Me alegra escucharlo —dijo Jesús—. ¡Todo en este parque se hizo para manifestarles el gran amor que les tengo! ¡Mi amor por ustedes es constante y los rodea! ¡Es algo que nunca cambiará!

Mientras Jesús hablaba, Miko, Marek y Susana se encontraron en el pabellón de «Las nubes saltarinas», que parecía un cielo lleno de nubes esponjosas, con una gran variedad de figuras, tamaños y colores.

—¡Mira! —exclamó Miko—. ¡Allí están Jesse y Tara saltando en las nubes!

Y allí estaban, saltando en las nubes como lo harían en una cama elástica, ¡solo que mucho más alto! De inmediato, también Miko, Marek y Susana empezaron a saltar. Mientras saltaban de una nube a otra, las nubes de colores se movían por el cielo, así que nunca sabían en qué nube iban a caer a continuación.

—Miren esto —anunció Jesse, mientras saltaba muy alto por los aires, hacía una voltereta y luego caía de nuevo en la nube, solo que atravesaba esa nube y caía a la nube que estaba debajo. Todos los niños daban brincos, vueltas y saltos de trampolín en las nubes.

Luego, Miko se estiró para tomar un trozo de nube y arrojó una bola de nube a Marek. Al poco rato todos los niños saltaban de nube en nube y se tiraban bolas de nube unos a otros.

Al final del día, lo niños fueron a navegar en yate por el ancho río del parque. El capitán enseñó a los niños a manejar las jarcias, que eran sogas que se colocaban en diversas posiciones para que las velas atraparan el viento. Las niñas aprendieron a dirigir la embarcación utilizando la barra del timón.

En un punto, se detuvieron a pescar. En lugar de anzuelos, en las cañas de pescar pusieron carnada deliciosa. Los peces tomaban el manjar y tiraban de la caña. Jesse se sorprendió cuando sacó un pez y cayó en el bote, y el pez le guió un ojo y luego volvió al río.

—Creo que el pez me dio las gracias por el bocado sabroso —dijo Jesse.

—¡Miren! —gritó Tara—. Un pez salió del agua y me dejó una hermosa joya en la mano.

—¡Ah! Yo también quiero —dijo Miko.

Las niñas siguieron pescando y al poco rato las dos tenían suficientes joyas para armar un collar.

Marek saltó al río y nadó debajo del agua con un pez. Parecía tan divertido que pronto todos los niños saltaron y nadaron, lo que deleitó al pez que los acompañó.

El paseo al Parque Magnífico llegaba a su fin, pero los niños sabían que podrían volver muchas veces. Y que allí había más delicias celestiales que esperaban ser descubiertas y disfrutadas.

*

¡Algún día podrás explorar los misterios del Cielo! Hasta entones, te puedes imaginar las estupendas aventuras que te esperan, e incluso pedir a Jesús que te revele en sueños algunas de las maravillas del Cielo, pues hay mucho que esperar con ilusión.

Texto: Christi S. Lynch. Ilustraciones: Philippe. Diseño: Roy Evans.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2010
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Etiquetas: relatos para niños, cielo