Sobre una exuberante colina boscosa se erguía un magnífico árbol llamado Majesto. Era un árbol grande, soberbio y fuerte.
Un día, mientras los árboles disfrutaban del sol matinal y sus ramas se mecían suavemente con la cálida brisa, Majesto miró a los demás árboles con el ceño fruncido, pensando: «¡Qué curioso que nosotros los árboles nos movamos tan fácilmente cuando sopla el viento! No me agrada que él me incline o me agite, ni que empuje mis ramas en la dirección en la que sopla. Prefiero que todos los que me miren vean que soy yo quien controla mis ramas».
Luego de reflexionar sobre la cuestión durante un rato, se le ocurrió una idea.
—¡He decidido controlar totalmente mis ramas! —anunció orgulloso a los demás árboles—. No permitiré que el viento me las mueva. No me someteré a sus caprichos. No me meceré ni bailaré como ustedes, árboles tontos. Les mostraré lo bien que me sienta mi orgullosa inflexibilidad.
Aquella noche comenzó a soplar un viento constante. Majesto empleó todas sus fuerzas para impedir que sus muchas ramas se mecieran. Las entiesó y procuró quedarse quieto.
Al poco rato el viento dio lugar a una gran tormenta. Aun así, Majesto seguía empeñado en no permitir que sus ramas se movieran ni un poquito.
—Estoy demostrando que no tenemos que dejar que el viento afecte cada uno de nuestros movimientos —se jactó Majesto ante los demás árboles con gran arrogancia.
Los otros árboles disfrutaban la tormenta y bailaban al compás del viento.
—¡Es tan emocionante bailar con el viento! —gritaba Abedul Danzarín para que se le oyera con todo el ruido de la tormenta—. ¡Es casi como si mis ramas y mis hojas estuvieran dando vueltas!
—¡Fíjate en cómo suben y bajan las mías! —vociferó Enebro Saltador.
«¡Qué tontos esos árboles que permiten que el viento los mueva», pensaba Majesto.
En ese momento una ráfaga lo golpeó con tanta fuerza que sintió un tirón en sus raíces. Temiendo de repente que el viento pronto lo fuera a arrancar y derribar, relajó su postura rígida y permitió que sus ramas se mecieran.
—Ese viento tan fuerte casi me arranca de raíz —dijo Majesto para explicar a los otros árboles por qué sus ramas se movían nuevamente con el viento.
Un sentimiento de alegría comenzó a apoderarse de él cuando permitió que sus ramas se mecieran con el viento.
—¡Esto sí que es divertido! —exclamó—. ¡Se me había olvidado lo agradable que es bailar con el viento!
A la mañana siguiente ya había pasado la tormenta. Cuando salió el sol, los árboles del bosque lo saludaron con alegría. Majesto era el que más contento estaba.
—¡Ahora me siento libre para disfrutar nuevamente de la vida! —comentó—. Con mi actitud orgullosa e inflexible me aburrí mucho. A partir de este momento deseo ser un árbol humilde y flexible y permitir que mis ramas se tuerzan y se mezan con el viento, como hacen ustedes, mis compañeros.
Los demás árboles sonrieron, felices de que Majesto disfrutara nuevamente de la vida con ellos, y agradecidos por aquel recordatorio sobre la importancia de ser adaptables.
¿Qué crees que significa ser adaptable?
¿En qué situaciones piensan que sería bueno tener una mentalidad adaptable?
Autor anónimo. Dibujos: Jan McRae. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2020