Recuento de 2 Reyes, capítulo 6
En la época del profeta Eliseo, el vecino rey de Siria le había declarado la guerra a Israel. No obstante, por algún motivo sus campañas no tenían éxito. Cada vez que planeaba un ataque o emboscada, el rey de Israel se enteraba y se preparaba.
Esto aconteció una vez y otra vez, hasta que el rey de Siria se convenció de que había un traidor en sus filas. Convocando a sus oficiales, les dijo furioso:
—¿Quién es espía del rey de Israel?
—Ninguno, rey señor mío. Es el profeta Eliseo, que está en Israel, el que declara al rey de Israel las palabras que su majestad habla en sus aposentos privados —repuso uno de sus siervos que de alguna manera había oído hablar del poder del Dios de Eliseo.
Para el rey el problema no revestía ninguna dificultad. Había que capturar a Eliseo y quedaría todo arreglado. Envió el rey a Dotán gente de a caballo y carros y un gran ejército para arrestar a aquel hombre que sabía demasiado.
Creyendo que podrían coger por sorpresa a Eliseo, el ejército llegó de noche y rodeó la ciudad. En esas circunstancias no parecía que el varón de Dios tuviera escapatoria.
De madrugada, cuando el siervo de Eliseo miró desde lo alto del muro de la ciudad y advirtió todos aquellos caballos y carros, se llenó de miedo. Corriendo a donde estaba Eliseo, exclamó:
—¡Señor mío! ¿Qué vamos a hacer?
Pero Eliseo confiaba mucho en Dios, y le contestó al asustado joven:
—No tengas miedo, porque más son los que están con nosotros que los que están con el ejército sirio.
El joven se quedó mirándolo. ¿Cómo era posible? No había nadie en Dotán preparado para combatir a aquellos sirios. ¿Disponía acaso Eliseo de un ejército secreto?
Eliseo oró, diciendo:
—Te ruego, Señor, que abras sus ojos para que vea el gran poder que nos rodea.
¡Dios respondió a su oración y de repente el joven vio a los ejércitos del cielo que Eliseo había estado contemplando en todo momento!
—¡Mire! —gritó emocionado—. ¡Mire cuántos hay!
El monte estaba lleno de gente de a caballo celestial y de carros de fuego alrededor de Eliseo.
Y cuando descendieron a él —los carros de fuego que ya en otra ocasión había visto cuando Dios llevó a Eliseo al cielo delante de sus ojos1—, Eliseo sintió muy de cerca la presencia de Dios, y oró:
—Hiere con ceguera a esta gente.
Aunque fue una petición algo extraña, Eliseo tenía pensado un magnífico plan. Dios respondió a la oración de Eliseo y los dejó ciegos. Enseguida salió por la puerta de la ciudad y se acercó valientemente a los generales del ejército sirio que se arremolinaban sin saber dónde estaban ni qué hacer.
—No es este el camino, ni la ciudad —Eliseo les dijo a los soldados ciegos—. Síganme y yo les guiaré al hombre que buscan.
No sabían que el que les hablaba era Eliseo, el hombre al que andaban buscando, y logró conducirlos a Samaria, ¡la capital de Israel!
Una vez que el ejército sirio estuvo dentro de los muros de la ciudad, Eliseo rezó:
—Señor, abre los ojos de estos hombres para que vean —lo cual hizo Dios.
Al devolvérseles la vista, ¡los soldados vieron que habían sido objeto de una trampa y que estaban en plena Samaria, cercados por sus enemigos!
El rey de Israel no podía ocultar su satisfacción. Qué espléndida oportunidad de darles a los sirios una lección que no olvidarían jamás.
—¿Los matamos? ¿Los mato? —le dijo a Eliseo con gusto.
—¡No! —Repuso Eliseo—. En lugar de eso, ordenó que se les diera comida y bebida a los prisioneros, y que después se les dejara en libertad para que regresaran a sus casas.
También nosotros podemos contar con la protección del ejército secreto de Eliseo. La Biblia dice: «El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen, y los defiende» (Salmo 34:7).
Nota a pie de página:
1 Ver 2 Reyes 2:11.
Contribución: Didier Martin, adaptación de Tesoros © 1987. Ilustración: Didier Martin. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.