Rincón de las maravillas
«¡Deshazte de Rosa!»
viernes, marzo 11, 2011

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¡Rosa!

Cómo odiaba Verónica Moreno ese nombre... bueno, por lo menos le disgustaba. En realidad, a Verónica le encantaban las rosas, eran sus flores favoritas e incluso para su reciente cumpleaños (su duodécimo) quiso un vestido estampado de rosas. Pero aunque sentía cierto resentimiento hacia Rosa Vargas, al mismo tiempo le habría gustado presumir de ser su mejor amiga. En realidad, todas las chicas del curso aspiraban a lo mismo —y por supuesto, los chicos también.

Como te imaginarás, Rosa Vargas, de trece años, era toda una belleza. Y no solo eso, tenía una personalidad encantadora y sabía expresarse muy bien. Le aguardaba un brillante futuro, cosa que sabía todo el mundo, sobre todo sus padres, sus profesoras y la directora de la escuela. Y el público quedaba entusiasmado en cualquier acto en que ella participaba.

Verónica, junto a Imelda, Nina y Elena —tres de sus compañeras de la escuela primaria mexicano-estadounidense a la que asistían— habían diseñado y editado una revista mensual a todo color dirigida al público en general. Se titulaba The Vine (La Viña), combinación de las iniciales de sus creadoras. Su amplio contenido incluía comentarios sobre el vecindario, relatos breves, sátiras, poemas y cómics, así como diversas contribuciones de interés general escritas por amigos y compañeros de clase. La directora del colegio, la Sra. Marcia Álvarez, quedó tan impresionada con el contenido sumamente variado e interesante, y con su artístico diseño, que ofreció a las chicas el uso gratuito de la moderna imprenta del colegio para sacar todas las copias que necesitaran de la revista. El precio sugerido era de 3 dólares y las chicas la vendían de puerta en puerta. Con la mitad del dinero se cubrían los costos de papel e impresión y el resto se dividía entre el equipo de editoras y los colaboradores.

Poco tiempo después, Verónica y sus amigas convencieron a Rosa Vargas de que se convirtiera —tal y cómo le dijeron— en el rostro de la revista a fin de conseguir un mayor tiraje. Rosa estuvo de acuerdo y el plan fue todo un éxito. Las ventas se dispararon. Sin embargo, para disgusto del equipo de editoras, la mayoría de sus usuarios hacían más comentarios sobre la chica bonita que vendía la revista que sobre el contenido de la misma.

Al cabo de unas semanas, aunque el público se mostraba interesado en la revista y conseguían subscriptores, muchos todavía preguntaban por Rosa. Eso creó animosidad y celos entre las editoras e incluso entre algunos de los que contribuían con diversos artículos.

—No... no estoy muy segura de si Rosa Vargas debe seguir representándonos —susurró Verónica durante una de las reuniones que el equipo llevaba a cabo los viernes por la tarde en la biblioteca del colegio, después de salir de clase. Rosa no estaba presente—. Los lectores no hablan de la revista, solo de ella.

—Estoy de acuerdo contigo —susurró Imelda —abarata el perfil de nuestro producto.

—Claro —dijo Nina—, las personas deberían comprarlo solo por su contenido.

—Exactamente —añadió Elena—, no necesitamos un rostro bonito para subir las ventas.

—Entonces, ¿nadie ha hecho ningún comentario sobre mi artículo? —preguntó un musculoso muchacho de doce años—. ¿Sólo sobre la chica que les vendió la revista?

—Lo lamento mucho, Pablo —dijo Verónica—. Fue un artículo fantástico. Eres uno de nuestros mejores colaboradores. Hasta la Sra. Álvarez lo afirma.

—Yo sigo sugiriendo que despidamos a Rosa —dijo Imelda.

—Sí —añadió Nina—, deshagámonos de ella de una vez por todas.

—Estoy de acuerdo —opinó Elena—, dejemos que la revista se venda por sus propios méritos.

Aunque Verónica opinaba igual, sin saber por qué, comenzó a sentir algunos reparos.

Por esa misma fecha, Verónica recibió una invitación de doña Lupita, su abuela, para pasar las seis semanas de vacaciones de verano con ella en la finca rodeada de viñedos que poseía en Valle Guadalupe, en la Baja California.

Así que Verónica sugirió a Imelda, Nina y Elena que aguardaran su regreso antes de tomar cualquier decisión respecto a despedir a Rosa. Aunque renuentes, las chicas aceptaron.

*

A la caída de la tarde, doña Lupita, una señora de sesenta años, disfrutaba paseando en compañía de Verónica entre las filas de viñedos. En su rostro se dibujaba una sonrisa de satisfacción.

—Este año nos aguarda una buena cosecha, querida —dijo volviéndose hacia su nieta—. Hasta ahora el clima ha sido estupendo para una excelente vendimia. En un par de meses, estará lista.

—Y éste es mi viñedo ganador —dijo mientras se adentraban en la última fila de viñedos—, tiene la mayor abundancia de preciosas y exquisitas uvas de profundo e intenso sabor, que proporcionarán el mejor aroma y paladar en la copa. ¿No te parece hermoso?

Verónica se encogió de hombros.

—Abuela, no sé en qué consiste un buen vino, pero me parece que las rosas que hay plantadas al comienzo de cada fila de vides son las más espléndidas y rojas que haya visto en mi vida. Despiden un aroma celestial. Sobre todo la que está plantada junto a esa fila.

—Así es, querida. Pero, ¿sabes por qué plantamos un rosal al comienzo de cada fila de vides?

Verónica volvió a encogerse de hombros.

—Bueno, uno de los motivos es por decoración, porque las rosas embellecen el lugar. Pero existe una razón más poderosa...

Desde la casa, alguien llamó a Doña Lupita. Tenía una llamada telefónica y se apresuró a volver para responderla. Mientras tanto, Verónica continuó con su paseo.

—¡Chsss!

La muchacha se volvió sobresaltada hacia la vid de donde procedía el siseo. Suponiendo que alguien estaba escondido entre las hojas, se acercó y echó un vistazo. No había nadie.

—No te asustes —dijo una vocecita—, soy yo, la vid, que te estoy hablando.

A Verónica le entraron ganas de salir corriendo, pero la vid continuó diciendo:

—Por favor, quédate un minuto. Queremos pedirte un favor.

—¿Un favor? ¿De qué se trata?

—Queremos que te deshagas de Rosa.

—¿Que me deshaga de quién?

—De Rosa, la que está al comienzo de nuestra fila de vides.

—¿Y quién es? Yo no veo a nadie.

Ella, la rosa, claro.

—¿La rosa? ¿Por qué? Es... quiero decir, ¡es preciosa!

—Por eso, precisamente. Nosotras, las vides, estamos hartas de que la gente como tú venga a visitar el viñedo y siempre comenten lo hermosa y perfumada que es Rosa, y nunca aprecien nuestra amplitud y profundo sabor.

—Pues mi abuela sí lo hace. Dijo que... bueno, ya la oísteis.

—Sí. Ella es la única, porque conoce bien el tema de las viñas y la uva, y somos para ella fuente de orgullo y alegría. Además, ya está vieja. Queremos tener la oportunidad de que los visitantes se fijen solo en nosotros y realcen nuestros atributos.

—Hmmm —dijo Verónica—, todavía me parece que es vergonzoso querer deshacerse de la rosa.

—Escucha. Seguro qué no sabes cómo se siente uno al escuchar: «Rosa esto... Rosa aquello... ¿A que es preciosa?», y etcétera, etcétera.

—Te comprendo muy bien. Hay una chica con la que mis amigas y yo promocionamos nuestra... bueno, no importa. De todas formas, lo tiene todo, ya sabes... es bonita y todo lo demás. Bueno, al menos sabe cómo expresarse. Qué raro que también se llame Rosa. Todos quieren ser amigos suyos, hasta yo misma a decir verdad. Pero para ser sincera, creo que a varias de las chicas nos gustaría que fuera gorda y fea.

—¿Lo ves? Tú nos comprendes. Entonces, ¿nos harás ese favor? ¿Te desharás de Rosa?

Verónica se mordió el labio y titubeó por unos instantes. Al final, accedió.

—Tienes que hacerlo al amparo de la noche —dijo la vid—, a escondidas.

—Lo intentaré —respondió Verónica—, pero supongo que puedo ponerla en un jarrón.

—No, no, no, niña. Doña Lupita no debe sospechar jamás. Lo mejor es enterrarla.

En esos momentos, llegó Doña Lupita y le contó a Verónica que tenía que viajar a Tijuana a visitar a un pariente enfermo y que regresaría en diez días.

*

—No, ¡no!

Verónica se despertó una mañana al escuchar la voz de su abuela en el recibidor. Acababa de llegar de viaje.

—¿Quieres decir que nuestra mejor viña ha quedado destruida?

—Sí, señora. Hace unos días. Cuando nos dimos cuenta de que no estaba la rosa, ya era demasiado tarde. La plaga había acabado con la viña.

—¿Que la rosa desapareció? ¿Y cómo?

—Parece que alguien la cortó.

Verónica se puso la bata y bajó a confesar la verdad a su abuela que estaba muy disgustada.

—Lo lamento mucho, abuela —dijo sollozando—, yo lo hice.

—¿Que hiciste qué?

—Que corté a Rosa... quiero decir, que corté la rosa.

—Pero, ¿cómo es posible? ¿La pusiste en un jarrón?

—Esto... eh... es difícil de explicar...

—Bueno, sea por el motivo que sea, querida, el daño ya está hecho. Fue algo muy necio por tu parte, aunque quizás yo debería responsabilizarme por no habértelo explicado. Plantamos rosas al comienzo de cada fila de vides para protegerlas. Las rosas son tan delicadas que son las primeras que muestran si algún insecto, enfermedad o plaga está atacando. De hecho, las rosas dan su vida para salvar el viñedo. En este caso, no había ninguna rosa que pudiera manifestar la enfermedad. Los obreros no se dieron cuenta, y por eso se perdió mi mejor viñedo.

*

—¿Y cómo ha ido todo? —preguntó Verónica a sus compañeras cuando regresó de sus vacaciones veraniegas—. ¿Cómo va la revista?

—Bueno —contestó Imelda con triste semblante—, el ejemplar que sacamos mientras estabas de vacaciones contenía un artículo de Pablo bastante controversial e inapropiado para todas las edades. Trataba sobre el ostracismo que sufren los mexico-americanos en Estados Unidos. El artículo estaba bien, pero el problema es que aparte de dar algunos detalles gráficos, afirmaba que somos la comunidad que más lo sufre. ¡Caramba! Considerando el perfil de nuestra revista, fue un error bastante estúpido de nuestra parte.

—El suceso salió en las noticias —añadió Nina—, en los diarios, la televisión, hasta en YouTube.

De todas formas —afirmó Elena—, cómo la revista la editan un grupo de chicas de escuela primaria, nos vimos asediadas hasta el punto de que casi tuvimos que dejar de publicarla.

—¿Casi? —preguntó Verónica.

—¿Sabes quién nos salvó la revista y de la situación? —preguntó Imelda.

No le costó nada averiguarlo a Verónica. Por supuesto, fue Rosa Vargas.

—Fue bueno que sugirieras que esperáramos antes de despedirla —dijo Nina—. Ella se hizo cargo del asunto, dio la cara ante las cámaras y los periodistas, y se ganó hasta a los más antagonistas.

—Luego, durante las siguientes dos semanas —continuó Elena—, por todos lados surgieron diferentes artículos y comentarios solidarizándose con nuestra revista y apoyando la libertad de expresión que nos garantiza la Constitución.

Verónica sonrió.

—Sobre todo en boca de alguien tan persuasivo como Rosa —musitó, y sugirió que entre ellas y tantos colaboradores como fuera posible celebraran una fiesta en honor de Rosa. Imelda, Nina y Elena apoyaron la idea con gran entusiasmo. La fiesta resultó todo un éxito y se llevó a cabo en la biblioteca contando con el permiso y la presencia de la Sra. Álvarez. Todo vestigio de envidia se disolvió por completo con cada abrazo de agradecimiento que Rosa Vargas recibió llena de emoción.

Y Verónica Moreno estuvo tan agradecida de no haberse deshecho de ella que se convirtió en su mejor amiga.

Fin

Suplemento de «¡Deshazte de Rosa!»

Autor: Gilbert Fentan. Ilustraciones: Jeremy. Traducción: Victoria Martínez y Antonia López.
© La Familia Internacional, 2011
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Etiquetas: relatos para niños, contentamiento