Chieko estaba decidida a hacer el bien. Entró en el aula de los alumnos de quinto grado en un caluroso día de verano, su mirada barrió a sus treinta y un compañeros de clase, y en el fondo de su corazón sintió que hoy encontraría una oportunidad de demostrarle bondad a alguien.
El día anterior había leído una historia terrible de una niña que no tenía amigos, y que había sido acosada por sus compañeros de estudios por sus pecas. En un intento desesperado por ser aceptada, la niña se había sometido a una cirugía estética para extirpar las pecas, pero debido a una reacción alérgica al anestésico, se había enfermado. Chieko entendió a la perfección los sentimientos de la chica. Ella misma hubiera hecho lo que fuera para ser aceptada.
El ensueño de Chieko se interrumpió cuando la maestra entró en el aula y comenzó la clase. Pero cada tanto, miraba a su alrededor y se preguntaba quién sería la persona por quien haría un gesto de bondad ese día.
—Chieko, ¿te parece bien? —Chieko se sentó y tímidamente le pidió a la maestra que repitiera la pregunta.
—Te estoy poniendo a ti como compañera de Akemi durante nuestro campamento.
Sí claro. Estábamos conversando sobre el viaje a Hakodate-san. Pero, ¿quién es Akemi? Miró en la dirección que la maestra señaló, y en el rincón más lejano había una chica con el cabello hasta los hombros que la estaba mirando. Los ojos de la niña estaban parcialmente ocultos por unos flequillos. Es la única de mi clase de la que me sigo olvidando su nombre, pensó Chieko.
—Claro que sí —dijo Chieko con su más alegre voz y una enorme sonrisa—. Este será mi gesto de bondad. Me voy a hacer amiga de Akemi, que quizás no tenga otras amistades.
—¿Akemi? —dijo la maestra.
Akemi se encogió de hombros.
—Claro —le dijo.
—¿Tienes a Akemi de compañera? Lástima —dijo Yumi, que se sentó al lado de Chieko durante la hora del almuerzo.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Chieko.
—Ya sabes —dijo Yumi, siempre estoy lista para dar información—. Todos saben que es algo extraña. ¿Sabías que un día trajo a la escuela una lagartija escondida en su bolsillo? Y otro día caminó en la pista durante una carrera de 200 metros. No tiene amigos, y no me extraña —dijo Yumi riéndose.
Chieko mordisqueó su pescado y arroz y quería decirle a Yumi que se haría amiga de Akemi. Pero era difícil decirle a Yumi algo que no quisiera escuchar, por lo que Chieko prefirió cambiar de tema.
Al final del día de escuela, Chieko esperó a Akemi, quien salió rápidamente del aula con la mochila y el sombrero en la mano.
—¡Akemi, espera! —Dijo Chieko con su mejor sonrisa. Y preguntó—: ¿Podemos caminar a casa juntas?
Akemi dirigió la mirada hacia Chieko.
—¿Eres Chieko, ¿no?
—Sí.
Pasaron por la puerta de la escuela primaria Shinagawa, y Chieko se sintió aliviada porque Akemi dijo algo primero. Preguntó:
—¿Te gusta el senderismo?
—No lo sé. No lo he practicado mucho. Supongo que está bien, siempre y cuando vayamos a algún lugar bonito.
—Reaccionaste como si te hubieras ganado la lotería cuando se habló de senderismo, por eso pensé que te gustaba mucho o algo así.
—Ah no —dijo Chieko, respiró hondo y decidió que debía ser sincera—. Me alegré porque me tocó ser tu compañera. Quiero sea tu amiga. ¿Te importaría? ¿Podríamos ser amigas?
El semárofo se puso verde y las niñas cruzaron la calle. Chieko preocupada y Akemi perpleja.
—¿Por qué? —Preguntó Akemi una vez que estaban al otro lado de la calle.
—Pensé que...
Chieko dudó, la situación no estaba fluyendo como había pensado. Se puso a juguetear con la cuerda del sombrero de la escuela. Akemi esperó.
—Pensé que te gustaría tener una amiga aunque sea —dijo Chieko casi sin pensar.
Luego se tapó la boca horrorizada. Akemi alzó las cejas, pero no dijo nada. Siguieron caminando en silencio un poco más.
Después de un rato, Akemi sonrió y dijo:
—De acuerdo, seamos amigas. Pero te advierto que todos dicen que soy algo extraña.
—¿No te molesta que te consideren extraña? —Preguntó Chieko.
Sabía que a ella sí le importaría que la gente le dijera algo así sobre ella.
—No —dijo Akemi confiada.
Chieko se preguntó si había elegido a la persona indicada para su «gesto de bondad». Akemi no parecía estar angustiada ni sentirse acosada. En fin.
Se separaron en la esquina del Bloque 5 diciendo:
—Nos vemos en el campamento mañana.
Chieko vio a Akemi doblar la esquina para dirigirse a su casa, balanceando despreocupadamente su sombrero amarillo de la escuela con un dedo. Tal vez esto sea el principio de una amistad, pensó Chieko. Eso al menos era algo bueno.
Temprano la mañana siguiente, dos autobuses con la clase de quinto grado de la escuela primaria Shinagawa y sus maestros salieron de las puertas de la escuela bajo nubes y ráfagas de viento cálido y húmedo.
Los estudiantes estaban sentados con sus amigos en el autobús; cantaban canciones y jugaban juegos.
—¿No te gusta cantar? —preguntó Chieko al notar que Akemi miraba por la ventana en silencio cuando terminó otra alegre canción.
—Sí, me gusta. Pero no me sé esta canción.
—¿No has visto el programa de televisión donde la cantan?
—No veo la televisión. Mis padres no lo fomentan —confirmó Akemi—. Es divertida la canción. Me gusta.
—¿No ves NADA de televisión? —Chieko casi gritó—. ¿Qué haces en tu tiempo libre?
—De todo —respondió Akemi—. Para empezar me gusta hacer senderismo. Salimos en caminatas mucho con mi padre.
—Eres muy particular y misteriosa. Como un personaje de un libro.
Akemi miró a Chieko con la mejor «expresión misteriosa», ambas estallaron en risas, y disfrutaron la convivencia el resto del viaje en el autobús.
Esa noche llovió con fuerza y se filtró el agua en las tiendas de campaña, para horror de los maestros y deleite de los estudiantes. Por la mañana, sin embargo, se había despejado el cielo y el sol salió con todo su esplendor y calidez
Cuando todos se reunieron al comienzo de la ruta de senderismo, Kenji, un compañero de estudios, comenzó a instruir en voz alta acerca de las habilidades y el equipo necesarios para dominar el senderismo.
—Siempre llevo una brújula a donde sea que vaya —dijo sosteniendo el instrumento y dejando que el sol brillara sobre su superficie brillante—. Con la brújula nunca me pierdo. Sé cómo hacer once tipos diferentes de nudos, y además tengo una cuerda de repuesto en mi mochila en caso de que alguien necesite ser rescatado.
Akemi rodó los ojos y resopló lo suficientemente fuerte como para que Kenji lo oyera. Él la fulminó con la mirada.
—Estoy segura de que Kenji no se perdería en un desierto —dijo Chieko, tirando de la manga de Akemi.
Kenji avanzó socarronamente hacia el frente del grupo para comenzar el recorrido del sendero.
La senda era empinada y, debido a la lluvia de la noche anterior, estaba resbaladiza. Los maestros le habían dado a cada par de estudiantes un mapa con marcas que mostraban la ruta de senderismo del día; ellos mismos estarían esperando en el nivel 1 para el regreso. Poco a poco, el grupo de alumnos de quinto grado trepó hacia adelante, buscando las pequeñas señales cuadradas que marcaban el recorrido.
—¡Ahí hay una! —Gritó Yumi, y todos sacaron sus mapas para marcarlo en la lista.
Siguieron la subida por el sendero. Chieko y Akemi estaban al final de la fila, y Akemi parecía decidida a prolongar la distancia entre ellas y el resto de los estudiantes.
—¿Por qué vamos tan despacio? —preguntó Chieko mientras los demás desaparecían en una curva del camino.
—Lo lindo del senderismo es estar en la naturaleza. No es lo mismo cuando que se oyen gritos y pisotones. Para eso puedes ver un documental sobre la naturaleza.
Akemi detuvo a Chieko y señaló. Chieko vio un destello azul cerca de una roca a un lado de la ruta. Una lagartija miró a las chicas; sus ojos brillaban como piedras preciosas y su cola era larga pero estaba muy quieta.
Se oyó un grito atenuado de los demás que iban adelante:
—¡MIRA!, ¡UNA ARDILLA! —seguido de un pisotón y otro y otro, de los senderistas emocionados.
El lagarto huyó.
—¿Ves a lo que me refiero?
—Sí, creo que sí.
Caminaron juntas en silencio bajo la sombra de pinos y un coro de cigarras al fondo. El sendero conducía a través de un arroyo crecido con una serie de grandes piedras una tras otra para llegar al otro lado. Cerca había una cascada con una piscina llena de renacuajos, las criaturitas más pequeñas que Chieko había visto jamás.
Se sorprendieron cuando alcanzaron al resto del grupo solo diez minutos después de iniciada la caminata, y llegaron justo a tiempo para escuchar a Kenji decir:
—¡No hagan caso al letrero! Es por aquí.
Tomó el sendero de la izquierda y todos lo siguieron. Una vez más, Akemi se demoró y Chieko se quedó con ella. Cuando Yumi y su amiga las pasaron, Yumi le susurró a Chieko:
—Ten cuidado, Chieko. Es probable que con Akemi te pierdas.
Chieko abrió la boca para defender a Akemi y se dio cuenta de que Akemi estaba observando con atención los árboles. Probablemente no había escuchado la burla de Yumi.
Chieko llamó a Akemi.
—Todos siguen avanzando.
Akemi miró a su alrededor.
—Perfecto —dijo—. Tomemos este camino.
Se dirigió al camino de la derecha, pero Chieko la detuvo.
—¿Por qué no vamos con los demás?
—Porque todos están yendo por el camino equivocado.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Chieko.
—Subí Hakodate-san con mi padre el año pasado. Ese otro camino es una ruta que hace un círculo y regresa aquí —dijo Akemi, y comenzó a dar pequeños brincos y pasitos. Chieko tuvo que trotar para alcanzarla.
—¿Por qué no le dijiste a los demás que estaban tomando el camino equivocado? —preguntó Chieko, mientras trepaban por un tronco que había sido arrastrado hasta el sendero por la lluvia.
Akemi arrojó unos guijarros al aire y los atrapó. Estuvo pensativa un momento y dijo con el ceño fruncido:
—Todos hubieran seguido a Kenji de todos modos. Tal vez cuando descubran que estaba equivocado, dejarán de creer todo lo que les dice.
—¿No te llevas bien con Kenji?
—Es muy malo. ¿Sabes lo que hizo? Estábamos jugando al béisbol al principio del período escolar y Kenji era el capitán del equipo como de costumbre. Yo tenía una estrategia perfecta para ganar un punto, y se lo dije —Akemi frunció el ceño.
—¿Entonces? —preguntó Chieko.
—Se rió de mí, ¡y me dijo era una idea estúpida! —Gruñó Akemi—. El estúpido es él.
Chieko no sabía qué decir. Miró hacia arriba y vio otro letrero cuadrado.
—Mira, ahí está la señal. Estamos en el sendero correcto. Me alegra que seas buena con las direcciones.
—Gracias —dijo Akemi con otra de sus sonrisitas.
Al poco rato, llegaron al final del sendero y marcaron sus nombres en la lista del maestro. Nadie más había llegado y se quedaron esperando casi una hora hasta que empezaron a llegar los demás de los bosques después de tener que regresar a la ruta original y seguir las señales. Kenji parecía compungido y los profesores se sintieron aliviados.
—Tal vez —comentó Akemi— les debí haber dicho a todos acerca del sendero correcto. La próxima vez lo haré.
Estrecharon las manos.
—Sabes —reflexionó Chieko—, me gustó más no seguir a todos.
Akemi sonrió.
Era la última semana de septiembre. Los maestros estaban montando banderas e hilando enormes flores de papel en guirnaldas para undoukai, el Día del Deporte de su escuela, que se celebraría en una semana.
Akemi caminó rápidamente, siguiendo el tenue sonido de la música hacia la parte de atrás de la escuela, pasando a un maestro que estaba poniendo nuevas líneas de tiza en la pista de atletismo y escabulléndose entre unos arbustos hacia el pequeño patio donde la escuela tenía gallinas, dos conejos y un pavo real.
Chieko se sentó en los escalones de la entrada trasera de la escuela, tocando It's a Small World en la trompeta. Se detuvo y bajó el instrumento rápidamente.
—Ay —suspiró aliviada—, eres tú.
Akemi se dejó caer junto a Chieko y se abanicó con el sombrero.
—Sí, soy yo. ¿Por qué te escondes aquí para tocar la trompeta? Lo haces muy bien.
Chieko se sonrojó:
—¿Cómo lo sabes?
—Cualquiera que puede interpretar música en lugar de hacer que la gente se tape los oídos, tiene que ser bueno. ¿Vas a probar tocar un solo en la banda?
—¡Claro que no! —dijo Chieko apresuradamente—. Todos saben que Yumi hará el solo. Su hermana mayor lo hizo año pasado, y escuché a Yumi decir que estaba segura de que sería elegida este año.
—Entonces demuéstrales a todos que están equivocados —dijo Akemi—. Al menos deberías intentarlo y competir un poco con Yumi.
Chieko negó con la cabeza.
—Si le dan el solo a Yumi, sabes que se jactará y andará presumiendo durante meses, y no lo voy soportar, y le diré algo desagradable y ella se lo dirá a la maestra y me enviarán a la oficina del director nuevamente. ¡Vaya! Se me ocurrió una buena razón contundente para que me salves, de repente, sin tiempo para prepararme... a eso lo llamo «pensar rápido».
—Pero —dijo Chieko—, Yumi también es mi amiga. Si no le dan el solo se pondrá furiosa. No me importa ser solo parte de la banda.
—No creo que tu amistad con Yumi deba afectar nada. Tocas bien para hacer el solo, y como amiga tuya, Yumi debería sentirse igual de contenta de que te lo den a ti, así como te sentirías tú si se lo dieran a ella. Prométeme que lo intentarás —instó Akemi.
Chieko jugueteó con su trompeta.
—Creo que lo podría hacer, para complacerte a ti —dijo Chieko a regañadientes.
—Perfecto —Akemi aceptó—, para evitar que me convoquen a la oficina del director otra vez…
Akemi asintió.
—Casi que te estaría haciendo un favor.
—Sin duda.
—Así que, a cambio, te unirás al equipo de béisbol para undoukai la próxima semana.
—¿Qué? ¡Espera!
—Todos saben que detestas hacer cosas en grupo. Así que vas a demostrarles a todos que no es cierto.
—Pero...
—Si me voy a exponer para intentar que me den el solo, tú te unirás al equipo de béisbol y pasarla bien.
—¿Este es otro de tus gestos de bondad?
—¿Y qué? Mi primer intento no resultó como se suponía que debía, aunque nos hayamos hecho amigas.
Se miraron unos momentos. Entonces, Akemi extendió su mano. Chieko metió la trompeta bajo un brazo, agarró la mano de Akemi y la movieron con firmeza.
—Trato hecho.
—¡Por aquí! ¡Pásala! ¡Estoy libre, Kenji! ¡Pásala!
La pelota zumbó hacia ella. Akemi estaba tan sorprendida, que casi no la agarra. Aunque casi se le cae, inmediatamente envió la pelota volando hacia el puerto, un gran cajón de madera en el que uno de los miembros de su equipo estaba de pie detrás del equipo contrario.
¡Bien!
Todos aplaudieron, chocaron las manos en alto y Akemi levantó tímidamente el pulgar hacia Kenji. Kenji parpadeó, sorprendido por el ánimo que le dio Akemi, y se alejó rápidamente.
Kenji le pasó el balón a Akemi tres veces más durante la práctica ese día, dejándola con algo en qué pensar cuando dejó el campo.
Chieko se paró en la entrada de la sala de música y pegó la oreja a la puerta. Del otro lado no se escuchaba nada. Abrió la puerta, y después de echar una mirada furtiva en ambas direcciones, se escabulló hacia la tabla de anuncios para ver la lista de candidatos para el solo. Yumi estaba la primera. Chieko firmó su nombre en la parte inferior y se escabulló de nuevo para salir.
—¡Se arruinaron mis planes! —Akemi le dijo a Chieko de camino a sus casas desde la escuela ese mismo día.
—¿Cuál era tu plan?
—Iba a... —Akemi dijo tímidamente— hacer algo, pero ya no, porque Kenji no es tan malo.
—¿Quieres decir que Benji no es un hostigador?
—No —dijo Akemi—. No diría aún que es muy agradable, pero no es tan malo como lo consideraba.
—Qué frustrante —dijo Chieko, riéndose.
—Sí. Mi plan era que Kenji dejara de ser el capitán —vio cómo Chieko abrió la boca—. No importa cómo. Luego les diría a todos mi plan estratégico para el juego. Tal vez finalmente me escucharían y ganaríamos el juego.
—Podrías decirle a Kenji tu plan.
—No me hace caso.
—Dijiste que no era tan malo.
Akemi se sonrojó.
—La última vez que no siguió mi consejo, yo, este, le hice una jugarreta.
Eso fue todo lo que Akemi llegó a decir.
—No puedes decirme eso y no contarme lo que hiciste.
—Puse mi colección de colas de lagartijas en su escritorio —admitió Akemi tímidamente—. Y ya sabes cómo detesta las lagartijas.
—Ahhh —dijo Chieko impresionada.
Las dos estaban calladas el resto del camino a las casas, pero antes de separarse, Chieko susurró al oído de Akemi.
Para sorpresa de Kenji, la siguiente mañana encontró un papel cuadrado en su escritorio con un párrafo de texto mecanografiado que decía:
Chieko estaba en el pasillo fuera de la sala de música junto con los otros estudiantes ensayando el solo.
—No esperaba verte aquí —dijo Yumi con el ceño fruncido.
Chieko sonrió nerviosamente:
—Pues aquí estoy.
—Sí, te veo —dijo Yumi.
Chieko se alegró de no haber dicho nada más.
Uno por uno, los estudiantes fueron llamados al salón de música.
Cuando llegó su turno, se puso de pie delante del instructor de música e hizo todo lo posible para concentrarse sin pensar en nada más. La primera nota salió tambaleante, pero cuando llegó a la segunda barra, sintió más confianza y se olvidó por completo de Yumi, e incluso de la maestra de música. Solo tocó.
Cuando terminó, la maestra dijo:
—Gracias. Los resultados se publicarán en el tablero que está frente al salón de música el jueves.
¡Chieko quería gritar! ¡Exclamar! Quería acurrucarse en un rincón y temblar. Saltar una y otra vez y decir:
—¡Lo hice! ¡Lo hice! ¡Lo hice!
Pero más bien agradeció a la maestra y salió del salón, aferrándose con fuerza a su trompeta. Cuando estaba segura de que nadie estaba mirando, hizo todo lo demás.
Undoukai era el evento más importante del año escolar, solo lo superaba el día de graduación. Todas las familias, los amigos; de hecho, toda la ciudad se reuniría.
Había banderas coloridas ondeando en cuerdas por la pista y el campo de atletismo, flores de papel en guirnaldas por todas partes. Puestos de yakisoba, puestos de bebidas deportivas, de algodón de azúcar y de sandwiches de salchichas.
Cada grado se divide por clases en cuatro equipos: un equipo rojo, uno blanco, azul y amarillo.
De primero a sexto grado, los estudiantes se reunieron en filas para tratar de llevar una pelota enorme desde un extremo del campo de la escuela hasta el otro.
Entre las competencias que se disputaban había carreras de atletismo, concursos de salto y partidos de fútbol, y para los de quinto grado, béisbol.
El equipo blanco, el equipo de Akemi, se enfrentaba al equipo azul. En el cajón del equipo blanco estaba Hiro, y para deleite de Akemi, atrapó la mayoría de las bolas que le lanzaron, evitando que el equipo blanco se quedara atrás del equipo azul cuando el juego llegara a su fin.
Akemi se secó el sudor de la frente y miró el marcador. El blanco y el azul iban empatados. Sonó el silbato y la pelota fue al equipo azul. Kenji, con un grito teatral, interceptó un pase, pero pronto fue rodeado por sus oponentes del equipo azul.
—¡Pásala aquí! —gritó Akemi del otro lado de la cancha.
Kenji se la pasó, y antes de asegurar la pelota, la invadieron varios pensamientos. Puedo disparar desde aquí, pero estoy algo lejos del cajón. Podría anotar, pero también podría fallar. Misako está más cerca del cajón, y además es más alta.
Le pasó el balón a Misako, quien lo envió a toda velocidad sobre las cabezas del equipo azul hacia el cajón. ¿Pero lo habría arrojado demasiado alto?
Hiro saltó. Agarró la pelota con las manos, y al aterrizar se tambaleó en el borde de cajón. Se balanceó durante unos agonizantes segundos, recuperó el equilibrio y lanzó la pelota.
El cronometrador detuvo el juego.
El equipo blanco arrojó sus sombreros al aire y vitoreó alocadamente.
Akemi, aunque después le dio vergüenza, arrojó su sombrero al aire, saltó y gritó tan fuerte como todos los demás.
La banda de la escuela tocó dos veces: una durante la apertura de undoukai y otra vez en la ceremonia de clausura.
Chieko estaba en el escenario con su trompeta lista; apenas lo podía creer. Entre la multitud, los padres de Akemi saludaron y sonrieron, y junto a ella Yumi frunció el ceño.
Se adelantó y empezó a tocar las primeras notas de Akatombou, una canción popular sobre una libélula roja.
Akemi y Chieko se sentaron en el borde de una gran maceta de cemento y balancearon sus piernas en el aire fresco.
—Me olvidé de preguntar —dijo Akemi—, ¿qué dijo Yumi cuando te dieron el solo?
—No dijo nada —respondió Chieko—. Pero evidentemente no me invitó a su fiesta de cumpleaños.
Akemi acarició el hombro de Chieko.
—En realidad, me di cuenta de que no me importa —dijo Chieko—. Es curioso, pensé que me afectaría.
—Yo también lo pensé, en relación a unirme a un equipo, pero fue más agradable de lo que imaginé.
—Las dos intentamos algo nuevo y nos gustó —dijo Chieko.
Akemi sugirió con picardía:
—¿Qué tal si mañana vamos a la escuela disfrazadas de ninjas?
Si te presentas al día siguiente con una falda larga, lo hago —dijo Chieko.
—Ni loca.
Se rieron y observaron la caída del sol sobre las banderas que se balanceaban suavemente y la pista y el campo.
Texto e ilustración: Yoko Matsuoka. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2019.