Se ha contado la historia de un joven que hizo un viaje de senderismo solitario por Provenza, una región del sureste de Francia, en el año 1913. Llegó a una zona que no tenía árboles ni vida silvestre, y muy poca agua. Las aldeas eran viejas y estaban deterioradas, y mucha gente se había ido.
Un pastor de edad avanzada todavía vivía allí. El joven fue a conversar con él. El pastor era muy amable y animó al joven a quedarse varios días con él.
El joven notó que todas las noches el viejo pastor clasificaba frutos secos como bellotas, avellanas y castañas, eliminando las malas y colocando las buenas en una bolsa.
Al día siguiente, mientras llevaba a sus ovejas a pastar, hacía un agujero en la tierra con su vara, plantaba una nuez en el hueco, y la cubría con tierra.
—¿Qué hace? —preguntó el joven.
—Estoy plantando árboles —le respondió el pastor.
—Pero tal vez no vivirá lo suficiente como para verlos crecer.
—Es cierto, pero algún día le harán algún bien a alguien y ayudarán a restaurar esta tierra seca. Es posible que nunca lo vea, pero quizás mis hijos o nietos sí lo vean.
El poeta inglés Samuel Johnson dijo: «Pocas cosas son imposibles para la persona solícita y hábil. Las grandes tareas no se realizan con la fuerza, sino con perseverancia».
Veinte años después, el senderista regresó al mismo lugar y se quedó asombrado por lo que vio. Había brotado la vida por todo el valle. Se preguntó qué habría sido del pastor y se enteró que todavía estaba vivo.
Para entonces el pastor tenía setenta y tantos años, y seguía clasificando frutos secos.
Unos hombres importantes del gobierno de Francia quedaron tan impresionados con lo que el viejo pastor había hecho que le dieron una recompensa.
Esa zona de Provenza, que una vez estuvo casi desierta y abandonada, ahora tenía granjas y una aldea en expansión. No solo había árboles, sino que la hierba y otras plantas habían crecido entre los árboles, el agua había llenado los arroyos y la fauna había regresado. Todo gracias a la fidelidad, paciencia y arduo trabajo de un solo pastor.
Como describe esta historia, las pequeñas acciones pueden marcar la diferencia. Puedes cambiar tu parte del mundo. A menudo, todo comienza cuando notas algo que puede mejorar y haces lo que puedes para mejorarlo. Puede ser algo que haces por otra persona, o un esfuerzo comunitario al que te unes, o un proyecto en el que participas. Cuando cada uno hace lo que puede para hacer del mundo un lugar mejor, a la larga el mundo entero puede mejorar. Todo comienza con una persona.
Adaptado de «El hombre que plantó árboles», de Jean Giono. Ilustración y diseño: Jeremy.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2018.