Adaptación de 1 Samuel 18 y 26
Para leer otros relatos de la vida del rey David, véase «Un desafío gigantesco» y «Las hazañas de un futuro rey».
Cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música.
—¡Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles! —Cantaban con júbilo—. ¡Saúl hirió a sus miles y David a sus diez miles!
—¡La gente lo ama! —Musitó con enojo el rey Saúl, disgustado con el cántico—. ¿Qué más podrá obtener sino mi reino? Será mejor que lo tenga al alcance de mi brazo.
Los celos del rey hicieron que le prohibiera a David volver a casa y que atentara en repetidas ocasiones contra su vida. En cierta ocasión, el rey Saúl le lanzó una jabalina. En otra, astutamente le ofreció en matrimonio la mano de su hija Mical, pidiéndole a David que, como dote, mutilara a más de cien filisteos, pensando que si él no podía matar a David, entonces lo harían los filisteos. Sin embargo, David y sus hombres salieron victoriosos contra los filisteos y David continuó profesando lealtad al rey Saúl.
Con todo, finalmente, y luego de que el rey continuara atentando contra su vida, David huyó al desierto de Zif y muchos hombres y mujeres pobres y oprimidos se juntaron a David con el fin de que él fuera su líder.
Estando en el desierto, a David le sorprendió enterarse de que el rey Saúl nuevamente venía contra él. Casi no podía creer el informe, tomando en cuenta que había librado de la muerte al rey Saúl en la cueva de En-gadi en el desierto, cuando tuvo en sus manos el poder para acabar con su vida. David había actuado así para mostrarle al rey que no tenía intención alguna de hacerle daño. Pensó que de ahí en adelante ya no iba a haber contienda entre ellos, sin embargo, ahora Saúl lo perseguía tal como lo había hecho tantas veces en el pasado.
David envió espías para verificar si nuevamente Saúl en verdad venía tras él, lo cual resultó ser cierto y la noticia entristeció a David.
David oró:
—Oh, Dios, sálvame por Tu nombre, y con Tu poder defiéndeme. Oh, Dios, oye mi oración; escucha las razones de mi boca. […] He aquí, Dios es el que me ayuda; el Señor está con los que sostienen mi vida.
Esta vez, David y sus hombres no huyeron. En vez de eso, en la oscuridad de la noche, se arrastraron hacia el lugar donde el rey y sus soldados estaban acampados. El rey Saúl dormía dentro de una barricada en el centro del campamento con Abner, su capitán en jefe, cerca de él. El resto de los soldados dormían alrededor de ellos. Todos estaban dormidos.
—¿Quién irá conmigo a Saúl en el campamento? —susurró David a dos de sus hombres más valientes.
—Yo iré —dijo Abisai.
Sin detenerse a pensar en el riesgo que corrían, los dos hombres entraron sigilosamente en campamento enemigo hasta ubicar al rey Saúl, quien todavía dormía profundamente dentro de la barricada. A su cabecera estaba su lanza clavada en tierra y junto a ella una vasija de agua.
—Deja que acabe con él de un solo golpe —le susurró Abisai, al ver al hombre que le había causado a David y a sus hombres tantos problemas—. No le daré segundo golpe.
—No lo mates —le dijo David—. ¿Quién extenderá su mano contra el ungido del Señor y será inocente? […] Debemos dejar el destino del rey Saúl en manos de Dios.
Luego, con la misma picardía que había mostrado en la cueva de En-gadi cuando cortó parte de la vestidura del rey, David le susurró a Abisai:
—Toma ahora la lanza que está a su cabecera y la vasija de agua, y vámonos.
Los dos hombres salieron del campamento y los soldados del rey Saúl ni se dieron cuenta porque el Señor había causado que un profundo sueño cayera sobre ellos. Luego David pasó al otro lado y subió a una colina distante, y gritó a voz en cuello en dirección a los hombres de Saúl.
—¿No respondes, Abner?
Abner se levantó de muy malhumor.
—¿Quién eres tú que gritas al rey? —le respondió.
—¿No eres tú un hombre valiente? —Se burló David—. ¿Quién hay como tú en Israel? ¿Por qué, pues, no has guardado al rey tu señor? [...] Mira, pues, ahora, dónde está la lanza del rey y la vasija de agua que estaba a su cabecera. Vive el Señor, que sois dignos de muerte, porque no habéis guardado a vuestro señor, el ungido del Señor.
—¿Quién es? —Balbuceaba Abner todavía medio dormido—. ¿De qué habla?
Pero Saúl reconoció la voz de David y respondió:
—¿No es esa tu voz, hijo mío David?
—Mi voz es, rey señor mío —le respondió David, y entonces le hizo la pregunta que le había hecho tantas veces antes—, ¿qué he hecho? ¿Qué mal hay en mi mano?
—¡He pecado! —Exclamó el rey, al darse cuenta de que David debió haber estado al lado de su lecho aquella noche y le había perdonado la vida—. Vuelve, hijo mío David, que ningún mal te haré, porque mi vida ha sido estimada preciosa hoy a tus ojos. Me he portado neciamente y he errado en gran manera.
David, siempre dispuesto a perdonar, le respondió:
—¡He aquí, la lanza del rey! Que venga uno de los criados a buscarla.
El rey Saúl le dijo:
—Bendito eres tú, hijo mío David, sin duda emprenderás grandes cosas y prevalecerás.
David y sus hombres se fueron a Gat, y el rey dejó de perseguirlo, pues David le había demostrado que su verdadero deseo era estar en paz con su rey.
Para saber más de este fascinante personaje de la Biblia ver «Héroe de la Biblia: Rey David».
Adaptación de Tesoros © 1987. Diseño: Roy Evans.Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.