Rincón de las maravillas
Aventura bíblica: La historia de Ester
viernes, abril 29, 2022

Adaptación del libro de Ester, capítulos 1-9

- Primera parte -
Cómo se formó una reina

Hace unos 2.500 años, en la ciudad de Susa, la capital medopersa, vivía una hermosa y solidaria jovencita. Su nombre era Hadasa.

Los padres de Hadasa habían fallecido cuando ella era una niña. Afortunadamente, tenía un primo llamado Mardoqueo, que gozaba de un empleo bien pagado como funcionario en el palacio real de Susa. Al morir los padres de Hadasa, la adoptó como hija suya, invitándola a vivir en su hogar, y le dio un nombre persa: «Ester», que significa «estrella».

Mardoqueo era uno de tantos judíos que habían preferido quedarse en Medo Persia en vez de volver a Jerusalén. Desde la época de Ciro, se le había permitido al pueblo judío volver a su tierra. Unos 45.000 judíos lo habían hecho junto con Zorobabel, que se convirtió en gobernador. Pero cientos de miles se quedaron. El rey Ciro había sido muy benevolente con los judíos. Les había autorizado a trabajar y a rendir culto a Dios libremente, por lo cual les resultaba más fácil quedarse que volver a Jerusalén1. Durante el reinado del rey Asuero aquellas buenas relaciones se mantuvieron.

Algunos, como Mardoqueo, consiguieron buenos empleos en el palacio y otros se dedicaron a diversas actividades por todo el país. Como funcionario de la corte, Mardoqueo se sentaba a la puerta del rey junto con los demás sirvientes, donde aguardaba las órdenes del rey.

Una noche Mardoqueo llegó a su casa con la alarmante noticia de que la reina Vasti había sido desterrada y que ello había sido motivo de gran alboroto en el palacio. La noche anterior se había dado un banquete para finalizar las fiestas de siete días que el rey Asuero había ofrecido a centenares de líderes de la nobleza y gobernadores de las 127 provincias del imperio. Todos los asistentes habían bebido y disfrutado de los grandes espectáculos, y el rey, teniendo el corazón alegre por el vino, mandó llamar a la reina, ordenando que hiciera su aparición llevando solamente su corona real, con el fin de que exhibiera su belleza delante de él y de sus escandalosos invitados. Pero la reina Vasti se negó.

Al rey Asuero le enardeció que se desacatara su orden. De inmediato consultó con sus consejeros de confianza y se promulgó un decreto dando a conocer en todas las provincias que Vasti nunca más se haría presente ante el rey. Su lugar le sería dado a otra.

¡Al enterarse el pueblo de que el rey buscaba una nueva reina, hubo gran conmoción en toda Persia! En todas las provincias se organizaron concursos de belleza. Se escogía la muchacha más hermosa de cada provincia y se la presentaba ante el rey en su palacio de Susa. Desde la India hasta Etiopía, comenzaron a llegar hermosas jóvenes a la Casa de Mujeres en la Residencia Real, donde recibían meses de preparación y tratamientos de belleza.

Cada vez que Mardoqueo veía llegar a una muchacha nueva, pensaba: Mi bella Ester es más digna y hermosa que todas. Seguro que Dios querría que ella sea la reina.

Cuanto más pensaba en ello, más convencido estaba de que el destino de Ester era ser una reina judía en la corte del rey Asuero. Aquella noche, al llegar a casa, habló con ella a solas y le contó lo que el Señor le había revelado. Al principio, aquello le pareció muy gracioso, pero al darse cuenta de que Mardoqueo hablaba en serio, Ester quedó perpleja.

—¿Quién, yo? —dijo riendo—. ¡Pero padre, el rey jamás escogería a una muchacha judía como reina!

Pero Mardoqueo estaba tan convencido que Ester accedió a ir con él al palacio.

Al llegar, Mardoqueo presentó a Ester a Hegai, guardia principal de las mujeres del rey, quien al ver a Ester, quedó tan impresionado por su belleza que tuvo la certeza de que sería elegida reina. De inmediato le asignó siete doncellas para que la atendieran y le dio los mejores aposentos de la casa de las mujeres.

—No le digas a nadie a qué nación o familia perteneces —le susurró Mardoqueo mientras la abrazaba—. No debemos dejar que nada eche a perder tus posibilidades de convertirte en reina.

A medida que pasaban las semanas, Ester se veía más hermosa que nunca, pero estaban presentes muchas bellas mujeres que tenían como único sueño llegar a ser reinas. Se necesitaría un milagro para que ella fuera la elegida.

En cuanto al pobre Mardoqueo, aguardaba impacientemente noticias de su preciosa hija adoptiva. Estaba seguro de que el rey la escogería, pero ¿qué pasaría si no lo hacía? ¿Le permitiría volver a su casa? Muchas mujeres que se presentaban ante el rey eran escogidas como concubinas, es decir que estaban desposadas con el rey, pero solo lo veían cuando él las mandaba llamar. De hecho, lo mismo ocurría con la reina, ya que ella vivía en una casa aparte y solo visitaba al rey cuando éste requería su presencia.

Todas las muchachas eran sometidas a un período de purificación de doce meses, antes de poder ver al rey. Fue una larga espera. Sin embargo, Ester utilizó ese tiempo para prepararse espiritual y anímicamente para lo que le deparara el futuro. Al llegar por fin el día en que Ester debía presentarse ante el rey, Hegai le preguntó qué deseaba llevar consigo. Antes de ir a ver al rey, a cada muchacha se le permitía llevarse de regalo lo que quisiera de la casa de las mujeres. Aunque Ester podía haber pedido lo que quisiera, tal como lo habían hecho las demás doncellas, se limitó a llevarse solo lo que le recomendó Hegai.

Afuera, Mardoqueo aguardaba para ver pasar a Ester en su camino de la casa de las mujeres al salón del trono. Todos los que la veían pasar quedaban maravillados ante su belleza. Muchas bellas jóvenes habían pasado por aquel camino antes que ella, pero Ester era diferente. Irradiaba una belleza interior única.

Cuando la vio el rey Asuero, la favoreció sobre todas las demás mujeres y puso la corona real en su cabeza, convirtiéndola en su reina.

Aquel día en presencia del rey, recordó diversos momentos de su niñez.

Cómo me ha guardado y protegido Dios todos estos años —pensaba—. Dios me tenía destinado algo incluso desde el momento en que me quedé huérfana, cuando me sentía tan sola y todo se veía tan oscuro. Si me ayudó en aquel entonces, sin duda lo hará ahora que lo necesito más que nunca.

- Segunda parte -
«Si perezco, que perezca.»

La coronación de Ester fue motivo de grandes celebraciones. El imperio volvía a tener reina. El rey Asuero rebosaba de felicidad, por lo que ofreció un suntuoso banquete en honor a Ester para todos los príncipes y funcionarios del reino. Como gesto de generosidad hacia el pueblo, fue proclamado un decreto que disminuía los impuestos en todas las provincias y el rey distribuyó obsequios con generosidad real.

Poco después de la coronación de la joven Ester, dos de los sirvientes que custodiaban las puertas del palacio, Bigtán y Teres, se resintieron contra el rey y tramaron matarlo.

Estando sentado a las puertas del palacio, llegó a oídos de Mardoqueo el nefasto plan que se urdía contra el rey Asuero. Mardoqueo se lo comunicó de inmediato a Ester, que a su vez informó al rey, asegurándose de que éste supiera que Mardoqueo era quien los había descubierto. Luego de que se confirmaran dichas intenciones por medio de una investigación oficial, los dos hombres fueron arrestados y ahorcados. Pero en medio de todo el alboroto, Mardoqueo quedó en el olvido. No se le dio reconocimiento alguno por haber salvado la vida del rey.

En aquella época, el rey Asuero decidió nombrar primer ministro a un hombre orgulloso y arribista llamado Amán, el agagueo. Debido a que el puesto de Amán era de mayor jerarquía que el de los demás funcionarios, el rey Asuero decretó que todos debían inclinarse ante él y honrarle cada vez que pasaba por la puerta del palacio. Pero al ser judío y creer en Dios, Mardoqueo se resistía a hacerlo, por más que fuera un requerimiento de la ley. También sabía que a pesar de su importante puesto, Amán era sumamente altivo y despiadado. Cada vez que veía pasar a Amán, Mardoqueo permanecía de pie y miraba para otro lado. Aquello continuó hasta que ciertos funcionarios del rey fueron a hablar con él del asunto.

—¿Por qué transgredes el mandato del rey? —le preguntaron—. ¡Todo el mundo debe inclinarse ante Amán, y tú no eres excepción!

Mardoqueo respondió:

—Soy judío. Solo me inclino ante mi Dios.

Día tras día, trataron de convencer a Mardoqueo de que cediera, pero al ver que no se doblegaba, informaron a Amán de la situación. Al enterarse de que Mardoqueo se negaba descaradamente a obedecer el decreto, y que además era judío, Amán comenzó a formular su oportunidad de vengarse de Mardoqueo borrando a todos los judíos de la faz de la tierra.

Con el fin de asegurar el éxito de su plan, Amán hizo que los sacerdotes de los dioses paganos echaran suerte para determinar, según su superstición, el mejor momento para purgar al imperio persa de los judíos. Los sacerdotes le dijeron que el momento ideal sería el día trece del mes duodécimo, que es el mes de Adar (el 13 de marzo según el calendario actual).

Luego Amán le explicó al rey Asuero lo que se proponía.

—Cierta raza está dispersa en todas las provincias de tu reino —dijo Amán al rey, evitando sutilmente mencionar de forma específica a los judíos—. ¡Sus leyes son diferentes de las leyes de todos los demás pueblos, y no obedecen las leyes del rey! Por tanto, no conviene al rey soportarlos. Si place al rey, decrete que sean destruidos.

Amán continuó, y ofreció correr con los gastos, alegando que pagaría diez mil talentos de plata a los que se encargaran de este asunto real.

Como confiaba enormemente en su primer ministro, el rey tomó el anillo real y se lo dio a Amán.

—La plata te es dada a ti —dijo—. Y ese pueblo también, haz con ellos como te plazca.

Amán estaba encantado. Las cosas marchaban mejor de lo que se había imaginado. Llamó a los escribas del rey y les mandó preparar el decreto en nombre del rey Asuero. Amán lo selló con el anillo real y luego hizo que lo enviaran a los gobernadores de las 127 provincias. La orden era destruir, matar y exterminar a todos los judíos, jóvenes y ancianos, niños y mujeres, en un mismo día, el día trece de marzo, y apoderarse de todos sus bienes y tierras.

Luego de enviar el decreto, Amán y el rey se sentaron a beber y brindaron por la eliminación de los enemigos del imperio.

Al enterarse Mardoqueo del decreto del rey, rasgó sus vestidos, se vistió de ropa áspera, se cubrió de ceniza y se fue por la ciudad lanzando grandes gemidos. Por todo Medo Persia se produjeron las mismas escenas de dolor y congoja al leerse el decreto. En todas las aldeas había entre los judíos gran luto, ayuno y lloro; saco y ceniza era la cama de muchos. Incluso los ciudadanos persas de Susa estaban conmovidos ante aquel extraño y alarmante decreto.

Al enterarse Ester de la congoja de Mardoqueo, se entristeció mucho. Al no saber la causa, le envió ropas nuevas para que se quitara el saco, pero él no las aceptó.

—Debe de ocurrir algo —le dijo a Hatac, uno de sus eunucos—. Tienes que ir a verlo y averiguar qué pasa.

Mardoqueo le contó a Hatac todo lo ocurrido, y también le habló de la suma que Amán había prometido depositar en el tesoro del rey por la destrucción de los judíos. Entonces Mardoqueo le dio a Hatac una copia oficial del decreto para que se lo mostrara a Ester.

Además, Mardoqueo le encargó a Ester que le suplicara al rey por su pueblo, pero Ester le respondió que no podía.

—Todo el mundo sabe que a nadie, ni siquiera a la reina misma, se le permite presentarse ante el rey sin ser llamada —le dijo—. Es una ley, y la pena por desobedecerla es la muerte, a menos que el rey extienda su cetro real y le perdone la vida. Y a mí no me ha llamado ante su presencia desde hace treinta días.

A esto respondió Mardoqueo a Ester:

—No supongas que solo porque vives en el palacio del rey serás la única en escapar de la muerte. Si guardas silencio en este tiempo, la liberación vendrá de otra parte, pero tú y la casa de tu padre perecerán. ¿Quién sabe si para esta hora has llegado al reino?

De pronto Ester cayó en la cuenta de por qué ella, una pobre huérfana, se había convertido en reina. Los acontecimientos habían sido parte del propósito de Dios. Él sabía que se produciría aquella crisis, y había hecho reina a Ester para que salvara a Su pueblo. Sin duda, había llegado al reino para aquella hora.

Una vez más, envió a su sirviente Hatac a ver a Mardoqueo con una respuesta urgente: «Reúne a todos los judíos que se hallan en Susa y ayunen por mí. No coman ni beban en tres días ni de noche ni de día. Yo también ayunaré con mis damas e iré así al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca.»

Mardoqueo hizo todo lo que Ester le había dicho.

- Tercera parte -
La valerosa actitud de una reina

Al llegar el día en que la reina Ester debía ir a ver al rey Asuero, se preguntaba qué debería decirle para hacerlo cambiar de parecer con respecto a la orden de destruir al pueblo judío. Ella sabía que los reyes persas jamás alteraban sus decretos. Era algo completamente inusitado. De pronto se le ocurrió una idea.

Ordenó a sus sirvientas que prepararan un banquete y luego, vistiendo sus túnicas reales, Ester se dirigió hacia la casa del rey.

Al llegar a la entrada de la corte del rey Asuero, sintió que cobraba nueva fe, y con serenidad se ubicó de manera que el rey pudiera verla y allí aguardó. Encantado de verla, el rey Asuero extendió su cetro de oro y le hizo señas para que se acercara.

—¿Cuál es tu petición, reina Ester? —Le preguntó el rey mientras ella se acercaba para tocar el cetro—. ¡Te la concederé, hasta la mitad de mi reino te será dada!

—Si place al rey —dijo Ester—, vengan el rey y Amán al banquete que les he preparado.

De inmediato envió el rey un mensajero a decirle a Amán que hiciera lo que la reina había pedido.

Aquella noche el rey y el primer ministro asistieron al banquete que les había preparado Ester. Entonces, mientras comían y bebían, el rey volvió a preguntarle cuál era su petición y le prometió hasta la mitad del reino.

Ester respondió:

—Mi petición es esta: si he hallado gracia ante los ojos del rey, si al rey le parece bien conceder mi petición, que venga el rey con Amán al banquete que les prepararé mañana, y entonces responderé a la pregunta del rey.

Aquello despertó la curiosidad del rey, por lo que accedió de buen grado. Era obvio que Ester se proponía algo importante. Pero era tarde y el rey estaba cansado. Podía esperar hasta el día siguiente.

Amán estaba encantado… hasta que al pasar por la puerta vio a Mardoqueo, que no se inclinó ni dio muestra alguna de respeto ante su presencia. Amán apenas logró contener la ira que le invadía. Se apresuró a llegar a su casa para hablarle a su mujer, Zeres, y a sus amigos más íntimos de toda la riqueza y de los muchos honores y promociones que le había conferido el rey.

—Además de todo eso —decía jubiloso—, la reina Ester me invitó únicamente a mí para acompañar al rey a su banquete. Y mañana volveré a cenar con ellos.

—Sin embargo —dijo con tono entristecido y amargo—, todo ello no logrará satisfacerme mientras vea al judío Mardoqueo sentado a la puerta real.

Ante ese comentario, Zeres y sus amigos le sugirieron que hiciera construir una horca de veinticinco metros de alto, y que al día siguiente le pidiera al rey que colgaran a Mardoqueo en ella.

—Entonces podrás entrar alegre con el rey al banquete —le dijeron.

A Amán le complació aquella sugerencia y ordenó que se construyera la horca.

Aquella misma noche, el rey Asuero no podía conciliar el sueño, así que ordenó que le leyeran las crónicas de su reinado. En ellas constaba el hecho de que Mardoqueo había descubierto, a tiempo para salvar la vida del rey, el plan de Bigtán y Teres de asesinar al rey Asuero.

—¿Qué honra o distinción se le hizo a Mardoqueo por esto? —preguntó el rey.

—Ninguna —respondieron los sirvientes.

—¿Quién hay en la corte? —preguntó de pronto el rey.

—Amán —le respondieron.

Amán había llegado a la entrada de la corte para pedirle al rey que hiciese colgar a Mardoqueo en la horca que le había preparado.

—Háganlo pasar —dijo el rey.

—Dime —le preguntó a Amán cuando entraba—. ¿Qué se hará al hombre a quien el rey desea honrar?

Amán pensó que el rey se disponía a otorgarle una nueva distinción, por lo cual respondió confiado:

—Para el hombre a quien el rey desea honrar, que traigan la vestidura real con que se haya vestido el rey, y el caballo en que haya cabalgado el rey y pónganle una corona real sobre su cabeza. Que entreguen la vestidura y el caballo por medio de alguno de los oficiales más nobles del rey, y que vistan a aquel hombre a quien el rey desea honrar. Haz que lo paseen a caballo por la plaza de la ciudad y proclamen delante de él: «¡Así se hace con el hombre a quien el rey desea honrar!»

—Date prisa, Amán —dijo el rey—, toma el vestido y el caballo, como tú has dicho, y hazlo así con el judío Mardoqueo, que se sienta a la puerta real; no omitas nada de todo lo que has dicho.

Amán quedó perplejo, pero no se atrevía a desobedecer. Hizo que las túnicas reales, la corona y la cabalgadura del rey fuesen preparadas como si el mismo rey Asuero fuera a hacer uso de ellas. Amán tuvo que desfilar por las calles con Mardoqueo, pregonando los honores que el rey le había conferido.

Después, Mardoqueo regresó a la puerta real mientras Amán se apuraba a llegar a su casa con la cabeza cubierta. Allí les contó a Zeres y a todos sus amigos todo lo que le había sucedido.

—¡Mardoqueo es judío! No te irá muy bien después de esto —le dijeron a Amán sus consejeros y su esposa.

Mientras conversaban, los eunucos del rey llegaron apresurados para escoltar a Amán al banquete que la reina Ester había preparado.

—¿Cuál es tu petición, reina Ester? —Le preguntó nuevamente el rey cuando se sentaban a la mesa del banquete—. Te será concedida. ¿Cuál es tu demanda? Aunque sea la mitad del reino, te será otorgada.

—Oh rey, si he hallado gracia en tus ojos —respondió Ester—, y si al rey place, séame dada mi vida y la de mi pueblo. Porque yo y mi pueblo seremos destruidos. Si fuéramos vendidos como esclavos, callaría; aunque el enemigo no pudiera compensar el daño que esto causaría al rey.

—¿Quién es el enemigo? —preguntó el rey Asuero—. ¿Y dónde está el que se ha atrevido a hacer tal cosa?

Ester, señalando a Amán, que estaba sentado frente a ellos atónito y tembloroso, dijo:

—El enemigo y adversario es este malvado Amán.

Lleno de ira, el rey se levantó de su asiento y salió a los jardines del palacio. Entonces Amán se levantó y le imploró a la reina Ester que le perdonara la vida, porque sabía que el rey ya había decidido su suerte.

Cuando el rey Asuero regresó de los jardines, vio que Amán se había arrojado sobre el lecho donde se hallaba recostada Ester.

—¿Querrá también violar a la reina en mi presencia y en mi propia casa? —gritó el rey, y en cuando lo escucharon, entraron los sirvientes y cubrieron la cara de Amán.

Entonces Jarboná, uno de los sirvientes, preguntó qué se debía hacer con la horca que Amán había mandado construir para Mardoqueo.

—¡Colgadlo en ella! —dijo el rey.

Amán fue colgado en la horca y con eso se aplacó la furia del rey.

Luego de la muerte de Amán, el rey se quitó el anillo, el cual le había quitado a Amán, y se lo dio a Mardoqueo, nombrándolo primer ministro. Además de esto, el rey le dio todos los bienes de Amán a la reina Ester, que nombró a su primo Mardoqueo administrador de los mismos. Sin embargo, la muerte de Amán no acabó con la amenaza que pendía sobre los judíos. El decreto del rey seguía en vigencia y no podía ser cambiado. La totalidad de la nación judía, incluidos los que habían regresado a Jerusalén, todavía podía ser aniquilada.

Ester se presentó nuevamente ante el rey y, postrándose a sus pies, le rogó con lágrimas que desechara el plan de Amán contra los judíos. Al tener el rey una reina y un primer ministro judíos, la posición del rey Asuero era bastante comprometida. No tardó en darse cuenta de que había que hacer algo, pero no sabía muy bien qué. Le dijo entonces a Ester que redactara un nuevo decreto y lo sellara con el anillo real, y que luego lo despachara a todas las provincias, bajo la condición de que no revocara el decreto original.

Mardoqueo y Ester trataron el asunto y dieron con una solución viable: Mardoqueo redactó un documento que daba a los judíos el derecho de reunirse para luchar y destruir cualquier fuerza o provincia que se alzara contra ellos.

Cuando terminó de redactar el decreto, Mardoqueo selló cada copia con el anillo del rey y despachó mensajeros urgentemente a cada una de las provincias, desde la India hasta Etiopía. En cada provincia y en cada ciudad donde llegaba el decreto del rey los judíos se alegraban y celebraban con grandes banquetes.

Finalmente, cuando llegó el día 13 de marzo, los judíos no solo se defendieron, sino que derrotaron valerosamente a más de setenta mil enemigos en todo el imperio persa.

Véase «Héroes de la Biblia: La reina Ester» para conocer mejor a este fascinante personaje de la Biblia.

Nota a pie de página:

1 Ocho años después, el profeta Ezra trajo una segunda ola, y con Nehemías reconstruyendo Jerusalén llegó una tercera.

Adaptación de Dichos y Hechos © 1987. Diseño: Roy Evans.
Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.
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Etiquetas: audio, relatos de la biblia para niños, valor, vidas admirables, sabiduría, aventuras bíblicas