Adaptación de Nehemías 5
Ver «El hombre que hizo realidad un sueño», otro relato sobre la vida de Nehemías.
Fue en el año 444 a.C., durante el reinado del Artajerjes de Persia, que Nehemías, que había sido copero del rey, se entregó a la misión de reconstruir Jerusalén. Aquella ciudad había sido cuna de sus padres, y en otros tiempos la gran capital de Israel. Debido a sus pecados y a su rebelión contra Dios, los judíos habían sido vencidos y esclavizados por Babilonia hacía ya muchos años. Luego los medos y los persas, al mando del rey Ciro, conquistaron Babilonia, estableciendo así un vasto imperio que duró más de doscientos años. Ciro, que además de amo era amigo de los judíos, decretó en el primer año de su reinado que estos podían iniciar el regreso a Israel, su tierra.
Casi cien años después era poco lo que se había hecho por restaurar Jerusalén. Los muros, que una vez se habían alzado imponentes, se hallaban reducidos a ruinas, y las puertas quemadas de la ciudad seguían derribadas.
Apesadumbrado por la situación en que se hallaba su pueblo, Nehemías convenció al rey Artajerjes para que le permitiera ir a Jerusalén. Debido a la lealtad con que había servido al rey y a su amistad con él, Nehemías fue nombrado gobernador de la provincia de Judá. Artajerjes le dio cartas oficiales de recomendación, abundantes materiales y ayuda económica para la reconstrucción de los muros de Jerusalén.
Poco después de llegar a Jerusalén, Nehemías logró convencer a la nobleza y al pueblo de que se unieran bajo sus órdenes a fin de reconstruir la ciudad. Al principio, la obra progresaba rápidamente y los muros de la ciudad se erigían a pesar de la oposición del enemigo. Sin embargo, surgieron otras dificultades.
Se produjo una gran sequía en la región. La producción de alimentos decayó a niveles desastrosos y muchos de los judíos más pobres que dependían de sus cosechas comenzaron a padecer sus efectos. Sin embargo, la escasez no era la única causa de sus pesares. Acaudalados miembros de la nobleza y prestamistas de Jerusalén comenzaron a aprovecharse de la pobreza de sus compatriotas, y vieron ese momento de necesidad como una oportunidad para hacer crecer su economía.
Debido a que la producción de alimentos se hallaba casi paralizada, muchas familias que en condiciones normales cultivaban sus propias huertas, tuvieron que buscar y comprar provisiones hasta que mejoraran las condiciones climáticas. Entonces aquellos prestamistas despiadados les ofrecían préstamos por los que les cobraban intereses para hacer así sus ganancias. Muchas familias acosadas por el hambre, tuvieron que hipotecar sus campos, viñas y casas para poder obtener dichos préstamos.
Existían otras que ya habían empeñado sus propiedades para poder pagar los impuestos que eran recaudados cada año en todas las provincias por el gobierno persa, y quienes ya habían empeñado sus propiedades y aún seguían cortos de alimentos tenían que vender a sus hijos como esclavos para poder sobrevivir. Para colmo, debido a los altos intereses de sus préstamos, a los indigentes se les hacía imposible cancelar sus deudas, y en poco tiempo los prestamistas se adueñaban de sus bienes. Los deudores tenían pocas esperanzas de comprar la libertad de sus hijos.
La nefasta situación se hizo insostenible. Algunos de los dirigentes de los trabajadores ya se habían quejado de que el trabajo en el muro se hacía muy difícil.
—¡Los obreros se han debilitado! —decían—. Y hay tanto escombro y desechos que jamás terminaremos. Y como si esto fuera poco, ¡nuestros enemigos amenazan con atacarnos en cualquier momento!
Hasta entonces Nehemías siempre había logrado infundir fe a los hombres para que continuaran trabajando en el muro a pesar de la difícil situación. Su valor y su perseverancia habían contagiado a los demás. Pero se daba cuenta de que un adversario aún más poderoso amenazaba con destruir todo lo que su pueblo y él habían soñado. Con su codicia, algunos de los miembros de la nobleza y otras personas influyentes de su propio pueblo minaban los esfuerzos de Nehemías.
Una tarde Nehemías salió a inspeccionar el trabajo en el muro. Se le acercó una multitud de obreros andrajosos, protestando contra los prestamistas que los habían llevado a la esclavitud económica.
—Somos hermanos de estos hombres ricos y nuestros hijos son iguales a los suyos —decían—. Sin embargo, hemos tenido que vender a nuestros hijos como esclavos a cambio del dinero para sobrevivir, y no podremos recobrarlos, ya que estos hombres han confiscado nuestras tierras y propiedades.
Al comprobar la situación con sus propios ojos, Nehemías se enfureció. Convocó una gran asamblea para un juicio público y adoptó una actitud muy firme con los usureros:
—¿Qué es esto que hacen? —inquirió—. ¿Cómo se atreven a exigir una hipoteca a cambio de ayudar a un hermano?
Entonces les recordó que las leyes que Dios le había entregado a Moisés prohibían a un judío prestar dinero a un hermano con el objetivo de obtener de ello una ganancia1.
—Los demás hacemos lo que podemos por ayudar —dijo enfurecido Nehemías durante el juicio—. ¡Incluso hemos comprando la libertad de muchos de nuestros hermanos con nuestro propio dinero, y ustedes los obligan a volver a la esclavitud! ¿Cuántas veces hemos de redimirlos?
Ante esto se hizo un silencio en la multitud mientras Nehemías aguardaba la respuesta de los acusados, pero estos no atinaban a pronunciar palabra en su defensa. Sabían que era ilícito exigir intereses sobre los préstamos. Además de eso, el que prestaba estaba obligado a considerar la situación económica del que pedía prestado y las posibilidades que tenía de devolver el dinero, en vez de arrebatarles lo poco que tenían2.
Nehemías recalcó aún más la gravedad del hecho ante toda la asamblea al decir:
—¡Lo que hacen es perverso a los ojos de Dios! ¿Cómo podemos esperar que Dios bendiga nuestra nación si nos convertimos en nuestros peores enemigos? ¿No debemos acaso andar en el temor del Señor? ¿Es que no tenemos suficientes enemigos en las naciones vecinas que tratan de destruirnos, que ahora debemos sufrirlos entre nosotros mismos?
—He prestado al pueblo dinero y maíz sin intereses, y lo mismo han hecho mis compañeros y los hombres que trabajan para mí. Por lo tanto, ruego a cada de los que han prestado con intereses, renuncie a todo reclamo de pago y a toda deuda, ya sea de dinero, maíz, vino o aceite de oliva, y que devuelva los campos, las viñas, los olivares y las casas a sus legítimos dueños.
Al verse ante Nehemías y toda la asamblea, uno a uno los acusados accedieron avergonzados a sus demandas. Su egoísmo había sido desenmascarado ante todos. La gente del pueblo observaba perpleja, mientras aquellos hombres que se habían aprovechado de ellos tan despiadadamente prometían ayudar a sus hermanos económica y materialmente, sin interés y sin requerir una hipoteca de sus tierras, ni exigir que vendieran a sus hijos como esclavos.
Aquello era digno de celebración, pero Nehemías no estaba dispuesto a correr riesgos. De inmediato llamó a los sacerdotes y exigió que los culpables hicieran un juramento formal de cumplir con lo prometido. Nehemías se quitó entonces la faja que llevaba atada a la cintura y la sacudió delante de ellos.
—Así sacudirá Dios a cualquiera de ustedes que no guarde su promesa —les advirtió—. Invoco una maldición de Dios sobre cualquiera de ustedes que quebrante su promesa, y pido a Dios que destruya el hogar y los bienes de quien se atreva a hacerlo.
Al oír esto, todo el pueblo respondió:
—¡Amén!
Y alabaron al Señor con gran alegría. De más está decir que los culpables cumplieron su promesa.
Gracias a aquella victoria sobre el enemigo más peligroso —el avaricioso enemigo interno—, el trabajo en el muro se reanudó aún con más celeridad y empeño. Una vez terminado el muro, debido a la unidad alcanzada y a que el pueblo había obedecido al Señor y a Su liderazgo escogido, surgió un gran reavivamiento espiritual entre la gente.
Durante los doce años que gobernó Nehemías en Judá, él se negó a percibir salario por su labor, y en su diario escribió:
—No acepto salario ni asistencia alguna por parte del pueblo de Israel. Permanecí en mi puesto de trabajo en el muro, y ni yo ni mis colaboradores nos aprovechamos de nuestros cargos para obtener ventajas personales, tampoco adquirimos bienes propios. Asimismo, exigí que todos los funcionarios de mi gobierno dedicaran parte de su tiempo a trabajar en el muro. También di de comer diariamente a ciento cincuenta judíos y jefes, sin contar a los visitantes de otras naciones, lo cual me representó enormes gastos personales. Sin embargo, me negué a exigir al pueblo un impuesto especial, pues su situación era ya bastante difícil.
Hubiera sido difícil para Nehemías persuadir a otros de dar a los pobres si él no hubiera sido el primero en dar ejemplo de su amor por Dios y de su desinterés y sacrificio para con sus hermanos.
Notas a pie de página:
1 V. Éxodo 22:25–27 y Deuteronomio 23:19,20.
2 V. Deuteronomio 15:1–11.
Ver «Héroes de la Biblia: Nehemías» para saber más sobre este fascinante personaje de la Biblia.
Adaptación de Tesoros © 1987. Diseño: Roy Evans.Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.