Adaptación de 1 Samuel 29-30
Encontrarás más relatos de los comienzos del rey David en «Un desafío gigantesco» y «La iniciativa de paz».
Durante la época en que David se exilió para evitar que el rey Saúl lo matara, las circunstancias lo condujeron con sus hombres a vivir en el país del rey filisteo Aquis, que era un enemigo de Israel. A cambio de un lugar donde quedarse, David prometió aliarse con dicho rey, y como éste sabía que el rey Saúl era enemigo de David, le entregó la aldea de Siclag para que habitaran allí. Por fin, tras andar errantes, David y sus hombres encontraron un hogar provisional.
Cuando se reanudó la guerra entre los filisteos e Israel, el rey Aquis quiso utilizar a todos sus hombres capaces, incluidos los de David, para luchar contra Israel. Eso colocó a David y a sus hombres en una encrucijada. ¿Cómo iban a pelear contra su propio pueblo y parentela?
El día en que todos los soldados se congregaron para el ataque, y los señores de los filisteos pasaron revista a sus compañías de a cientos y miles, David y sus soldados iban en la retaguardia junto al rey Aquis.
—¿Qué hacen estos soldados hebreos en nuestras filas? —preguntó uno de los príncipes filisteos al rey cuando se fijó que seiscientos soldados israelitas se encontraban entre ellos.
—David y sus hombres son leales a mí —respondió el rey Aquis— y no he hallado falta alguna en ellos.
—No permitas que combatan con nosotros —afirmó otro comandante—. Podrían volverse en contra nuestra en medio de la batalla para granjearse de nuevo el favor del rey Saúl. ¿Acaso no es David de quien las mujeres cantaban diciendo: «Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles?»
Al final, Aquis accedió de mala gana.
—Me hubiera gustado que tú y tus hombres pelearan a mi lado —le confesó a David a solas—. Para mí eres bueno, como un ángel de Dios. Aun así, los príncipes de los filisteos se oponen a que participes con nosotros en la batalla. Debes regresar a casa.
De modo que David y sus hombres partieron para sus hogares, profundamente agradecidos de no tener que pelear contra su propio pueblo. Pero cuando llegaron a Siclag, descubrieron horrorizados que la ciudad estaba hecha cenizas. Mientras los hombres estaban ausentes, los amalecitas habían saqueado la ciudad llevándose prisioneros a las mujeres y a los niños, junto con todo lo que poseían David y sus hombres.
—En primer lugar, jamás debimos marcharnos —murmuró un hombre—. El rey Aquis no merece nuestra lealtad.
—Si hubiéramos estado aquí, esto jamás habría sucedido —dijo otro.
—David es el culpable —afirmó el más enojado.
Algunos hombres incluso hablaban de apedrearlo.
David escuchaba los lamentos y las voces de amotinamiento de sus hombres mientras luchaba contra el dolor que sentía porque sus dos esposas habían sido capturadas, y clamó a Dios para que le guiara.
—¿Debería perseguir a esa banda de saqueadores?
—Persíguelos —le contestó el Señor—. Los pillarás desprevenidos y recuperarás todo sin falta.
David reunió a sus hombres y partieron tras los amalecitas. Corrieron tan rápido que cuando llegaron al torrente de Besor, doscientos estaban tan cansados que no pudieron continuar. El resto siguió adelante deprisa dejando a esos hombres con el bagaje.
Por casualidad, encontraron en el campo a un muchacho egipcio, enfermo y desmayando por causa del hambre. Era siervo de uno de los amalecitas que había saqueado Siclag, y en el camino de regreso había enfermado. Su amo lo había abandonado en el campo. Los hombres de David le dieron a comer higos y pasas, y pronto se recuperó y pudo hablar.
A cambio de que David le jurara no matarlo ni devolverlo a su amo, el muchacho le contó qué camino habían tomado los amalecitas, y pronto los cuatrocientos hombres de David emprendieron de nuevo la marcha.
Esa tarde alcanzaron al enemigo y vieron cómo los amalecitas estaban desparramados comiendo y bebiendo, bailando y haciendo fiesta para celebrar el gran botín que habían tomado de los filisteos y de la tierra de Judá. En medio de los soldados borrachos, David y sus hombres vieron a sus esposas y a sus hijos atados y aprisionados con grilletes.
David dio orden de atacar, y los cuatrocientos soldados se lanzaron al rescate de sus seres queridos. Pelearon desde el amanecer hasta el anochecer, y salieron victoriosos, recuperando todo lo que les habían arrebatado, incluyendo su ganado. Las esposas regresaron con sus esposos y los niños con sus padres. David y sus hombres también tomaron el resto del botín de los amalecitas.
Aunque no cabían en sí de contentos, surgió una discusión. Algunos de los hombres malos y egoístas que habían ido con David decían que los que se quedaron atrás no tenían derecho a percibir nada del botín de los amalecitas. Pero David no estaba de acuerdo.
—No podemos actuar así respecto a lo que Dios nos ha dado —contestó—. Él nos ha guardado y ha entregado en nuestras manos a nuestros enemigos. Dios nos ha dado este botín de guerra y les tocará parte igual a los que se quedaron con el bagaje como a los que descendieron a la batalla.
Para saber más de este fascinante personaje de la Biblia ver «Héroe de la Biblia: Rey David».
Adaptación de Dichos y Hechos © 1987. Diseño: Roy Evans.Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.