Dramatización de Lucas 7:1-10 y Mateo 8:5-13
Vivía en Capernaum, ciudad de Israel, un centurión romano que tenía a su cargo una guarnición de cien hombres. Él y sus hombres habían vigilado las actividades de Jesús desde el comienzo de Su ministerio en la ciudad, pues tenían el deber de no permitir que el galileo hiciera o dijera nada que incitara al pueblo a rebelarse contra Roma.
Habiendo oído a Jesús predicar, el centurión le había tomado respeto por entender que el reino del que Él hablaba difícilmente suponía amenaza alguna para Roma, la cual a pesar de todo su poderío y grandeza, podría beneficiarse de Sus enseñanzas en torno al amor.
Un día al enfermar su siervo más querido de una grave parálisis, el centurión enseguida pensó en todo lo que Jesús había hecho por los enfermos.
—Me pregunto si no podría curar a mi siervo.
Sin embargo, ¿cómo podría él, siendo romano, acudir a un judío para pedir su ayuda en una época cuando la mayoría de los judíos despreciaban a los ejércitos del César? ¿Estaría dispuesto Jesús, quién era conocido por Su compasión, a tender la mano más allá de los confines de Su propia raza judía, para ayudar a alguien con quien los judíos estaban en pugna?
—Seguramente puedo mandar a llamar a algunos ancianos de los judíos —razonó el centurión—, hombres respetados con quienes he tenido tratos y tal vez ellos podrían hablar con Jesús en nombre mío.
Los ancianos judíos que estaban agradecidos al centurión por un favor que había hecho a su pueblo, le presentaron a Jesús la petición del centurión para que sanase a su siervo.
—Este hombre es muy merecedor de Tu ayuda —le dijeron—. Ama a nuestro país y ha financiado personalmente la construcción de nuestra sinagoga.
Jesús accedió a ir a su casa, pero no estando muy lejos de allí, el centurión envió un recado que denotaba el respeto que sentía por el poder que Jesús había manifestado en los muchos milagros que hizo.
—Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo —le dijo—. Solamente di la palabra y mi criado sanará. Porque también yo soy hombre con autoridad y tengo bajo mis órdenes a soldados y digo a este: Ve y va y al otro Ven y viene, y a mi siervo Haz esto, y lo hace.
Al oír estas palabras Jesús se maravilló y dijo a los que le seguían:
—¡Ni aun en Israel he hallado tanta fe!
Entonces, Jesús complacido por las palabras del centurión, dijo:
—Ve, y como creíste te sea hecho.
La Biblia nos dice que en el preciso momento en que Jesús alabó al centurión por su gran fe, su criado se curó.
¡Imagínense al centurión viendo a su criado sonriente y completamente sano, diciéndole que le diera gracias a Dios por medio de Jesús de Nazaret, quien hizo el milagro!
Esos hechos todavía le ocurren hoy en día a los que creen que Dios habla en serio cuando dice lo que dice. Dios continúa obrando con el mismo poder de siempre entre los que depositan su confianza en Él. Él dice: «¡Yo, el Señor, no cambio!»; «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre» y «¡Si puedes creer, al que cree todo le es posible!»
Adaptado de Tesoros © 1987. Ilustración: Yoko y Yasushi. Diseño: Roy Evans.Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022.