Adaptación de Jueces 6-8
Eran tiempos sombríos para Israel. Ya se habían instalado en la Tierra Prometida, pero la situación se había tornado insoportable ya que se veían obligados a luchar por la supervivencia bajo el hostigamiento constante de sus enemigos.
A causa de que los israelitas adoraban a otros dioses e ídolos y no habían expulsado a los paganos malignos y corruptos de sus tierras, Dios mismo había permitido que los crueles madianitas y amalecitas vinieran contra ellos.
—Siete años saqueando nuestros cultivos —dijo Joás a su vecino Rachamín, cuyas tierras colindaban con Abiezer—. Y no solo nuestros granos, sino también el ganado, ovejas y asnos.
—No podemos esperar nada menos —dijo Rachamín—. Sabemos que nosotros, el pueblo de Israel, tenemos la culpa.
Joás suspiró.
—Es cierto. Dios a través de Sus profetas nos dijo que estas invasiones madianitas son resultado de nuestros pecados y por adorar a Baal. Nuestros actos son una vergüenza… y nos han causado pura miseria.
Rachamín asintió reflexivo:
—Debemos arrepentirnos —dijo— y esperar que Dios tenga misericordia de nosotros.
—Estoy de acuerdo —dijo Joás—, no podremos resistir estas invasiones por mucho tiempo.
Un día el hijo menor de Joás, Gedeón, se encontraba trillando el trigo que su hermano mayor había traído una hora antes. A Gedeón le gustaba disfrutar de ese momento de quietud cuando sus manos estaban ocupadas pero su mente estaba libre para recordar los días de paz y prosperidad de Israel. Sentía nostalgia por esos días, una época en la que él y su familia no estaban constantemente teniendo que evitar a los madianitas.
—Es más seguro que te quedes cerca de la casa —le dijo su hermano—.Trayendo el trigo de los campos para trillarlo en la casa habrá menos posibilidades de encontrarnos con una banda de ladrones madianitas.
Contemplativo, Gedeón de pronto escuchó una voz apacible y con autoridad a sus espaldas diciendo:
—El Señor está contigo, varón poderoso y valiente.
Gedeón dejó el trigo que estaba trillando y se dio vuelta de inmediato sabiendo que se trataba de una persona santa, un ángel del Señor.
Casi descontrolado, y con una frustración acumulada de siete años de reflexión, Gedeón explotó diciendo:
—Si Dios está con nosotros, como dices, ¿por qué nos han sobrevenido tantos problemas? ¿Qué ha sido de los milagros de que nos hablaron nuestros padres?
El rostro del ángel se mantuvo sereno y le dijo:
—Dios me ha enviado para decirte que tú salvarás a Israel de la mano de los madianitas.
Gedeón se sintió desorientado. ¿Habría escuchado bien? ¿Cómo podría este ángel esperar eso de él?
—Pero señor —dijo Gedeón—, ¿cómo voy a salvar yo a Israel? Mi familia es la más pobre de toda la tribu de Manasés, y para colmo, yo soy el menor de la familia.
—Dios estará contigo —respondió el ángel— y derrotarás a los madianitas tan rápido como a un solo hombre.
Gedeón quería creer las palabras del ángel pero le hacía falta algo más. Pensó: «Debo pedirle a Dios una señal que demuestre que soy yo de quién Él se servirá para salvar a Israel».
—Si te he complacido, por favor dame una señal —dijo—. Espera que prepare una ofrenda para ti.
—Esperaré —dijo el ángel.
Gedeón preparó una ofrenda de un cabrito y panes sin levadura y los trajo al ángel, quien le dijo que colocara la ofrenda sobre una peña. Gedeón lo hizo y el ángel tocó con su vara la carne y los panes. De inmediato subió fuego de la peña, el cual consumió la ofrenda de Gedeón. Y el ángel desapareció.
—He visto un ángel enviado por Dios —dijo Gedeón y cayó postrado de rodillas.
Esa noche Gedeón escuchó nuevamente a Dios diciendo:
—Destruye el altar que tu padre hizo para adorar a Baal y construye uno a su lado para adorarme a Mí.
Gedeón estaba asustado pero decidido, y pidió la ayuda de diez siervos de su padre. A la mañana siguiente la gente del pueblo vio el altar de Baal derribado y un altar para adorar a Dios con un toro que acababan de sacrificar encima.
—¿Quién habrá hecho esto? —se preguntaron los aldeanos.
—Fue el hijo de Joás, Gedeón —dijo alguien.
Reclamos furiosos se escucharon de quienes todavía adoraban a Baal, y un grupo indignado se dirigió a la puerta de la casa de Joás. Aunque muchos israelitas que habían escuchado el mensaje del profeta empezaban a arrepentirse, otros seguían adorando a Baal.
—Gedeón debe morir por haber destruido el altar de adoración a Baal —decían furibundos.
Joás, que se había arrepentido de adorar a Baal, se dirigió a la gente diciendo:
—¿De veras están representando la causa de Baal? Si Baal de verdad es dios y está enojado por lo del altar, él mismo hará algo al respecto. No necesita la ayuda de ustedes.
Y la gente se dispersó.
Al poco tiempo, Gedeón envió mensajeros para convocar a los hombres de Israel a luchar contra sus malvados enemigos. Muchos hablaban del joven que libraría a Israel. Los hombres acudieron desde todas direcciones para unirse a las filas de Gedeón, hasta formar un considerable ejército de 32.000 hombres. Gedeón volvió a pedir a Dios una señal.
—Pondré un vellón de lana en la era —Gedeón le dijo a Dios— y si el rocío cae solo sobre el vellón y todo el suelo alrededor queda seco, entonces sabré que lo que prometiste se cumplirá: que nos salvarás de los madianitas por mi conducto.
Al día siguiente Gedeón se levantó temprano, aunque la tierra alrededor estaba seca, exprimió el vellón para sacarle el rocío, y llenó una taza de agua. Dios había hecho el milagro tal como lo pidió Gedeón.
Entonces Gedeón, que probablemente sentía la responsabilidad del destino de todo un pueblo sobre sus jóvenes hombros, oró y pidió otra confirmación:
—No te enojes conmigo, Señor. Déjame hacer solo una petición más. Esta vez, haz que solo el vellón quede seco, y que todo el suelo quede cubierto de rocío.
Así lo hizo Dios aquella noche. Solo el vellón quedó seco, mientras que todo el suelo estaba cubierto de rocío.
A la mañana siguiente, el ejército de Gedeón inició la marcha rumbo al norte, donde los madianitas estaban acampados en un valle junto al monte de More. Al llegar al manantial de Jarod Dios le dijo:
—Tienes demasiados hombres contigo como para que Yo te haga ganar esa batalla, porque después Israel alardeará y dirá: «Mi propio brazo me ha salvado». Anúnciale al pueblo —agregó el Señor— que cualquiera que tiemble y tenga miedo puede volver atrás.
Como había visto las señales que Dios había realizado, Gedeón confiaba firmemente en Dios. Gedeón le comunicó al ejército el mensaje de Dios y poco después 22.000 hombres se echaron atrás, ¡casi dos tercios de sus fuerzas!
Pero aquella había sido apenas la primera prueba.
—Todavía son demasiados —le dijo el Señor a Gedeón—; llévalos a la orilla del agua, y allí los pondré a prueba.
Cuando los hombres se acercaron al agua para beber, el Señor le dijo a Gedeón que quien se arrodillara y bebiera hundiendo el rostro en el agua, debería ser enviado de regreso, y que escogiera para la batalla solo a aquellos hombres que se mantuvieran alerta, llevando el agua con la mano a su boca.
De los 10.000 hombres que superaron la primera prueba, tan solo 300 superaron la segunda. 31.700 hombres se fueron a casa, y los madianitas eran más de 100.000.
Entonces Gedeón ordenó a los 300 hombres que recogieran todas las provisiones, los cántaros de agua y las trompetas que habían dejado los que habían sido enviados de regreso. Luego, el pequeño ejército se dirigió hacia las zonas más elevadas, alrededor del valle donde los madianitas tenían su campamento y en el que aún dormían.
Y Dios le dijo a Gedeón:
—Si tienes temor de atacar, baja con tu criado Fura al campamento, y oirás lo que hablan, y entonces te sentirás fortalecido.
Cuando Gedeón y Fura se acercaron al campamento de los madianitas, escuchó a un hombre que acababa de despertar de una pesadilla y le decía a otro:
—Tuve un sueño muy extraño. Vi un pan de cebada que venía rodando a nuestro campamento y golpeaba la tienda, de tal manera que la derribaba por completo.
Al oír aquello, el otro soldado replicó:
—Eso no es otra cosa que la espada de Gedeón, el israelita, y que Dios ha entregado en su mano a todas las fuerzas de los madianitas.
Lleno de valor, Gedeón volvió a donde estaban sus hombres y les dijo:
—Levántense, porque el Señor ha entregado el ejército de Madián en nuestras manos.
Y el Señor le dijo a Gedeón que le diera a cada hombre una trompeta, una tea y un cántaro vacío. En el momento convenido debían encender la tea y ocultarla dentro del cántaro. Protegidos por la oscuridad, Gedeón distribuyó a sus hombres en tres escuadrones y los ubicó alrededor del campamento de los madianitas. Luego, al llegar la medianoche, a una señal de Gedeón, cada hombre rompió su cántaro, dejando al descubierto la luz que llevaba dentro. Y cada hombre hizo sonar su trompeta, y gritaban con todos sus pulmones:
—Por la espada del Señor y de Gedeón.
Ante el alboroto descomunal, los sobresaltados madianitas despertaron y, confundidos y temerosos, empezaron a atacarse unos a otros y terminaron huyendo en desbandada, abandonando el campamento. Se ganó la batalla, ¡tal como lo había prometido Dios!
Véase «Héroes de la Biblia: Gedeón» para conocer mejor a este fascinante personaje de la Biblia.
Adaptación de Tesoros © 1987. Diseño: Roy Evans.Una producción de Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021