Una alegoría sobre no transigir
Una fría noche en un desierto, un camellero montó campamento para pasar la noche. Hizo un fuego en un brasero para mantener su tienda calentita.
—¡Qué frío hace esta noche! —dijo el camellero—. Menos mal que estoy dentro de la tienda calentita. Antes de acostarme, atizaré las brasas para estar seguro de que calentarán toda la noche.
Mientras tanto, afuera, uno de los camellos comenzó a quejarse.
—¡Madre mía! —se lamentó—. Qué frío hace aquí afuera.
Snif.
—Mi pobre hocico. ¡Se me está congelando! ¡Nuestro amo está bien acurrucado en su tienda toda calentita! Si tan solo pudiera meter el hocico en su tienda, sería estupendo. ¡Ya sé! Creo que morderé la tienda por aquí para hacer un agujerito y así lograré calentarme el hocico.
¡RAG!
—¿Qué fue eso? —preguntó el camellero—. ¡Sonó como si mi tienda se estuviera rasgando! ¡Oooh! ¡Un hocico de camello asoma por la lona de la tienda!
El camellero se levantó de un salto y tomó su almohada.
—¡Fuera! —le gritó, mientras golpeaba al camello con la almohada—. ¡Fuera, horrible animal!
—¡Por favor, señor amo! —se quejaba el camello—. ¡BUUU UUUU! ¡Por favor, no me pegue! ¡Hace frío aquí afuera y se me está congelando el hocico! Déjeme tan solo calentarme el hocico ya que lo tengo dentro. Un hociquito no debería ser molestia, ¿verdad que no? ¡Se lo suplico!
Si bien el camellero estaba enfadado, dejó caer la almohada.
—¡Fíjate lo que has hecho! —le dijo enojado al camello—. ¡Me has hecho un agujero en la tienda! Me va a costar mucho trabajo arreglarla. Pero bueno, en fin. Supongo que hace mucho frío ahí afuera…
El camellero se detuvo a sopesar la situación.
—Está bien. Puedes calentarte el hocico. ¡Pero solo el hocico!
Solucionado ese asunto, el hombre regresó a su cama.
Sin embargo, el insistente camello apenas comenzaba. Qué agradable. Ya se me calentó el hocico. ¡Pero tengo las orejas heladas! Será mejor que también me caliente la cabeza.
¡RAG! ¡RAG!
El camellero volvió a levantarse de un salto y tomó su almohada.
—¡Oh, no! ¡No lo puedo creer! ¡Ahora el camello ha metido toda la cabeza en la tienda! ¡Fuera, animal apestoso! ¡Fuera, fuera, fuera! —gritaba el hombre desesperado, mientras daba golpes al camello con su almohada.
El camello no se inmutaba.
—¡No, no, querido amo! ¡Por favor, no me pegue! ¡No me pida que me vaya! —le rogaba—. Es que, no se imagina el frío que hace afuera. No tiene ni idea de la horrible sensación que da el hielo al penetrar la piel… ¡ya casi se me estaban congelando las orejas! Permítame calentarme la cabeza, solo la cabeza. ¿Acaso le parece mucho pedir en una noche tan fría?
El amo se apiadó del camello y por fin accedió.
—Está bien, pero solo la cabeza. ¡Y nada de hacer ruido, que tengo que dormir!
El camellero volvió a su cama.
¡RAG! ¡RAG! ¡RAG!
—¡Es el colmo! —gritó el camellero mientras salía otra vez de la cama de un salto—. ¡Esta vez sí que lo saco de la tienda! ¡Este camello se la está buscando en serio!
—¡Oh, no! —exclamó el camellero, cuando notó lo que el camello le había hecho a su tienda—. ¡Pero si le ha hecho un agujero enorme! ¡Y ya se ha metido hasta la mitad en mi tienda! ¡Fuera! ¡Fuera de aquí!
¡Paf! ¡Paf! ¡Paf!
—¡Tranquilo, querido amo! —dijo el camello, que le seguía rogando—. No olvide que es usted un hombre amable y generoso. No tengo palabras para agradecerle su generosa hospitalidad. Afuera hace un frío espantoso y su tienda está muy calentita. Por favor, déjeme calentarme esta mitad del cuerpo. Solo necesito calentarme un poquito y luego prometo que me iré y lo dejaré en paz.
—Ay, ay, ay. ¿Qué voy a hacer con este camello insistente? —pensó el camellero—. En fin, total la carpa ya está rota, así que mejor lo dejo quedarse un rato hasta que entre en calor. Prometió que se iría en un ratito. De todos modos ya casi se ha metido entero a la carpa, y no puede romperla mucho más.
—Quédate hasta que entres en calor. ¡Pero apenas estés calentito, te vas! ¿Entendido? —Y diciendo eso, volvió a su cama nuevamente.
—¡Ese camello ya me ha tenido despierto casi toda la noche! —pensó el camellero—. A ver si por fin puedo conciliar el sueño.
El camellero bostezó y se tapó con las mantas. Pero el camello siguió quejándose.
—¡Ay, se me está congelando el trasero!
¡RAG! ¡RAG! ¡RAG! ¡RAG!
Cuando el camello logró rasgar la tienda de arriba abajo, toda ésta se empezó a tambalear y casi se vino abajo.
—¿Qué fue eso? ¡¿Qué está pasando?! —gritó el camellero aterrorizado, saltando de la cama una vez más—. ¡Oh, no! ¡El camello se ha metido del todo en mi tienda!
—¡Pero fíjense qué abertura tan grande tiene esta tienda tan calentita de nuestro amo! —exclamó uno de los otros camellos.
¡De pronto, por el enorme agujero se metió el resto de la manada de camellos!
—¡Vaya! —añadió otro—. ¡Aquí sí que se está calentito!
—¡Eh! ¡Paren de empujar!
—¡Yo primero! ¡No todos a la vez!
—¡Aaaaahhh! —exclamó el camellero—. ¡Ayuda! ¡Alto! ¡Alto! ¡Fuera! ¡Fuera! Tengo que salir de aquí, ¡o todos estos camellos me aplastarán!
Y así, el pobre apenas logró escapar en pijama y no le quedó más remedio que salir al frío, justo antes de que la tienda se le llenara de camellos.
—¡Uf, aquí hace un frío de muerte! —exclamó el camellero afuera—. Si tan solo hubiera detenido a ese camello cuando apenas tenía dentro el hocico, todavía estaría en mi tienda calentita.
El camello que entra a la tienda de su amo se puede comparar con el inicio de un mal hábito o con transigir ante un mal comportamiento. ¿Tienes algún «camello» al que debas impedir que entre en la «tienda» de tu vida?
Autor desconocido. Reedición: Paul Williams. Ilustración: Zeb.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2022
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