Narración: Esta historia comenzó hace mucho tiempo en las calles de Helsinki, en Finlandia. Era invierno, y como siempre, en Helsinki hacía mucho frío, con solo unas pocas horas de luz diurna. Los comerciantes trabajaban en lo suyo en sus cálidos locales al lado del fuego. Las mujeres abandonaban el calor de la cocina solamente para hacer algún mandado urgente.
Niño: Mami, mira ese hombre que está allá. Está buscando en la basura.
Madre: Sí, querido. Ese es el pobre Klaus. Su historia es muy triste. En una época fue el mejor sastre de la ciudad. Pero ahora está irreconocible con esa ropa harapienta y esa enredada barba blanca.
Niño: ¿Lo podemos ayudar?
Madre: Me temo que no, cariño. Desde que su esposa y sus dos hijos murieron debido a una epidemia, él dejó de trabajar, se dio por vencido. No quiere que nadie lo ayude. Ahora vaga por las calles cabizbajo, hurgando entre los tachos de basura para ver qué encuentra para comer. Ven, cariño, ya está oscureciendo. Debemos regresar a casa.
Narración: Al anochecer Klaus regresa a su viejo y frío local donde, luego de comer lo que fuera que hubiera encontrado, se tumbaría angustiado sobre su catre.
Klaus: Ay, Dios, me siento tan solo. ¿Qué sentido tiene la vida para mí, ahora que mi esposa e hijos se fueron?
Narración: Pero Klaus no estaba solo. En ese mismo instante su fallecida esposa, Gertrudis, y sus hijos, lo miraban desde el cielo.
Hijo 1: Pobre papá. Nos extraña demasiado.
Hijo 2: Tratemos de ayudarlo.
Madre: He tratado de susurrarle al corazón palabras de amor y ánimo, pero está tan quebrantado que no me escucha.
Hijo 1: Pero, mami, debemos hacer algo para ayudar a papá.
Madre: Bueno, muchas veces he rogado ante el trono de Dios por la cordura de tu padre, y Dios siempre me ha consolado.
Hijo 1: ¿Qué te dijo Dios?
Madre: Bueno, mi amor, Dios me prometió que en el momento preciso un rayo de luz y esperanza brillará sobre las oscuras nubes que abundan en el corazón de tu padre. En cuanto él deje de mirar tanto su propia tristeza y pueda ver que otros tienen necesidades, Dios obrará un milagro en su vida.
Narración: En Helsinki hacía tanto frío en invierno que solo los niños se animaban a apartarse unas pocas cuadras de su casa. Donde fuera que viviesen, nunca parecía demasiado lejos caminar hasta el Paseo de los Niños, donde los artesanos de juguetes de la ciudad obraban su magia. Vidriera tras vidriera se veían llenas de juguetes que alegraban los ojos de los niños y ponían a volar su imaginación.
Klaus: ¡Vaya, cuántos niños! Me recuerdan a mis dos hijos. Qué tiernos eran. Nos divertíamos tanto juntos. Si siguieran con vida...
Narración: Un día Klaus vio a un pequeño, vestido con prendas que parecían tan ajadas como las suyas, que miraba los juguetes de una vidriera. Desde el invisible mundo del espíritu, su esposa, Gertrudis, le susurraba al corazón.
Gertrudis: Klaus, Klaus. Ese pequeñín te necesita.
Klaus: ¡Hola, niño! ¿Por qué lloras?
Niñito: Porque soy muy pobre, señor. Jamás sabré lo que es tener juguetes tan bonitos como esos.
Narración: Klaus empezó a llorar pero —por primera vez en mucho tiempo— no lloraba por sí mismo. Sus lágrimas eran por el pequeño y los cientos de otros niños pobres como él. La imagen de ese niño quedó grabada en su mente mientras seguía su camino.
Narración: Sin siquiera pensar a dónde lo llevaban sus pasos, Klaus se encontró en el barranco a las afuera de la ciudad, donde la gente tiraba la basura y otros desechos.
Klaus: No me explico por qué, pero por primera vez en mucho tiempo, me siento feliz y esperanzado. ¡Dios mío! ¡Mira eso! Hay muchos juguetes rotos que ha tirado la gente. Esa muñeca de madera no tiene vida y está hecha pedazos, pero...
Gertrudis: ¡Klaus, recoge los pedazos! Arréglala.
Klaus: ¿Eh? ¿Fue mi imaginación, o esa muñeca acaba de abrir los ojos y me miró?
Muñeca: Gracias por devolverme la vida.
Klaus: De nada. ¡Un momento! ¿Qué estoy haciendo? ¡Le estoy hablando a una muñeca! De verdad debo estar volviéndome loco.
Narración: Klaus arrojó la muñeca a la pila de juguetes rotos, pero en ese instante una gran tristeza invadió su corazón. Tomó la muñeca nuevamente, y la felicidad embargó su corazón otra vez.
Klaus: ¡Qué raro! Vaya, un osito sin un brazo. Qué lindo sería si estos juguetes rotos pudieran ser reparados y entregados a niños de familias pobres, como ese pequeñín que vi hoy. Qué contentos estarían todos ellos. ¿Pero qué puedo hacer al respecto? Yo mismo soy un hombre pobre y quebrantado. Y no tengo herramientas ni agujas ni hilo, o el material para repararlos.
Gertrudis: Para Dios nada es imposible. Donde Dios guía, Él provee. Mira a tu alrededor.
Klaus: Tal vez si miro por aquí encontraré algo en esta montaña de desechos. Hmm, una caja vieja de madera. Parece bastante usada y sin valor, pero veamos qué hay adentro. ¡Vaya! ¡Está llena de herramientas! Todo lo que necesito para este trabajo. Hay un costurero con agujas de todos los tamaños, y hasta hay hilos de muchos colores. Las herramientas están viejas y un poco oxidadas, claro, pero podría limpiarlas y afilarlas, y quedarán como nuevas. ¡Es una idea! ¿Y si junto todos los juguetes rotos que encuentre y los arreglo para dárselos a niños pobres en Navidad?
Narración: En el cielo, Gertrudis y todos los que la ayudaban, saltaban de alegría.
Gertrudis: ¡La promesa de Dios se está cumpliendo!
Narración: Klaus no perdió ni un minuto. Durante los siguientes días recogió varios juguetes rotos, y observó atentamente e investigó a ver dónde vivían los niños pobres de la ciudad. Fue anotando esa información en un pequeño cuadernito. Klaus pasó varios días reparando, cosiendo, pegando y rellenando juguetes.
Klaus: Dentro de pocos días será Navidad, y los niños de familias pobres necesitarán sus propios juguetes. Cómo me gustaría que todos ellos fueran felices.
Narración: Klaus se sintió muy bien. En la Nochebuena, siete grandes bolsas de hermosos juguetes estaban en el piso de su taller. Cada niño de su lista tendría un juguete.
Klaus: ¿Pero cómo se los doy a los niños? No deben saber que yo les doy los juguetes, porque verdaderamente son regalos del mismo corazón de Dios.
Gertrudis: Klaus, ¿por qué no te disfrazas y los entregas durante la noche?
Klaus: ¡Sí, sí! A la medianoche cargaré las bolsas en mi gran trineo, aquel en el cual antes llevaba a mis hijos.
Narración: Y así lo hizo. La carga de juguetes era pesada y a Klaus le costó arrastrarlos por la nieve. Anduvo de calle en calle dejando paquetes en las entradas de cada casa donde vivía alguna familia pobre. En cada paquete había un juguete para algún niño de la casa. Y en cada juguete había una notita que decía: «Con cariño para ti, de parte de Dios».
Narración: Por fin el corazón de Klaus sentía paz. En la mañana de Navidad, los pobres de la ciudad se despertaron para encontrar una gran sorpresa.
Padre: ¡Mira! ¡Juguetes para los niños! ¡Gracias a Dios! Es un milagro.
Jovencito: ¡Vaya! ¡Juguetes! ¡Qué milagro!
Madre: ¡No sé qué pensar! Pero me hace tan feliz ver a los niños contentos.
Jovencito: ¡Estos regalos provienen del cielo!
Niño mayor: Yo escuché que alguien vio a un señor mayor, cubierto en nieve, entregando los paquetes.
Niña: Lo que yo escuché fue que había un misterioso trineo cargado de grandes bolsas.
Narración: Y así se empezó a divulgar la noticia, hasta que al final se decía que el trineo era tirado por un reno que venía desde el cielo. Y nació así la leyenda de Santa Claus. Y gran parte de la historia era cierta. Había un hombre mayor cubierto de nieve y había un trineo con bolsas y, sí, en cierto sentido vinieron del cielo, puesto que Dios ciertamente estaba detrás de todo ello.
Narración: Y en cuanto a Klaus, bueno, pasó el siguiente año juntando y reparando juguetes rotos. Qué feliz lo hacía eso. Y al llegar otra vez la Navidad, Klaus una vez más realizó sus rondas secretas para entregar juguetes a todos los niños pobres.
Narración: Luego, exhausto después de una larga noche de trabajo, Klaus dejó esta vida una silenciosa mañana de Navidad. La mayoría de la gente de la ciudad ni había notado que ya no estaba. Pero qué fiesta tuvieron donde él fue. Klaus se reunió nuevamente con su esposa y sus hijos, y todo el cielo se regocijaba.
Gertrudis: Oh, Klaus, estoy tan orgullosa de ti.
Narración: Dios le dijo:
Dios: Lo que tú hiciste fue maravilloso, pero no tiene que terminar ahí. Todos los niños necesitan sentir Mi amor. ¿Me ayudarías a dárselo?
Narración: Klaus sentía una felicidad que jamás creyó posible. Empezó a hacer todo lo que podía para ayudar a los niños en todo el mundo, susurrándoles al corazón y animándolos, tal como Gertrudis había hecho por él. Cuánta alegría sentía cada vez que los niños abrían su corazón al amor de Dios y sus vidas se volvían más felices.
Adaptación de Un secreto navideño, escrito por Derek y Michelle Brookes. Ilustración: Hugo Westphal. Color: Ana Fields.© Aurora Production AG, Suiza, 2001. Todos los derechos reservados.Audio producido por Radio Active Productions. Utilizado con permiso.