Jesús y Sus discípulos estaban en Jerusalén celebrando la fiesta judía de la Pascua. La Pascua era una fiesta que el pueblo judío celebraba para recordar que Dios los libró de la esclavitud de Egipto hacía mucho tiempo. Los judíos habían llegado de muchos lugares a adorar y comer la cena especial de la Pascua.
Justo antes de los eventos de este relato, el domingo de ramos, Jesús había cumplido una profecía antigua1 entrando en la ciudad montado en un asno que nunca antes había sido montado. La gente recibió a Jesús como el Salvador que Dios había prometido enviar a Su pueblo.
Jesús les había advertido a Sus discípulos que sería traicionado y se lo llevarían. Les pidió que no temieran porque a pesar de que lo matarían, volvería a vivir. Los discípulos no entendieron lo que les dijo, pero pronto lo entenderían.
Mientras cenaban una noche, Judas, uno de los doce discípulos que no era leal a Jesús, se retiró y fue a ver a los enemigos de Jesús para decirles dónde estaría aquella noche.
Judas sabía que después de la cena, Jesús y algunos de Sus discípulos tenían pensado ir al huerto de Getsemaní a orar. Judas condujo a los guardias del templo al huerto, donde arrestaron a Jesús.
Delante de los sacerdotes del templo, Jesús fue acusado por haber roto sus tradiciones religiosas y por faltarle el respeto a Dios. Luego lo llevaron delante de Pilato, el gobernador romano, para ser juzgado. En aquel entonces Israel era parte del Imperio romano y los judíos no podían ejecutar a nadie sin previo juicio romano.
Mientras tanto, los discípulos de Jesús lo dejaron solo porque tenían miedo de que los arrestaran a ellos también. El mismo Pedro, uno de los mejores amigos de Jesús, negó conocerlo cuando le preguntaron. Jesús sintió el abandono de sus seres queridos.
Pilato no quiso condenar a Jesús porque se dio cuenta que era un buen hombre, pero al mismo tiempo quería complacer a los sacerdotes judíos que controlaban mucho al pueblo. Al final, para complacer a los sacerdotes judíos lo sentenció para que fuera crucificado.
Jesús sufrió dolor cuando moría, no solo por ser azotado y luego clavado en la cruz, sino también porque le dolió sentirse abandonado por Su Padre debido al pecado. Porque Jesús asumió los pecados del mundo cuando murió. Al dar su vida por nosotros, pagó por nuestros pecados y cumplió así el plan de Dios de perdonar nuestros pecados para poder vivir con Él por la eternidad.
Luego de la crucifixión, todos pensaron que como había muerto no lo volverían a ver. Sus amigos y seres queridos estaban sumamente tristes. ¡Pero pronto se llevarían una sorpresa!
Tres días después, el primer domingo después de la crucifixión, algunos amigos de Jesús —María Madgalena, María la madre de Santiago, Joana y Salomé— fueron por la mañana temprano a la tumba donde yacía el cuerpo de Jesús, estaban tristes. Llevaban jarros de especias y aceites para ponerlos en el cuerpo de Jesús: una costumbre judía.
Al acercarse a la tumba, las mujeres se quedaron sorprendidas al ver que la gran piedra que tapaba la entrada a la tumba estaba corrida a un lado, y un ángel con atuendos blancos como la nieve estaba sentado dentro.
—Están buscando a Jesús, ¿verdad? —les preguntó a las mujeres el ángel—, pero Jesús resucitó de entre los muertos. Ya no está en la tumba. Compruébenlo.
El ángel les dijo:
—Jesús va camino a la región de Galilea, donde dijo que los encontraría. Si van allí lo verán, como prometió. Pero primero díganle a Pedro y a los otros discípulos lo que ha ocurrido: ¡Jesús ha resucitado de entre los muertos!
Las mujeres salieron del sepulcro anonadadas, y conmocionadas por lo que les había dicho el ángel y por lo que habían visto. Fueron corriendo a donde estaban los discípulos y les dijeron lo que había ocurrido esa mañana.
La mayoría de los discípulos pensaron que estaban locas.
Uno de ellos dijo:
—Acabamos de ver a Jesús morir hace tres días.
—Lo crucificaron. No es posible que esté vivo —dijo otro de ellos con incredulidad.
Mientras que Pedro cuestionó:
—¿Y si lo que dicen es cierto? Voy a averiguar.
Juan le dijo:
—Voy contigo.
Juan y Pedro corrieron a la tumba. Juan corrió más rápido que Pedro y llegó primero. Se detuvo fuera del sepulcro porque temía entrar. Pero Pedro entró inmediatamente y vio la tumba vacía. Solo vio sobre la piedra la sábana en la que había estado envuelto el cuerpo de Jesús.
—¿Dónde está Jesús? —preguntó Juan desde fuera del sepulcro.
Pedro se quedó sin habla y no pudo contestarle. Finalmente Juan se llenó de valor para entrar y los dos se quedaron petrificados al ver la tumba vacía. ¿Será que lo que dijeron las mujeres era cierto?, pensaron los dos. Jesús no está aquí. ¡Tal vez es cierto que está vivo!
Más tarde Jesús se les apareció a dos discípulos más. Cleopas y sus amigos se dirigían a una aldea llamada Emaús y, mientras caminaban, hablaban de la crucifixión de Jesús y de la desaparición de Su cuerpo. Entonces Jesús los encontró en el camino y caminó con ellos, pero ellos no lo reconocieron.
En la noche invitaron a ese «extraño» a cenar con ellos. No fue hasta que Jesús tomó el pan y lo partió, lo bendijo y luego desapareció, que se dieron cuenta de quién era.
Los dos discípulos se apuraron para volver a Jerusalén para decirles a los demás lo que había ocurrido, pero los otros discípulos tampoco les creyeron.
Más tarde, Jesús se apareció delante de todos, y creyeron. Todos los discípulos estaban felices de ver a Jesús vivo.
Después de Su resurrección, Jesús permaneció 40 días en la tierra y lo vieron más de 500 personas. Estuvo con Sus discípulos para consolarlos e instruirlos sobre su ministerio futuro cuando Él volviera al Cielo. Jesús hizo muchas cosas increíbles durante esos días, como aparecer y desaparecer.
Al final de los 40 días, Jesús dejó la tierra y se fue al Cielo para estar con Su Padre.
Dios te amó tanto que envió a la tierra a Su único Hijo, Jesús, para que pudieras sentir Su perdón y para que vivas con Él por la eternidad (Juan 3:16). La siguiente es una pequeña oración que puedes orar para agradecer el gran amor de Jesús por ti.
«Gracias, querido Jesús, por morir por mí en la cruz y por pagar por mis pecados para que pueda sentir Tu amor y vivir contigo por la eternidad. Te ruego que entres en mi vida y te quedes conmigo para siempre. Ayúdame a ser bueno y estar unido a ti, y enséñame a ser amable y amoroso con los demás. Amén.»
1 Zacarías 9:9-10
Texto: Samuel Keating, basado en acontecimientos bíblicos. Ilustración: Zeb. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2019