Bebo chocolate caliente y armo un castillo de bloques Lego con mi primo y buen amigo Boris Torres. Mis padres me dieron el castillo en Navidad. Estaba tan entusiasmado con el regalo, que me paré de manos (hice la vertical) y estuve a punto de derribar el árbol de Navidad. No hay nada como abrir los regalos de Navidad, lo que me lleva a lo que voy a contar.
Nunca olvidaré esta temporada navideña. Todo empezó el primer día de diciembre.
Por primera vez vi un ángel auténtico, ¡de verdad! Ella era un ángel como los dibujos que se ven en los libros, con un precioso vestido y alas grandes y majestuosas.
Estaba cepillándome los dientes cuando apareció en el espejo del baño. Me di la vuelta, y allí estaba, sonriente y con apariencia angelical.
—Hola —dijo con una voz suave, como un susurro.
—Ehhh… —fue todo lo que pude responder.
—Roberto —así me llamo—, he sido enviada para encargarte una tarea celestial navideña.
Hizo una pausa, pero no dije nada, así que continuó:
—En el cielo este año preparamos una presentación memorable para Jesús. Se destacarán los regalos de los niños. Queremos que ayudes. Deberás reunir todos los regalos que tu familia y la de tu primo Boris quieren entregar a Jesús. Escribe una lista y presenta esos regalos a Jesús en Navidad. Claro, la lista también incluye tus regalos.
Me encantó hacerme cargo de esa tarea, pero había un problema. «¿Cómo reuniría los regalos cuando no siempre podemos tocar los presentes que damos a Jesús?»
El ángel me dio un bolígrafo dorado, un bloc para tomar notas y una llave en un cordel de cuero.
—Todo lo que debes hacer —continuó— es escribir en este bloc los presentes que ves que los niños dan a Jesús, y los regalos irán directamente a un cuarto donde se almacenarán. Si quieres ver los regalos, sostén la llave en una mano y cierra los ojos. Serás transportado al cuarto de regalos, donde podrás ver los presentes que has reunido. Es un privilegio que viene con este trabajo… Entonces, ¿aceptas?
Ahora que lo recuerdo, se me ocurren muchas respuestas que podría haber dado para decir que aceptaba, como «es un honor» o «por supuesto» o «¡claro!» o hasta «engrandece mi alma al Señor», que es lo que dijo María en la Biblia. En cambio, seguía atónito por la aparición del ángel y solo asentí con la cabeza.
Ella me sonrió y añadió:
—Te veré el día de Navidad.
Y desapareció.
Sentía un hormigueo de pies a cabeza. Me puse el cordel con la llave alrededor del cuello, puse el bloc y el bolígrafo en mi bolsillo y me dirigí a la cama.
Cuando desperté a la mañana siguiente, por un instante olvidé al ángel y la tarea que se me había asignado. Pero lo recordé mientras me vestía. Busqué mi pijama y miré en los bolsillos… ¡el bolígrafo y el bloc habían desaparecido! Me entró pánico. Sin pensar, puse una mano en el bolsillo de los pantalones, y el bolígrafo y el bloc ya estaban allí. Luego noté que al cambiarme de ropa, siempre aparecían el bolígrafo y el bloc en uno de los bolsillos.
Esa mañana empecé a escribir la lista. Les mostraré la primera página.
Listas de regalos para Jesús
Alicia (7 años):
Roberto (9 años):
Boris (9 años):
Lisa (3 años):
Así empecé, y esa noche me acosté y sujeté con fuerza la llave y cerré los ojos. Vi un cuarto grande. Las paredes y el techo estaban cubiertas de paneles de madera y tenía un olor como de bosque de cedros. En el piso había una alfombra suave. El cuarto era cálido; salía tanta luz de los regalos que el cuarto estaba bien iluminado. En cada rincón había un montón de presentes y en la alfombra estaban tejidos los nombres al pie de cada pila: Alicia, Roberto, Boris y Lisa.
En ese cuarto había toda clase de regalos. Algunos estaban en cajas; otros estaban envueltos en papel y atados con una cinta. El papel en el que estaban envueltos algunos presentes brillaba y el de otros tenía dibujos. Pensé: «¡Vaya! ¿Podremos llenar todo el cuarto para Navidad?»
Los fines de semana salimos con frecuencia para divulgar la alegría navideña. Cantamos y bailamos en hoteles, en salones de concierto, en orfanatos y en hogares de ancianos. Pasé mucho tiempo escribiendo en mi bloc y cada noche visitaba el cuarto donde se almacenaban los regalos. Los presentes aumentaban, pero también el cuarto se hacía más grande, así que siempre había más espacio.
Después de una semana, empecé a notar qué presentes representaban qué regalo.
Aunque era estupendo verlos, había algo que me quitaba un poco de alegría. No quise pensar mucho en ello, pero en la última semana antes del día de Navidad, me sentía más y más inquieto.
Esta fue la primera parte de lo que me inquietaba:
Alicia tenía la mayor colección de regalos de personas a las que les había hablado de Jesús. No entiendo por qué, pero cuando sonríe a la gente y les dice lo feliz que es de que Jesús sea su mejor amigo, casi siempre la gente presta mucha atención. Creo que al final, Alicia tiene cientos de esos regalos. Su pila de presentes era de un blanco deslumbrante.
Y luego Boris. Su pila de regalos casi cobraba vida, los presentes coloridos rebotaban por todos lados, porque Boris siempre se ríe y hace que los demás se rían. En las presentaciones canta tan bien que la gente llora, pero de alegría. Y siempre hace tarjetas y dibujos y los regala. Sí que sabe cómo alegrar a la gente. Su pila de regalos era como una montaña colorida de luces de Navidad que bailaban.
Dije para mis adentros que no debería compararme con ellos. Al fin y al cabo, ¡todos eran regalos para Jesús! Probablemente no me habría preocupado si no fuera porque algo parecía andar muy mal con mi montón de regalos. Lo noté después de la segunda semana. Junto con los regalos blancos —que representaban a las personas que aceptaron a Jesús en su corazón—, los locos regalos de alegría y los regalos suaves de abrazos, en mi pila había unos paquetes de color café. Los regalos estaban envueltos en un papel color marrón sin adornos y atados con un cordel.
A medida que se acercaba la Navidad, me esforcé por hablar con más personas sobre Jesús y por alegrar a la gente, pero parecía que a Alicia le resultaba más fácil que a mí hablar de Jesús, y Boris siempre cantaba mejor. Todas las noches iba a ver los regalos y en mi pila había más paquetes envueltos en papel marrón. Al irme a la cama rogaba que al día siguiente diera a Jesús mejores regalos, pero la situación no cambió. No entendía por qué mis regalos eran tan sencillos.
Al final del día de Navidad, me sentía muy triste. Esa noche, me acosté en mi cama, sostuve la llave y cerré los ojos. Había tomado una decisión. Pediría al ángel que diera a Jesús los presentes en vez de hacerlo yo. No tenía ganas de dar a Jesús mis regalos, pues en mi pila había muchos paquetes envueltos en papel marrón.
Vi el cuarto donde se almacenaban. El ángel estaba en medio. Volaba alrededor de los regalos y los miraba.
—Feliz Navidad, Roberto —me dijo—. Es hora de que entregues los regalos.
—Espera, yo… (como siempre, no encontraba palabras para explicarlo).
Ella esperó con paciencia.
—¿Está bien si le das tú los regalos a Jesús?
Luego, añadí, mientras revisaba mi pila de regalos:
—Son muy sencillos y corrientes. ¿Verdad?
El ángel miró mi pila y preguntó:
—Roberto, ¿sabes qué son esos regalos envueltos en papel marrón?
—No —respondí—. No puedo identificarlos en mi lista.
—Pues yo tengo otra lista —dijo el ángel—. Fuiste muy meticuloso y no omitiste ningún regalo que tus amigos dieron a Jesús. Anotaste los regalos de las personas que aceptaron a Jesús en su corazón y los regalos de risas. Pero no anotaste regalos importantes que diste.
—¿Pero por qué están envueltos así? —pregunté.
—Estos son los que no anotaste, pero que no quise que quedaran fuera. Mira, te dejaré ver un poco antes de que vayamos a entregarlos.
Me entregó una lista y leí:
Regalos sorpresa que Roberto dio a Jesús:
La lista era larga. Mientras la leía, miré la pila y logré ver más allá del papel color marrón que envolvía los regalos. Eran… bueno, eran… ¡alucinantes!
Miré al ángel y le dije:
—Creo que después de todo, iré.
—Pienso lo mismo —dijo el ángel.
De pie, delante del trono de Jesús, sujeté con fuerza la lista delante de mi rostro, y balbuceé:
—¡Feliz cumpleaños, Jesús! Te entrego los regalos de los niños de las familias Torres…
No puedo contarles lo que pasó después, porque tiene que ver con llantos de alegría y cosas que me da vergüenza contar. Pero ahora entiendo por qué esta Navidad fue tan inolvidable.
Dar regalos a Jesús fue mejor que lo del castillo de bloques Lego y el chocolate caliente… pero eso también fue bastante bueno.
Texto: Yoko Matsuoka. Ilustración: Jan McRae y Sabine Rich. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas © La Familia Internacional, 2018