—Preparaste una comida deliciosa, Kayla —dijo Ángela, mientras Doris y Priscila hacían como si estuvieran comiendo de la mesita de juguete.
—Es un tipo de arroz a la italiana, ¿no es así? —dijo Doris—. No me acuerdo cómo se llama.
—Risotto —dijo Kayla.
—¿Vienen las chicas Bimbo? —preguntó Priscila.
Kayla se puso seria.
—Mmm... me preguntaron qué iba a cocinar, y cuando se lo dije, me dijeron que mejor iban a comer ensalada.
—Mmm —dijo Ángela con cierta preocupación—. De todas maneras, van a cenar fuera esta noche.
—Y Annabelle —dijo Priscila—, ¿qué pasa?
—Nada. No tengo hambre.
—¿No tienes hambre? No has comido en todo el día; picoteaste un poco de palomitas mientras veías la película y eso fue todo, que yo sepa.
Annabelle se encogió de hombros.
—Es que no tengo hambre.
—Bueno, igualmente intenta comer un poco de verduras.
Annabelle suspiró y se sirvió un par de cucharadas de zanahorias. Tomó el primer bocado, y puso las manos debajo del mantel. Perpleja, Priscila sacudía la cabeza.
Tras llamar a la puerta y que lo invitaran a entrar, un guapo caballero de piel bronceada y mentón prominente, con cabello de plástico negro se asomó por la puerta.
—¡Ken! —exclamó Kayla.
—¿Barby y Bev están por aquí? —preguntó.
—Están en su nueva cabaña Bimbo —dijo Ángela.
—¿Ellas sabían que las había invitado a salir?
—¡Claro! —dijo Doris—. Es por eso que se han estado cambiando de ropa, cepillando el cabello y maquillándose durante las últimas dos horas.
—¿Solo dos horas? Eso significa que tendré que esperar al menos una hora más. Bien, bien, supongo que me puedo relajar un rato.
—¿Ya comiste? —preguntó Kayla.
—En realidad, no. Se supone que voy a llevar a las Bimbo a comer, pero lo único que pedirán será una ensalada sin grasas y una botella de agua mineral, mientras me observan con desdén para ver si se me ocurre comer algo más que un plato de sopa. ¡Aj!
—Bueno —dijo Ángela—. Kayla preparó un delicioso plato italiano... bueno, como se llame...
—Risotto —dijo Kayla.
—¿Risotto? Me encantaría comer eso; además ¡tengo un hambre!
—Yo no —murmuró Bruno.
—Vale, Bruno —dijo Ángela—. Solo porque no sea tu plato favorito no significa que no puedas disfrutarlo y estar agradecido.
Habían transcurrido apenas cinco minutos desde que Ken empezó a atiborrarse de risotto, cuando llegaron Bárbara y Beverly Bimbo.
—Creí que íbamos a cenar fuera —dijo Bárbara.
—Eeehh, bueno... —alcanzó a decir Ken.
—Nosotros lo invitamos —dijo Ángela—. No pudo rechazar la oferta.
—Uf —dijeron las Bimbo al unísono.
—Espero que se dé cuenta de que una comida como esa puede añadir centímetros a su silueta —dijo Bárbara.
—Qué ridículo —dijo Doris—. Es una comida sana y nutritiva. Además, las muñecas no pueden subir de peso.
—Pues ahora están insinuando que en realidad sí podemos —dijo Beverly.
—Salió en el último número de la revista Esbelta para nada —dijo Bárbara.
—Ay, Dios mío —dijo Kayla—. ¿Qué podemos hacer?
—Decirle «no», como Belle —dijo Beverly—. ¿No es así, Belle?
—Em... sí, claro —dijo Annabelle, mirando nerviosamente su plato.
—¿Decirle «no» a qué? —preguntó Priscila.
—A la grasa —masculló Annabelle.
—Bueno, debemos irnos —dijo Bárbara Bimbo, apurada—. Hemos reservado una mesa. No habrá servido de nada si llegamos tarde.
Ken engulló rápidamente un par de bocados más y con desgana se disculpó con una sonrisa.
—El deber llama —susurró, guiñándole el ojo a Annabelle.
—Y Belle, asegúrate de fijarte esta noche antes de irte a la cama —dijo Beverly mientras ella y Bárbara se dirigían despreocupadamente hacia afuera junto a Ken.
—¿Fijarte en qué? —preguntó Priscila.
—En la balanza que ellas tienen en su cabaña —farfulló Annabella.
—¿Por qué? ¿Se rompió? —preguntó Doris.
—No —dijo Priscila—. Creo que...
—Estoy preocupada por Annabelle —dijo Priscila en un susurro, guiando a Ángela y a Doris hacia el corredor—. Ella nunca dejaba el helado. Es la segunda vez que lo hace.
—Tal vez tenga que ver con su edad —dijo Ángela—. Pero noté que se mira mucho al espejo. No con una actitud vanidosa, como las hermanas Bimbo, sino más bien con preocupación.
—Sí —dijo Doris—. Se la ve preocupada todo el tiempo.
—Es cierto —agregó Priscila—. Qué curioso. Justo anoche, antes de mandarla a la cama, estaba sentada sobre sus manos, como hizo cuando vino Ken.
—Es verdad —dijo Ángela—. Yo también lo note, aunque no pensé mucho en ello. ¿Le dijiste algo?
—Le pregunté por qué lo hacía, pero no me respondió nada.
—Mmm —dijo Doris, frotándose el mentón con la mano—. Annabelle ha estado pasando mucho tiempo con las Bimbo, y me pregunto si eso no está haciendo que se fije más en sí misma.
—Se debe a que tiene manos como manoplas —confesó Kayla esa tarde luego de que Priscila no obtuviera ninguna explicación de parte de Annabelle.
—¿A qué te refieres?
—Las Bimbo estaban haciendo comentarios de las manos de cada uno. Esto sin incluir las de Bruno, Curioso y Shumba, claro, pero dijeron que las mías son muy lindas, aunque no tan finas y delicadas como las de ellas. A mí me da igual; no quiero ser una remilgada como ellas. Pero después miraron las manos de Annabelle y se rieron.
—Qué crueles —dijo Ángela.
—Sí. Luego Beverly dijo que tiene las manos como manoplas.
—¡Manos como manoplas! —exclamó Priscila—. ¿Por qué?
Annabelle escuchó la reacción de Priscila y se puso a llorar.
—No tengo manos finas y delicadas como las hermanas Bimbo —sollozó—. En realidad, ni siquiera tengo dedos.
—Pero Annabelle, esas son tus manos, aquellas con las que fuiste creada, y son únicas.
—Bueno, ojalá me pudieran enviar de vuelta a la fábrica y me rehicieran totalmente.
—Ah no —dijo Doris, que estaba escuchando la conversación mientras ordenaba el dormitorio—. Entonces ni te reconoceríamos. No serías la misma Annabelle que todos amamos.
—No todos me aman —dijo Annabelle.
—Claro que sí —dijeron Kayla, Curioso, Bruno y Shumba.
—Las hermanas Bimbo no me aman.
—Por supuesto que sí —dijo Priscila—. Es solo que... eemm... lo demuestran de otra manera.
—A Ken le gustas —dijo Kayla con una sonrisa socarrona.
—No seas absurda —dijo Annabelle.
—Sí, le gustas —insistió Kayla—. Casi ni me presta atención cuando viene. Siempre te habla a ti.
—Y se asegura de despedirse de ti cuando se va —añadió Doris—. Yo me di cuenta de eso.
La puerta del dormitorio se abrió porque entraban Ken y las Bimbo.
—Ya regresamos de nuestra noche en la ciudad —dijo Ken—. Pero estoy famélico.
—¿Famélico?— dijo Bárbara.
—¡Ken! —saltó Beverly.
—Sí. ¡Tengo un hambre voraz! ¿Sobró un poco de ese risotto?
—Un montón —dijo Kayla, y se levantó—. Te calentaré un poco.
—Hola, Belle —dijo Ken.
—Hola, Ken —respondió Annabelle, sonrojándose.
—Ay, disculpa. Veo que estuviste… eh… llorando.
—Tuvo un pequeño problemita —dijo Priscila con delicadeza.
—Uy, lo siento —dijo Ken—. Dicho sea de paso, qué nombre tan bonito: Annabelle. ¿Lo eligió Priscila?
—Eeeh... sí. Mmm, es porque me la presentaron un día de Navidad y yo me parezco a la muñeca del cuento Annabelle, la muñeca de Navidad.
—¡Annabelle, la muñeca de Navidad! —exclamó Ken—. ¡Vaya! ¡Qué extraño! Recuerdo que era uno de los cuentos favoritos de mi hermana cuando yo era niño. No era mi favorito, por supuesto, pero me encantaba ese nombre.
—Creo que nosotras nos vamos a la cama —dijo Bárbara Bimbo con tono gélido.
—Sí —dijo Beverly—. Por lo que vemos, nuestra noche juntos tomó otro rumbo.
—Uy —dijo Ken, dándose una palmada en la cabeza—. A veces soy muy insensible. Ni siquiera me di cuenta de que estaban ahí… esperando.
—Está bien —dijo Bárbara—. Nosotras nos vamos. Tú continúa con tu pequeña charla.
—La cual parecía que disfrutabas al máximo —añadió Beverly—. Ni se nos ocurriría arruinarte la noche.
Con una expresión de disgusto, las hermanas Bimbo se fueron hacia su cabaña.
—Bueno, Annabelle —prosiguió Ken, luego de despedirse de ellas de modo informal—. Me enteré de que disfrutas mucho de la lectura.
Annabelle asintió tímidamente.
—Es obvio. Eres tan inteligente, y a la vez no te crees lo máximo ni eres ninguna esnob. ¿Qué te gusta leer?
—Oh, no lo sé... clásicos, algunas novelas románticas de historia, pasajes de la Biblia, y me encantan las biografías.
Ken asintió pensativo.
—Dime una cosa...
—Parece que siguen hablando —dijo Ángela mientras ella, Doris y Priscila limpiaban la cocina—. Ken no se ha marchado aún.
—Pris, tal vez haya que recordarle que es hora de que Annabelle se vaya a la cama —dijo Doris.
En ese instante se abrió la puerta de la cocina.
—¡Ken! —exclamó Priscila con un dejo de alivio—. ¿Ya te vas?
—Sí. Lo siento; el tiempo pasó volando, pero estábamos teniendo una conversación muy interesante. ¡Belle puede hablar de cualquier tema! ¡Me hace sentir como un tonto!
—Lo siento —dijo Priscila—. Annabelle tiene la tendencia a dejarse llevar un poco una vez que empieza.
—No hay problema. Fue la conversación más interesante que había tenido en mucho tiempo. Creo que abarcamos temas desde cultura popular hasta política, incluyendo historia y humanidades —Ken puso los ojos en blanco y sonrió cansinamente—. En cambio, con las Bimbo, es un ciclo interminable de debates sobre cuidado del cabello, maquillaje y ropa, incluyendo dietas, tipos de ejercicios, y luego de vuelta a comenzar con lo mismo.
—Mmm —dijo Ángela—. La conversación de esas chicas puede ser un poquitín limitada.
—Pero también hablan de cosas que les interesan a los chicos —dijo Doris—. Yo las escuché.
—Ah, sí —dijo Ken—. Estrellas de rock, deportes, tonificación muscular y automóviles. Pero a mí me gusta hablar de otras cosas. ¿De dónde venimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde vamos? ¿Cómo es Dios? ¿Existe Dios en realidad? Cosas como las que Belle y yo hablamos esta noche. Imagínate, he salido a pasear con las bellas hermanas Bimbo, terminé de lo más aburrido y vuelvo aquí muerto de hambre, ¡y aquí me la pasé bomba charlando con una chica increíblemente inteligente!
—Qué maravilla —dijo Priscila.
—Belle es fantástica.
—Claro que lo es, Ken. Solo desearía que ella pudiera escucharte decir todo esto. Últimamente ha estado muy preocupada sobre su apariencia.
—¿Su apariencia?
—Sí. En particular su peso y sus manos.
—¿Su peso? Pero si es hermosa… y sus manos… bueno, cuando comenzamos a hablar estaba sentada sobre ellas, y me pareció bastante raro.
—Está acomplejada por sus manos —dijo Priscila.
—Sí, pero después, cuando empezó a darme su opinión sobre lo que hablábamos, se ve que se olvidó de sí misma, ¡y revoloteaba las manos como loca! Son tan únicas y expresivas…
—Sí, pero lo que pasa es que, sabes… oh, aguarda un momento…
Priscila hizo una pausa, caminó de puntillas hacia la puerta de la cocina y la abrió.
—¡Annabelle! Me pareció escuchar un sollozo. ¿Estabas escuchándonos?
—L-lo siento. V-vine a decir buenas noches, y escuché a K-ken hablando y que m-mencionaba mi nombre.
—Pero ¿por qué lloras? —preguntó Priscila, mientras ambas subían por la escalera para evitar que Belle pasara un momento embarazoso—. ¿Está todo bien?
—Sí, todo está bien. Es s-solo que… las cosas que dijo Ken m-me pusieron tan contenta que no puedo p-parar de llorar.
—Eso es hermoso, mi amor —dijo Priscila—. ¿Y qué dijo de tus supuestas «manos como manoplas»?
—No sé… a-algo como que son únicas y… ¿qué palabra usó?
—Expresivas —dijo Priscila, mientras tapaba a Annabelle en su cama de caja de zapatos—. Él quiso decir que tus manos se movían de un modo muy interesante para enfatizar lo que decías.
Annabelle se durmió esa noche con una sonrisa y con un corazón agradecido no solo por sus manos, sino por la manera en que la fábrica la hizo.
Y al día siguiente, con mucha determinación se sirvió una gran porción del delicioso risotto que preparó Kayla.
Texto: Gilbert Fenton. Ilustración: Jeremy. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021