Annabelle se asomó al cuarto para huéspedes de la mansión Kessler y quedó boquiabierta. Encima de una montaña de equipaje, estaba tirada de costado una enorme arca de Noé abierta con casi todo su contenido desparramado por el suelo.
—¡Kayla, ven rápido! —susurró—. ¡Y shhh, no quiero que se despierten!
—¡Vaya! —dijo Kayla—. Esa es mucha compañía. Deben estar todos los peluches que existen. ¿Pero por qué están todos durmiendo?
—Erin, Juliet y sus dos niños acaban de viajar por toda Europa —dijo Annabelle—. Esta es su hora de dormir… ellos lo llaman desfase horario.
—Tiene que ver con el reloj biológico —agregó con autoridad—. Aparentemente.
—No, para mí no —ululó una voz, seguida de un aleteo, y un ave voló desde el arca—. Me llamo Oli: Oli, la lechuza ululata.
—Hola —dijeron las muñecas, tomando educadamente su ala extendida para saludarla.
—Para ellos está bien —prosiguió la lechuza—. Ellos pueden cerrar los ojos y dormirse en cualquier momento, sea de día o de noche. No les importa nada. Pero se supone que yo debo ulular y quedarme despierta durante la noche y dormir durante el día. Pero ahora el horario está cambiado, de modo que estoy despierta durante el día como todos los demás. Esto va a causar estragos a mis requisitos de sabiduría.
—¡Vaya! —dijo Annabelle—. Pero ¿a qué se debe?
—Lo que pasa es que yo necesito el silencio de la noche para escuchar bien. Solo hemos estado aquí unas horas, y con todo el barullo del día, casi ni puedo escuchar mis pensamientos.
—Hmmm —dijo Annabelle pensativamente—. Tendremos que hacer algo al respecto. Tal vez le podemos pedir algún consejo a Ángela. Ella siempre se está asegurando de que nos tomemos un tiempo para estar en silencio, aun si el día es un poco ajetreado debido a algún cambio en la rutina.
—Bueno —dijo Oli—. Mi rutina ahora está totalmente perdida. ¿Dormir de noche? ¿Qué lechuza hecha y derecha haría semejante cosa?
—Creo comprender lo que quieres decir —dijo una voz detrás de ellos.
—Hola, Bruno —dijo Annabelle—. Te presento a Oli.
—Espero que no les importe que me meta —dijo Bruno—. Es que yo, siendo un oso que viene del trópico, ya no puedo tener mi época de hibernación en invierno como antes. Es una lata.
—Bueno, bueno, Bruno —dijo Kayla—. Recuerda que no debes quejarte.
—Es cierto. Pido disculpas. Pero si alguna vez deseas hablar de esto, Oli, me encantaría darte algunos consejos.
—Gracias. Si alguna vez estoy levantada durante el día y necesito compañía, ya sabré a quién acudir —dijo Oli.
Había movimiento en la pila de cosas y una vocecita preguntó con quién hablaba Oli.
—Un oso y un par de muñecas, vecinas del otro dormitorio —contestó Oli—. Ven a conocerlos.
Ante esta sugerencia, una blanquísima osezna polar que llevaba un moño rosado alrededor de su cuello se apareció. Bruno contuvo su aliento y tragó saliva, y sus ojos se volvieron desorbitados.
—Hola —dijo la osa polar tímidamente—. Me llamo Alba Blanca. Soy la hija de la Dama Constanza Blanca.
—Hola, Blanca. Soy Annabelle.
—Kayla.
—B... B... B... Bruno.
—¡Annabelle! ¡Kayla! ¡He notado que no ordenaron la casa de muñecas en todo el día!
—Es Ángela —dijo Kayla—. Debemos irnos. Fue muy agradable conversar contigo, Oli, y contigo también, Alba. Esperamos que todos ustedes puedan volver a su horario habitual muy pronto.
—Gracias —dijo Oli—. De todos modos, supongo que si me pongo a volar vigorosamente, me cansaré lo suficiente como para dormir bien hoy.
Ululando, Oli salió volando por la ventana, dejando a Bruno contemplando intensamente los brillantes ojos de Alba.
—¿Sabes algo? —susurró la osa polar con una sonrisita pícara—. En esa bolsa, ahí mismo, hay algo que sabe tan bien que no lo podrás creer.
—¿Es miel?
—Claro que no. Todo oso come miel.
—¿Sirope?
Alba le indicaba que no con la cabeza.
—No, no. Es aún mejor. Ven.
Bruno y ella treparon por una bolsa que yacía abierta contra la pared.
—Prueba esto —dijo Alba, mientras con su pata le acercaba un frasco que acababa de destapar.
—Mmmm —dijo Bruno relamiéndose.
Alba sonrió.
—Delicioso, ¿no es cierto?
—Sí —dijo Bruno, metiendo su pata nuevamente en el líquido espeso, marrón oscuro—. ¿Qué es?
—Melaza.
—Jamás escuché hablar de esto.
—¡Ah, es de lo más común en Europa! —dijo Alba—. Cuidado, lo estás derramando por todas las demás cosas que hay en este bolso.
—¡Alba! ¿Qué demonios estás haciendo?
Alba se quedó helada cuando, al levantar la vista ella y Bruno, vieron la enojada cara de una osa polar adulta.
—¡M… mamá! Creí que estabas dormida.
—Estás haciendo un desastre. Erin y Juliet se pondrán furiosas. ¿Y quién es él?
—Se llama Bruno. También es un oso.
—Ya me doy cuenta de eso —refunfuñó la mamá—. Pero es un oso marrón.
—¿Es eso un problema, mami?
—Ninguna hija mía hará amistad con un oso marrón.
—Pero mami, nos acabamos de conocer y es tan amable.
—No quiero escuchar más. Sal de ese bolso de inmediato, límpiate las patas y dile adiós a tu amigo marrón.
Con lágrimas en los ojos, Alba salió del bolso, se despidió de Bruno mientras salía del dormitorio, y siguió a su mamá de vuelta al arca.
Un par de fuertes golpes sonaron en la puerta de la habitación de Puppendorf, y antes que nadie pudiera decir ¡Pase!, se abrió la puerta con fuerza y entró la Dama Constanza Blanca con un pequeño papel en la mano, y lo sacudió delante de la cara de Annabelle.
—¿Sabes lo que es esto? —interrogó Dama Blanca.
—Parece un trozo de papel —dijo Annabelle con cierto rasgo de boba insolencia que hizo que los demás miembros de Puppendorf tuvieran que reprimir las risotadas.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Ángela soñolienta—. Es hora de la siesta y estoy muy cansada.
—Supongo que tú estás encargada de este basural —dijo Dama Blanca—. Entonces tendré que tratar este tema contigo.
—¿Qué tema?
—Lee esto.
Ángela tomó la nota, la leyó y sonrió.
—Qué tierno —dijo.
—¿Tierno? —explotó Dama Blanca.
—Shhh —susurró Ángela—. Algunos de nosotros estamos tratando de dormir la siesta. Sí, tierno.
—¿Una melosa nota de amor de tu amigo oso marrón a mi Alba te parece algo tierno?
—No es exactamente una nota de amor —dijo Ángela—. Lo único que dice es cuánto aprecia su compañía y que le gustaría estar más tiempo con ella.
—Entonces ¿qué hacen estas X y este gran corazón al final de la nota?
—Esas X son besos y el corazón es como…
—Precisamente. Yo llamo a esto una nota de amor. Él no sabe qué es el amor. Y, dicho sea de paso, ¿dónde está?
—Bruno seguramente está tomando una siesta en el Bosque Mágico —dijo Ángela—. Prefiere estar ahí afuera.
—Sinceramente, creo que es tierno que él y Alba puedan ser amigos, señora —agregó Doris—. Él ha estado bastante solo últimamente.
—¡Solo! —refunfuñó Dama Blanca—. Él no sabe lo que es la soledad.
—¿Puedo preguntar por qué está usted tan en contra de que Bruno tenga algo que ver con Alba? —quiso saber Ángela.
—Porque es marrón y de una clase social baja, y mi hija es una osa polar de pura raza. Jamás funcionaría.
—¿Por qué no? —dijo Priscila—. Hay una pareja que vive más abajo, Catalina y Edgar; ella es blanca y él es marrón. Son de lo más simpáticos.
—Y se aman mucho —agregó Ángela.
—Pffff. ¿Y suponiendo que Alba se case con Bruno y tengan cachorros? —dijo Dama Blanca—. Ése sería el final de nuestra estirpe.
—¿Sería muy terrible que no fueran blancos? —preguntó Doris.
Dama Blanca rezongó y le arrancó la nota de la mano a Ángela.
—Quiero que quede muy claro que estoy en contra de que mi hija y tu amigo marrón continúen viéndose. Está decidido.
Dicho esto, Dama Constanza Blanca salió hecha una furia, dando un portazo.
—Las Bimbo se esforzaron mucho por preparar una cena baja en calorías para nosotros, Bruno —dijo Ángela, mientras ella y los demás miembros de Puppendorf se colocaban alrededor del juego de té frente a la cabaña de las Bimbo—. Tal vez no sea de tu preferencia, pero al menos puedes mostrarte alegre.
—Sí —dijo Bárbara Bimbo—. Te has estado quejando bastante estos dos últimos días. ¿Te duele la cabeza?
Bruno lo negó.
—¿No has dormido suficiente? —preguntó Beverly.
—Durmió un montón —djo Kayla—. Yo creo saber lo que le pasa.
—Ni lo menciones —dijo Annabelle—. Déjame adivinar… ¿Es Alba?
Bruno bajó la cabeza sin decir palabra.
—¿Quién es Alba? —preguntó Bárbara.
—Es la hija de Dama Constanza Blanca, la osa polar.
—Aaahhh. Despertando al mundo, por lo que veo —dijo Beverly—. Ella es muy bonita, aunque tal vez un poco rellenita.
—Pero nosotras podemos trabajar en eso con ella —dijo Bárbara.
—Se supone que los osos son rellenitos —dijo Ángela—. A menos que estén muy enfermos.
De repente se abrió la puerta, despertando a todos los habitantes de Puppendorf; solo que esta vez no se trataba de Dama Constanza Blanca. Era su hija Alba, que lloraba desconsolada. Bruno se levantó de un salto de su caja de cartón. Annabelle, quien había pasado la noche en el piso por haberse caído de la litera de Priscila, se restregó los ojos.
—Buenos días, Alba —dijo, soñolienta—. ¿Qué sucede?
—Es mi mamá. No estuvo en casa en toda la noche. Nadie sabe dónde está. Parece que salió en la noche y no regresó.
—¡Vaya! —dijo Annabelle.
Todos los de Puppendorf se despertaron sobresaltados y escucharon lo que estaba pasando.
—Podríamos enviar a Shumba a buscarla —dijo Bárbara Bimbo—. Él la encontrará enseguida.
Los ojos de Shumba se abrieron enormes y cautelosos.
—No estoy tan seguro de eso —dijo—. Jamás me he enfrentado a una osa adulta.
—¿Quién habló de enfrentarse? —dijo Bárbara—. Lo único que tienes que hacer es encontrarla. Lo harás estupendamente, lo sé. Ya sabes, en El rey de la selva tú…
—Y si no, podría hacerlo Curioso —añadió Annabelle apresuradamente, pues notó que Ángela se levantaba de la cama—. Él podría intentarlo.
—Podría salir a olisquear —dijo Curioso—. Estoy seguro de que podré descubrir dónde está.
—¿Crees que se habrá metido en algún lío? —preguntó Alba.
—No sé en qué clase de problemas se podría meter por aquí —dijo Bárbara con sarcasmo—, en vista de que no hay machos de oso polar paseando por las selvas.
—Vamos, Barbie —digo Ángela—. No te desubiques.
Bárbara se encogió de hombros y lánguidamente1 empezó a cepillarse el cabello.
—Iré yo —dijo Bruno, y todas las miradas se posaron sobre él.
—¿Tú? —dijo Beverly.
—Tengo buen olfato cuando se trata de otros osos —dijo.
—¿Incluyendo osos polares? —preguntó Alba.
Bruno lentamente movía su cabeza de lado a lado.
—Eso creo. De lo contrario, oraré para hallarla.
—Eso está bien —dijo Ángela—. Es mejor que depender de tu propia inteligencia. Entonces vas tú.
Con una gran sonrisa, Bruno respiró hondo y sacó pecho. Luego, después de estirar su brazo en invitación a Alba, ella hizo lo mismo al colocar su pata sobre la de él, y ambos salieron del dormitorio hacia su misión.
—¿A dónde vamos? —preguntó Alba mientras bajaban los escalones hacia el sótano.
De repente, Bruno empezó a olfatear el aire.
—Tengo un presentimiento… sí, es un oso. Pero está mezclado con otra cosa.
—Está oscuro aquí abajo —notó Alba nerviosamente, y se aferró a Bruno.
—No te preocupes. Es solo un sótano. Aquí es donde los humanos machos hacen arreglos y trabajos manuales. Aquí guardan muchas herramientas.
—¿Pero qué haría mi mamá aquí abajo?
Bruno se encogió de hombros y siguió olfateando.
—¡Allí! —dijo de pronto, y se arrastró hacia una esquina—. ¿No es esa la enorme jarra de melaza que estaba en el bolso?
Alba asintió.
—Parece melaza —dijo, olisqueando unos manchones marrones pegados en el suelo—. Pero no huele como tal, para nada.
De pronto la luz del sótano se encendió y Bruno y Alba se metieron detrás de una bolsa de cemento.
—Entonces tú toma aquella jarra de creosota —se escuchó que decía un señor mayor—. Y yo me aseguraré de que las brochas estén bien limpias.
—Claro —dijo otro hombre que sonaba más joven—. ¡Vaya! Parece que uno de los niños tiró un oso de peluche aquí.
—¡Oh, no! —susurró Alba—. ¡Es mi mami!
—Está completamente estropeado —dijo el más joven—. Lo arrojaré a la basura.
Alba rompió a llorar y Bruno le hizo señas de que ahogara su llanto.
—Déjalo al lado de la puerta —dijo el hombre mayor mientras subía la escalera—. Nos encargaremos de eso luego. Ahora debemos terminar de pintar la cerca.
Cuando las voces de esos dos hombres cesaron, Bruno y Alba corrieron hacia donde estaba la mareada Dama Blanca, quien los reconoció con una débil sonrisa.
—¡Oh, mami! Estás llena de esa horrible cosa. ¿Qué pasó?
—Nos lo puede contar después, señora —dijo Bruno, cargándola sobre su lomo—. Ahora debemos sacarla de aquí.
—Oh, Dios mío —susurró roncamente Dama Blanca—. Espero no tener que ir a una de esas infernales máquinas de lavar. Es una tortura.
—Bueno, eso es mejor que terminar siendo arrojada al tacho de basura, mami —dijo Alba—. Gracias a Dios que te encontraron. Hasta podrías haberte ahogado.
Con casi la mayoría de los miembros de Puppendorf observando la operación, la Dama Constanza Blanca se quejaba del espumoso champú que le hacía arder los ojos mientras Priscila procuraba con paciencia quitarle los restos de creosota pegados en su piel.
—Y ahora no me irás a colgar con un gancho de ropa de las cuerdas para secarme, ¿no? —rogó Dama Blanca—. Antes de llegar aquí, los humanos me hicieron eso después de arrojarme en la lavadora. Es como ser torturada o algo parecido.
—Tal vez no sea necesario si te secamos con una toalla —dijo Priscila calmadamente.
—¿Pero acaso no tiene una etiqueta que dice Lavado a máquina o algo parecido? —preguntó Bruno.
—La tuve —dijo Dama Blanca—, pero le pedí a Alba que me la cortara. No quise darle a esos humanos ninguna idea rara. El problema fue que lo hicieron de todos modos.
—Bueno, si somos fieles en lavarnos todos los días —dijo Annabelle—, podemos evitar tener que pasar por eso.
—Yo mantengo mi blanca piel impecable, para que sepas —dijo Dama Blanca—. Es una vergüenza que un oso polar esté sucio, algo que le he tenido que recordar a mi querida Alba en varias ocasiones en que se olvidó de su higiene.
—¡Mami! —se quejó Alba.
—Bueno, pudimos sacar casi todo, ya —dijo Doris, luego de secar vigorosamente a la afligida osa con una toalla—. Pero me parece que quedará marrón hasta que se vaya desgastando el color.
—¡Oh, Dios mío! —se asustó Dama Blanca—. ¿Marrón?
—Lo siento, pero hice todo lo que pude —dijo Ángela—. Igual es un lindo tono de marrón claro.
—Hasta se ve bastante lindo, si quieren que les diga la verdad —dijo Bruno—. Al Señor Blanco le gustaría, estoy seguro.
—El Señor Blanco jamás lo verá —dijo Dama Blanca con una cortante tristeza.
—Esa creosota es muy fuerte —dijo Ángela para romper el incómodo silencio que se creó—. ¿Qué creyó que era?
—Melaza —contestó Dama Blanca tímidamente.
—¿Qué es eso? —preguntó Doris.
—Como un sirope muy oscuro —dijo Priscila.
—Sea lo que sea —dijo Annabelle—, parece que sabe delicioso, ¿no es cierto?
Dama Blanca asintió.
Después de un golpecito en la puerta del dormitorio de Puppendorf y de una invitación a pasar, la puerta se abrió lentamente. Era Dama Constanza Blanca.
—¿Es este un buen momento? ¿Interrumpo algo?
—No, no, para nada —dijo Ángela, dejando una revista a un lado y levantándose de su silla en el rincón—. Todos duermen. Debemos susurrar.
—Bueno —dijo Dama Blanca después de intercambiar unas palabras con Ángela sobre el día—. Debo confesar que este trauma de la creosota me enseñó unas cuantas lecciones. O, para decirlo directamente, me hizo despertar.
Ángela asintió.
—Lo que pasa —siguió diciendo—, es que juzgué mal a Bruno. Tiene un corazón de oro. Su aguante y conducta durante esta terrible experiencia fue verdaderamente admirable. Un esfuerzo digno de ser reconocido.
A Dama Blanca se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Clarence… bueno… el Señor Blanco hubiera estado muy orgulloso, y estoy segura de que hubiera dado su consentimiento… digamos… su bendición para que mi hija y el joven Bruno fueran amigos.
—Es tan amable de su parte, señora —dijo Ángela, mientras le alcanzaba un pañuelo.
—Por eso quiero reiterar que estoy totalmente de acuerdo, por lo que doy mi consentimiento para que Alba y Bruno sigan con su amistad. Y Bruno es bienvenido a unírsenos y participar en cualquier actividad que se lleve a cabo en el arca.
—Gracias, señora —dijo Ángela—. No sabe cuánto significará eso para Bruno. Él ha sido uno de los miembros de Puppendorf de más confianza.
—Estoy segura de eso —dijo Dama Blanca—. Por favor, pásale a él los mejores deseos de mi parte, junto con mis disculpas.
—Desde luego que lo haré, señora. Y usted, por supuesto que es bienvenida a unírsenos a la hora del té, donde habrá mucha melaza, cortesía de Erin y Juliet.
Nota a pie de página:
1 lánguido: sin energía: falta de vigor y energía
Texto: Gilbert Fenton. Ilustración: Jeremy. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021