Rincón de las maravillas
Puppendorf 01: Shumba el Terrible
miércoles, mayo 12, 2021

Prefacio

¡Hola, niños! O bonjour o bom dia como dirían en Brasil. Quizás ahora mismo te encuentras en la cama leyendo este relato, por lo que sería más adecuado decir buenas noches, niños (o en el idioma del país en el que vives). Como esta historia transcurre en Brasil, podría ser boa noite, tal y como se dice en portugués. Si cierras los ojos, podrás visualizar los acontecimientos que se desarrollaron como si en verdad nos trasladáramos a la espectacular ciudad brasileña de Petrópolis, a una de las mansiones que la pueblan, donde en uno de los dormitorios infantiles existe una reducida comunidad apodada Puppendorf. La palabra puppen en alemán significa muñecas y dorf quiere decir pueblo.

(Acabo de recordar, que si tú estás leyendo la historia, no podrás cerrar los ojos para visualizar el escenario, ¿verdad? Pero, no importa, a medida que vayas leyendo te lo puedes ir imaginando con los ojos abiertos.)

Pero, ¿por qué no lo llamamos mejor muñequero o algo así, en castellano? ¿Por qué ponerle un nombre en alemán? Bueno, tal vez debería ponerte en antecedentes de la familia que reside en dicha mansión.

El matrimonio compuesto por el Sr. Albert y la Sra. Sandra Kessler pertenece a un equipo de investigación norteamericano y tienen tres hijas: Ángela de doce años, Doris de nueve, y la más pequeña, Priscila, de siete años. Con ellos convive Dorotea Klaus, la institutriz de las niñas, que por cierto es alemana. Ella fue la que bautizó a la comunidad de muñecas y peluches con el apodo de Puppendorf.

La familia también cuenta con una cocinera brasileña llamada Rebeca, y con María Luz, que trabaja de criada. Y en una casita ubicada en un extremo de la propiedad vive Josué, que es el chófer y además hace de jardinero.

Todos sabemos que a los niños les encanta jugar a imaginar cosas, ¿verdad? Así que, no olvidemos antes de entrar en Puppendorf que todo lo que ocurre allí es fruto de la imaginación de Ángela, Doris y Priscila, y que nosotros también vamos a jugar a imaginarlo.

Todos estos eventos cobran vida, al igual que las muñecas, cuando aplicamos las lecciones que vamos aprendiendo en la vida. ¿Sabías que muchos niños acudían a Jesús cuando estaba en este mundo, y la mayoría, sobre todo las niñas pequeñas, probablemente llevaban consigo una muñeca o un peluche? Claro que, en ese tiempo, los peluches estaban rellenos de paja y no estaban tan bien hechos ni eran tan realistas como los de ahora, pero para muchos niños eran juguetes que atesorar. Imagínate al Señor tomando uno de esos muñecos para enseñarle una lección importante a un niño o a las personas que lo rodeaban, tal y como hizo cuando puso por ejemplo a un pequeñito que tenía la clase de fe que se requiere para entrar en el reino de los cielos.

Bueno, niños, que disfruten de su visita a Puppendorf y aprendan de los relatos de Annabelle (la muñeca navideña), Kayla (la muñeca brasileña), Bárbara y Beverly Bimbo (las barbies), el perro Curioso, el oso Bruno y Shumba el cachorro de león.

*

Puppendorf estaba patas arriba, todo un hervidero de actividad. Bárbara y Beverly Bimbo no dejaban de acicalarse y emperifollarse delante del espejo, mientras Kayla se pintaba las uñas llena de frenesí. Annabelle, a su vez, intentaba peinarse la revuelta melena de cabello acrílico.

Por su parte Curioso, el sabueso, con aspecto sombrío se hallaba sentado en un rincón lamiendo su plato vacío.

—Vaya vida de perros —cavilaba.

—Me he enterado que Shumba es un cazador increíble —exclamó Bárbara Bimbo mientras cepillaba su larga melena rubia.

—Yo también he escuchado lo mismo —cuchicheó Beverly Bimbo mientras se hacía una trenza con su larga cabellera oscura—, y no solo de ratas y ratones. Y además no persigue gatos únicamente.

—Y eso no es todo —replicó Kayla mientras admiraba sus uñas—, él tiene las pilas puestas. ¡Es un rayo! No un lento papanatas.

—Y parece que es... —dijo Annabelle, haciendo hincapié en una palabra que acababa de aprender— un magnífico protector. Ya me entiendes, de los que espantan a los ladrones y malvados.

—Y no solo ladra —añadió Bárbara.

—No —agregó Beverly—. ¡Ruge!

—Tremendo —respondió Annabelle.

—Y además, ha participado en una película —comentó Bárbara—, en «El rey de la selva».

—Sí —repuso Beverly—, Ken me llevó a verla. Es muy chévere.

—¿Y cuándo llega? —preguntó Kayla.

—Mañana —contestó Annabelle—. Se supone que llega después del almuerzo... como a las 2 y cuarto, más o menos. Ángela lo consiguió en un viaje que hizo a esas grandes cataratas. Parece ser que... allí los cachorros de león son muy baratos.

—Vaya —exclamó Bárbara Bimbo—, pues vayamos allí.

—Eso no es tan fácil —replicó Beverly—, a menos que alguna de las chicas te lleve dentro de su maleta. Ángela se llevó a su oso Bruno.

—Y entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó Bárbara.

—¿Acaso te puedes comparar y competir con un peluche al que se puede abrazar? —inquirió Beverly.

—Supongo que no —contestó Bárbara—. Nosotras —me refiero a ti y a mí— solo encajamos en la categoría de la moda, de que nos cambien de vestido un millón de veces.

—Bueno, en el peor de los casos, Ken puede llevarnos en su auto hasta allí —dijo Beverly— y lo haría en un instante.

Kayla hizo un aspaviento con los ojos.

—Claro, ¡con la manera en que conduce!

—Curioso, ¿tú qué opinas de todo esto? —preguntó Annabelle, un poco preocupada de que su amigo canino no participara de toda la emoción y algarabía.

—No sé —murmulló Curioso—, ¿de qué habláis exactamente?

—De la categoría en que encajamos. ¿Tú eres de los peluches que una niña querría llevarse de viaje o con el que dormiría abrazada?

—No creo —respondió Curioso malhumorado—, normalmente me paso el tiempo en la repisa junto con otro montón de Curiosos. Curioso con gorro de Papá Noel, Curioso vestido de ranger de Texas, Curioso el rapero con gafas de sol y gorra de béisbol. De todos los tipos.

—Me parece que así recibes mucha atención —dijo Bárbara Bimbo—. Estando arriba de una repisa. Es más de la que recibimos nosotras... me refiero a Bev y a mí.

—Supongo que es porque cuando juegan con nosotras no podemos mantenernos de pie —añadió Beverly—, les cuesta mucho ponernos en una posición erguida.

—Eso es porque tenéis las piernas muy largas y delgadas, y la cabeza demasiado grande —replicó Kayla—, no podéis mantener el equilibrio.

—Bueno, bueno —dijo Curioso—, quiero decir que yo no recibo tanta atención personal.

—Gracias a Dios que eres el único Curioso que tenemos cerca —afirmó Annabelle— desde que nuestras dueñas regalaron a muchos de nosotros a esa obra de caridad... ¿cómo se llamaba?

—Un bazar —contestó Kayla en tono autoritario.

—Exacto —recalcó Annabelle.

—Pero de esa forma perdí a muchos amigos —dijo Curioso—, me refiero a otros perros.

—Todavía puedes relacionarte con Diggity Dawg —afirmó Bárbara Bimbo.

—Sí —masculló Curioso—, si es que anda por aquí, pues se la pasa siempre de un lado para otro.

—Bueno, pero de todas formas —siguió diciendo Annabelle—, ¿qué te parece la llegada de Shumba? Chévere, ¿verdad?

Curioso resopló y sacudió lentamente la cabeza, luego volvió a lamer su plato vacío.

—¿Qué ocurre, Curioso? —preguntó Kayla un tanto preocupada.

Curioso exhaló un profundo suspiro y dirigió una mirada astuta hacia los rayos de sol que se colaban a través de las persianas del dormitorio.

—Creo... —comenzó a decir tras carraspear para aclararse la garganta— que hay unas cuantas cosillas que debéis saber sobre ese maravilloso Shumba...

*

—¡Hola a todos!

—Nadie respondió al alegre saludo de Ángela.

—¿Hola?

Ángela alzó el edredón y echó un vistazo a la penumbra que había debajo de su cama.

—¡Kayla! ¿Qué haces aquí debajo de la cama? Siempre estás en la casita de muñecas.

Kayla echó un vistazo furtivo a su alrededor y preguntó: ¿Está él por aquí cerca?

—¿Quién?

—Shumba.

—Eh... sí. Y yo esperaba presentarle a sus nuevos compañeros de juego. Me he dado cuenta de que no han colocado el juego de té, el apartamento de las hermanas Bimbo está hecho un desastre y además, no hay nadie en la casa de muñecas. ¿A qué se debe todo esto?

Kayla soltó una tosecilla nerviosa y se mordió sus uñas recién pintadas.

—¿Qué sucede? —preguntó con tono exigente Ángela.

—N-no —Kayla tartamudeó—, es solo que...

En ese instante, Doris y Priscila entraron en la habitación. La emoción embargaba sus rostros.

—¿Qué pasó con el cálido recibimiento? —preguntó Doris.

Ángela se encogió de hombros.

—No tengo ni la más mínima idea. Parece que Annabelle y los demás se han escondido.

—Ya llegaron los humanos —susurró Annabelle con cautela a Bárbara y Beverly mientras echaban un vistazo desde una caja de zapatos ubicada arriba del armario.

—¿Y trajo a Shumba? —preguntó Bárbara.

—Parece que sí. Viene dentro de un envoltorio de plástico —contestó Beverly.

—Esperemos que no lo abra —comentó Annabelle—, o terminaremos echas trizas.

—Lo dirás por ti —replicó Bárbara—, nosotras... me refiero a Beverly y a mí... estamos hechas de vinilo, como Kayla.

Y por cierto, ¿de qué está hecho Shumba? —preguntó Bárbara.

—Oh, pues no lo sé —respondió Annabelle—, seguramente del mismo material que Bruno. De algún tipo de paño marrón y rizado.

—Entonces, ¿por qué estamos tan preocupadas? —inquirió Beverly.

—¡Porque parece ser que... a Shumba le encanta también comer vinilo! —gimió Annabelle.

Bárbara mandó hacer silencio poniéndose un dedo en los labios.

—¡Shhhh! Bajen la voz.

De repente la caja se sacudió y el rostro de Ángela apareció sobre las muñecas que quedaron petrificadas.

—¿Qué estáis haciendo aquí? ¿Acaso no os habéis enterado de que ha llegado un nuevo miembro a nuestra familia?

Annabelle, Bárbara y Beverly asintieron con la cabeza. Estaban muy nerviosas.

—Vaya, lo menos que podéis hacer es que se sienta como en casa. Por cierto, ¿dónde está Curioso?

Las muñecas se miraron entre sí y luego se encogieron de hombros.

—Es igual —repuso Ángela con brusquedad mientras cogía a las tres muñecas y las sentaba en fila, junto a Kayla, encima de la cama—. Con Curioso o sin él, vamos a celebrar una pequeña fiesta de bienvenida para el nuevo miembro.

Doris colocó el juego de té sobre la mesa y Priscila le pasó un par de tijeras a Ángela, que a continuación procedió a abrir el envoltorio de plástico que rodeaba al ansioso Shumba. Las muñecas sentadas sobre la cama se pusieron rígidas y se apretujaron las unas contra las otras.

—¿Qué pasa? ¿Qué es todo esto? —dijo Doris. Anoche cuando Pris y yo anunciamos que Ángela traía a Shumba, el cachorro de león, estabais muy emocionadas y contentas.

—Lo sé, es solo que... —comenzó a decir Annabelle. Luego se le escapó un grito cuando Ángela colocó a Shumba sobre la cama.

Shumba olisqueó el aire y se agachó con cautela.

—Está a punto de saltar —chilló Kayla.

—No, claro que no —explicó Ángela—, lo que pasa es que no entiende por qué estáis tan asustadas.

—Vaya desastre de bienvenida —dijo Priscila—. Shumba debe sentirse fatal.

—¿Qué esperas que hagamos? —Contestó Bárbara—. Peor nos sentimos por la probabilidad de que nos coma vivas.

—¿Y qué te hace pensar eso? —Preguntó Doris mientras Shumba se relajaba y comenzaba a revolcarse sobre el edredón mientras sonreía a las muñecas—. Mira, solo quiere entablar amistad.

—Sí. Ahora mismo está muy amistoso —afirmó Beverly—, espera a que nos vayamos a dormir y nos convierta en su aperitivo nocturno.

—Eso es terrible —contestó Ángela—. ¿De dónde sacaron esa idea?

—Fue Curioso —replicó Bárbara—, él nos dijo que...

—Curioso —interrumpió Priscila—. Por cierto, ¿dónde está él?

—Caramba —añadió Doris—, ni siquiera me había dado cuenta de que no estaba aquí.

—Me parece que ese ha sido el problema —susurró Beverly.

—Quizás bajó a saludar a Bruno —comentó Priscila—, son muy buenos amigos. O habrá salido con Diggity Dawg.

—¿Y dices que fue Curioso quien te contó eso? —preguntó Ángela.

Bárbara, Beverly y Kayla miraron con expectación a Annabelle, que decidió que le tocaba a ella dar las explicaciones.

—C-curioso nos dijo —explicó— q-que... que... Shumba era muy malvado, que iba a atacarnos y comernos por la noche.

Ángela se dirigió hacia el dormitorio.

—¡Curioso! —Gritó desde las escaleras—. ¡Sal de donde estés y ven aquí ahora mismo!

Silencio total. Nadie respondió.

—¡Si no me obedeces, te perderás tu hueso de la cena!

De pronto, Ángela escuchó un gemido que procedía del armario de la ropa de cama. Allí, tras la puerta entreabierta se veía un cachorrito que la observaba con rostro lastimero.

—¿Qué es eso que escucho? Historias terroríficas sobre Shumba. Vamos.

*

—...y eso fue lo que pasó —terminó de narrar Curioso muerto de vergüenza. Se hallaba sentado en el suelo, rodeado de Ángela, Doris y Priscila, las cuatro muñecas y Shumba, que no salía de su asombro.

—Supongo que me puse celoso de que las chicas se la pasaran hablando de Shumba y de que él había participado en una famosa película.

—Mira, Curioso —dijo Priscila con expresión seria—, tal vez tú no hayas participado en una película importante, pero tu retrato ilustra tazas de café y tarjetas de cumpleaños.

—Y te adoran chicos de todo el mundo —afirmó Doris—, tú les has hecho reír y no te temen.

—Eso es más de lo que pueden decir de mí —masculló Shumba soltando una risita.

—Y posees mucha más experiencia —añadió Ángela—, me refiero a que hace cincuenta años que eres famoso.

—Y no has envejecido ni lo más mínimo (ni un ápice) —convino Bárbara.

—Así es —repuso Beverly—, no te ha sucedido lo que a muchos otros perros.

—Con todos esos años ya estarían muertos hace tiempo —agregó Kayla.

—Así que te disculpas ante todos los presentes —dijo Ángela—, y cuando Bruno suba podemos orar por la primera noche que Shumba va a pasar entre nosotros, ¿les parece bien?

—¡Sí! —respondieron al unísono todos los demás.

*

Bueno, niños, les encantará saber que al poco tiempo, Curioso y Shumba se convirtieron en los mejores camaradas del mundo. Shumba le enseñó a Curioso a cazar y abalanzarse como un león, y Curioso adiestró a Shumba en el arte de enterrar huesos.

Y las muñecas —Annabelle, Bárbara, Beverly y Kayla— aprendieron a apreciar más a Curioso y a tener más tacto cuando ensalzaban las virtudes de un tercero delante de él; y por supuesto, nunca más se olvidaron de encomiar las virtudes que admiraban en él.

Y Curioso aprendió a no ponerse celoso de los elogios ajenos.

Texto: Gilbert Fenton. Ilustración: Jeremy. Diseño: Roy Evans.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021
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Etiquetas: relatos para niños, puppendorf, respeto y exceso de familiaridad