Nana, de 10 años, estaba teniendo una mañana difícil. Le había preparado un regalo muy especial a su profesora, la Srta. Marisa. Era una pulsera de cuentas que había hecho solita. Escogió un diseño de flores doradas y azules en un libro de manualidades que había tomado de la biblioteca y la fue haciendo por las tardes y los fines de semana. Pero ahora no la encontraba ¡y la fiesta de cumpleaños de la Srta. Marisa era esa misma tarde!
—¿Has visto la pulsera que hice para la Srta. Marisa? —le preguntó a Carlos, su hermano, mientras revisaba la sala, por si quizás se le había caído al suelo—. La tenía aquí hace unos momentos...
—No, no la he visto —respondió Carlos, disculpándose.
—¿Qué hago? —Se preguntó Nana—. No tengo nada que ofrecerle a la Srta. Marisa, y quería darle algo especial en su cumpleaños —ya empezaba a sentirse triste—. Todo el mundo le va a dar algo lindo y yo seré la única que no tendré nada que ofrecerle.
—Nana —dijo una voz.
Pero Nana estaba tan ocupada buscando entre las cosas amontonadas en su pupitre como para escuchar la suave voz que le hablaba.
—Nana —volvió a sonar aquella voz.
—La acabo de ver hace un momento… ¡A lo mejor una de mis hermanas me la quitó!
Nana se sobresaltó ante esa posibilidad, pensando que sería muy poco amoroso robar algo que ella había hecho con tanto empeño.
—Nana.
Nana se detuvo al escuchar aquel susurro. Esa vez se detuvo, fue a su habitación y le preguntó a Jesús si tenía algo que mostrarle.
—Mi preciosa Nana —le dijo Jesús—, por supuesto que sé dónde está la pulsera. Lo veo todo, pero necesitas ir más despacio y escuchar Mi voz. He estado tratando de que me prestes atención.
—Ah, claro —pensó Nana—, he estado completamente distraída con el regalo y pensando en decorar los cupcakes que llevaremos a la fiesta esta tarde.
—Lo sé, y por eso permití que se te perdiera. Es que quería pasar unos momentos contigo, pero sabía que estarías tan ocupada hoy que te resultaría muy difícil venir a Mí por tu cuenta, así que permití que sucediera algo que te empujaría a acercarte a Mí.
Nana sonrió. Era una gran sonrisa que nació en su corazón y le recorrió todo el cuerpo hasta la punta de todos sus dedos.
—¿A veces tienes tantas ganas de pasar un rato conmigo que por eso permites que me ocurran contratiempos?
—Me encanta estar contigo. Pero a veces el único momento en que te quedas quieta y me escuchas es cuando sucede alguna dificultad y acudes a Mí en busca de ayuda. A veces es por eso que permito que te surjan problemas, para que dejes todo lo demás y te acerques a Mí.
Nana se olvidó por unos minutos del regalo que había perdido y de todo lo que iba a hacer. Tenía la tranquilidad de que Jesús sabía dónde estaba el brazalete y le dio las gracias por ayudarla a pasar unos momentos con Él gracias a la pérdida.
—A mí también me encanta pasar tiempo contigo, Jesús —pensó—. Es solo que a veces estoy tan ocupada que me olvido.
—Lo entiendo. Y ahora que ya tengo tu atención, te mostraré donde está tu regalo.
Nana regresó a la sala, y conforme Jesús guiaba sus pensamientos, levantó una pila de cartas que habían colocado sobre la pulsera, ¡y la descubrió!
Más tarde, ese mismo día, les contó a sus hermanos menores la anécdota de la pulsera.
—¿Se dan cuenta?, la pude haber encontrado por mi cuenta, pero seguramente me habría tomado mucho más tiempo. Además, de no haberme detenido a escuchar a Jesús, no habría pasado esos momentos especiales con Él.
Texto: R.A. Watterson. Ilustración: Leila Shae. Diseño: Roy Evans.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021