¡Faltaban solo dos días para Navidad! Pero la emoción ya embargaba el hogar de Emilia, de siete años, y de Tomás, su hermano de ocho años.
Su papá, el Sr. Jiménez tuvo que abandonar su trabajo en las minas de carbón debido a su delicada salud, y tampoco la Sra. Jiménez contaba con un trabajo estable. Ahora, los cuatro miembros de la familia vivían de la pensión de invalidez de su padre, que resultaba insuficiente para cubrir las necesidades de una familia así. Aunque la mamá ganaba algo de dinero extra zurciendo y arreglando ropa, apenas les llegaba para comer. Parecía que tendrían que olvidarse de su acostumbrada cena navideña, y por supuesto no podrían permitirse ningún regalo.
Emilia tenía la esperanza de recibir una muñeca que había visto en el escaparate de una tienda. Y Tomás quería tener un cachorrito, pero papá le había dicho:
—Los perros comen demasiado. No podemos permitirnos tener uno. ¿Cómo vamos a poder alimentaros si tenemos un perro?
La víspera de Navidad, Tomás y Emilia pasaron la mayor parte de la tarde jugando fuera con la nieve recién caída. Esa noche, antes de cenar, la familia se reunió para confeccionar las decoraciones de su diminuto árbol navideño. Ensartaron palomitas de maíz y colgaron las tiras en las ramas del arbolito, también añadieron algunos adornos sencillos que habían guardado de años anteriores.
Siempre había sido una tradición familiar decorar juntos el árbol de Navidad en la Nochebuena. Después, a media noche, se intercambiaban regalos y cantaban villancicos mientras bebían sidra de manzana caliente especiada con canela.
Pero este año no se percibía el espíritu gozoso que normalmente acompañaba la Navidad. A la hora de cenar, la mamá presentó una humilde comida de puré de patatas y pollo asado. Durante la cena, todos estuvieron más callados de lo normal. Después recogieron la mesa y Emilia y Tomás terminaron de decorar el árbol mientras cantaban villancicos en voz baja.
Tras lavar los platos, la mamá fue a su habitación, se arrodilló junto a su cama y elevó una plegaria:
—Jesús, la Navidad es Tu día, y Tú eres lo más importante, pero estoy triste por los niños. Tú sabes con cuánta ilusión esperaban este día. ¿Qué podemos hacer? Queremos hacerlos felices. ¡Ayúdanos, por favor!
El Sr. Jiménez, que había ido a la habitación detrás de su esposa y escuchado su súplica, rezó con ella.
—Sí. Señor, muéstranos qué podemos hacer. ¡Te necesitamos!
Tras un breve silencio, la mamá se puso en pie luciendo una sonrisa.
—¡Se me acaba de ocurrir algo! —Se acercó a su esposo y entusiasmada compartió con él su idea.
Juntos subieron por la escalerilla que llevaba al desván.
En la sala, Tomás y Emilia observaban sentados su arbolito.
—Supongo que no hay mucho más que podamos hacer —suspiró Emilia—. Parece más un perchero que un árbol de Navidad.
Ese pensamiento le hizo sonreír, y de pronto, ambos estallaron en una carcajada.
—Deberíamos hacerle algún regalo a mamá y papá esta noche —dijo Tomás—. Aún faltan unas horas para la medianoche, y tiene que haber algo que podamos hacer.
Ambos permanecieron pensativos, hasta que Emilia exclamó:
—¡Ya sé! ¡Vamos, Tomás! —Se levantó y fue hacia el sótano con Tomás tras ella.
Mientras tanto en el desván, la mamá sentada ante su máquina de coser trabajaba como loca. Papá, en la otra esquina del desván tarareaba «Campanas de Belén» mientras trabajaba en su propia sorpresa.
En el sótano, Emilia y Tomás rebuscaban entre algunas viejas cajas de cachivaches.
—¡Mira Tomás! Con este papel brillante y purpurina podemos hacer una preciosa tarjeta navideña para mamá.
—Oh, chévere —exclamó Tomás, mientras sacaba una vieja tarjeta de María y el niño Jesús—. Podemos usar ésta también.
—¡Oh, sí, es perfecta! ¿Y qué podemos hacer para papá? —preguntó Emilia, emocionada.
—Bueno, podríamos arreglar este pesebre roto y colocarlo bajo el árbol. Eso le daría una sorpresa. Creo que puedo hacerlo —respondió Tomás.
El hogar de los Jiménez bullía de actividad: Tomás y Emilia en el sótano, y papá y mamá en el desván, cada uno atareado trabajando en su proyecto sin tener idea de las intenciones de los demás.
En el vecindario donde vivían los Jiménez, las luces navideñas parpadeaban en las ventanas. De todas las casas provenía un olor a pavo asado y a pastel navideño. A tan solo un edificio del hogar de los Jiménez vivía la familia Martínez. Éstos sentados cómodamente a la mesa, gozaban de una agradable sobremesa tras una abundante cena navideña. Todos los rincones de su casa lucían hermosos adornos navideños, y el muérdago colgaba sobre la puerta de entrada.
Julia, la única hija de los Martínez, sentada junto a su mamá mordisqueaba unas deliciosas galletas caseras.
—Mamá, ¿podemos hacer algo por mis amigos Emilia y Tomás? Probablemente andan un poco escasos esta Navidad.
—Como el Sr. Jiménez no puede trabajar, lo estarán pasando mal. ¿Se te ocurre algo, cariño? —preguntó la Sra. Martínez.
—Tengo una idea —dijo Julia un poco vacilante—, pero no sé qué te parecerá.
Julia le contó su idea.
—Me parece estupendo —afirmó la Sra. Martínez—. Se está haciendo tarde, así que necesitamos comenzar enseguida.
Mientras tanto, el Sr. Martínez sentado frente a la chimenea tarareaba «Blanca Navidad». Julia vino saltando desde la cocina y lo interrumpió.
—Papá, ¿puedes traer las cestas de mimbre que tenemos bajo el porche? —le pidió Julia.
—Pero, cariño, hace frío y está nevando —replicó—, seguramente tienen un montón de nieve delante. ¿Es importante?
—Oh sí, papá —contestó—, ¡es muy importante!
—Bueno, en ese caso, lo consideraré como parte de mi regalo navideño para ti —dijo alegremente mientras se ponía el abrigo y las botas.
—¡Gracias, papá! —gritó Julia mientras su papá salía por la puerta.
En el desván, el Sr. y la Sra. Jiménez seguían trabajando.
Va a ser una estupenda Navidad después de todo, pensó la Sra. Jiménez mientras daba los toques finales a la muñeca que había cosido para Emilia.
El Sr. Jiménez miró cariñosamente a su esposa.
—¿Qué te parece? ¿Crees que le gustará? —preguntó mientras le enseñaba su obra ya finalizada.
—Cariño, es precioso, simplemente precioso. Estoy segura de que le va a encantar —dijo ella.
Sonriendo al ver su aprobación, echó un vistazo a la muñeca que la Sra. Jiménez sostenía en su mano.
—Luce tan bonita como si hubiera salido de la tienda —dijo felicitando a su esposa—. No sé cómo lo hiciste, pero es preciosa.
El reloj dio las once y media. La Sra. Martínez abrió el horno y sacó otra bandeja de galletas. Me preguntaba por qué razón estaba horneando tantos pasteles y galletas este año, pensó. Julia terminó de empaquetar las galletas y golosinas que había preparado en recipientes, y corrió al salón a ver a su papá.
Unos minutos después se abrió la puerta de entrada, y apareció su papá completamente cubierto de nieve.
—Toma cariño —dijo, mientras colocaba las cestas de mimbre sobre la mesa.
—¡Papá, eres estupendo! —Replicó Julia, y le dio un pellizquito en la mejilla—. ¿Quieres ayudarnos a llenarlas?
El Sr. Martínez soltó una carcajada.
—Muy bien, tráelas cerca de la chimenea, donde hace calor, y te ayudaré —dijo él.
De vuelta a la casa de los Jiménez, Tomás y Emilia montaron un pequeño belén de madera bajo del árbol, colocaron las figuritas de María, José y los reyes magos alrededor del pesebre donde estaba recostado el niño Jesús. Junto al belén, Emilia colocó cuidadosamente la colorida tarjeta navideña que había dibujado.
—¿Dónde estarán mamá y papá? —Dijo Tomás mientras ponía una bola de algodón en la cuna debajo del niño Jesús.
El pesebre recién reparado de pronto cobró vida. Ahora si se notaba mucho más que era Navidad. En ese momento escucharon pasos que bajaban por la escalera, y las alegres voces de papá y mamá cantando juntos «Noche de paz».
—Ya llegan —Emilia susurró a Tomás y ambos sonrieron de oreja a oreja.
—Hola, chicos —dijo la mamá alegremente al entrar a la sala—. ¿Qué tal si se ponen los pijamas y bajan para que leamos juntos un divertido relato navideño? ¿Qué les parece?
—Claro, mamá —dijeron ambos mientras se dirigían hacia la escalera, esperando que sus papás pronto descubrieran lo que habían hecho.
Tan pronto como se fueron los niños, mamá y papá bajaron los regalos del desván y los llevaron al árbol.
—Oh, cariño —exclamó la mamá cuando vio la brillante tarjeta navideña y el precioso belén. La muestra de consideración de los niños emocionó mucho a la mamá, y el papá estaba orgulloso del trabajo que había hecho Tomás para recuperar el pesebre una Navidad más.
—Tenemos unos hijos maravillosos, ¿verdad? —dijo la mamá.
Y entonces, en el instante que el reloj marcaba la media noche, sonó el timbre de la puerta.
—¿Quién podrá ser a estas horas de la noche? —preguntó el papá mientras abría la puerta.
—¡Sorpresa! —dijeron al unísono Julia y la Sra. Martínez.
—Y Feliz Navidad —añadió el Sr. Martínez mientras extendía la mano hacia el Sr. Jiménez.
Al mismo tiempo, Tomás y Emilia bajaban corriendo las escaleras, con sus pijamas puestos. Quedaron muy sorprendidos al ver todas las delicias que había traído la familia Martínez: unas cestas preciosas adornadas con lazos rojos, y repletas de todo tipo de galletas y otras ricas golosinas.
—¿Quie-quieren pasar? —dijo la Sra. Jiménez mientras abría la puerta e invitaba a pasar a la familia Martínez para que salieran del frío.
—Bueno, no podemos quedarnos mucho tiempo, pero tenemos algo más para los niños.
Emilia y Tomás alzaron la vista, intrigados, mientras seguían a sus invitados hasta la sala.
—Toma, Emilia, esto es para ti —dijo Julia mientras le entregaba a su amiga un paquetito envuelto—. ¡Vamos, ábrelo!
—Ohhhh, ¿qué es? —preguntó Emilia mientras desenvolvía emocionada el papel de regalo.
—Son unos marcadores (rotuladores) —respondió Julia mientras Emilia los sacaba—. Sé que te gusta mucho colorear.
—¡Oh, gracias! —dijo Emilia mientras abrazaba a su amiga.
—Y esto es para ti, Tomás —afirmó Julia con una gran sonrisa—. ¡Tengo algo muy especial! ¿Papá?
En ese momento, el Sr. Martínez entró, llevando una última cesta, cubierta con un paño verde y con un enorme lazo rojo en el asa.
Los ojos de Tomás se pusieron como platos al mirar la cesta y preguntarse qué podría salir de ahí. De repente, aparecieron otro par de ojitos cuando salió un gracioso cachorrito de debajo del paño.
—¡Un perrito! —exclamó Tomás—. ¿Para mí?
El Sr. Martínez asintió amablemente.
—Y aquí tienes también una enorme bolsa de comida para cachorritos.
—¡Vaya! ¡Gracias, Sr. Martínez! —dijo Tomás mirando a su padre, quien asintió mostrando su aprobación.
—Bueno, nos vamos —dijo la Sra. Martínez—, es bastante tarde, pero queríamos desearles una Feliz Navidad.
—Muchas gracias —dijo la Sra. Jiménez con los ojos todavía húmedos—. ¡Muchísimas gracias!
—Y Feliz Navidad también para ustedes —añadió el Sr. Jiménez.
Mientras la familia Martínez regresaba a su hogar caminando bajo el cielo estrellado, se sentían un poco más felices.
—Qué bien se siente uno al dar a los demás, mamá —Julia dijo con una sonrisa.
—Sí, ¡así es! Deberíamos hacerlo con más frecuencia —dijo pensativa.
—Eso sería un buen propósito para el año entrante —dijo el Sr. Martínez. Y todos asintieron.
Cuando la familia Jiménez volvió a reunirse en la sala, Emilia echó un vistazo al árbol y de repente se fijó en la preciosa muñeca, casi idéntica a la que había visto en la tienda. Miró a mamá, quien asintió y sonrió. Dejó a un lado los marcadores (rotuladores) que le había traído Julia y corrió hacia el árbol para abrazar su nuevo regalo.
Era un obsequio mucho más valioso que la muñeca de la tienda, porque sabía que su mamá la había hecho justo para ella.
—Oh, mamá, gracias, es preciosa. ¡Gracias!
Luego, Tomás vio su regalo.
—¡Una carretilla! Ahora puedo llevar de paseo a mi perrito. ¡Oh, va a ser tan divertido! ¡Gracias, papá! ¡Es perfecta!
El entusiasmo de Tomás y la alegría que brillaba en sus ojos fueron suficiente recompensa para el Sr. Jiménez que apenas podía aguantarse las lágrimas mientras el orgullo paternal iluminaba su rostro.
La Sra. Jiménez sacó la sidra que había reservado para Navidad para disfrutarla con las galletas y las delicias que habían traído los Martínez. Sentados alrededor del arbolito navideño, dieron gracias a Dios por Su tierno cuidado.
Mientras Emilia sostenía en brazos a su muñeca y Tomás acariciaba a su perrito, la Sra. Jiménez sacó la vieja Biblia familiar y comenzó a leer el relato de la primera Navidad. El Sr. Jiménez se veía muy contento. En verdad, fue una feliz Navidad y la paz que descendió sobre ellos aquella Nochebuena especial perduraría por mucho, mucho tiempo.
Anónimo. Ilustración: Mike D. Color y diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2019