¡Murmullos, ruidos, quejidos, descontento!
—¡Uy, no! —se dijo el señor Excavador—. Ahí viene otra vez Volquete de la Depre, siempre quejándose. Yo voy a seguir excavando de lo más contento.
¡Murmullos, ruidos, quejidos, chirridos y frenada en seco!
—¡Hola, señor Volquete! ¿Cómo está hoy?
Volquete de la Depre le respondió con un gruñido.
Volquete se detuvo delante del señor Excavador dándole la espalda. Lucía deprimido y malhumorado.
El señor Excavador bajó su largo brazo y recogió una gran cantidad de escombros, polvo, piedras y tierra. Alzó lo que había recogido y lo echó en la parte de atrás de Volquete, quien gruñó y se alejó lentamente con su carga.
Bueno —pensó el señor Excavador—, me siento contento haciendo este trabajo lo mejor posible. ¿Qué puedo hacer? Cómo me gustaría que Volquete también estuviera contento con su trabajo.
Transcurridos algunos minutos, Volquete regresó refunfuñando para recoger otra carga de escombros, con la que el señor Excavador lo estaba aguardando pacientemente.
—Algunos llevan una vida fácil —dijo entre dientes Volquete.
Voy a seguir sonriendo —pensó el señor Excavador—. Trataré de animar a Volquete. Este es mi trabajo y lo voy a hacer con alegría.
A estas alturas el señor Supervisor —que era el capataz de COTEC (Compañía del Trabajo Edificante y Constructivo)— estaba preocupado porque la construcción no marchaba tan bien como él quería. Desde su oficina podía ver lo que sucedía en la enorme obra. Había notado que desde hacía un tiempo Volquete trabajaba de mala gana. De modo que el señor Supervisor se acercó y llamó a un costado a Volquete.
—¿Qué ocurre, Volquete? —le preguntó—. ¿Por qué estás siempre triste y de mal humor?
—Lo que pasa —respondió Volquete— es que día tras día tengo que llevar encima las pesadas cargas del señor Excavador. Las transporto y las vierto. Se está volviendo muy pesado y aburrido. Debo añadir, además, que no recibo ningún reconocimiento ni agradecimiento por ello. Sin embargo, fíjese como todos admiran al señor Excavador. ¡El grande, alto y poderoso señor Excavador! Los niños vienen y siempre se quedan admirados de verlo, pero a mí ni me miran. Nunca dicen ni una palabra de mí.
—Para él es sencillo; ¡a él le toca toda la parte fácil y divertida! Él se para ahí y fanfarronea para que todos vean lo que puede levantar con su pala, mientras que yo voy y vengo humildemente haciendo el trabajo sucio... ¡por él!
—Vaya —dijo el señor Supervisor—. Tendré que pensar sobre esto.
El capataz se dirigió al otro extremo de la enorme construcción. Había gran ajetreo, máquinas y camiones que empujaban, levantaban, demolían, rellenaban, cavaban, escarbaban y despejaban enormes cantidades de tierra, lodo, arena, piedras, basura, grava y concreto, todo ello para preparar el terreno para la construcción de un hermoso complejo turístico llamado: «Costa del Sol».
No obstante, en medio de todo el ruido y el alboroto, el señor Supervisor no pudo evitar notar que había un murmullo de descontento.
Seguidamente vio al señor Grúa Gruñón que trabajaba muy lentamente con una expresión amarga en el rostro. Estaba alzando un panel de un apilamiento que la señorita Carmen Camión Cargador había puesto ahí.
Esta vez el que estaba triste era el señor Grúa Gruñón, mientras que la señorita Carmen Camión Cargador estaba de lo más contenta. Ella iba de un lado a otro con gran alegría, entregando puertas y ventanas, las colocaba con mucho cuidado en pilas muy bien ordenadas, tarareando alegremente mientras lo hacía.
Mientras Carmen iba a buscar otra carga, el señor Supervisor aprovechó para preguntarle al señor Grúa Gruñón por qué estaba tan triste.
—¡Bah! —espetó Gruñón—. ¡La pequeña señorita Carmen Camión Cargador se la pasa muy bien! Va de un lado a otro visitando todo el campamento, mientras que yo me quedo en un solo sitio trabajando hasta el cansancio. Es como si ella estuviera permanentemente de vacaciones, tarareando mientras va, sin darse cuenta del trabajo que yo tengo que hacer. ¡Y déjeme decirle que es trabajo pesado! Mi trabajo nunca se detiene. Para cuando logro descansar mi brazo, ella ya está de regreso con otra pila de ventanas o puertas.
—Vaya —dijo el capataz pensativamente—. Voy a tener que echarle cabeza a este asunto —y se marchó.
Luego notó al poderoso señor Bulldozer, quien tampoco se veía muy bien, aunque no estaba tan deprimido como el señor Volquete de la Depre y el señor Grúa Gruñón. De todos modos se le notaba un poco cansado.
—¡Hola, don Llantas de oruga! ¿Cómo le va?
—Bien, supongo. Me estoy cansando un poco de estar siempre empujando. Ni siquiera soy el más grande de la cuadra, señor Supervisor. El señor Mototraílla es más grande que yo, ¡y lo tengo que empujar yo! ¡A propósito, ahí viene!
El señor Mototraílla se acercó con aire arrogante y hundió en la tierra su gigantesca cuchilla jadeando y vociferando. Empujó la tierra hacia el enorme receptáculo que tenía en la parte de atrás, despejando de golpe una gran franja. Se dio la vuelta y miró con orgullo su impresionante faena. Entonces se detuvo súbitamente. Sus inmensas llantas estaban inmóviles.
—¡Dozer! —llamó—. ¿No te das cuenta de que estoy atascado? ¡Estoy esperando que me des un empujón!
—¡Ya voy! —respondió Bulldozer, luego sin prisa alguna descendió por la cuesta y se situó detrás del señor Mototraílla. Con gran esfuerzo lo empujó por encima de la pila de tierra en la que estaba atascado. Mototraílla siguió su camino resoplando de impaciencia.
—¿Ve? —se quejó Bulldozer volviéndose al señor Supervisor—. Esos tipos vienen para llevarse grandes cantidades de escombros y yo tengo que empujarlos. ¿Y sabe una cosa? Algunos de ellos, como Grúa y Mototraílla, son incluso más grandes que yo y, sin embargo, ¡yo tengo que empujar y empujar todo el santo día! Claro que principalmente tengo que empujar a Mototraílla, que es pesado e inmenso. No le gusta que lo empujen, ¡a su orgullo le duele! Pero por la naturaleza de su trabajo se mete en algunos atascos y yo tengo que estar presente para ayudarlo a salir de ellos. ¡Casi no tengo descanso! ¡A veces quisiera parar un rato! Pero, ¿sabe una cosa? No es que me moleste el trabajo de empujar, lo que pasa es que nadie lo aprecia ni me lo agradece. Se quejan de que los empujo, pero si no llego tan rápido como quieren para ayudarlos a moverse, ¡también se molestan! Y se la pasan recordándome lo mucho que trabajan y jactándose de sus logros.
—Pero —añadió después de hacer una pausa, pues se dio cuenta de que estaba hablando mal de los otros y se sintió avergonzado—, el otro día uno de ellos me dio las gracias un poquito... en voz bajita, y me dijo que de veras me apreciaba. Sé que no le resultó fácil decírmelo, pues es un tipo tan grande, fuerte y orgulloso; pero igual lo dijo. Y ¿sabe qué? ¡Eso me alegró el día!
El señor Supervisor le dio las gracias a Bulldozer por su tiempo.
Vaya, voy a meditar en todo esto, se dijo para sus adentros. Luego prosiguió su camino, todavía preocupado por el permanente retumbar que sentía debajo de sus pies a causa del murmullo de descontento.
Al poco rato se encontró con la señorita Miniexcavadora. Estaba sola, excavando y excavando con la pala que tenía en el extremo de su brazo. Estaba cavando otra zanja para el agua de lluvia. Silbaba alegremente, pero se la veía un poco sola entre los montones de arena y tierra. No había camiones, mototraíllas ni bulldozers cerca para ayudarla o hacerle compañía.
—Hola, Miniexcavadora. ¡Se te ve muy contenta hoy!
—¡Sí, me siento feliz!
—¿Pero no te sientes un poco sola trabajando sin que nadie te acompañe?
—Sí, señor Supervisor, a veces me siento un poco sola al no poder trabajar con los grandes camiones. Pero en estos momentos —dijo con una amplia sonrisa, mientras hundía su pala en la tierra— me siento feliz excavando estos fosos y haciendo castillos de arena.
—¿Castillos de arena? No veo... ah, sí...
El señor Supervisor miró los montículos de arena y se dio cuenta de que Miniexcavadora estaba jugando a que eran castillos de arena.
—¡Son bonitos castillos de arena! —añadió.
—Recién estoy aprendiendo. Algún día voy a ayudar a hacer verdaderos castillos como los demás.
—¿Sabes, Miniexcavadora? Lo cierto es que estás ayudando a construir un castillo de verdad. Sin estas zanjas para la lluvia los edificios se inundarían.
El señor Supervisor se despidió de Miniexcavadora y prosiguió pensativo su camino.
—Voy a tener que pensar en... ¡Eso es!» —exclamó—. «¡Qué buena idea!»
—Atención, maquinaria de construcción —dijo Altoparlante desde su elevada posición en el techo de la oficina del capataz.
Su voz se escuchó por todo el campamento. Era tan alta y resonante que cada vez que hacía un anuncio todas las máquinas se detenían para prestar atención.
—Se va a celebrar una reunión en los cimientos esta noche a las siete después del trabajo. El señor Supervisor ha solicitado que todos asistan.
—¡Oh, no! —dijo el señor Excavador—. Parece algo serio.
—Me pregunto de qué se tratará —refunfuñó Volquete de la Depre—. Yo tenía otros planes.
—Te apuesto a que el señor Supervisor está enojado con nosotros —dijo Grúa Gruñón—. Seguro que va a hablar durante horas.
—Será mejor que me arregle bien —dijo la señorita Carmen Camión Cargador.
—Y yo también —dijo Mototraílla doblando su gran estructura de acero—. Uno nunca sabe con quién se va a topar.
—¡Um! —dijo entre dientes el señor Bulldozer—. Será mejor que empiece a empujar a algunos de estos tipos si queremos llegar a tiempo.
—¡Qué divertido! —pensó Miniexcavadora—. ¡Voy a poder estar con todos los demás!
—Por favor sean puntuales y... no se preocupen, que no están en aprietos —añadió Altoparlante.
Si bien a algunos les preocupaba un poco lo que se fuera a tratar en la reunión, en el ambiente reinaba una gran expectativa y emoción mientras todas las máquinas se dirigían al lugar del encuentro.
La señorita Carmen Camión Cargador llegó puntualmente, seguida de Miniexcavadora, que estaba feliz de la vida de que la acompañara el señor Excavador. El señor Grúa Gruñón y Volquete de la Depre venían detrás retumbando y rezongando y arrastrando sus ruedas a regañadientes. El último en llegar fue un reluciente señor Mototraílla, quien venía remolcado por un cansado y afligido señor Bulldozer.
Muchas otras máquinas ya habían llegado. Estaban Surtidor de Concreto y su fornido hermano Mezclador, el desgarbado señor Apilador, el señor Motoniveladora, el señor Aplanador y su artística enamorada, la señorita Marcadora de Caminos, el señor Pavimentador, y —para consternación de todos— el señor Bola de Demolición, con sus dos hijos, Triturador y Martillo Demoledor. Todos procuraron conseguir los mejores lugares para estar lo más cerca posible del frente, a excepción de Triturador y Martillo Demoledor que se ubicaron en la parte de atrás, burlándose y mostrando que no les interesaba la reunión.
—¡Ejem! —el señor Supervisor se aclaró la garganta para dirigirse a la concurrencia—. Me alegro de que todos hayan venido. Les prometo que esto va a ser breve, pues sé que todos han tenido un día largo y agotador.
—Seguro que sí —dijeron entre dientes Gruñón y Depre.
—Con la ayuda de mi querido amigo, el señor Altoparlante, me gustaría hablar de un aspecto en el que considero que tenemos que mejorar a fin de que COTEC pueda funcionar en armonía y de un modo más eficiente y feliz.
—Quiero recalcar que estoy sumamente complacido con el trabajo que todos ustedes realizan. Esta obra no se podría llevar a cabo sin la ayuda de ustedes. Sin embargo, mientras hacía mis rondas hoy, ¡no pude evitar percibir un murmullo de descontento!
La concurrencia pegó un grito ahogado.
—¡Lo oigo! —dijo uno.
—¡Yo lo siento debajo de mis llantas! —dijo otro.
—Y —añadió el señor Supervisor bajando la voz hasta casi un susurro— de continuar así ya saben las terribles consecuencias que ello podría tener.
—Claro que sí —dijo el señor Mototraílla, sabiendo muy bien de qué hablaba—, las vibraciones en el suelo podrían hacer que se desprendan grandes cantidades de tierra, arruinando gran parte de mis esfuerzos.
—Eso haría que aumente mucho mi carga de trabajo, pues tendría que ponerme a mover todo eso —añadió Volquete de la Depre—. Si ahora pienso que tengo mucho trabajo, aquello ya sería demasiado. Nunca terminaríamos esta construcción.
—Eso sin mencionar todas las paredes y ventanas que he colocado cuidadosamente en su lugar —añadió Grúa Gruñón—.Todas se vendrían abajo.
—¡Imagínense el peligro que correríamos todos! —dijo la señorita Carmen Camión Cargador.
—¡Déjense de cuentos! —dijeron entre dientes Demoledor y Triturador—. Para nosotros eso no es nada, podemos sobrellevarlo.
—Se podrían producir grandes grietas en los caminos que con tanto esfuerzo he nivelado —dijo el señor Aplanador.
—¡Santo cielo, eso arruinaría las bonitas líneas blancas que he pintado! —dijo la señorita Marcadora de Caminos.
—Sírvanse tomarse unos momentos para pensar en qué puede hacer cada uno de ustedes para detener este murmullo que está haciendo que el trabajo se vuelva lento y que está a punto de causar un daño aún mayor.
Excepto por el ruido de los nerviosos movimientos de Triturador y Demoledor, entre las demás máquinas de construcción se hizo un silencio absoluto. Cada una de ellas se detuvo para meditar en la actitud que había estado teniendo últimamente y se imaginó lo difícil que se volvería su trabajo si ocurrieran los desastres de los que habló el señor Supervisor.
—Discúlpame si te he hecho sentir mal con mis quejas —le susurró Volquete al señor Excavador—. ¿Me perdonas?
—Claro que sí, Volquete. Yo no tendría la fortaleza para ir y venir llevando esas tremendas cargas como haces tú todo el día. Te aprecio mucho, de veras.
El señor Grúa Gruñón colocó su enorme brazo alrededor de la señorita Carmen Camión Cargador y le dijo:
—Perdóname por ser tan fastidioso en el trabajo. Lo que pasa es que no me di cuenta de lo buena que era mi situación.
—No te preocupes, Gruñón. Quiero que sepas que de veras te admiro a ti y tu persistencia en el trabajo. Creo que me volvería loca quedándome todo el día en un mismo lugar como tú.
—Gracias, Dozer, por tu energía —dijo Mototraílla—. Ninguno de nosotros podría hacer su trabajo sin ti. ¡Perdóname por quejarme!
—No te preocupes, Mototraílla —le respondió Dozer.
El sol se había puesto y reflectores iluminaron la alegre escena de la obra en construcción, mientras todos se pedían disculpas y se reían y charlaban unos con otros. De pronto uno de ellos gritó:
—¡Se fue!
—¿Se fue? ¿Qué se fue?
—¡El murmullo! ¡Escuchen! ¡Desapareció el murmullo de descontento!
—Sí —dijo otro—, yo tampoco lo siento. ¡El suelo está quieto!
El señor Supervisor suspiró de alivio al oír una ovación de parte de los presentes. Seguidamente invitó a todos a una celebración que duró hasta las primeras horas de la mañana y que incluyó una ración especial de combustible para todas las máquinas.
—Y todos pueden tomarse la mañana libre —anunció el señor Supervisor.
El señor Bulldozer estaba particularmente agradecido por el tiempo libre.
Con esto concluye nuestro pequeño relato. El ambiente en la obra de construcción de COTEC cambió aquella noche. Todos estaban contentos con su trabajo, a excepción del señor Bola de Demolición y sus hijos Triturador y Martillo Demoledor, quienes se marcharon porque ya no eran necesarios sus servicios. La obra se terminó antes de lo previsto para felicidad del señor Supervisor.
El día de la gran inauguración del Hotel Costa del Sol, todas las máquinas tenían que salir antes de que llegaran los visitantes. La pequeña Miniexcavadora avanzaba lentamente al final de la larga fila. Acababa de salir por el portón cuando escuchó a uno de los primeros visitantes decir: «¡He oído que el sistema de desagüe que tienen aquí es uno de los mejores del mundo!»
Texto: Gilbert Fenton. Ilustración: Jeremy. Color y diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2021.