Rincón de las maravillas
Cuento: Familia de retazos
viernes, mayo 18, 2012
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—¡Ey! ¡Te perdiste una fiesta espectacular en la casa de Rowan!

Habiéndose quedado dormida en el sillón ubicado en una esquina mientras leía un diccionario, Bianca Blackwell se despertó de golpe cuando llegó a sus oídos el jadeante anuncio.

—Los juegos estuvieron fantásticos y la comida, increíble, en especial el budín —decía una morenita de 13 años, de mejillas ruborizadas y ojos brillantes por la emoción de las últimas tres horas.

—Me alegra que te gustara, Morena —murmulló Bianca—. Me refiero al budín.

La muchacha se quitó la bufanda y los guantes y los arrojó sobre el sofá.

—Tendrías que haber probado... me refiero a la fiesta.

—Ah, ya sabes que ese tipo de cosas no me llaman la atención. Además, tú tienes un montón de amistades.

—En realidad «ese tipo de cosas» fue divertido, Bianca. Aparte, tú eres mi mejor amiga, y sin ti es... bueno... en fin, no entiendo cómo puede gustarte venirte a este rincón oscuro todo el tiempo y enterrar tu nariz en los libros. ¡Qué aburrido! Y como sigo diciéndote, deberías leer con mejor iluminación o te arruinarás la vista.

—Puedo ver bien. Además, no vengo a sentarme aquí «todo el tiempo». Pero los exámenes de fin de año se acercan.

—¡Vaya, y ahora me lo recuerdas! —murmuró Morena—. De todos modos, jamás te veo afuera. Casi nunca vienes a las fiestas ni ves películas, ni siquiera te relajas con tus amigas. ¿Nunca te diviertes?

—Leer y estudiar es divertido.

—Ummm. Cada loco con su tema. Bueno, subiré a mi habitación. Estoy agotada. Buenas noches.

—Que descanses, Morena. Estaré allí en unos... —Bianca respiró profundo, se agarró fuerte el pecho y empezó a toser muy fuerte.

—Oh, Dios —dijo Morena, y corrió hacia ella.

Bianca sacudía sus brazos en señal de protesta.

—Estoy bien —alcanzó a decir—. En serio.

—Pero ya hace un tiempo que tienes esa tos, y suena muy feo.

—Te digo que estoy bien.

Morena suspiró con tristeza y subió. Bianca estaba a punto de levantarse para subir con ella cuando de pronto sus ojos vieron una palabra en el diccionario que estaba abierto: familia de retazos. Su definición: Una nueva familia formada de los integrantes que quedan de familias divorciadas...

Decidió permanecer en su sillón, y mientras reflexionaba en su propia situación, se quedó dormida.

La madre divorciada de Bianca, Carolina, se acababa de casar en segundas nupcias con Adrián Blackwell, un profesor viudo galés, quien tenía una hija, Morena, cuya fallecida madre era española. Bianca era pálida, estudiosa y reticente, y Morena era más vivaz, atlética y extrovertida. Sin embargo, a pesar de estas características contrastantes, las dos hermanastras se llevaban sorprendentemente bien, y los padres atribuían dicha fortuna a una intrusión aparentemente inoportuna del divorcio y el dolor en la vida de las chicas.

—2—

Un hombre que vestía un abrigo blanco dejó su pluma y observó por encima de sus gafas a la preocupada pareja que estaba sentada frente a su escritorio.

—Señor y señora Blackwell, lamento informarles que los resultados de los rayos X que nos enviaron del laboratorio de Sussex parecen indicar que hay comienzos de SPE, Síndrome Pulmonar de Eschelman, que es una enfermedad respiratoria.

Carolina quedó boquiabierta.

—¿Bianca… tiene una enfermedad respiratoria?

—Lo siento.

—¿Qué podemos hacer? —preguntó Adrián.

—Lamentablemente, hasta el momento no existe una cura. Solo puedo recetarles un remedio para aliviar la molestia. Esta enfermedad está desconcertando a los expertos.

—Pero para mí que esto es tuberculosis —dijo en tono confidencial.

—Ya veo —dijo Carolina—. El problema es que mi hija es muy alérgica a los medicamentos, Dr. Ladbroke.

—Mi esposa prefiere los métodos naturales para curar enfermedades —dijo Adrián.

—Junto con las oraciones —dijo Carolina.

El doctor sonrió algo socarronamente.

—Usted haga sus oraciones que yo le voy a dar mis recetas. Pero es cierto; la medicación solo alivia los síntomas, pero no sana la enfermedad.

—¿Pero usted cree que hay métodos naturales para combatir esto? —preguntó Adrián.

—Posiblemente. He notado que a Bianca no le llaman mucho la atención los deportes.

—No, no le gustan. ¿Es eso un problema?

—No es que sea malo en sí mismo, señor Blackwell —respondió el doctor—. Sin embargo, ella está pálida y más bien desganada. Parece que a su hija le hace falta aire fresco.

—Es cierto —dijo Carolina—. He tratado de animarla a que haga más ejercicio, pero no siempre...

—Estoy seguro de que si le explicamos a ella la situación, verá la necesidad de efectuar un cambio —dijo Adrián—. Ella pasa la mayor parte del tiempo dentro de la casa.

—Si quieren que les sea franco, señor y señora Blackwell, la puerta hacia la recuperación de su hija puede que recaiga sobre un cambio significativo en sus costumbres diarias.

El doctor Ladbroke se levantó, indicando que la consulta de media hora había llegado a su fin.

—El asunto es que Bianca se beneficiaría de un régimen vigoroso de ejercicios que fortalezcan su respiración, junto con una buena cantidad de sol y aire fresco, lo cual, viviendo aquí en Mudborough, deja mucho que desear.

—Estamos pensando en mudarnos pronto —dijo Carolina, ante lo cual el doctor sonrió.

—Bueno, ahí lo tienen —añadió mientras se saludaban—. Le he recetado un remedio natural, ¡y ustedes sigan con sus oraciones!

—3—

Sentados a la mesa tras haber cenado esa noche, Morena en silencio observaba a su padre que jugueteaba con un papel en la mano. Carolina y Bianca se levantaron para ir a lavar la vajilla, pues se dieron cuenta de que Adrián necesitaba hablar con Morena a solas. No dijo nada, pero frunció el ceño y sacudía levemente la cabeza. Finalmente, posó ese documento sobre la mesa. Sus ojos oscuros denotaban tristeza.

—Tú sabes que me es difícil reprenderte, pero los resultados de tus exámenes...

Morena se echó a llorar.

—¿Debo decir más?

Morena le indicó que no.

—¿Qué vamos a hacer al respecto?

Morena se encogió de hombros.

—Mira, cariño, me preocupa que no te tomes esto en serio —prosiguió Adrián—. Ya intenté sugerirte, convencerte, y hasta echar bromas y molestarme contigo —de pronto sonrió—. ¿Qué me queda por hacer? ¿Darte con los libros en la cabeza?

Morena sonrió a través de las lágrimas y sacudió la cabeza.

—Quiero decir, teniendo en cuenta las notas que otros alumnos sacaron en clase...

—Si te refieres a Bianca, papi, jamás seré un súper cerebro como ella. Además, lo único que ella hace es sentarse a estudiar. Eso tampoco está bien.

—Sí, Morena, pero la vida tampoco se compone de andar de fiesta en fiesta, de deportes y amigos. Aunque no lo creas, yo también tengo que refrenarme en algunas cosas.

—¿De veras?

—Así es. Por ser un hombre tan ocupado, siento que debo dejar que otros hagan algunas de las tareas que no están directamente relacionadas con mi trabajo para que tú y yo podamos hacer más cosas juntos.

Adrián se tomó unos segundos para disfrutar de la expresión de alegría de Morena y prosiguió:

—En fin, en cuanto a las notas de los demás alumnos, no me refería específicamente a Bianca; más bien me refería a un chico como tu amigo Jimbo Jenkins. Él no es tan brillante, pero se propone estudiar y hace lo mejor que puede.

—Pero él tiene tiempo, papi, y yo no.

—Él se hace de tiempo, cariño. Por ejemplo, si después de la cena algunas veces tú cortaras un poco la cháchara en la computadora y te dedicaras más a tus tareas escolares, eso resultaría en una tremenda mejoría. ¿Al menos prometes hacer el intento?

Morena asintió y se secó las lágrimas.

—Y dicho sea de paso —dijo su padre tomándole la mano—, Carolina y yo estamos sumamente preocupados por la salud de Bianca y por la vista que se le está debilitando mucho. La graduación que le recetaron para sus lentes aumentó mucho desde su último chequeo hace seis meses...

—Vaya —se sorprendió Morena—. Ya tiene que usar gafas tan gruesas.

—Bueno, el oculista dio a entender que el problema se puede deber a que lee prolongadamente con mala iluminación.

—Ya lo sé. Muchas veces se levanta temprano y se pone a leer su libro electrónico con una linterna. Ya se lo advertí.

—Sí, pero peor que eso es que hoy nos enteramos de que además tiene una aparente y rara enfermedad respiratoria que supuestamente no tiene cura. Se llama SPE. Está muy preocupada por eso.

Morena quedó boquiabierta y los ojos se le llenaron de lágrimas otra vez.

—¿Significa que...?

—No necesariamente, pues todavía pueden ocurrir milagros. Pero el doctor Ladbrobe dijo que una buena cantidad de aire fresco y ejercicio vigoroso podría revertir su aflicción.

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Con toda la determinación que pudo, Morena Blackwell se levantó de su asiento, apagó el programa deportivo de la televisión y lavó su plato. Subía por las escaleras cuando vio a Bianca en el rincón de siempre en la sala, solo que esta vez no estaba leyendo; solo miraba tristemente al vacío.

—Ya tienes una lámpara nueva para leer —dijo Morena—. Muy luminosa.

—Sí. Debí haber seguido tu consejo hace meses, porque ahora...

Bianca se echó a llorar. Morena se arrodilló a su lado.

—Sí —dijo—. Debe ser una gran desilusión sabiendo lo mucho que te gusta estudiar.

—Pero eso no es lo peor. Seguramente te enteraste de mi... eh, tú sabes...

—¿Tu problemita con la respiración?

Bianca asintió. Morena también.

—Me lo contó papá después de haber visto los resultados de mis exámenes —dijo—. No sabía si querías hablar de eso en este momento. Cuánto lo siento. Pero ten por seguro que estoy orando por ti.

—Gracias. ¿Cómo te fue, a todo esto?

—¿Los resultados de mis exámenes? Vergonzosamente mal. Voy a tener que trabajar el doble para lograr los objetivos. Tú también ora por mí, ¿sí?

—Lo haré, Morena. Oye, ¿por qué no me traes tus libros?

—¿Cómo?

—Yo te ayudaré. ¿Qué materia tienes hoy?

—Mmm... biología. Mira, Bianca, ya sabes que yo soy muy tonta para estudiar. ¿Estás segura?

—Por supuesto. Va a ser divertido para mí y creo que lo puedo hacer divertido para ti.

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A la mañana siguiente, las dos hermanastras se quedaron en la sala de su hogar. Morena, con una gran sonrisa, le entregó a Bianca una bolsa de nylon negra, larga y delgada con cremallera.

—Aquí tienes. De mi parte para ti, como aprecio por el fascinante rato de estudio de anoche.

Bianca abrió el cierre. La emoción en su rostro marcó algunas arrugas en sus pálidas facciones.

—¡Una raqueta de tenis!

—Cerca. En realidad es una raqueta de bádminton. La tuve guardada en mi ropero durante meses.

—¿Y qué voy a hacer con ella?

Morena se encogió de hombros y sonrió.

—No sé. ¿Matar moscas? ¿Practicar acordes de guitarra? ¡Jugar bádminton, claro!

—¿Yo?

—Sí, . Pensé en hockey, baloncesto y tenis, pero pensé que el bádminton sería lo tuyo; no es tan vigoroso. Así que, tú y yo vamos a aprovechar que el uso de la cancha en el centro de deportes es gratuito e iremos todas las tardes, ¡comenzando hoy!

—¿Hablas en serio?

Ante el sonido de la bocina del auto afuera, Morena tomó su mochila.

—Tan en serio como me das tú a mí las clases privadas. Después del almuerzo, iremos con papá a comprar ropa de tenis y zapatillas para ti en el negocio Sportive que tiene todo en liquidación, ¡y empezamos!

—Pero...

—Nada de peros. Las dos estaremos en esa cancha a las cuatro de la tarde, Bianca. ¡Te veo luego! ¡Asegúrate de estudiarte las reglas del bádminton en Google!

*

Morena lanzó la palomita hacia arriba y con un movimiento seguro le dio con la raqueta lanzándola hacia la cancha de Bianca. Bianca corrió tras ella e intentó atajarla, pero la palomita siguió como flotando, casi burlándose, hacia el suelo. La recogió y luego de algunos intentos la lanzó hacia Morena, quien con su raqueta la mandó de vuelta. Bianca avanzó e intentó darle con la raqueta, pero otra vez cayó ante sus pies.

—¡Tranquila! —gritó Morena—. Le tratas de dar antes de que esté cerca de ti. Mantén tus ojos en la plumosa amiguita y espera, pero no tanto. Recuerda, gran parte de la habilidad está en la muñeca.

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Siguiendo los consejos de su amiga, Bianca pronto pudo devolver la palomita a Morena quien, luego de un rato, se detuvo y la tomó con la mano.

—Hay viento hoy —dijo, mirando hacia las nubes—. Se pone un poco difícil. Ya practicamos suficiente; ahora seguiremos las reglas del juego, ¿de acuerdo? ¡Esto nos mantendrá en movimiento!

Luego de apenas unos quince minutos de ir y venir, de entrenar sus ojos con gafas a seguir la palomita, Bianca pronto logró la destreza de lanzarla hacia lugares impredecibles de la cancha de su oponente, manteniendo a Morena corriendo de un lado a otro, asombrada por la estrategia de su hermanastra.

—¿Cómo hiciste ese tiro? —Morena le preguntó luego de confirmar que la palomita hubiera caído dentro del cuadro de su cancha—. Ni siquiera me iba a molestar en buscarla porque estaba segura de que iba a caer muy afuera.

—La velocidad del viento —dijo Bianca, secándose la frente—. Ayuda si juegas con él. Es así: si lanzo la palomita con un golpe fuerte hacia determinado ángulo en contra del viento, sale haciendo una curva y cae justo donde yo quiero. Hay que calcularlo un poco, pero creo que le estoy agarrando el punto.

—Ya veo. ¿Me muestras cómo se hace?

—Por supuesto...

De pronto, le sobrevino un ataque de tos y Bianca estaba doblada en dos, y se apoyó contra el enrejado de la cancha para intentar detener las convulsiones.

—¡On no! —exclamó Morena—. Tal vez esta fue una mala idea.

Bianca sacudía la cabeza mientras intentaba escupir la flema espesa y oscura.

—No te preocupes —dijo jadeando—. Aunque no lo creas, me siento mejor cuando logro escupirlo.

—Deberíamos regresar a casa —dijo Morena.

Bianca sacudió la cabeza de nuevo.

—¿Cuánto tiempo estuvimos jugando?

—Mmm, no sé, ¿unos cuarenta minutos?

—Sigamos jugando, Morena. Estaré bien. Como decía, con respecto a la velocidad del viento...

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—Estuve un poco preocupado estas últimas semanas debido a que tú y Bianca se quedan charlando hasta tan tarde —dijo Adrián mientras ponía un documento sobre su escritorio.

—No estaba solo charlando, papi. Estaba estudiando.

—Eso es obvio. La prueba está aquí mismo, en estos resultados de tus exámenes. Extraordinario, Morena. Tengo una hija que no solo tiene músculos y fuerza, sino también un buen cerebro.

A Morena se le iluminó la cara.

—Gracias, papi, y gracias a Bianca. Ella me enseñó.

—Y al parecer tú le enseñaste a ella, ¿no es así?

—Demasiado bien, me parece. ¡Ayer me ganó 3 a 1 en bádminton!

—Y además le enseñaste a bailar salsa, ¡y le encantó!

—Sí, bueno, pero para eso no se necesita tener cerebro; ¡a eso no le gano todavía! Aunque sí le gané en la prueba de velocidad con el diccionario. Ya sabes, alguien te dice que busques una palabra y tienes que ver lo rápido que la encuentras. Aprendí dónde debo abrir el diccionario según las letras.

—También le ganaste en el concurso de ortografía —dijo Adrián.

—¡Oh, solo una vez! Fue basado en una novela fantástica que ella me había recomendado. En fin, Bianca hace que aprender sea una competencia divertida. ¡Como si fuera un deporte para el cerebro!

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Habían transcurrido un par de meses desde la última visita que Adrián y Carolina le hicieron al doctor Ladbroke con respecto al progreso de Bianca, y ahora esperaban con cierta aprensión en su oficina mientras él sacudía su cabeza al estudiar la pantalla de su computadora.

—Tengo malas noticias, señor y señora Blackwell —dijo finalmente.

—¡Oh, no!

El doctor sonrió.

—¡Muy malas noticias para el SPE de su hija! Juzgando por los exámenes y las radiografías... ¡no hay rastros de esa maldita enfermedad del diablo!

—¿Quiere decir que Bianca está...?

—Sí. Es increíble, de verdad. ¿Bádminton, me dijo?

Carolina asintió a través de las lágrimas y tomó con fuerza la mano de su esposo.

—Parece que sí —dijo Adrián—. Me empecé a preocupar, pensando que Bianca estaba jugando demasiado tiempo; ¡dos horas enteras ayer! Claro, era su día libre.

—Bueno, la prueba está en el resultado de estos exámenes. Si fuera ético decirlo, me aventuraría a llamarlo un milagro. Pero esto queda entre ustedes y yo. Su hija está curada.

—¡Qué maravilla! —dijo Carolina—. No se imagina lo agradecidos que estamos. Sin embargo, siento que no podemos darle todo el crédito de este milagro solo al bádminton.

—Claro que no. La determinación de su hija ha sido de vital importancia.

—Junto con el entrenamiento y el apoyo de parte de Morena —dijo Adrián—. Y su invalorable consejo, doctor Ladbroke.

El doctor sonrió tímidamente, y se puso a mirar entre unos papeles.

—Oh, gracias.

—Pero ante todo, se ha debido mayormente a la oración —dijo Carolina—. La oración ayudó a que usted nos diera un buen diagnóstico, y ayudó a que Bianca adoptara nuevos hábitos de salud. Después de todo, la prueba de que la oración funciona…

—Es que se ha sanado —dijo el doctor Ladbroke sonriendo—. Tal vez debería orar más.

Fin

Se encuadra en: Desarrollo personal: Virtudes: Moderación-2a

Texto: Gilbert Fenton. Traducción: Adriana Vera y Antonia López.
© La Familia Internacional, 2012
Etiquetas: relatos para niños, salud y enfermedad, oración, moderación