Rincón de las maravillas
Las aventuras de Pasolento y Carrerín: El regreso de Brincos
lunes, junio 27, 2022

¡CRO, CRO!

—¡Oigo una rana! ¿Será que Brincos regresó de su viaje? —exclamó Carrerín.

—Espero que sí. Hace tanto que se fue. Súbete a mi caparazón y dime si ves algo.

Carrerín se puso de puntillas, estiró el cuellito lo más que pudo y echó un vistazo por encima de las totoras.

Pasolento se puso a caminar por la orilla mientras Carrerín oteaba la laguna para averiguar de dónde venía aquel sonido, cuando de pronto…

¡CRO! ¡CRO!

—¡AAYYY! —gritó Carrerín perdiendo el equilibrio.

El ratoncito cayó sobre la hierba que había al borde de la laguna.

Cuando estaba a punto de montarse otra vez encima de Pasolento, notó dos ojazos que lo miraban.

—¿Brincos?

—¡El mismo! —exclamó la rana, dado un salto.

—¿Te asusté, Carrerín? —preguntó Brincos.

—¡No, qué va! No me asustaste... Solo... bueno, sí; un poquito.

La rana sonrió de oreja a oreja.

—¡Estoy tan contento de haber vuelto! Los eché de menos.

—¿Vamos al agua? —propuso Pasolento.

—Buena idea —respondió Brincos.

Antes de que Carrerín pudiera pronunciar palabra, Pasolento y Brincos se tiraron de cabeza al agua y nadaron hacia el centro de la laguna.

—¡Un momento! —exclamó.

Carrerín se entretuvo en la orilla de la laguna juntando unas ramitas y una hoja grande. Arrastró la hoja hasta el agua y se mojó las puntas de los pies.

Carrerín se subió a la hoja grande que había echado al agua. Y utilizó las ramitas como remos para ir hacia donde se encontraban sus amigos.

«Qué pena que no sé nadar —pensó Carrerín—. Cada vez que Pasolento y Brincos se ponen a jugar en el agua se les olvida que nunca he aprendido a nadar.»

De repente, el agua empezó a agitarse. Unas olitas sacudieron la hoja de Carrerín. Justo entonces una ola de agua fría rompió sobre su hoja y se llevó sus dos ramitas.

—¡Socorro! ¡Auxilio! —gritó Carrerín.

Pasolento y Brincos no lo oyeron. Estaban de lo más distraídos jugando.

—¡Puedo salpicar más que tú! —desafió Brincos a Pasolento. Entonces saltó desde un tronco, se hizo un ovillo y cayó estrepitosamente al agua.

Los dos se rieron.

Las olas aumentaban de tamaño con cada zambullida. El pobre Carrerín, para mantenerse a flote, se aferró fuerte al borde de su hoja, pues los saltos de sus amigos cada vez salpicaban más.

Y entonces ocurrió lo inevitable…

¡PLAF!

Pasolento y Brincos saltaron al mismo tiempo. La ola que hicieron fue la más grande de todas y arrastró al agua a Carrerín.

—¡Socorro! —chilló.

Chapoteaba frenéticamente para tratar de mantenerse a flote, pero enseguida empezó a hundirse.

Carrerín estaba asustado.

—Dios mío, ayúdame, por favor —rogó.

De pronto, lo recogieron y lo sacaron rápidamente del agua. Antes de que llegara a entender lo que estaba sucediendo, se encontró en el borde de la laguna, tosiendo y escupiendo agua.

Liana, la hermana de Brincos, lo había rescatado.

—¡Pasolento! ¡Brincos! ¡Casi pierden un amigo! —gritó Liana desde la orilla.

Pasolento y Brincos nadaron hasta la orilla a toda prisa.

—¿Qué te pasó? —preguntó Pasolento al salir del agua.

Una expresión de enfado se dibujó en el rostro de Carrerín. Dando la espalda a sus amigos balbuceó:

—¡Me dejaron solito! Yo traté de alcanzarlos. ¡Hasta los llamé a gritos!

—Es que estábamos jugando —contestó Brincos.

—¡Ya lo sé! —replicó Carrerín indignado—. Si no hubiera sido por Liana, ¡quién sabe lo que me habría pasado!

—Lo sentimos mucho, Carrerín —se disculpó Pasolento—. Se nos olvidó que tú no sabes nadar.

—Procuraremos ser más considerados la próxima vez —agregó Brincos—. ¿Nos perdonas?

Carrerín suspiró.

—Claro que sí. Al fin y al cabo son mis amigos... ¡mis mejores amigos!

Acto seguido les dio un gran abrazo.

—La próxima vez jugaremos a algo en lo que tú puedas participar —le dijo Brincos.

—Muy amable de tu parte. En realidad no me molesta que naden juntos en el agua. Sé que les gusta. Quizá la próxima vez yo puedo hacer otra cosa en vez de tratar de seguirlos… ¡Qué susto me llevé! Gracias a Dios que estoy bien.

—¡Gracias, Liana, por rescatarme! —dijo Carrerín.

—Me alegro mucho de haber podido hacerlo —respondió ella con una enorme sonrisa como la de su hermano.

—Quizás podemos enseñarte a nadar —dijo Pasolento.

—Me encantaría. Gracias, Pasolento.

Los cuatro amigos partieron rumbo al bosque, riéndose y retozando. Habían aprendido a ser más considerados, y eso los había hecho más amigos que nunca.

No te pierdas los otros capítulos de esta serie: «Pasolento y Carrerín», «Distintos, pero amigos» y «Por unas gotas de miel».
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Hugo Westphal. Diseño: Roy Evans.
Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, 2004. Todos los derechos reservados. Utilizado con permiso.
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Etiquetas: relatos para niños, comunicación, amistad, pasolento y carrerín