Pasolento y Carrerín caminaban por el bosque cuando dos abejas zumbaron por encima de ellos.
—¡Te atraparé! —exclamó una.
—¡Deja ya de perseguirme! —reclamó la otra—. ¡No he hecho nada malo!
—¿Aviadora? —preguntó Carrerín.
—No puedo hablar en este momento. Debo atrapar a Lali. ¡Me robó miel!
—¡No es verdad! —gritó Lali mientras zigzagueaba por entre los árboles.
Después de unos minutos, empezó a sentirse cansada.
—¿Alguien me puede ayudar? —suplicó.
Pasolento y Carrerín no sabían qué hacer.
—¡Ya casi te tengo! —anunció Aviadora.
Se fue acercando a ella y la arrastró hasta el suelo. Lali lanzó un chillido.
—¡Dime dónde pusiste mi miel! —exigió Aviadora.
—No la tengo —respondió Lali, y se echó a llorar.
—¿Te la comiste toda? —insistió Aviadora.
—No, pero no la tengo. Lo siento.
Aviadora se enfureció aún más. Lali no paraba de llorar.
—Aviadora, ya se disculpó —intervino Pasolento.
—Sí, pero se llevó mi miel.
—Aunque sea así, haciéndola llorar no vas a recuperarla —señaló Carrerín.
Aviadora hizo un mal gesto y soltó a Lali.
—Sigo enojada contigo —le recordó.
—Pero ¿qué pasó? —preguntó Carrerín.
Lali dijo sollozando:
—Yo... yo...
—¡Sabes muy bien lo que hiciste! —protestó Aviadora—. ¡No vengas ahora con excusas!
—Aviadora, por favor, deja que Lali explique por qué tomó la miel —pidió Pasolento.
—Sí, cuéntanos qué sucedió —le dijo Pasolento a Lali.
—Pues... salí esta mañana de la colmena...
Era un día ideal para ir a recoger néctar. Lali salió tempranito de la colmena. Dio gracias a Dios por aquel día tan hermoso y por su hogar feliz, y partió en busca de las flores más dulces y brillantes.
De pronto llegó a sus oídos un gemido triste. Lali se puso a buscar de dónde venían los quejidos y encontró a un osezno acurrucado entre unos matorrales. Se acercó a él para indagar.
—¿Estás bien? —le preguntó al osito.
—Me he perdido —dijo llorando.
—Uy, pobrecito. ¿Qué pasó?
—Me puse a jugar y me alejé demasiado de mi mamá. Cuando me di la vuelta, ella ya no estaba. No la encuentro en ninguna parte, estoy asustado y tengo hambre.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Lali.
—Ursín.
—Bueno, Ursín, a lo mejor yo te puedo ayudar —se ofreció Lali—. Ya que tienes hambre. ¿Qué te parecería un poco de miel?
—¡Me encanta la miel!
—Espérame aquí, enseguida vuelvo.
Lali le indicó que se sentara detrás de unos matorrales, y luego se dirigió a la colmena.
Lali se puso a hacer viajes entre el lugar donde estaba el osito y la colmena, transportando la miel en hojas. Ursín lamía la miel de las hojas mientras la abejita iba a buscar más. Al cabo de un rato, la miel de Lali se había acabado.
—¿Sigues con hambre? —le preguntó.
—Un poquito.
Lali se detuvo un momento a pensar. «¿Qué hago?... ¡Ya sé! ¡Qué idea tan buena!»
Lali volvió a la colmena.
—¡Aviadora! ¡Aviadora! —llamó.
No hubo respuesta.
«Estará recolectando néctar en alguna parte. Me llevaré un poco de su miel y la avisaré cuando la vea. Se la puedo devolver cuando yo produzca más. Seguro que no le importará.»
Lali tomó un poco de la miel de Aviadora, la puso en las hojas y regresó al lugar donde se encontraba Ursín.
—Muchas gracias, Lali —dijo Ursín—. Me siento como nuevo.
En ese momento le vino un bostezo y se estiró.
—¿Qué tal si te tomas una siestita, Ursín, mientras yo busco a tu mamá?
—Eres una abejita muy amable.
—Me alegro de poder ayudarte.
Lali salió volando, y Ursín se acostó a dormir. Al poco tiempo, la abeja regresó con la mamá del osito.
—Gracias por ayudar a mi Ursín —dijo la mamá osa.
—De nada. ¡Hasta luego!
Lali salió a buscar más néctar. De pronto, oyó a Aviadora que la llamaba alterada.
«¡Uy! —pensó—. No parece muy contenta que digamos».
—Lo siento, Lali —se disculpó Aviadora—. Hoy empecé el día con el pie izquierdo. Hubiera debido dejar que me explicaras lo que había pasado.
—Está bien —le respondió su compañera—. Puedes estar segura de que te devolveré toda la miel que te quité.
—No te preocupes. Tengo suficiente.
—Está visto que no hay nada como comunicarse —afirmó Pasolento.
—Siempre ocurren malentendidos, incluso entre amigos —agregó Carrerín.
—Conviene aclarar las cosas antes de enojarse, porque tal vez no conocemos todos los detalles de un asunto.
—Es cierto —admitió Aviadora—. Procuraré recordarlo para la próxima.
—De tanto hablar de miel, me está dando hambre —declaró Carrerín relamiéndose los labios.
—Pues entonces vengan conmigo —anunció Aviadora—. Creo que todavía me queda miel para todos.
No te pierdas los otros títulos de la colección: «Pasolento y Carrerín» y «Distintos, pero amigos».
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Hugo Westphal. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, 2004. Todos los derechos reservados. Utilizado con permiso.