Rincón de las maravillas
El muñeco de nieve
lunes, diciembre 23, 2013

Había una vez en un lugar muy lejano —un país muy frío— un muñeco de nieve. Se llamaba Erasmo y era bastante excepcional: podía caminar, hablar, cantar, ¡y a veces hasta saltar!

Erasmo disfrutaba mucho cantando a la luz de la luna. De noche, cuando había luna llena, alzaba la vista al cielo y entonaba alegres canciones, de esas que cantan los muñecos de nieve.

Un día se hizo amigo de una muñeca de nieve muy bonita llamada Lala, que también era excepcional. Tenía los ojos grandes y resplandecientes, y al igual que a él, le fascinaba cantar.

La víspera de Navidad, a Erasmo se le ocurrió regalarle algo a Lala. Vamos a ver ¿qué podría darle? —cavilaba mientras caminaba por la nieve—. Tiene que ser algo único... algo distinto... ¡algo grande! Algo que nunca le hayan regalado.

—¡Aaay! —gritó al caerse de bruces—. No me acordaba de que debajo está la charca helada —masculló mientras se levantaba.

—Un momento... —en su cabeza tomaba forma una idea—. Erasmo ¡eres genial! Sí, eso es lo que puedo hacer por Lala: aprenderé a patinar al son de su villancico preferido. Seré el mejor patinador de todos los tiempos. Le encantará. ¡Le haré el mejor regalo de Navidad de toda su vida!

Se rió como suelen reírse los muñecos de nieve y se aventuró sobre el hielo. Pero no tardó en resbalarse y darse un fuerte golpe contra la superficie.

—Uy, voy a tener que practicar mucho —se dijo.

Se pasó el día entero esforzándose por mantener el equilibrio sobre el hielo. Por fin llegó el momento en que era capaz de darse impulso y deslizarse unos instantes sin caerse.

—¡Ya me sale! —exclamó, lanzándose a cruzar la charca—. Ya sé patinaaaaar... ¡¡Aaayyy, noooo!!

¡PLAF! Erasmo se estrelló de cabeza contra la nieve del otro lado de la charca.

—¡Caramba! Aprendí a deslizarme, pero ahora tengo que aprender a detenerme —gruñó mientras se levantaba—. Me parece que el patinaje no es lo mío. Además, en realidad no creo que a Lala no le vaya a gustar un regalo así.

Estaba arreglándose los botones que tenía en la pechera cuando le llamó la atención un objeto colorido que se encontraba medio enterrado en la nieve. ¡Era un caramelo!

Enseguida se entusiasmó con otra idea. Tomó el caramelo con sus blandas manotas y se puso a pensar que una bolsa enorme de caramelos sería un regalo magnífico para su amiga.

—Será la bolsa de caramelos más grande del mundo. Lala se quedará maravillada.

Se puso a buscar por todos lados. Pero por mucho que se esforzó, no encontró más caramelos. Finalmente, ya cansado, se apoyó pesadamente contra un árbol. El sol ya se estaba poniendo y la luna se veía cada vez más brillante.

—Eso de los caramelos no fue una idea muy buena que digamos —concluyó—. En fin, ya casi es hora de cantar mi canción a la luz de la luna.

Justo cuando iba a tomar aire para empezar a cantar, se posó una diminuta luciérnaga sobre la larga zanahoria que le servía de nariz. Ésta adquirió un intenso color naranja. Erasmo sopló para que el insecto echara a volar.

—¡Largo de aquí! ¡Fuera, bicho! —le espetó, impaciente.

Entonces se le ocurrió otra idea.

—¡Sí, eso sí! ¡Claro que sí!

Rápidamente se sacó su sombrero negro, atrapó con él a la luciérnaga y tapó el hueco con una de sus frías manos para que el insecto no se escapara.

—Llenaré el sombrero de estos bichos y luego los soltaré sobre el abeto más alto y hermoso de todos. ¡Será el árbol de Navidad más vistoso del mundo! ¡Ese sí será el regalo ideal para Lala!

Enseguida vio un destello y se puso a correr detrás de otra luciérnaga, hasta que la atrapó con el sombrero. Se pasó largo rato persiguiendo luciérnagas, sin darse cuenta de que cada vez que cazaba una, se le escapaba otra. Cuando al fin el pobre se detuvo para ver cuántas tenía, se llevó una gran desilusión al descubrir que había solo una.

Se sentó tristemente en la nieve con el sombrero a su lado. Una lágrima helada se deslizó por una de sus mejillas.

—Yo tenía la ilusión de hacerle a Lala el mejor regalo de Navidad del mundo —se lamentó—. ¿Qué va a pasar mañana? Todavía no he encontrado el regalo ideal.

Se cubrió los ojos —dos piedritas negras— con sus gruesas manos y se puso a sollozar.

Una vocecita rompió el silencio:

—El regalo ideal no tiene por qué ser el más grande, el mejor ni el más espectacular.

Sorprendido, Erasmo levantó la vista. La luciérnaga salía lentamente del sombrero.

—¡Espera! ¿Qué dijiste? —le preguntó.

El bichito contestó:

—Que a veces los mejores regalos son muy pequeños, pero van cargados de cariño.

Erasmo se quedó pensativo un rato. Luego hizo lo que hubiera debido acordarse de hacer mucho antes. Juntó sus manotas, dirigió la mirada hacia el cielo y rezó:

—Dios, tú sabes que me gusta mucho Lala, y que me gustaría hacerle un regalo de Navidad. No tiene por qué ser algo grande, pero sí algo que refleje mucho cariño. Dame una buena idea, por favor.

Al terminar la oración, observó que la nieve comenzaba a derretirse en un punto, delante mismo de él. A continuación brotó justo allí una bella flor azul.

¡Qué maravilla! —pensó. Estirando la mano, la arrancó.

—Gracias, Dios, por darme este precioso regalo para Lala.

A la mañana siguiente, cuando le entregó a la muñeca su regalo de Navidad, Erasmo se sentía muy bien por dentro.

—¡Es el mejor regalo que me han hecho! —exclamó Lala. Seguidamente le dio a Erasmo un alegre abrazo y agregó:

—¡Y tú eres el mejor amigo que he tenido!

Se tomaron de las manos y se lanzaron a dar vueltas alegremente mientras entonaban magníficas y sonoras canciones de muñecos de nieve. Mientras cantaban y bailaban, iban cayendo del cielo gruesos copos de nieve que lo cubrieron todo con un nuevo manto blanco. Para Erasmo y Lala era la Navidad ideal.

Texto: Jasmine St. Clair y Kie Poole. Adaptación de Conéctate, número infantil, vol. 1, número 2. © Aurora Production AG, 2005, Suiza. Todos los derechos reservados. Utilizado con permiso.
Ilustraciones: Zeb. Diseño: Stefan Merour.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2013
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Etiquetas: navidad, relatos para niños, dar, amistad