Rincón de las maravillas
El relato de Navidad de Don Orlando
lunes, diciembre 19, 2011

Félix era una ardilla gris que vivía con su familia dentro del tronco de un majestuoso roble. Era invierno y las ramas peladas del árbol estaban cubiertas de escarcha.

Apenas vio salir el sol en el horizonte, Félix saltó de la cama. Corrió donde su mamá, le dio un riquísimo abrazo de ardilla de peluche (eso quiere decir que no solo la abrazó con los brazos sino también con su espléndida cola suavecita), y luego se sentó a tomar un delicioso desayuno. Era un día muy particular para Félix, pues era el primer día de la temporada navideña.

Cuando terminó de desayunar, Félix se disponía a salir a saltar velozmente por las ramas de los árboles, cuando escuchó que su mamá lo llamaba.

—No tan de prisa, Félix —le dijo su mamá—, ¿no te olvidas algo?

—Ay, mamá... ¡pero si estamos de vacaciones!

—Eso no importa —le explicó su mamá—, de todos modos debes lavarte los dientes, hacer tu cama y terminar tus tareas del hogar.

—¡Tienes razón, mamá! —contestó Félix. Sabía que lo correcto era obedecer, pero por dentro no estaba muy contento que digamos de tener que hacer esas cosas cuando había tanto por hacer afuera para divertirse y jugar en Navidad.

Félix hizo sus tareas lo más rápido posible y salió disparado hacia un árbol cercano, corriendo y saltando de rama en rama. Félix se dirigía a ver a su buena amiga Blanca. Blanca era una conejita del mismo color de su nombre que vivía con su familia en una madriguera.

—¡Blanca! —la llamó Félix—. ¡Sal a jugar conmigo!

Blanca salió de muy mal humor.

—Tendrás que esperarme un rato. Aún me falta terminar algunas tareas... en vacaciones.

Félix esperó afuera de la conejera de la familia de Blanca. Una vez que Blanca hubo terminado, los dos se fueron corriendo a jugar.

Félix podía trepar y saltar por las ramas de los árboles, pero Blanca podía correr tan rápido que a Félix le resultaba difícil seguirle el ritmo.

Transcurría el día, pasó la mañana y llegó la tarde. Los dos amigos se encontraron por el árbol de Don Orlando. Don Orlando era un viejo y sabio búho. Había vivido mucho tiempo ahí, y siempre tenía algún relato interesante que contar. A Don Orlando le encantaban los animales pequeños y se puso contento de ver a Félix y a Blanca.

—¿En qué andan ustedes dos estos días? —preguntó Don Orlando.

—¡Son las vacaciones de invierno y nos estamos divirtiendo un montón! —respondió Blanca.

—Bueno, aunque nuestras mamás todavía nos obligan a ocuparnos de algunas tareas de la casa —añadió Félix, con tono de queja.

—Ahhh... vacaciones... fiestas navideñas... qué bonito. Recuerdo que, de joven, a mí también me costaba mucho hacer las tareas de la casa cuando estaba de vacaciones. Hasta que cierto invierno, mi hermano y yo tuvimos que aprender por las malas por qué es importante hacer lo que mamá nos pedía. ¿Les gustaría escuchar la historia?

—¡Nos encantaría! —corearon Félix y Blanca. Les gustaban mucho las historias de Don Orlando.

El viejo búho bajó volando y se posó en una roca que había cerca. Félix y Blanca se sentaron en el suelo, ansiosos por escuchar el cuento de Don Osvaldo.

—Cuando era buhito —comenzó Don Orlando— mi mamá tuvo que salir de viaje por unos cuantos días. Mi hermano Edgar y yo ya éramos lo bastante grandecitos como para cuidarnos solos. Mamá nos dejó instrucciones detalladas, para que supiéramos qué tareas teníamos que hacer cada día en su ausencia. Nos dijo que nos aseguráramos de tomar la siesta durante el día, ya que necesitábamos fuerzas para cazar de noche. También nos encargó que mantuviéramos el nido limpio.

—¿De veras? ¿Tuvieron que limpiar y ordenar, aunque estaban de vacaciones? —preguntó Blanca.

—Sí, eso fue lo que nos pidió mamá. Pero apenas se fue, a Edgar y a mí se nos ocurrió hacer otra cosa.

—Mamá se ha ido —me dijo Edgar—. Hagamos lo que queramos hasta que vuelva.

—¡Podemos jugar todo el día! —exclamé yo—. No hace falta que tomemos la siesta ni que hagamos nuestras tareas.

—Nos parecía un plan muy divertido. De modo que empezamos el día jugando a escondernos entre los árboles. Jugamos todo el día y nos divertimos un montón. Pero al llegar la noche ambos teníamos mucha hambre, así que nos preparamos para buscar comida como nos había enseñado mamá. Pero como estábamos cansados porque nos habíamos pasado el día jugando, no teníamos la agilidad necesaria para atrapar ninguna presa.

»Por fin regresamos al nido a dormir, pero todo estaba tan desordenado que no podíamos dormir. ¡Era incomodísimo! Dimos vueltas de un lado a otro durante toda la noche y cuando llegó la mañana estábamos muy cansados. Y claro, hambrientos también. Pero como de día no podíamos cazar, tuvimos que esperar hasta la noche siguiente.

»Igual, en vez de ordenar el nido nos fuimos directamente a jugar. Jugamos y jugamos. Aquella noche de nuevo estuvimos muy cansados como para cazar, así que tratamos de dormir.

»Tras pasar varias horas dando vueltas en la cama, y con el estómago rugiendo del hambre, Edgar y yo por fin nos dimos cuenta de que si hubiésemos obedecido a mamá, no estaríamos ni cansados ni con hambre. Si le hubiésemos hecho caso, nuestro nido habría estado ordenadito y habríamos dormido cómodamente.»

—Creo que debemos ordenar el nido —sugirió Edgar—; no puedo dormir. Hay un montón de cosas que me incomodan.

—Pienso lo mismo —le dije—. También debimos haber tomado la siesta, así no estaríamos tan cansados a la hora de cazar.

—Edgar y yo nos pusimos a ordenar todo y luego nos quedamos plácidamente dormidos. Fue una agradable sensación que todo estuviera limpio. A lo largo del día siguiente nos aseguramos de descansar, de modo que cuando llegó la noche no estábamos demasiado cansados para cazar. Más tarde aquella noche encontramos algo rico para comer.

»Al regresar mamá le contamos lo que había pasado y ella se puso muy contenta de que hubiéramos aprendido eso. Le dijimos que en el futuro nos esforzaríamos por obedecer lo que nos dijera.

»Aprendimos que, si bien jugar y divertirse es algo bueno, también hay una buena razón para limpiar y hacer nuestras tareas. Aprendimos a apreciar a mamá y todo lo que nos había enseñado. Desde aquel día nos esforzamos por hacer las cosas de buena gana cada vez que nos tocaba limpiar o dar una mano en el nido.»

Blanca y Félix se miraron. Luego miraron a Don Orlando. A partir de entonces, ellos también harían todo lo posible por echar una mano en sus respectivas casas, aun si estaban de vacaciones.

—Gracias por contarnos eso, Don Orlando —dijo Félix—. Voy a recordarlo cada vez que me cueste hacer mis tareas.

—No hay de qué —dijo Don Orlando. ¡Felices fiestas!

—Igualmente —corearon Blanca y Félix. Los dos amigos regresaron a sus madrigueras decididos a esforzarse al máximo.

Contribución de Devon T. Sommers (autor original desconocido). Ilustraciones: Didier Martin. Diseño: Christia Copeland.
Publicado por Rincón de las maravillas. © La Familia Internacional, 2011

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Etiquetas: diligencia, navidad, relatos para niños, obediencia