—Ji, ji, ji, ji... Tristán se reía solo mientras subía la escalera que llevaba al porche de su casa. Ahí se encontró con el abuelo Diego sentado en la mecedora, su asiento favorito, contemplando como de costumbre la puesta de sol.
—Parece que te estás divirtiendo —le dijo a modo de saludo.
Tristán alzó la vista y sonrió.
—¡Es que acabo de ver algo muy gracioso!
—Eso parece —le respondió el abuelo—. Cuéntame, ¿qué era?
—Estábamos jugando atrás —continuó Tristán— cuando vimos a Damián salir de su casa. ¡Y no vas a creer lo que pasó!
—¿Ah, sí? —preguntó el abuelo curioso, arqueando una ceja—. ¿Qué sucedió?
—Resulta que Damián salió por la puerta, tropezó y se cayó por las escaleras. Pero lo chistoso fue que después se le quedó el pie atrapado en un balde chico que había allí, y no lo podía sacar. Estuvo un buen rato forcejeando, y cuando por fin lo consiguió, ¡se le quedó el zapato en el balde!
Para cuando Tristán terminó de contar el incidente, se desternillaba de risa. Por el contrario, el rostro del anciano denotaba tristeza.
—¡Pudo haberse lastimado de gravedad! ¿Cómo crees que se sintió cuando tú y tu amigo se rieron de él? —le preguntó el abuelo.
Tristán lo miró. No se le había ocurrido pensar en ello.
El anciano prosiguió:
—Ponte en su lugar. ¿Cómo te sentirías tú si te pasara algo desafortunado y alguien, al verlo, se echara a reír? ¿Te gustaría?
—No mucho, no —dijo Tristán en un murmullo, mirando el suelo.
—Por lo general, es desagradable que se burlen de uno, sobre todo después que ha sufrido un accidente. Eso me recuerda un cuento sobre Arturo.
A Tristán se le iluminó el rostro.
—¡Cuéntamelo, abuelito, por favor!
* * *
Arturo iba abriéndose camino lentamente por entre las briznas de hierba. Andaba encorvado y cojeaba, apoyando casi todo su peso en una ramita. Tenía una pata vendada, y una expresión de dolor en el rostro.
Resulta que el día anterior, mientras buscaba comida, se había tropezado con la raíz de un diente de león y se había lastimado la pata. Leonor acudió en su auxilio. Se la vendó y también le dio algo de comer, para que no tuviera que caminar más con la pata herida. Al día siguiente, Arturo ya se sentía un poco mejor y podía desplazarse cojeando con la ayuda de una muleta. Pero aún estaba bastante desanimado.
—¡Qué desgracia la mía! —exclamó entre dientes—. Tengo este tremendo vendaje en la pata, y además me duele. ¡Estoy hecho un desastre! Si no me hubiera tropezado con esa raíz me habría ahorrado todo esto.
Siguió avanzando con dificultad. De pronto la muleta se le partió. Una vez más, fue a parar al suelo.
—¡AYYY! —gritó—. ¡Esto es el colmo! —se enojó—. Otra vez me he caído.
¡Pobre Arturo!
En ese momento escuchó risitas. Se dio la vuelta y vio a dos escarabajos sobre una hoja de trébol, riéndose. Habían estado observando a Arturo cuando cojeaba por entre la hierba, y les hizo tanta gracia que se le rompiera la muleta que les dio un ataque de risa.
—¡Mira que es torpe Arturo! —dijo Pinto entre una carcajada y otra.
Lunares, su compañera, empezó a cantar:
—¡Arturo es un inseguro!
Pinto se puso a repetir la cantinela con ella, una y otra vez.
Arturo se quedó mirando hacia abajo. La pata herida le dolía más ahora, pero peor era el dolor que sentía por dentro. Tenía ganas de llorar y notó que se le empañaban los ojos. Entretanto, los dos escarabajos continuaban con su canción.
«Tienen razón, soy inseguro y torpe —pensó Arturo desconsolado—. Soy muy propenso a los accidentes. En cuanto me recupero de uno, me ocurre otro. Siempre me hago daño y se me caen las cosas. ¡Soy un desastre!»
—¡Váyanse! —dijo en tono triste a Lunares y a Pinto.
Pero los escarabajos burlones se rieron aún más.
* * *
—Caramba, ¿qué ha pasado aquí?
Era la voz de Leonor. Se sostenía en el aire justo encima de Arturo. Su mirada reflejaba preocupación.
—Así que fuiste tú el que gritó —dijo—. Arturo, ¡cuánto lamento que te hayas vuelto a caer!
Arturo no la miró; continuó con la vista fija en el suelo. Tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Arturo, ¿estás desanimado? —preguntó la libélula, alarmada por el hecho de que su amigo, normalmente muy alegre, estuviera tan triste.
A continuación se sentó a su lado en una hoja.
—¿Te duele mucho? —le preguntó.
Arturo asintió levemente con la cabeza.
En ese momento Leonor escuchó a Lunares y a Pinto, que seguían con su cantinela y sus risas a poca distancia. Ladeó la cabeza para oír mejor lo que decían.
—¡Inseguro, inseguro, Arturo es un inseguro! —repetían, y soltaron una carcajada.
Los escarabajos no habían advertido la presencia de la libélula, y se sorprendieron cuando alzaron los ojos y la vieron en el aire delante de ellos. Leonor les lanzó una mirada de desaprobación.
—Oigan, escarabajos, ¿se están divirtiendo? —les preguntó.
Lunares y Pinto pararon de reírse y se incorporaron.
—Este... esto... —balbuceó Pinto.
—Es que vimos algo muy gracioso, eso es todo —indicó Lunares, tras lo cual miró a Pinto y soltó otra risita tonta.
Luego le explicó a Leonor:
—Arturo iba caminando y se le rompió la muleta. Fue muy chistoso.
Los dos escarabajos volvieron a reírse.
A Leonor no le hacía ninguna gracia.
—¿Saben una cosa? —les dijo—. Quizás a ustedes les pareció gracioso, pero el pobre Arturo se habría podido hacer mucho daño; y ustedes, en lugar de ir a ver si estaba bien, se rieron de él. Cuando nos burlamos de alguien que ha sufrido una desgracia, lo entristecemos más aún.
Los escarabajos miraron pensativos a Arturo. Súbitamente, la hoja de trébol en la que se habían instalado cedió por efecto del peso de ellos, y ambos cayeron al suelo.
Fue gracioso verlos rodar por la suave hierba. Sin embargo, Leonor, en vez de reírse, se les acercó rápidamente y les preguntó si estaban bien.
—Vaya, ¡menuda caída! —dijo—. ¿Se hicieron daño?
—Yo estoy bien —respondió Pinto.
—Yo también. Fue solo un revolcón —añadió Lunares.
—¡Cuánto me alegro de que no se hayan hecho daño! —dijo la libélula mientras los ayudaba a levantarse.
—Me siento muy mal por haberme reído de Arturo —confesó Pinto sacudiéndose el polvo.
—Yo también —reconoció tímidamente su compañera—. Deberíamos pedirle perdón.
—Tal vez podemos ayudarlo con algo —propuso Pinto—, para que no tenga que caminar con la pata herida.
—Ese sería un lindo gesto —dijo Leonor sonriente—. Estoy segura de que Arturo agradecerá su amabilidad y su ayuda.
* * *
Leonor y los dos escarabajos ayudaron a Arturo a regresar a su casa y le arreglaron el vendaje. Cuando la libélula se tuvo que ir, los otros dos se quedaron con Arturo hasta que se puso el sol.
—Gracias por hacerme compañía y ayudarme —dijo Arturo en el momento en que los escarabajos se levantaban para irse a su casa.
—Lo pasamos bien —respondió Pinto—. A lo mejor mañana venimos otra vez a verte.
—Estupendo —señaló Arturo agradecido—. No conviene que camine mucho hasta que tenga la pata un poco mejor. Me encantaría que me hicieran compañía.
—Entonces vendremos mañana —aseguró Lunares con una sonrisa—. Que se te cure pronto la pata. Chao.
* * *
—Fin —leyó el abuelo cerrando el libro.
—Me siento mal por haberme burlado de Damián —reflexionó Tristán luego de un momento de silencio—. Procuraré portarme mejor con él y no reírme cuando le pase algo malo.
—Excelente —dijo el abuelo—. Así seguro que él querrá ser tu amigo.
Moraleja: Haz con los demás como quieras que hagan contigo. Verás lo mucho que recibes a cambio. Jesús.
Autora: Katiuscia Giusti. Ilustraciones: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Traducción: Victoria Martínez y Antonia López.
Fragmentos de Insectos de fábula, de Aurora Production AG © 2007. Utilizado con permiso.Audio producido por Radio Active Productions. Utilizado con permiso.