—Abuelito, ¿qué vamos a leer esta noche?
El estruendo de piececitos bajando por la escalera resonó por toda la casa. De pronto apareció Tristán en pijama, ansioso por leer un cuento con su abuelo. Se encaramó a las rodillas del anciano y no paró de moverse hasta que encontró una postura cómoda.
—«En el fondo del mar...» —comenzó a leer el abuelo.
…había una vez una sirenita llamada Camila. Tenía el cabello largo y suelto, negro como el azabache, y la cola cubierta de escamas que despedían reflejos morados, verdes y azules. En cierto modo Camila era distinta de las demás sirenas: era muy pequeña, más que ninguna.
Sus papás la querían mucho. Vivían en el reino submarino de Sabalia con todas las demás sirenas y tritones. El reino de Sabalia era hermoso. Estaba gobernado por el rey Ortán y la reina Saría, ambos bondadosos y prudentes.
El lugar del castillo que más le gustaba a Camila era la torre. Allí se sentaba y observaba todo lo que sucedía más abajo en el reino.
Sus mejores amigos eran Augusto, un caballito de mar, y Guido, un cangrejo. En un arrecife cercano tenían un escondite que nadie más conocía. Siempre que estaban juntos se reían mucho y lo pasaban muy bien.
Un día en que Camila se sentía sola porque Guido y Augusto no habían podido ir a verla fue nadando hasta la torre y se puso a cantar una cancioncilla para animarse. Normalmente aquello le daba resultado, pero aquel día no.
Al mirar hacia abajo, vio que en el gran castillo estaban colgando adornos y preparando comida para una celebración. Todo el mundo andaba ocupado.
«No me gusta ser tan pequeña —se dijo—. ¡Ojalá fuera más grande como las demás sirenas! Así podría ayudar con los preparativos».
Se puso a llorar. «Aparte de Augusto y de Guido, nadie quiere estar conmigo. Además, siendo tan pequeña, nunca podré hacer nada por los reyes».
A lo lejos se alzaba un gran banco de coral salpicado de vivos colores y habitado por diversos peces y otros animales marinos. Había en particular un pequeño góbido que andaba solo y parecía desorientado. Se llamaba Gobi.
Solía esconderse entre el coral, con lo que casi no se le veía. Se ocultaba porque era muy tímido.
«¡Cómo me gustaría tener amigos! —suspiraba—. Pero no tengo a nadie. No sé quién querría ser amigo mío. ¿Cuál puede ser el atractivo de ser amigo de un pececito como yo?»
De pronto escuchó en la lejanía mucho alboroto. Provenía del castillo subacuático.
«¿Qué sucederá en el castillo?» —pensó.
Mas al salir del arrecife se topó con don Ramón, el viejo pez globo.
—Disculpe, don Ramón —balbuceó.
—Y ¿adónde vas con tantas prisas? —preguntó don Ramón.
—Escuché ruidos procedentes del castillo. ¿Usted sabe qué está pasando?
—Tengo entendido que el príncipe Cadis celebra su quinto cumpleaños. Todo el reino participa en los preparativos. ¿Vas a ir a ver el espectáculo? —le preguntó don Ramón.
—No sé si puedo.
—Claro que sí. ¿No te enteraste? Están invitados todos los peces y demás animales marinos de la zona. Tú también.
—Iré solo a echar una mirada. No creo que me quede.
—¿Por qué no?
—Porque no sabré qué hacer y probablemente me sentiré fuera de lugar.
Tras una pausa, el viejo pez globo sonrió, movió las aletas y exclamó:
—¡Vamos, Gobi, si quieres tener amigos, no van a aparecer como por arte de magia! ¡Tienes que salir a buscarlos!
—Pero es que yo no sé hacer amigos —respondió el pececito.
Don Ramón se rió.
—No te preocupes, hombre. Simplemente sé amable y simpático. ¡Verás que tu amabilidad y simpatía se les contagiará a los demás y querrán ser tus amigos!
—Gracias por el consejo, don Ramón —dijo Gobi, y echó a nadar hacia el castillo.
Por el camino oyó risas y voces alegres. Se sintió muy tímido y se dirigió rápidamente a la torre para apartarse del gentío. Al llegar a lo alto se encontró a una sirenita llorando, sola.
Gobi decidió marcharse enseguida. «¡Seguro que no quiere que la molesten en estos momentos!», pensó. No obstante, con las prisas por irse derribó de un coletazo un estante, el cual cayó estrepitosamente.
¡PATAPAF! ¡PUM!
Al girar la cabeza, Camila vio a un pez de vivos colores que se alejaba a toda velocidad. Sintió curiosidad y lo siguió.
—¿Quién eres? —le preguntó al alcanzarlo.
—Este... ¿yo? —respondió Gobi con una vocecilla tímida.
Camila se rió.
—Sí, tú.
—Gobi —respondió.
—Encantada de conocerte.
—Igualmente —dijo él—. Siento haber armado un desastre.
—No te preocupes —contestó ella—. Yo también suelo chocar contra ese estante. Podemos recoger juntos lo que se cayó.
Gobi seguía cohibido, pero se acordó de lo que don Ramón le había dicho y decidió intentarlo.
—¿Vienes seguido a la torre? —preguntó.
—Es mi lugar preferido —contestó ella—. Nunca te había visto aquí.
—Vine hace tiempo.
—Tiene una vista estupenda —añadió Camila mirando por encima de la baranda—. Desde acá uno ve todo lo que ocurre en el castillo.
Los dos se quedaron observando a la gente que iba y venía.
—¿Por qué no estás allí con todo el mundo? —preguntó Gobi.
Camila bajó los ojos.
—Es que... ¡mira lo pequeña que soy comparada con los otros! Encima soy medio torpe, y más un estorbo que otra cosa. A veces se ríen de mí.
—No eres tan pequeña —repuso él—. Yo tampoco soy grande.
—¡Camila, Camila!
Dos voces resonaron en la torre.
—¿Quiénes son? —preguntó Gobi.
—¡Augusto y Guido! —respondió Camila—. Ven, Gobi, quiero que conozcas a mis amigos.
—Veo que estás acompañada —comentó Guido.
—Les presento a mi nuevo amigo, Gobi —dijo Camila sonriendo—. Vamos todos a jugar por los arrecifes.
—¡Claro! —contestó Augusto con entusiasmo—. Nos encanta tener nuevos amigos.
¡Don Ramón tenía razón! Al dedicar tiempo a hacer nuevos amigos, Gobi ya no se sentía tan triste y solo como antes.
—A mí me gusta hacer amigos —reflexionó Tristán cuando su abuelo cerró el libro.
Moraleja: La amistad es un don de Dios. Al abrirnos a los demás, hacemos amigos y hallamos felicidad.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2007. Todos los derechos reservados.