—Tristán, ¿estás listo? —preguntó el abuelo Diego mientras se ponía la chaqueta y la gorra.
—¡Ya voy! —respondió el niño bajando a saltos por la escalera.
—Es importante que no lleguemos tarde. Ven, te ayudo a ponerte la bufanda y la cazadora.
—Gracias, abuelito.
Una vez a la semana el abuelo llevaba a Tristán a la biblioteca, donde le encantaba leer historias a los niños del círculo de lectores. Iba silbando alegremente, con su libro favorito de cuentos debajo del brazo.
—¿Cuál vas a leer hoy? —le preguntó Tristán.
—Eso es un secreto —contestó el anciano sonriendo.
—¡Llegó el abuelo Diego! —anunció Tomás cuando los vio acercarse.
Los niños se sentaron cada uno en su lugar y permanecieron callados mientras entraba el abuelo.
—¡Hola, niños! —exclamó éste—. ¡Menudo silencio hay aquí! ¡Qué agradable sorpresa!
Los niños dejaron escapar unas risitas.
—Buenas tardes, abuelo Diego —corearon.
—Buenas tardes a todos —saludó el abuelo mientras colgaba su gorra y su chaqueta—. El cuento de hoy tratará de un simpático cangrejo llamado Guido. ¿Empezamos?
—Espérenme —gritó Guido a sus amigos.
«¡Soy tan lento comparado con ellos! —pensó—. Nunca les puedo seguir el paso».
—Lo siento —exclamó Camila, dándose la vuelta y nadando hacia el cangrejo—. Te echaré una mano.
Acto seguido agarró una de sus pinzas y lo ayudó a alcanzar a los otros.
—Gracias —dijo Guido un poco triste.
«Mis compañeros me tienen que ayudar porque si no me quedo atrás. Probablemente es un fastidio tener un amigo como yo», pensó.
Aquel día se celebraba el Desfile de Peces Payaso. Cada año un cardumen de esos peces pasaba cerca del reino de Sabalia. Camila y sus amigos se dirigían al Arrecife de la Estrella, el mejor lugar para ver el espectáculo.
A la cabeza iban varios peces payaso que hacían piruetas. A continuación, una banda de música. Luego venía una compañía de bailarines. Y en la cola, unos peces payaso que agitaban serpentinas hechas de algas, formando bonitos diseños.
—¡Qué maravilla! —exclamó Camila emocionada—. ¡Cuánto me gustaría participar en el desfile!
—A mí me encantaría formar parte de la banda —comentó don Ramón.
—Podríamos hacer acrobacias —dijo Elvira.
Enseguida Augusto la lanzó hacia arriba; ella dio una voltereta y al caer se colgó de la cola del caballito de mar.
—Yo podría aprender a hacer figuras con serpentinas —señaló Gobi al tiempo que sacudía un pedazo de alga.
—Podríamos organizar todo un desfile —concluyó Camila— y presentar un espectáculo para nuestros familiares.
—¡Vayamos a ensayar! —propuso Elvira ilusionada.
Y los cinco se fueron a preparar su presentación. Guido se quedó en el banco de coral viendo pasar el resto del desfile.
«¿Qué haría yo en un desfile?», se dijo tristemente.
Entonces se fijó en una pececita payaso que se había enredado en su serpentina de algas y se había quedado muy rezagada. La serpentina le cubría hasta los ojos, de manera que no veía y andaba perdida, a tientas.
De pronto la pececita chocó con el coral, y su serpentina se quedó atascada. Tiró y tiró para liberarse, pero no lo consiguió.
—¡Socorro! —se puso a gritar—. Ayúdenme, por favor. ¡Estoy atrapada!
Guido escuchó sus gritos de auxilio y pensó ayudarla, pero luego se dijo: «Probablemente no podré soltarla. ¿Para qué lo voy a intentar?»
Una vez más oyó los gritos de la pececita.
«Será mejor que vaya a ver si puedo hacer algo», pensó.
Al oír que el cangrejo se acercaba, la pececita exclamó:
—¿Me ayudas?
—Puedo intentarlo —respondió Guido—, pero no creo que pueda hacer gran cosa. Tal vez debería ir a buscar a alguien más.
—Por lo menos prueba —dijo ella y se echó a llorar.
—No llores —le rogó él—. Procuraré ayudarte, aunque no soy muy fuerte. ¿Cómo te llamas?
—Guirlanda —respondió la pececita.
—Escucha, Guirlanda, voy a pegar un buen tirón para ver si consigo soltarte.
—De acuerdo —dijo ella—. Avísame para que yo también haga fuerza.
Guido introdujo sus pinzas en el coral.
—Creo que ya lo tengo. Vamos; a la una, a las dos y a las tres... ¡tira!
Los dos se pusieron a hacer fuerza, y luego de unos cuantos intentos se soltó un pedazo de coral.
—¡Ya estoy libre! ¡Gracias! —exclamó Guirlanda.
—Déjame que te desenrede la serpentina —el cangrejo sostenía un extremo de la serpentina de algas, mientras la pececita fue girando hasta quitársela de encima.
Finalmente le dio a Guido un gran abrazo.
—¡Eres todo un héroe! ¡Me rescataste! ¿Cómo te llamas?
El cangrejo se sintió tímido y dirigió la vista hacia abajo.
—Me... me llamo Guido —dijo tartamudeando—. Me alegro de que pude ayudar.
—¿Qué hacías por aquí?
—Estaba viendo el desfile con unos amigos; aunque ellos se fueron, pero yo me quedé.
—Pues ¡qué bien que te quedaste! —comentó ella—, porque así me salvaste. Muchísimas gracias.
—De nada.
—Será mejor que me vaya, me esperan en casa —dijo la pececita—. ¡Guido, no sabes cuánto te lo agradezco! Chao.
Cuando el cangrejo salió en busca de sus amigos, se sentía más feliz. Se había dado cuenta de que, a pesar de su pequeño tamaño y de que no era capaz de hacer todo lo que ellos hacían, todavía podía ayudar a otros.
—¿Ustedes se sienten a veces pequeños e inútiles como Guido? —preguntó el abuelo.
—Sí —respondieron los niños al unísono.
—A veces me gustaría ser como mi hermano mayor —indicó Damián—. Él sabe hacer muchísimas cosas. Yo, en cambio, soy chico, y me parece que no puedo ayudar mucho.
—Toma tiempo aprender a hacer cosas —explicó el abuelo—. Pero pueden ayudar a sus papás de muchas maneras. ¿Se les ocurren algunas?
—Yo ayudo a mi mamá en el jardín —dijo Tristán.
—Yo a veces lavo el auto con mi papá —recordó Damián.
—Mi mamá me deja que la ayude a cocinar —señaló Chantal.
—Yo puedo recoger las cosas de la casa que están desordenadas —añadió Tomás.
—Aunque sean pequeños o no sepan hacer muy bien algunos trabajos, siempre pueden ayudar —concluyó el abuelo.
—¡Chao! —exclamaron los niños cuando el anciano y su nieto se encaminaron hacia su casa.
—Eres el mejor abuelo del mundo —reflexionó Tristán—. Gracias por leernos cuentos. Nos enseñan muchas cosas.
—De nada —respondió el abuelo con una sonrisa—. ¿Sabes una cosa? Tú eres un nieto estupendo.
Moraleja: Aunque seas pequeño y te sientas medio incapaz, siempre puedes ayudar.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2007. Todos los derechos reservados.