—Tristán, ¿te pasa algo? —preguntó el abuelo Diego al ver a su nieto en el sillón con cara triste.
—Lalo, mi mejor amigo, está enfermo —contestó Tristán—. Su mamá dice que no lo puedo ver porque me podría contagiar.
—¡Cuánto lo siento! —respondió su abuelo—. Pero ella tiene razón. Sería una pena que te enfermaras, ¿no crees?
—Sí, pero es que yo quería jugar con él. Tal vez así se sentiría mejor.
—Estoy seguro de que él también tiene ganas de jugar contigo. A veces, sin embargo, uno tiene que hacer lo que más conviene, no lo que prefiere —le explicó el abuelo.
—Abuelito, ¿qué puedo hacer para que Lalo se sienta mejor? —preguntó el niño.
—Esa es una excelente pregunta, y demuestra una muy buena intención. Conozco un cuento que me servirá para responderte. Cierta vez Bitita y Antonia se enfermaron y...
—Me siento pésimo —anunció Bitita mientras se acurrucaba en su cama.
—Yo también —dijo Antonia.
El día anterior una tormenta las había sorprendido a ambas. Buscaron dónde refugiarse, pero llovía tan fuerte que las hojitas bajo las que se colocaron no alcanzaron a guarecerlas de las gruesas gotas que caían. Cuando llegaron a su casa, estaban empapadas.
Al día siguiente amanecieron las dos resfriadas y con una tos terrible, acostadas cada una en una hoja, con mucho malestar.
«¡Ay, caramba! —pensó Candela al pasar cerca de Bitita y Antonia y verlas acurrucadas en sus camas—. Diosito, muéstrame qué puedo hacer para que se sientan mejor.
»Veamos, si yo estuviera enferma, ¿qué haría que me sintiera mejor? —se dijo en voz alta—. ¡Ya lo tengo! ¡Gracias, Dios mío, por esa idea!»
Con una sonrisa en los labios, voló en busca de sus otros amigos.
—Estuve pensando que sería lindo hacer algo para animar a Bitita y a Antonia —explicó Candela a sus amigos—. Se me ha ocurrido algo, pero necesito la colaboración de ustedes. ¿Me ayudan a levantarles el ánimo?
—¡Claro que sí! —respondieron los demás al unísono.
—¡De acuerdo! Entonces acérquense y escuchen el plan...
Unos minutos después, el grupito comenzó entusiastamente a hacer los preparativos.
Había llegado la noche. La luna brillaba con fuerza, y en el firmamento se veían cientos de estrellas.
Entre una tos y un estornudo, Bitita y Antonia oyeron un crujido.
—¿Oíste eso? —le preguntó Bitita a su amiga luego de otro estornudo.
—Suena por este lado, por aquí —contestó Antonia—. Voy a ver qué es.
Antonia descendió de su hoja y se alejó unos pasos.
—¿Quién anda ahí? —preguntó.
Pero lo único que encontró fue una hojita con algo escrito en ella.
—«Presentación de Flores y resplandores» —leyó Antonia.
—¿Qué significa eso? —preguntó Bitita, contenta de tener algo en qué pensar que no fuera su garganta adolorida.
—Parece el nombre de un espectáculo.
—Será algo que nos estamos perdiendo porque estamos enfermas.
—Sí, seguramente —dijo Bitita triste.
En ese preciso momento Candela llegó volando.
—¡Hola! —la saludó Antonia.
—¡Hola, amigas! Antonia, métete rápido en la cama —dijo Candela—. ¡Les tenemos una sorpresa!
—¿Una sorpresa? —preguntó Bitita curiosa—. ¿Qué es?
—Ya verán —respondió Candela, y desapareció.
—¡Uy, qué emocionante! —exclamó Antonia, encaramándose rápidamente a su cama.
Pasó un minuto y entonces la rana gorda de la charca empezó a croar, y una luciérnaga resplandeciente se puso a bailar.
A la canción de la rana gorda luego se le unieron otro coro de ranas. Luego, más luciérnagas se unieron a la danza, resplandeciendo y bamboleándose dibujando en el aire flores al son del hermoso canto de las ranas.
Antonia y Bitita no se perdían ni un detalle del espectáculo, se sentían muy contentas, pese a lo mal que estaban apenas unos minutos antes.
Terminada la función, Antonia y Bitita hicieron una ovación.
—¡Muchísimas gracias! —exclamaron las dos.
—Después de esto nos sentimos mucho mejor —reconoció Antonia.
Las dos amigas se habían acomodado en su camita y estaban a punto de dormirse cuando Bitita le dijo a Antonia:
—Cuando nos mejoremos tenemos que hacer algo por nuestros amigos.
—Sí —respondió ésta con un bostezo—. Mañana podemos planear algo, como todavía tendremos que guardar cama...
—Buena idea. Que duermas bien —le deseó Bitita a su compañera al tiempo que se daba la vuelta y cerraba los ojos.
—Tú también.
—A lo mejor le puedo hacer a Lalo una tarjeta para desearle que se mejore —reflexionó Tristán al finalizar el cuento.
—Seguro que así se sentirá muy querido y verá que te acuerdas de él —le dijo el abuelo Diego—. Cuando la termines, iré a su casa para entregársela.
—Gracias, abuelito —dijo Tristán—. La voy a preparar ahora mismo.
Y se dirigió ilusionado a su habitación para buscar papel y lápices de colores.
Moraleja: Siempre hay algo que se puede hacer para animar a los demás y llevarles felicidad. Pídele a Dios que te enseñe cómo puedes lograr que sonrían y se sientan mejor.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado por Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2007. Todos los derechos reservados.