—Abuelito, ¿conoces algún cuento de Navidad en el que aparezcan nuestros amigos insectos? —preguntó Tristán.
—Puedo revisar mi libro de cuentos —respondió el abuelo Diego—. ¿Me lo traes, por favor?
El niño corrió escaleras arriba en busca del libro de cuentos favorito de su abuelo. Al regresar con el libro, se sentó junto al anciano, ansioso de escuchar un cuento.
—Ah, aquí está, «¡Felicidad en Navidad!» —dijo el abuelo con una sonrisa, y empezó a leer...
Era un soleado día de invierno. La noche anterior había nevado, y el suelo estaba cubierto por una mullida y blanca alfombra. Varios insectos se dirigían a toda prisa a una reunión que había sido convocada, dejando pequeñas huellas zigzagueantes en la nieve. Al rato los amiguitos habían llegado al punto de encuentro, una acogedora madriguera. Se pusieron bien juntitos para no pasar frío.
—Estaba pensando —empezó diciendo Arturo— que sería lindo hacer algo por nuestros vecinos esta Navidad.
—¡Podría ser divertido! —exclamó Leonor.
—Concretamente, ¿qué sería? —le preguntó Antonia.
—No sé bien —respondió Arturo—. Por eso les pedí que vinieran, para poder conversarlo juntos. ¿Alguien tiene una idea?
—¡Um! En principio en Navidad la gente hace regalos —dijo Bitita pensativa.
—Y canta —corearon Pinto y Lunares.
—Sabía que se nos ocurrirían buenas ideas —intervino Arturo sonriendo.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Lunares. Se hizo silencio por un momento.
Tras reflexionar, Antonia explicó:
—Estaba pensando que la Navidad es el cumpleaños de Jesús, no sé qué le gustaría a Él que hiciéramos en Su cumpleaños.
—Preguntémoselo —propuso Arturo. Los demás asintieron con la cabeza.
Los ocho insectos inclinaron la cabeza para rezar. Al terminar, continuaron planeando lo que querían hacer para los vecinos en Navidad.
—«Noche de paz, noche de amor» —cantó Antonia con voz temblorosa.
Luego suspiró:
—¡No me sale! No tengo mucha voz.
—No te des por vencida —la animó Lunares—, solo tienes que ensayar más. Pinto, ven a cantar con nosotras.
Esta vez se pusieron a cantar los tres juntos. Luego de unos cuantos intentos, sus voces armonizaban perfectamente. Cantaban:
—¡Magnífico! —exclamó Leonor.
—¡Vaya! —dijo Pinto, mirando hacia donde estaba Leonor—. ¡Esas canastas navideñas se ven preciosas!
En el suelo se veía una hilera de canastas llenas de regalos y bocaditos deliciosos, decoradas con hojas y bayas de acebo.
—Todos se han esmerado en prepararlas y han quedado excelentes —sentenció Arturo, asomándose por encima de la hoja en la que estaba escribiendo.
—Arturo, ¿qué haces? —preguntó Bitita.
—He hecho una lista de todas las familias de insectos del vecindario a las que podríamos llevar una canasta —explicó.
—¿Cuántas tienes? —preguntó Leonor.
—Como doce.
—Eso significa que ya casi hemos acabado —dijo Lunares luego de contar las canastas—. Solo nos faltan dos.
—Es estupendo que las hayamos terminado a tiempo —comentó Bitita—. Esta noche es Nochebuena, y podemos ir a repartirlas.
—¡Qué emoción! ¡No hallo la hora de empezar! —añadió Antonia.
—Terminemos las dos últimas canastas —dijo Arturo— y luego nos alistamos.
—Buena idea —respondieron los demás, y enseguida pusieron manos a la obra.
Nevaba suavemente. Los copos que ya habían caído al suelo crujían bajo las patas de los insectos. Los ocho iban cantando en voz baja un villancico mientras se dirigían a la aldea.
Llegaron así a la vivienda de los escarabajos.
—Buenas noches, familia Escarabajo —saludó Arturo.
—Buenas noches a ti también, Arturo —contestó el señor Escarabajo—. ¡Y feliz Navidad a todos!
—Feliz Navidad —repitió su esposa—. ¿Qué los trae por aquí?
—Les traemos una canasta de Navidad —explicó Leonor—. Y también nos gustaría cantarles un villancico o dos.
—¡Ustedes son un encanto! —exclamó la señora Escarabajo—. ¡Qué detalle!
Antonia comenzó a cantar:
—«Noche de paz, noche de amor...»
Los demás la siguieron; los señores Escarabajo también y sus hijos.
Al terminar la canción, la señora Escarabajo le dio a cada uno un abrazo.
—Muchas gracias por la visita —dijo—. Nos han traído el mejor regalo de Navidad.
—¡Feliz Navidad! —exclamaron los ocho, despidiéndose para ir a la siguiente vivienda.
Fueron así por todas partes, llevando alegría y felicidad y haciendo sonreír a todos los bichitos con que se encontraban. Bien entrada la noche, se despidieron antes de dirigirse a sus respectivos hogares.
—Esta ha sido la mejor Nochebuena de mi vida —dijo Bitita.
—Desde luego —exclamaron los demás.
—Me gustaría hacer algo así en Navidad —reflexionó Tristán cuando terminó el cuento—. Pero ¿qué puede ser?
—Buena pregunta —respondió su abuelo—. A lo mejor puedes hacer algo por Damián, nuestro vecino, o prepararles una tarjeta de Navidad a tus padres. Son muchas las cosas que se pueden hacer por los demás. También puedes pedirle a Dios que te dé ideas. Seguro que Él tiene algunas muy buenas.
—Eso voy a hacer —dijo Tristán agachando la cabeza para orar.
Esa iba a ser la mejor Navidad de todas para Tristán, porque estaba haciendo lo que más le agrada a Jesús en Su cumpleaños: que pensemos en los demás y procuremos hacerlos felices.
Moraleja: El mejor regalo de Navidad que puedes hacerle a alguien es tratarlo con amor y cariño. Al hacer felices a los demás, haces feliz a Dios.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2007. Reservados todos los derechos.