—¡Eso es mío! ¡No te lo dejo! —gritó Tristán enojado mientras le quitaba a su primo Tomás una locomotora de juguete—. ¡Es mi mejor locomotora y quiero jugar con ella!
—Pero yo la tenía primero —protestó Tomás con los ojos llenos de lágrimas—. No está bien quitar cosas.
—¡Es mi juguete favorito! —dijo Tristán—, y no te lo dejo.
—Tristán, así no se habla.
Era el abuelo Diego, que al oír gritar a los niños había venido a ver qué pasaba.
—Es que Tomás agarra todos los juguetes que más me gustan y se pone a jugar con ellos —explicó Tristán.
—Pero él no estaba jugando con ellos —dijo su primo lloroso—. Es solo que no me los quiere dejar.
—¿Es eso verdad, Tristán? —preguntó el abuelo—. ¿Por qué no se los dejas?
—Porque... —Tristán hizo una breve pausa— a lo mejor me entran ganas de jugar con ellos; y si él los tiene, no puedo.
—Eso me trae a la memoria un cuento —dijo el abuelo pensativamente.
—¿Sobre qué? —preguntó Tomás.
—Si mal no recuerdo, a Bitita también le estaba costando compartir sus cosas —prosiguió el abuelo—. Déjenme ir a buscar mi libro de cuentos. Quizás aprendamos algo que nos ayude a solucionar este problema.
Bitita estaba pasando un mal día. Iba de un lado a otro de la colmena con el ceño fruncido. Toda la mañana se había sentido triste y enfadada.
Al salir volando de la colmena para ir a buscar más néctar, escuchó que la llamaban.
—¡Bitita! ¡Espera!
Era Pepe, un amigo de una colmena cercana.
Bitita aminoró un poco la marcha. Estaba de tan mal humor que no tenía muchas ganas de que Pepe la acompañara.
Él jadeando la alcanzó y le sonrió.
—¡Uf, hoy sí que vas volando! Mantienes en forma a las abejas viejas como yo —exclamó con una risita.
Bitita esbozó una sonrisa.
—Tengo prisa —explicó—. Necesito juntar más néctar.
Estaba impaciente por seguir con lo suyo, y no tenía ganas de hablar con nadie.
—¿Te importa que te acompañe? —preguntó él.
—Ven si quieres —contestó ella apurando el paso.
Volaron hasta un lugar donde había varias flores llenas de jugoso néctar que Bitita llevaría a la colmena. Pepe no paraba de charlar, pero Bitita apenas le respondía.
—¡Qué día más bonito! —exclamó él.
Bitita se encogió de hombros.
—¡Me encanta el verano! —prosiguió Pepe.
Nuevamente ella se quedó callada.
Por fin Pepe se incorporó y miró a Bitita, que estaba frenéticamente recogiendo néctar.
—¿Qué te pasa?
—Nada —contestó ella.
—Bueno, en todo este tiempo no me has querido hablar. Pareces molesta.
Pepe hizo una pausa.
—No estarás enojada conmigo, ¿no?
Bitita por fin se detuvo.
—¡No, en absoluto! —respondió, sintiéndose súbitamente muy arrepentida de no haberle hecho ningún caso a su amigo—. Lo siento, Pepe. No has hecho nada que me haya molestado. Es solo que hoy ha sido un día sombrío.
—Comprendo. Los días así no son nada divertidos —dijo Pepe poniéndose en su lugar—. ¿Pasó algo?
—Se podría decir que sí —contestó Bitita—. Hace unos días, justo cuando acabábamos de juntar un nuevo lote de deliciosa miel, vino el apicultor y se llevó más de la mitad. Todos habíamos estado cantidad de días seguidos saliendo a recoger néctar para hacer miel, y él vino y se la llevó. Y no era la primera vez, lo hace con bastante frecuencia.
«Antes no me importaba tanto —prosiguió—, porque no es que se la lleve toda. Siempre queda suficiente para nuestras necesidades. Pero a veces me da rabia porque nos cuesta mucho trabajo».
—¡Um! Entiendo que te fastidie —dijo suavemente Pepe—. Una vez, en mi colmena, yo me sentí igual.
—¿En serio? —preguntó ella sorprendida—. Y ¿todavía te molesta?
—No, porque descubrí algo muy interesante —respondió él—. Bitita, ¿sabes por qué el apicultor se lleva la miel?
—No —dijo ella negando con la cabeza.
—Resulta que el apicultor también le saca provecho a la miel, igual que nosotros. La encuentra tan deliciosa que se lleva una parte para comérsela con panqueques o con pan, o para preparar dulces.
—¿De verdad? —preguntó Bitita.
—Sí, le encanta. Y a su hijita también —añadió Pepe con una sonrisa.
Bitita se quedó un momento pensativa.
—Supongo que no está tan mal que se lleve nuestra miel. No sabía que era porque le gustaba tanto.
—A Dios le agrada que seamos generosos, aun con las cosas que nos gustan o que nos han costado trabajo —explicó Pepe—. Demos lo que demos, siempre recibimos más a cambio. A Dios le gusta que compartamos lo que tenemos con los demás, de la misma forma que Él comparte con nosotros el hermoso mundo que creó.
—Gracias por explicármelo —le respondió Bitita dándole un abrazo—. Perdóname por haber estado tan gruñona esta mañana. Lo que me has dicho me ayudará a no amargarme porque el apicultor se lleve la miel. Ahora me siento mucho mejor.
—¡Me alegro de haber podido ayudarte! —dijo Pepe devolviéndole el abrazo.
Más tarde aquel mismo día, mientras recogía néctar, Bitita vio a la hijita del apicultor jugando en el jardín. La niña escuchó el zumbido de la abeja y exclamó sonriente:
—¡Gracias, Diosito, por las abejas! ¡La miel es tan rica! Gracias por enseñarles a hacerla, y gracias porque la comparten con nosotros.
Bitita sonrió de oreja a oreja. Se sintió muy satisfecha al escuchar lo feliz que hacía la miel a la niña.
—De nada —le susurró, y emprendió el regreso a la colmena.
—¡Te presto mis juguetes, Tomás! —anunció Tristán—, igual que a Bitita no le importó compartir con el apicultor y su familia la miel que tanto trabajo le había costado.
—Gracias —respondió su primo—. Los cuidaré bien.
El abuelo sonrió al salir de la habitación y dejar a los dos chicos jugando juntos alegremente.
Moraleja:
La generosidad hace feliz al que la practica, porque cuando damos a los demás, Dios nos da a nosotros.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2007. Todos los derechos reservados.