Rincón de las maravillas
Cuentos del abuelito: Chiquisaurios: Dina y sus conchas marinas
lunes, septiembre 12, 2022

Era el cumpleaños de Tristán, y sus papás le habían regalado una carpa. Como Tristán tenía muchas ganas de estrenarla, el abuelo Diego le propuso que invitara a sus amigos —Tomás, Chantal y Damián— para acampar en el jardín. La idea le encantó.

Al rato llegaron sus compañeros. Trajeron una carpa más, bolsas de dormir, linternas, comida y libros. Con la ayuda del abuelo, armaron las carpas.

Tomás se fijó en la linterna grande que había traído Chantal. Le pareció mucho más bonita que la suya y se le ocurrió probarla para ver qué tal funcionaba. La encendió y apagó un par de veces, pero como aún era de día, no pudo apreciar si daba mucha luz.

«Um... ¡ya sé! —pensó—. Dentro del saco de dormir estará más oscuro».

Se metió en la bolsa de dormir de Chantal y se puso a prender y apagar la linterna.

Cuando Chantal, que había estado jugando en el jardín, se acercó a la carpa, observó una luz que se encendía y apagaba dentro de su saco de dormir.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó enojada a Tomás—. ¿Quién te ha dado permiso para jugar con mi linterna?

—Es que... solo quería ver cómo funcionaba —le contestó.

La niña se acercó furiosa para quitársela; pero en ese momento notó que la luz comenzaba a desvanecerse. ¡Las pilas se habían agotado!

Chantal se echó a llorar.

—Voy a tomar tus pilas ahora mismo —le dijo a Tomás.

Se inclinó para agarrar la linterna del niño, pero él se le adelantó: tomó su propia linterna y se alejó corriendo.

Chantal fue donde el abuelo Diego y le explicó lo que había hecho Tomás.

—Lamento lo de las pilas, y no me parece bien lo que hizo Tomás —dijo el anciano—. Pero enfadarse no es la mejor solución. Es importante resolver los conflictos como Dios manda. ¿Qué tal si les cuento un incidente parecido que ocurrió entre Pompita y Dina?

* * *

A Dina le encantaba pintar, ¡sobre todo flores y mariposas con colores vivos! Además de pintar en papel, pintaba en hojas grandes de plantas, en pedazos de corteza de árbol y en trocitos de plástico transparente para hacer vitrales.

Don Aniceto había pedido a sus alumnos que trajeran a clase algo que ellos hubieran hecho. Dina llevó algunas de sus mejores pinturas, Pompita unas barras de jabón de diversos colores, y Yago una casita que había armado con fósforos. Los alumnos se turnaron para presentar ante los demás sus creaciones artísticas.

Cuando Dina salía de la clase, se fijó en las pastillas de jabón de Pompita. De pronto se le ocurrió una idea: «¡Podría pintar y decorar una para mi mamá!»

De modo que cuando nadie miraba y sin pedirle permiso a Pompita, tomó una de las barras de jabón.

* * *

—¡Dina, me robaste una pastilla de jabón! —exclamó Pompita al día siguiente cuando descubrió a su amiga pintando y decorando el jabón.

Al verla a su lado, Dina se sorprendió. No sabía que Pompita había venido de visita. Rápidamente quiso esconder el jabón.

—¡Así que fuiste tú la que tomó mi barra de jabón! Y ahora me la estás estropeando.

—No la estoy estropeando. La estoy decorando.

—Devuélvemela —exigió Pompita.

Dina meneó la cabeza para indicar que no quería.

—Me ha costado mucho trabajo decorarla y pintarla y se la pienso regalar a mi mamá.

Pompita estaba muy enojada. Entonces puso los ojos en una bolsa donde Dina guardaba las conchas marinas que estaba coleccionando. Aprovechando un momento en que su amiga no miraba, la tomó y salió de la guarida enseguida.

«Será mejor que las esconda», se dijo. Se las puso en el bolsillo y partió hacia su casa a toda prisa.

Al llegar a su guarida, se dirigió a su habitación para buscar un lugar donde esconderlas. De pronto, oyó la voz de su madre y rápidamente colocó la bolsa debajo de la colcha; pero como quedaba un bulto en la cama, se sentó encima de las conchas justo antes de que su mamá entrara.

Al instante se dio cuenta de que había cometido un grave error.

¡Cras!

—¿Has visto a tu hermano? —le preguntó su mamá.

Pompita lo negó con la cabeza.

—Bueno, si lo ves, por favor dile que tiene que terminar sus tareas.

Al irse su mamá, Pompita miró cuidadosamente dentro de la bolsa y vio que había varias conchas rotas. «¡Ay! ¿Qué voy a hacer? —pensó—. Dina se pondrá furiosa conmigo». Pero luego se dijo: «Dina me quitó una pastilla de jabón sin pedirme permiso, así que se merece que se le hayan partido algunas conchas».

Pasaron algunas horas. Cuanto más reflexionaba Pompita sobre las conchas, peor se sentía. «Quizá debería confesárselo a Dina», pensó, pero luego rechazó ese pensamiento.

Aquella noche, cuando su mamá fue a darle un besito de buenas noches, Pompita se sentía muy triste.

—¿Qué te pasa, cariño? —preguntó su mamá.

Pompita le relató lo que había ocurrido con las conchas de Dina.

—No sé qué hacer —reconoció sollozando.

—Lo mejor es siempre decir la verdad —le contestó su mamá—. Lo más probable es que Dina se moleste; pero de todos modos es bueno que se lo cuentes. Aunque estabas enojada con ella porque te había quitado una pastilla de jabón, no debiste haberte llevado las conchas. Con eso complicaste la situación.

Pompita abrazó a su mamá.

—Mañana le explicaré lo que pasó con las conchas.

* * *

—Dina, ayer, sin que te dieras cuenta, tomé las conchas que tenías en tu cuarto —comenzó diciendo Pompita—. Estaba enfadada contigo por haberme quitado la barra de jabón y quería fastidiarte.

—¿Te llevaste mis conchas? —preguntó Dina enojada, agarrando la bolsa de conchas que le entregó su amiga.

—Sí, y lamento mucho haber roto algunas sin querer.

Dina miró dentro de la bolsa y se echó a llorar al ver que algunas conchas estaban quebradas.

—Pompita, algunas de estas eran mis preferidas —le espetó.

—Lo siento mucho —contestó Pompita.

Dina recapacitó sobre su actitud.

—También yo debería estar arrepentida —reconoció—. Debí haberte pedido permiso antes de tomar la pastilla de jabón. Pero en lugar de eso, sólo pensé en mí misma y en lo que yo quería.

—Te perdono —dijo su amiga—. Quédate con la barra de jabón, y si quieres te regalo otra.

—Muchas gracias. Se me ocurre algo que podemos hacer con estas conchas rotas: decorar una caja pegando por fuera los pedacitos. Será un recordatorio de la amistad que nos une.

Las dos se abrazaron y se fueron felices a buscar lo que les hacía falta para preparar la cajita.

* * *

—Siento haberte gastado las pilas —dijo Tomás a Chantal—. Si quieres te dejo mi linterna.

—Te perdono —contestó la niña—. Yo siento haberme enojado contigo.

—Eso está mucho mejor —comentó el abuelo Diego—. ¿Sabes, Chantal? Creo que tengo por ahí unas pilas que te puedo dar.

—¿En serio?

—Sí. Pero acuérdense de encender la linterna solo cuando haga falta. Así las pilas duran mucho más.

—Gracias por ayudarnos a hacer las paces —le dijo Chantal al abuelo.

—Y gracias por el cuento —añadió Tomás.

Moraleja: Piensa en el efecto que tiene en los demás lo que haces. Trátalos como te gustaría que te trataran a ti. Si siembras felicidad, tú también serás feliz.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.
Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2008. Todos los derechos reservados.
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Etiquetas: cuentos del abuelito, audio, chiquisaurios, amistad, perdón, sinceridad y transparencia, relatos para niños