Era domingo por la tarde. Tristán estaba construyendo su tren de Legos en la sala. Había vías y piezas esparcidas por todas partes.
—¡Caramba! —dijo su abuelo al ver el desorden.
Y entrando de puntillas para no pisar las piezas añadió:
—Te estaba buscando arriba.
—Vine a jugar aquí —explicó su nieto— porque no había espacio en mi habitación.
—No me extraña —contestó el abuelo—. ¡Tu cuarto está tan revuelto que casi no pude abrir la puerta!
—Mami lo arreglará más tarde —señaló el pequeño—. Creo que le gusta hacerlo.
—La verdad, Tristán, es que a veces le das bastante trabajo a tu mamá porque tiene que recoger cantidad de cosas que dejas tiradas. ¿Sabías que cuando un niño aprende a guardar sus cosas y se vuelve responsable es señal de que se está haciendo grande?
Tristán lo negó con la cabeza y suspiró.
—No me gusta ordenar. ¡Toma mucho tiempo!
—Por eso tienes que aprender a recoger sobre la marcha, antes de que tu habitación llegue a estar tan revuelta.
—Abuelito, ¿y por qué hay que ordenar? —preguntó su nieto.
—Muy buena pregunta. Conozco un cuento que te ayudará a entender la importancia de ser ordenado y responsable.
Tristán se subió rápidamente al sofá para escucharlo.
—¿Qué tal si primero recoges los Legos? —propuso el abuelo.
—De acuerdo —respondió el niño—. ¿Y luego me lo cuentas?
—Trato hecho.
Don Aniceto llegó al colegio con una caja grande.
—Buenos días a todos —saludó y colocó la caja en su escritorio.
—Buenos días, don Aniceto —corearon los alumnos.
—¿Pasaron un buen fin de semana?
—Sí —respondieron los chiquisaurios.
—Disculpe, profesor, ¿qué hay en la caja? —preguntó Dina.
—Una sorpresa. Resulta que esta semana vamos a concentrarnos en tener buenos modales y ser responsables, limpios y ordenados. He dado a sus padres una hoja para que la vayan rellenando. Cada vez que ustedes cumplan bien sus obligaciones, demuestren buenos modales y se esfuercen por ser limpios y ordenados, ellos lo anotarán. Al final de la semana, los tres alumnos que obtengan el mejor puntaje recibirán un premio.
Don Aniceto abrió la caja y sacó de ella una bolsa que contenía una pequeña carpa iglú. A continuación extrajo un juego de pinturas que venía con un caballete y con paleta para mezclar los colores. El tercer premio era un juego para armar un carrito.
A Conrado se le iluminaron los ojos cuando vio el carrito. Siempre había querido tener uno.
Comenzó la clase. Conrado estaba distraído pensando en el carrito. Lo malo era que no se había fijado mucho en la explicación de lo que dijo que había que hacer para ganar el premio.
Cuando emprendió el regreso a su casa, seguía soñando con el carrito, y se metió sin darse cuenta en unos barrizales. Al llegar tenía los zapatos y los pantalones cubiertos de lodo.
—Conrado, ¿dónde te metiste? —le preguntó su mamá.
—Es solo un poco de barro, mami —dijo él—. Más tarde me cambio.
—Acuérdate de la hoja que me entregó don Aniceto. No te puedo anotar un punto si no te lavas de inmediato.
—Está bien —suspiró Conrado.
Rápidamente fue a cambiarse; pero no se limpió a fondo los zapatos, por lo que luego dejó huellas de barro en el piso de la guarida.
Más tarde llegó su papá.
—Hola —saludó.
—Hola, cariño —contestó la mamá de Conrado.
Pero Conrado no le devolvió el saludo; estaba ensimismado jugando.
El papá fue a sentarse en su sillón habitual; pero apenas se dejó caer en él, soltó un grito.
—¡Aaaaayyy!
—¿Qué te ha pasado, querido? —preguntó la mamá.
—Había algo en el sillón —respondió el papá.
En efecto, al mirar descubrió unos juguetitos puntiagudos con los que Conrado había estado jugando y que se había olvidado de guardar. La mamá de Conrado movió tristemente la cabeza.
Los días fueron pasando. Conrado no conseguía mantener su ropa limpia. Después de jugar con sus camioncitos en el barro, no les lavó las ruedas, y al endurecerse el barro, dejaron de funcionar. Su cuarto estaba todo patas arriba, con los juguetes desparramados por el suelo. Además, no era diligente con las tareas que le encargaban.
—¿Qué es esto, Conrado! —exclamó don Aniceto cuando Conrado llegó al colegio el siguiente lunes.
Conrado estaba hecho un desastre. Camino del colegio se había puesto a perseguir una mariposa y se había rasgado el pantalón en una cerca. Luego se había manchado la ropa al cruzar corriendo un charco, y encima había llegado tarde. El profesor ya había repartido los premios. Yago se había ganado la carpa iglú, Pompita el juego de pinturas, y Viviana el carrito.
Conrado bajó la vista apenado. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo sucia y rota que tenía la ropa.
—Lo siento, don Aniceto. Yo tenía muchas ganas de conseguir el carrito, pero creo que debo aprender a ser más ordenado y tener mejores modales.
Conrado regresó a su casa un poco triste.
—No me gané ningún premio en el colegio —dijo a su mamá.
—Bueno, Conrado, no pude anotarte ningún punto en la hoja —le dijo su mamá—. Procuré recordarte que recogieras tus cosas, pero tú no me hacías caso.
—Es que, mamá, ¡es muy difícil ser limpio y ordenado! —protestó Conrado.
—Sé que es difícil, pero todos los niños lo tienen que aprender; y con la práctica se vuelve más fácil —lo animó su mamá—. Podemos rezar juntos y pedirle a Dios que te ayude a ser más responsable y a tener mejores modales. ¿Por qué no seguimos anotando puntos en una hoja como la que preparó don Aniceto? Probemos cómo te va en las próximas semanas.
—¡De acuerdo! —contestó Conrado.
En las semanas que siguieron Conrado se esforzó por ser limpio y ordenado. Al principio le costaba; pero a medida que fue acostumbrándose a hacer las tareas que le encargaban, a guardar sus cosas y a mantenerse limpio, se le hizo más fácil.
Y una noche su papá le trajo un carrito igual al que se había ganado Viviana y se lo dio como premio por haber estado cumpliendo sus obligaciones y haber tenido buenos modales.
¡Conrado estaba muy feliz! Y de ahí en adelante se destacó por sus buenos modales, su diligencia y su aseo personal.
—Abuelito, voy a procurar ser más limpio y ordenado —dijo Tristán.
—¡Genial! —contestó su abuelo—. Seguro que tu mamá se pondrá muy contenta.
—Voy a subir a recoger mi cuarto. Así cuando venga mamá se llevará la sorpresa de encontrarlo limpio y ordenado —exclamó.
Moraleja: Si los demás ven que eres responsable y que cuidas bien las cosas que se te han dado, es probable que quieran confiarte más cosas, pues sabrán que las tratarás bien.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2008. Todos los derechos reservados.