—¿Por qué tenía que llover hoy? —preguntó Tristán fastidiado, observando la tormenta por la ventana—. Yo quería jugar en el patio con Damián, y ahora no puedo.
—¿Qué tal si hacemos algo juntos? —propuso su abuelo.
—¿Como qué?
—Bueno, si quieres te...
—¿Me cuentas un cuento? —preguntó el niño entusiasmado.
—Sí. Acabo de recordar uno sobre una tormenta. Puedo preparar chocolate caliente y luego te lo cuento.
—¡Qué divertido! —exclamó Tristán.
Durante casi una semana el tiempo había estado lluvioso y deprimente, y a Cuadrilla y Cía. le costaba cada vez más hacer su trabajo. El suelo estaba cubierto por una gruesa capa de barro. Los vehículos tenían que hacer grandes esfuerzos para que sus ruedas y orugas no se hundieran en el lodo.
El viernes, quinto día de mal tiempo, fue el peor de todos.
El brazo de Camión Grúa se bamboleaba descontroladamente, ¡tanto así que algunos de sus compañeros tuvieron que sujetárselo para que el viento no se lo llevara!
Casi no se avanzaba nada en la obra; estaban todos concentrados en defenderse de la tormenta para que ésta no causara daños.
El capataz, no queriendo correr riesgos, les dijo a los vehículos que se tomaran el día libre.
—¡Esperemos a que pase el temporal! —les dijo a gritos para que le oyeran a pesar del estruendo de la tormenta—. Recojan todo y vayan a casa. Ya veremos mañana cómo está el tiempo.
Todos se pusieron a trabajar enérgicamente para dejar las cosas guardadas y marcharse antes de que empeorara el temporal.
Pero en medio de la tormenta se oyeron unos gritos de auxilio.
—¡Socorro! ¡Ayúdenme!
—¡Escuchen! —dijo Mini—. Vayamos a ver qué pasa. Parece la voz de Carmen.
En un extremo de la obra estaba Carmen Pluma pidiendo auxilio. Resulta que cuando ya se iba, patinó en el camino de tierra, cayó por el terraplén y quedó atascada en una cuneta llena de lodo. Por mucho que se esforzaba, no lograba moverse. Las ruedas patinaban y lanzaban barro por todas partes.
Enseguida se juntó un buen número de vehículos al lado del terraplén para ver qué había pasado.
—¡Que alguien me ayude, por favor! —imploró Carmen—. Lo único que quiero es irme a casa y lavarme.
—Intenta salir una vez más —la animó Triturador.
—No va a resultar.
—Haz la prueba. Tal vez lo consigas esta vez.
Carmen hizo girar sus ruedas todo lo rápido que pudo. Pero en vez de salir de la zanja, solo logró lanzar lodo en todas direcciones y hundirse más.
—¡Qué asco! —exclamó Pinta Asfalto—. Me ha cubierto de barro. ¡Como si no estuviera ya bastante sucia!
—Lo siento —dijo Carmen con voz triste.
—Carmen, no creo que podamos ayudarte —resolvió Triturador—. Vas a tener que esperar a que pase la tormenta y el barro se endurezca un poco.
—¿Lista para ir a casa, señorita Pinta? —preguntó Rodillo Aplanador acercándose pesadamente.
—Casi. Estoy toda manchada —se quejó ella—. Carmen me llenó de lodo.
—¡Qué desconsiderada! —comentó Rodillo frunciendo el ceño.
—Lo que pasa es que Carmen está atascada —le explicó Mini—. No lo hizo a propósito.
—Bueno, a mí no me gusta ni el barro ni la suciedad, así que si la señorita Pinta está lista, me voy enseguida —anunció Rodillo de mal humor.
Sin embargo, cuando se dio la vuelta para marcharse, uno de sus rodillos resbaló por el borde del terraplén, y la pesada máquina fue a parar a la cuneta, al lado de Carmen.
—¡Ay! —chilló Pinta.
Pero al tratar de ayudar a Rodillo, ella también patinó y cayó en la zanja. Así que quedaron los tres, Carmen, Rodillo y Pinta, hundidos en el lodo e incapaces de salir de la cuneta por sí mismos.
Rodillo no estaba nada contento con lo ocurrido.
—¡Señorita Carmen! —gritó—. De no haber sido tan descuidada, no se habría metido en este lío, y ahora no estaríamos así.
—No fue culpa de ella —protestó Triturador.
—Será mejor que me vaya antes de que termine en la zanja como ellos —dijo Mezclador de Hormigón.
—¡No puedes abandonarnos! —exclamó Rodillo.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó Mezclador.
—¡Pues échanos una mano!
—¿Y terminar en la cuneta como ustedes? ¡No, por favor!
—Tal vez al capataz se le ocurra una solución —intervino Carmen.
—Podría ser, pero se fue de la obra hace quince minutos —observó Mini.
—¿Qué vamos a hacer? —se lamentó Pinta.
—Todos debemos aunar fuerzas para sacarlos a ustedes tres de la cuneta —contestó Camión Grúa, que había estado observando la escena en silencio.
—No creo que valga la pena —dijo Mezclador.
—Son nuestros amigos —exclamó Camión Grúa—. Los amigos están para ayudarse. Si tú estuvieras en un apuro, ¿no querrías que alguien te echara una mano?
—Camión Grúa tiene razón —comentó Triturador—. Yo puedo ayudar si se les ocurre algo que pueda hacer.
—Yo también —propuso Mini.
—Cuenten conmigo —añadió Mezclador—. ¿Qué hacemos?
—Tengo una idea —anunció Camión Grúa—. En primer lugar, Mini, ¿podrías llamar a Bulldozer? Su ayuda podría ser muy valiosa.
A pesar de la lluvia torrencial, todos los vehículos elaboraron un plan para sacar del lodo a sus desafortunados compañeros.
Mini sacó parte del barro con su largo brazo. Triturador encontró tablas para colocarlas delante de las ruedas de Carmen. Mezclador le lanzó a Carmen una soga para poder tirar de ella, y Bulldozer, por su parte, le dio un empujón, ya que sus orugas no se hundían en el barro. Camión Grúa coordinó el rescate.
A fuerza de tirar y empujar con mucha determinación, lograron desatascar a Carmen. A continuación, ayudaron a Pinta y a Rodillo.
—Muchísimas gracias —dijo Carmen—. Me alegro de contar con amigos como ustedes.
—Fue un placer —contestó Camión Grúa.
—Carmen, lamento haber sido tan antipática contigo —se disculpó Pinta—. Hubiera debido preocuparme por ayudarte en vez de pensar solo en mí y en no ensuciarme. Me porté como una tonta.
—No importa —respondió Carmen—. Estás perdonada.
—¿Me perdonas a mí también? —preguntó Rodillo—. Me siento mal por haberme enojado contigo. La próxima vez pensaré en cómo me sentiría yo si me encontrara en un apuro, y creo que estaré más dispuesto a ayudar.
—Te perdono —lo tranquilizó Carmen—. Ha sido una semana difícil para todos.
—Ahora que ya no queda nadie atascado, vámonos a casa —propuso Bulldozer.
Y todos se encaminaron hacia el garaje, para resguardarse del viento y de la lluvia.
—Fue bonito que Camión Grúa, Triturador, Mini, Bulldozer y Mezclador ayudaran a sus amigos —dijo Tristán.
—Así es —contestó su abuelo—. Uno nunca sabe cuándo puede verse en una situación difícil. Si eres considerado y servicial con tus amigos cuando necesitan un favor, ellos te echarán a ti una mano cuando te haga falta.
—¡Abuelito, mira, paró de llover y se ve el arco iris —exclamó el niño—. ¿Ahora puedo salir a jugar?
—Claro. Pero ponte las botas de goma. Hay muchos charcos.
—Gracias, abuelito, por el cuento.
Moraleja: Es importante tratar a los demás y ayudarlos como te gustaría que te trataran y ayudaran a ti. Toda la amabilidad y la simpatía que les manifiestes te vendrá de vuelta.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2008. Todos los derechos reservados.