Chantal, Damián y Tomás habían ido a la casa de Tristán para jugar con él. Aquella tarde estaban construyendo con bloques Duplo.
—Voy a construir una torre —dijo la niña—. Mi papá me enseñó cómo se hace.
—Yo la hago contigo —se ofreció Tomás.
Al poco rato, ambos habían armado una torre roja y amarilla que era tan alta como ellos.
—¡Miren! —anunció Chantal—. ¡Qué alta!
—¡Vaya! —exclamaron Tristán y Damián.
—Y fíjense en el cuartel de bomberos que estamos haciendo nosotros —añadió Tristán.
La pequeña se agachó para examinarlo de cerca.
—Está muy bonito.
—¿Listos? A la una, a las dos y a las tres —avisó Tomás.
—¿Listos para qué? —preguntó Chantal.
De pronto, la torre que había hecho con Tomás se vino abajo con gran estruendo.
—¡Tomás! ¡Rompiste la torre! —la niña se echó a llorar.
Cuando el abuelo Diego entró en la habitación, había bloques Duplo por todas partes. Sentada en el suelo, Chantal sollozaba.
Tomás parecía desconcertado. Llevaba puesto el cinturón para herramientas de Tristán, del que colgaban un serrucho, un desatornillador y otras herramientas de juguete. En la mano sostenía el martillo de plástico con el que había derribado la torre.
El abuelo entró con cuidado para no pisar los bloques Duplo y se sentó en la cama de su nieto.
—Tomás, ¿me cuentas lo que pasó?
El niño respondió:
—En algún momento se tenía que caer, abuelo Diego.
—Pero acabábamos de terminarla —protestó Chantal entre sollozos.
—La torre no iba a caber en el balde, así que íbamos a tener que desarmarla a la hora de guardar los juguetes —explicó Tomás—. Yo la tiré enseguida. Eso es todo.
—Ya veo —dijo el abuelo—. Estoy de acuerdo contigo, Tomás, en que tarde o temprano había que deshacer la torre para guardar los bloques. Pero ¿sabes una cosa? Cuando uno va a desmontar algo debe tener en cuenta un principio muy importante.
—¿Cuál es? —preguntó Tomás.
—Que hay que escoger un buen momento para ello. Verás, la torre estaba recién construida. ¿No se te ocurrió que a lo mejor Chantal quería jugar con ella antes que la desarmaras?
Tomás lo negó con la cabeza y se quedó mirando el suelo.
—Yo no la rompí para fastidiar —aclaró.
—Lo sé, y no estoy enojado contigo. Pero puedes recordar esta enseñanza la próxima vez, como hicieron Triturador y Perforador.
A Cuadrilla y Cía. le habían encargado la tarea de demoler una casa vieja que no era muy segura y luego construir en el mismo lugar una nueva. Demoledor llevaba varias horas trabajando. Con mucha habilidad descargaba contra las paredes su gran bola de acero y las iba derribando, a veces en pedazos grandes, otras en pequeños. Terminada su tarea, se fue pesadamente a descansar.
Al irse él, se acercaron Perforador y Triturador. El capataz de Cuadrilla y Cía. explicó lo que tenían que hacer.
—Algunas piedras y cascotes son muy grandes para cargarlos en los camiones. Ustedes tienen la tarea de reducirlos de tamaño. Bulldozer y Pepe van a llegar dentro de poco para llevarlos al vertedero. Gracias, muchachos.
—Nos ponemos manos a la obra —dijeron los dos hermanos antes de que el capataz se alejara.
El trabajo de Perforador consistía en perforar los pedazos de concreto; Triturador, por su parte, los desmenuzaba con sus dientes.
—Triturador, ¿por qué será que a nosotros siempre nos tocan los trabajos poco importantes? —preguntó Perforador—. ¡Ojalá nos dieran trabajos de verdad!
—Tienes razón —murmuró Triturador—. A los otros les dan trabajo continuo; en cambio, nosotros nos pasamos el día aburridos.
—Tal vez, cuando terminemos podríamos buscar otro trabajo.
—Buena idea. Aunque será mejor que empecemos ya, porque veo que vienen Bulldozer y Pepe.
El estruendo del taladro de Perforador y de los dientes de Triturador resonó por toda la obra. En poco rato terminaron su trabajo.
—Ahora déjennos a nosotros —dijo Pepe a los dos hermanos—. Gracias por su ayuda.
—«Ahora déjennos a nosotros» —repitió Triturador en voz baja, en son de burla—. No me gusta que nos digan eso. Todos los vehículos se creen mejores que nosotros. Demostrémosles que nosotros también servimos.
—Sí. Para romper y triturar somos estupendos. ¿Qué más da que no sepamos construir?
Los dos comenzaron a deambular por la obra buscando algo que demoler.
—¿Qué te parece esta pared? —preguntó Perforador señalando una pared baja que había en la parte trasera de la casa.
—Buena idea —respondió Triturador—. Ahora verán que somos tan útiles como los demás.
Después de un poco de perforar y triturar, parte de la pared se desplomó. Los dos hermanos se quedaron admirando orgullosos su hazaña.
—¡Uy, no! —exclamó Mini—. Justo acababa de retirar los escombros... ¡Ahora la pared se vino abajo!
—Nosotros la estamos demoliendo —anunció Triturador.
—¡Pero no había que romperla! —explicó la pequeña excavadora—. El capataz me encargó que retirara todos los escombros que había alrededor porque no quería que le hicieran nada. Ahora habrá que reconstruirla.
Los dos hermanos bajaron la cabeza arrepentidos.
—¿Qué pasa? —preguntó Demoledor acercándose.
Al ver la pared hecha pedazos, comprendió lo que había sucedido.
—Pensábamos que era bueno echarla abajo —aclaró Perforador.
—Entiendo —respondió Demoledor—. Pero a veces es preferible no hacer nada a meter la pata. Al igual que yo, ustedes tienen una misión muy concreta: demoler. Pero no podemos romperlo todo. De otro modo, nos exponemos a echar por tierra lo que otros han tardado mucho tiempo en construir.
—Perdón —dijo Triturador.
—Yo cometí el mismo error cuando era joven —prosiguió Demoledor—. Solo que causé un desastre mucho mayor, y luego tomó mucho tiempo arreglarlo.
»La labor que hacen los dos es muy valiosa. Tal vez les parezca que no se les utiliza tanto como a otras máquinas, pero igual son parte de la cuadrilla. Cada cual tiene su función, y la de ustedes es importante también».
—Lo tendremos presente —contestó Perforador—. Y lamentamos lo de la pared, Mini.
—Está bien —dijo la pequeña excavadora—. Se puede arreglar.
—Debemos contarle lo sucedido al capataz —observó Triturador—, para que nos ayude a reconstruirla.
—Seguro que lo entenderá —señaló Demoledor.
Los dos hermanos fueron a ver al capataz y le explicaron lo que había pasado. Él fue comprensivo y se alegró de que hubieran sacado una buena enseñanza de lo ocurrido.
—Procuraré encontrarles más trabajo, para que se sientan útiles —comentó—. Siento no haber tenido mucho que ofrecerles.
—Está bien —dijo Triturador—. Cuente con nosotros para lo que haga falta.
—Chantal, si quieres te armo la torre otra vez —se ofreció Tomás—. Perdóname por ponerte triste.
—Te perdono —respondió ella—. La podemos hacer juntos. ¡Me gusta edificar torres!
—¡Qué buena solución han encontrado! —observó el abuelo Diego—. Me siento orgulloso de ustedes.
Tomás y Chantal juntaron los bloques Duplo y reconstruyeron la torre, solo que esta vez la hicieron aún más alta.
Moraleja: Hay un tiempo para armar y un tiempo para desarmar. Cuando no sepas bien qué hacer, pregunta a tus padres o tus maestros.
Texto: Katiuscia Giusti. Ilustración: Agnes Lemaire. Color: Doug Calder. Diseño: Roy Evans.Publicado en Rincón de las maravillas. © Aurora Production AG, Suiza, 2008. Todos los derechos reservados.